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Contra el discurso y la memoria

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En junio de 2014 se publicó uno de los libros más importantes que se han escrito sobre la Guerra Civil en los últimos tiempos, al menos desde el debate que se produjo tanto en el Parlamento como en la calle y en los medios de comunicación sobre la mal llamada «memoria histórica». En el momento de escribir estas líneas, la búsqueda de su título aporta diecisiete googles, descontando los contenidos duplicados. Magra cosecha para un libro de buenos y malos. De buenos y malos historiadores. El libro se titula Amor Nuño y la CNT. Crónicas de vida y muerte y su autor es Jesús F. Salgado.

En 2004, Jorge Martínez Reverte publicaba La batalla de Madrid, un libro que acusaba directamente a Amor Nuño, anarquista y miembro de la Junta de Defensa de Madrid, de haber organizado junto a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) lo que popularmente se conoce como la matanza de Paracuellos. Decía probarlo con el borrador de un acta, que no constaba transcrita en los apéndices y de la que no se daba signatura alguna, fechada el 8 de noviembre de 1936. La campaña de promoción del libro incluía entrevistas en diversos medios de comunicación y el nombre de Amor Nuño se propagó por la red, desde 2005 en adelante, hasta que el historiador Paul Preston incluyó el supuesto hecho en su libro El holocausto español (más de diecisiete mil googles), ampliando las acusaciones a Amor Nuño y a los anarquistas, responsable el primero del asalto a la cárcel Modelo de Madrid y a los segundos del asalto al tren de Jaén –cometido en Vallecas–, todo ello en agosto de 1936. Sólo faltaba Amor Nuño en la masacre inaugural de la guerra en la capital –el asalto al Cuartel de la Montaña– para completar su presencia en el póquer de ases de las matanzas republicanas en la retaguardia madrileña.

Lo que hace Jesús F. Salgado, tras diez años de digestión histórica de la responsabilidad criminal de Amor Nuño, es desmontar una por una todas las acusaciones; ítem, desvela las malas prácticas de los historiadores para ajustar los hechos a sus presunciones; e ítem más, termina por demostrar quiénes fueron los responsables reales de tales matanzas. Las quinientas cincuenta y cinco páginas del libro, anexos e índices aparte, se leen compulsivamente ante el paradójico espectáculo del elefante que, entrando en una cacharrería, hiciera un destrozo que a la vez resultara constructivo, mejorando la disposición inicial de trastos y vajillas en mostradores y anaqueles. Tan fascinante resulta la minuciosa reconstrucción de los hechos como la revelación del constructo ficcional que hacen varios historiadores para deducir conclusiones que se acomodan a sus intereses. Los ejemplos son numerosos, por lo que unos escriben y otros ocultan. Así, Martínez Reverte señalando directamente a Amor Nuño, cuyo nombre no aparece en el borrador que no transcribe y del que omite al citarlo párrafos que no le interesan, o Preston acusando de crímenes a estos o aquellos sin aportar ni una sola prueba. Así, asegurando uno que Amor Nuño fue expulsado de la CNT por traidor y de haber huido sin dejar rastro, y otro callando la responsabilidad directa de gentes del PSOE en numerosos crímenes de la retaguardia. Lo cierto es que Amor Nuño jamás fue expulsado y que estuvo hasta el final con sus camaradas en el puerto de Alicante, donde improvisó una conmovedora arenga y rompió públicamente su pase para salir en uno de los barcos que podría haberle dado la libertad. Fue detenido, internado en el campo de concentración de Albatera y fusilado en las tapias del Cementerio del Este el 17 de julio de 1940.

