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Socialdemocracia económica ilustrada

Economistas, políticos y otros animales. Cómo acabar con las políticas que frenan nuestro progreso

Miguel Ángel Fernández Ordóñez

Barcelona, Península, 2016

248 pp. 18,90 €

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Florecen en España libros que ofrecen recetas sobre el paro, la educación, la crisis de las finanzas públicas y privadas, las pensiones y otros males patrios. El libro de Miguel Ángel Fernández Ordóñez no es una presentación más de soluciones a estos y similares problemas, sino que versa sobre procedimientos y sobre la importancia de los procedimientos para una gestión eficaz (que cumpla sus objetivos) y eficiente (con un coste adecuado) de las decisiones políticas.

A mí me ha recordado que en el quinto curso  de la carrera de Economía teníamos una asignatura llamada OCPH (Organización, Contabilidad y Procedimiento de la Hacienda Pública), en la que se nos explicaban los filtros por los que debía pasar el dinero público para cumplir sus objetivos. Pero el libro que comentamos habla también de otros filtros –de orden técnico– a los que debería someterse la actuación pública para elaborar leyes, así como para todo tipo de actuaciones públicas. Procedimientos. Los checks and balances de los anglosajones, que deberían incluir tanto los procedimientos burocráticos como la ilustración, es decir, el control técnico de los proyectos y las leyes. En España existen numerosos organismos de control, desde los Tribunales de Cuentas a las Comisiones de la Competencia, que podrían ser el cuarto poder en la democracia. Ahora bien, muchos son inefectivos, bien por falta de dotación o de independencia.

Por ello, la novedad del libro de Fernández Ordoñez es que no plantea qué hacer, sino cómo hacerlo y esto hace referencia a las instituciones. Quienes hemos dedicado tiempo y estudio al análisis del desarrollo económico siempre nos encontramos con la importancia de las cuestiones institucionales que, como escribe el autor, es el punto débil de la economía y la política española.

A juicio del autor, la política española –de todos los partidos– peca de populismo, sectarismo, improvisación, y todo ello para un electorado poco ilustrado. El libro comienza, precisamente, con la añoranza de la Ilustración de los Campomanes y Jovellanos en España y termina con la des-ilustración franquista (a la que da excesiva importancia, como luego comentaré).

Un ingrediente de los ilustrados españoles que interesa mucho a Fernández Ordóñez consiste en aprender de lo que hacen otros, ajustando nuestras normas y procedimientos a lo que se hace en otros lugares, elogiando que grandes momentos para la sociedad española fueron protagonizados por la firma de tratados o la entrada en organismos internacionales. Ello también constituye una muestra de la dificultad de llevar a cabo reformas estructurales de forma autónoma, ya que siempre atacan intereses establecidos y es más fácil que se impongan desde fuera.

Esta importancia de fijarse en lo que ya existe con éxito en otros lugares me recuerda las afirmaciones de Wassily Leontief (el premio Nobel creador de las tablas input-output) cuando escribe sobre lo poco original que es el desarrollo: imitar a los más prósperos es como una receta de cocina para el funcionamiento de la economía.

Es de destacar (por lo ilustrado de la propuesta) que Fernández Ordóñez apele a la necesidad de un poco de liberalismo en la derecha y en la izquierda españolas, y lo escribe con acierto, porque escasea en ambos bandos, no sólo por el coco del neoliberalismo (impropiamente llamado así), sino, desde mi punto de vista, por la falta de ideología: más Estado en los partidos de izquierda y no faltar mucho a la izquierda por parte de la derecha.

Aunque los países nórdicos parecen ser hoy una referencia para muchos, también lo son para nuestro autor, cuya visión explícita es un socialismo nórdico. Pero hay que notar el pragmatismo existente en esos países, donde muchas decisiones no se toman por ideología, sino por sentido práctico, porque funcionan, como el famoso voucher para los escolares que hubiera hecho las delicias de Milton Friedman. Algo así como que el gato cace ratones, que decía Felipe González y que cita nuestro autor.

La visión de Fernández Ordóñez no es estatista. Elogia las distintas privatizaciones que se han hecho en España, desde las iniciales del ministro Miguel Boyer (a quien dedica el libro). Está a favor de la mejor eficacia del sector privado frente al público y por ello le resulta prolija y redundante la abundancia de leyes y regulaciones; los gobiernos deben regular, «pero sólo después de haber demostrado que es mejor regular que no hacerlo» (p. 140). Una visión de un socialdemócrata europeo ilustrado.

