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Cine políticamente incorrecto

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¿Podría rodarse hoy en día una película como El nido, de Jaime de Armiñán? Estrenada en 1980, narra el enamoramiento entre un director de orquesta viudo y sesentón, y una chica de trece años, hija de un guardia civil. Héctor Alterio interpreta al viudo y Ana Torrent a la niña. Aunque se trata de un amor platónico, lleno de fantasía, lirismo y ternura, el espectador actual reaccionaría con horror, acusando al director de componer una elegía de la pederastia. Leonor Izquierdo también era hija de un guardia civil y sólo tenía quince años cuando se casó con Antonio Machado, un profesor de francés de treinta y cuatro. El idilio había comenzado dos años atrás, cuando el poeta se alojó en la pensión que regentaban los tíos de Leonor. Acababa de llegar a Soria y era un hombre tímido, serio, taciturno y escasamente atractivo. El matrimonio no duró demasiado. La tuberculosis acabó con Leonor a los veinte años. No es un secreto que la pareja fue muy feliz, pues la joven esposa se identificó con la labor poética de su marido, compartiendo inquietudes, anhelos y proyectos. Antonio Machado nunca superó la pérdida. Los poemas dedicados a Leonor perduran como un modelo de delicadeza, sensibilidad y hondura: «¡Ay, lo que la muerte ha roto / era un hilo entre los dos!» ¿Quién se atrevería hoy a trasladar al cine esta historia?

El nido no es la primera incursión de Armiñán en un territorio que actualmente parece vedado por la estúpida dictadura de lo políticamente correcto. En 1974, había estrenado El amor del capitán Brando, donde un joven de trece años se enamora de su maestra, interpretada por Ana Belén. La película cosechó elogios en España y el extranjero. Sólo unos pocos se escandalizaron. La mayoría se mostró comprensiva con una pasión que muchos adolescentes habían experimentado en sus años escolares. En el sombrío colegio de curas donde yo hice mis estudios, había una profesora de música joven y atractiva que inspiró ensueños románticos en muchos alumnos, proporcionando un inofensivo consuelo en un entorno áspero y opresivo. Algunos padres lo advirtieron, pero no se llevaron las manos a la cabeza, pues muchos habían pasado por vivencias similares. En 1960, el Dúo Dinámico había conseguido un éxito formidable con «Quince años tiene mi amor», sin que nadie protestara porque dos jóvenes veinteañeros fantasearan con una novia adolescente. Es evidente que en nuestros días ningún grupo pop se atrevería a lanzar un tema semejante. Su letra podría acabar ante un juez, obligado a dictaminar si había o no delito. Desde la perspectiva impuesta por la tiranía de lo políticamente correcto, Antonio Machado y el Dúo Dinámico merecerían la calificación de perversos pederastas. ¿Puede decirse que rechazar ese juicio implica simpatizar con la pedofilia y la pornografía infantil? Me temo que yo siempre pensaré que Antonio Machado era un gran poeta y un hombre bueno, y el Dúo Dinámico, un grupo musical fresco, alegre y simpático. Espero que mi opinión no constituya un delito y me cueste algún disgusto.

Lo políticamente correcto también afecta a películas como Gunga Din (George Stevens, 1939), Gilda (Charles Vidor, 1946) El hombre tranquilo (John Ford, 1952), Zulú (Cy Enfield, 1964) o Dersú Uzalá (Akira Kurosawa, 1976). Gunga Din es una excelente película de aventuras, con momentos hilarantes y escenas de exasperado romanticismo. Victor McLaglen, Cary Grant y Douglas Fairbanks Jr. encarnan a tres suboficiales del imperio británico que luchan contra una revuelta nativa, derrochando heroísmo y buen humor. La película es bastante inverosímil y no repara en la injusticia intrínseca del colonialismo, pero sus méritos narrativos son indiscutibles. En nuestros días, muchos opinarían que sólo es una burda exaltación del colonialismo, con grandes dosis de machismo. Gilda, una película mediocre con una inolvidable Rita Hayworth, no justifica el colonialismo, pero presuntamente promueve la visión de la mujer como simple objeto sexual. Sus hipnotizadores y ya míticos números musicales degradan la dignidad femenina, desembocando en una bochornosa bofetada. Algo parecido puede decirse de El hombre tranquilo, con una Maureen O’Hara que incita a John Wayne a vapulearla y a humillarla públicamente para demostrar su hombría. La pelea de Wayne con McLaglen sólo es una grotesca apología de la violencia. En cuanto a Zulú, puro y simple racismo, un canto a la supremacía blanca sobre los pueblos salvajes. Dersú Uzalá relata una bonita y entrañable historia de amistad, pero el protagonista es un cazador y la mujer desempeña un papel irrelevante en la trama, reducida a mero complemento de los protagonistas masculinos. Podría continuar indefinidamente, emulando al cura y el barbero que expurgan la biblioteca de Alonso Quijano, pero con un criterio basado en principios como la lucha contra el heteropatriarcado, el empoderamiento de los colectivos tradicionalmente marginados y el derecho de los pueblos a decidir libremente su futuro. Les guste o no a quienes defienden lo políticamente correcto, la condena de las obras que infringen su estrecho punto de vista –a veces, por mero anacronismo? sólo es un ejercicio de intolerancia, no muy distinto de los autos de fe o la quema de libros en la Alemania nazi.

Lamento decir que no soy optimista. La obstinación de lo políticamente correcto continuará vituperando películas que nos conmovieron hace cincuenta, treinta o veinte años, postulando como alternativa un cine tan plano e ideologizado como el de la Unión Soviética en tiempos de Stalin o Brézhnev. O, si se prefiere, como el de la España franquista. Yo, por el momento, esconderé con mucho cuidado mi copia de El libro de la selva, pues indudablemente el oso Baloo ensalza la molicie más insolidaria, la rancia camaradería machista y una inaceptable hostilidad hacia la mujer. No hay más que observar su cara de frustración cuando Mowgli lo abandona para marcharse con la niña de un poblado. Verdaderamente deplorable. Verdaderamente intolerable.

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Ficha técnica

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