Hechos frente a opiniones, hechos frente a suposiciones, hechos frente a ficciones, la verdad ante la mentira. Tan flagrante es ésta, que no puede leerse sin emoción el párrafo que dedica Salgado a su propia labor. La cita es larga, pero importante: «¿Por qué escribir un libro sobre un personaje históricamente menor? Sólo hay una razón: la rebelión contra la manipulación histórica. Mi trabajo científico desde hace más de veinticinco años se centra en la explicación del comportamiento humano mediante modelos de base matemática. En esta área de conocimiento científico, como en las restantes, las hipótesis y teorías que formulamos muchas veces resultan poco apoyadas por los hechos y los datos y debemos reformularlas o, simplemente, desecharlas, pero ni por un momento se nos ocurriría inventarnos hechos o datos, falsearlos o modificarlos a nuestro antojo para que encajen en nuestras teorías. De hacerlo, la repulsa de la comunidad científica mundial sería plena y el desprecio científico por el autor sería de tal magnitud que difícilmente encontraría una universidad o un centro de investigación de alta reputación que quisiera contratarlo. Por eso, quienes estamos entrenados en esta forma de conducta, afrontamos la lectura de los trabajos científicos e históricos con la perspectiva de que han sido hechos con honestidad e intentando clarificar un episodio, un suceso o un fenómeno. En este sentido, somos “ingenuos” científicos. Esto no quiere decir que asumamos sin más lo que dicen los autores cuando se trata de opiniones, hipótesis o conjeturas. Quiere decir, que no nos imaginamos, de partida, que se “manipularán” los datos. Sabemos que los científicos se equivocan, que los datos son insuficientes, que se requieren nuevos datos o documentos y que, de encontrarse los mismos, pueden alterar la interpretación existente, pero no pensamos nunca que se “fabricarán”. Y la práctica totalidad de los historiadores profesionales operan en esta misma clave de ingenuidad y honestidad».

Buscar y rebuscar entre papeles viejos sobre la Guerra Civil le otorga a uno privilegios inigualables en relación con la verdad de los hechos. Cuando uno indaga en profundidad sobre los protagonistas de aquellos años, con dedicación comparable a la obsesión, desde un punto de vista casi intrahistórico, los nombres –los hombres– dejan de ser una simple notación en el índice onomástico de los libros de Historia: ya no son elementos deshumanizados que puedan servir de piezas intercambiables en función de intereses políticos o académicos. Se miran con lupa las fotografías, se escanean y se amplían, se estudian hasta las sombras para saber a qué hora pudieron ser tomadas, se insiste en los archivos, se comprueban los posibles errores de clasificación, se apega uno a los nombres que surgen aquí y allá y se tira de múltiples hilos, se va por los caminos que parecen seguros y se regresa de los que no llevaban a ninguna parte, se gasta el tiempo y se gasta el dinero, se contrastan las informaciones obtenidas, se cruzan documentos de dudoso origen para exprimir al máximo todo atisbo de verdad. Quizá no sea desfachatez la de los malos historiadores, sino vagancia y haraganería. Siempre pendiente esta duda…

Salgado pelea a la contra con su libro. Gana su batalla, sin duda. Rehace la figura de un dirigente anarquista que algunos habían dejado sumido en las cloacas e insiste y aporta más datos sobre los verdaderos responsables de los mayores asesinatos de la retaguardia madrileña, camino ya señalado por el historiador Julius Ruiz en su libro El terror rojo (2012) y en el que abunda en un artículo publicado en Revista de Libros. De paso, hace aflorar otras historias periféricas de relieve, como la de Manuel Chaves Nogales, rescatando de los archivos su participación en el Comité de Control del diario Ahora y aportando de este modo las sombras necesarias para completar la biografía del periodista sevillano.

La memoria es personal; el conocimiento, colectivo. La memoria es selectiva, incompleta, falible, borrosa, fantasmal, infidente, y el conocimiento se consigue tras un trabajo ímprobo. La confrontación con el pasado implica reconocer verdades desagradables. A este proceso, los alemanes lo denominan Vergangenheitsbewältigung. La traducción literal sería «superación del pasado», pero también cabe interpretarlo como «lucha por llegar a un acuerdo sobre el pasado». Para ello hay que echar por la borda prejuicios, mitos y ficciones, y en España no se está por la labor. El libro de Salgado es una excepción. No ha tenido acogida alguna, ni siquiera para denostarlo. Se impone el desconocimiento sobre la ficción creada en torno a Amor Nuño desde 2004. Son más de diez años de falacias sobre un capítulo importante de la Guerra Civil. En 1973, Gonzalo Torrente Ballester escribía sobre la Historia de España (vista con buenos ojos) del dibujante Forges. Criticaba la imposición por parte del régimen franquista de la visión de la historia del país, lo que él llama «discurso». Y alertaba: «Cuando [el discurso] se cae de viejo y apolillado, tienen que venir los Forges y su equipo y ponerlo todo en tela de juicio […]. Me parece perfecto, e incluso haré lo que pueda por ayudarles, con una sola condición: que no se sustituya un discurso por otro». El temor de don Gonzalo se cumplió. Terminó por imponerse otro discurso, otra visión de la historia, falseada también por exageración y ocultación, como la franquista. Quedan, sin embargo, y por mínimos que sean, visos de esperanza para que se sustituyan discurso y memoria por conocimiento. Puro y simple.

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Ficha técnica

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