El humor es una cosa muy seria (y II)
Recordarán que les hablé en la última entrega de la reflexión filosófica en torno a la risa –y al humor en general– desde los orígenes del pensamiento occidental. Bueno, la verdad, lo que hice fue un bosquejo muy a bote pronto, una especie de rápidos apuntes para andar por casa y dirigirme raudo a lo que de verdad me interesaba consignar. Al fin y al cabo, ni pretendía ni pretendo ahora ponerme profesoral y largarles una clase de filosofía en torno a la consideración de la risa en nuestra cultura. Recordarán también que había suspendido mi somero repaso al llegar a Schopenhauer, de manera que ahora tendría que continuar en ese punto. Pero, para ser consecuente con lo que acabo de exponer, voy a saltarme a partir de este momento no ya sólo otras múltiples referencias interesantes, sino hasta los nombres más señeros, que dejaré para otra ocasión: omitiré la contribución fundamental de Nietzsche, cuya concepción de la risa vendría a ser en última instancia la confirmación desde la orilla opuesta de que no le faltaba razón al autor de El mundo como voluntad y representación.