Las insuficiencias de la democracia española cuando se elaboran leyes o cuando se invierte en distintos proyectos son palmarias para el autor. Por eso insiste en la sobreabundancia legislativa (y no menciona la autonómica, todo un monumento a la inseguridad jurídica). Existe la mentalidad de que un problema se soluciona con una ley. Y, ¿cómo se hace? A volapié, sobre la marcha. El proceso que preconiza es legislar cuando sea necesario y con procedimientos, es decir, analizando, estudiando alternativas, aprovechando experiencias de otros países y la sabiduría de los expertos. Hablando también con los lobbies, no para que hagan las leyes, como se hace a menudo, sino para aprovechar sus conocimientos y su experiencia y, después, legislar para el interés general.

La inadecuación de las instituciones laborales españolas es uno de los temas concretos más persistentes y bien diagnosticados. Describe con agudeza cómo las instituciones laborales españolas dificultan la contratación y la movilidad de los trabajadores. Es bastante parco en la valoración de la reforma laboral que llevó a cabo el Gobierno de Mariano Rajoy en sus primeros momentos de legislatura. Creo que fue, prácticamente, la única reforma estructural de algún calado –y valiente– llevada a cabo por dicho Gobierno. Propiciaba la flexibilidad laboral, aunque manteniendo los derechos adquiridos por los antiguos trabajadores y llevaba las negociaciones laborales a un lugar más genuino: la empresa frente al sector. Evidentemente, ninguna ley crea empleos. En los días en que escribo esta nota, desde el Partido Socialista hacia la izquierda la propuesta más insistente es derogar dicha reforma. Más populismo y más paro.

El sistema financiero no tiene un capítulo explícito. Pero está presente en el libro y, sobre todo, es autoexculpatorio con pocos argumentos convincentes. En resumen, viene a imputar a los primeros meses del Gobierno del Partido Popular la falta de confianza que generó sobre el sistema financiero, al atribuir su mal estado al anterior Gobierno. Entre entendidos –y los mercados son entendidos– era pública y notoria la situación de las Cajas de Ahorros. El gobernador del Banco de España heredó, sin duda, la burbuja, pero conoció la famosa carta de los inspectores del Banco de España al ministro de Economía en el año 2006 o el Informe de la agencia Moody’s del año 2007 sobre la situación de las Cajas de Ahorro españolas. Pero se negaba la burbuja y se hablaba de la solvencia del sistema financiero español, al parecer para dar confianza.

Pero el fallo de la supervisión o, mejor, la ausencia de actuación ante datos conocidos, es clamoroso. La banca española no acumulaba activos tóxicos de los de la peculiar ingeniería norteamericana, sino de una toxicidad autóctona: activos tan conocidos y antiguos en la práctica bancaria española como los créditos hipotecarios, que se despachaban en auténtica orgía en cantidades y plazos insólitos.

Como he señalado, el libro comienza, acertadamente, con la Ilustración (con mayúsculas) y termina con la llamada a la des-ilustración de Franco en el año 1939. Desde mi punto de vista, este epílogo sobra. Primero, por su lejanía temporal y generacional. A quien el tiempo no le haya curado de los males franquistas ya es un posible cliente del psiquiatra. Pero, si la sociedad no está más ilustrada, es por la pobreza del sistema educativo, la de los medios de comunicación y la de la propia clase política. No son los políticos quienes deben diseñar modelos de desarrollo (entre otras razones, porque no saben), ni realizar ingeniería social o cambiar las costumbres (a lo que algunos son muy aficionados). Afortunadamente, las sociedades son más ricas y hasta en los momentos más des-ilustrados la sociedad se ilustra. Por ello, en pleno franquismo se editaban y vendían en España los mejores libros del mundo y se explicaban en las universidades desde los últimos avances de la Física hasta el marxismo (poco ilustrado en ocasiones). Más pernicioso que el discurso de Franco para los procedimientos de la democracia española fue decir que Montesquieu ha muerto por un vicepresidente del Gobierno de España. El que gobernaba adquiría de este modo patente de corso, no sólo para hacer leyes, sino para nombrar a quienes, en todos los ámbitos, burocráticos y judiciales, tenían que controlar la gestión.

Fernández Ordóñez cita a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea: «Sabemos lo que tenemos que hacer, lo que no sabemos es cómo hacerlo sin perder las elecciones». Para eso hace falta liderazgo y valentía. El canciller Gerhard Schröder, en la Agenda 2010, lo tuvo y…. perdió las elecciones. Su legado lo recoge Alemania.

En resumen, un magnífico libro sobre los procedimientos a aplicar en una democracia ilustrada y algunas notas para que personas informadas escriban sobre la crisis bancaria.

Cándido Muñoz Cidad es profesor de Economía en la Universidad Complutense. Su último libro es Las bicicletas de Ámsterdam. Falacias y paradojas económicas (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2015).
 

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Ficha técnica

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