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Monólogos

Burdel de muertos

CARLOS EUGENIO LÓPEZ

Lengua de Trapo, Madrid, 192 págs.

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Siete monólogos componen Burdel de muertos y siete veces el lector cae rendido ante la verborrea que exhiben cada uno de los personajes, integrantes, todos ellos, de un elenco grotesco cuyo único fin es observar la realidad a través de una lente deformante; voceros, en fin, de un modo de enfrentarse a la vida incongruente y alocado, desconfiado e intolerante, difícil a fuerza de exhibir una insultante simpleza.

Carlos Eugenio López, travestido en cada ocasión con ropajes hilarantes, da rienda suelta al monólogo interno como único medio de expresión y es, precisamente, en esta su asunción de vivencias, condicionantes y taras diversas donde reside el aspecto más destacable de esta colección de relatos. Sin embargo, resulta pertinente hacer ciertas puntualizaciones previas respecto del particular modo de narrar exhibido por el autor. Pensar en una literatura monologada, singular en cuanto a los personajes, puede llevarnos a establecer una asociación, inconsciente si se quiere, con un tipo de prosa mimética respecto a la lengua oral. Muy al contrario, Burdel de muertos responde a la asunción de la palabra escrita como el resultado de una selección y depuración absolutamente alejadas del simple mimetismo. Cuanto más cercanas, reales y cotidianas resultan las alocadas reflexiones de nuestros personajes mayor es el esfuerzo por adaptar un lenguaje –el escrito– fundamentalmente artificioso, a los resortes de otro espontáneo –el oral–. En otros términos, la colección de relatos supone una bofetada a esa perversa sencillez y proximidad tan común en la prosa española actual.

Otro aspecto que sobresale en el libro de Carlos Eugenio López es el humor negro, salpicado continuamente de una sangrante ironía. La risa desinhibida y liberadora se convierte en el hilo de unión de los siete relatos y, aún más, en su personaje central, por cuanto resorte que hace posibles, e incluso coherentes, las peregrinas peroratas surgidas de las mentes de las dramatis personæ. Desde esta clave de completa transgresión podemos entender los razonamientos esgrimidos por la protagonista de Unidad familiar, brazo ejecutor de la prematura muerte de su madre –sacándola a la terraza en un gélido día de invierno– y, sin embargo, cruel manipuladora de la vida de su padre, al que no deja morir para seguir beneficiándose de su pensión. Más allá de la anécdota argumental, interesa señalar cómo la risa sirve como instrumento de coherencia e, incluso, como vínculo afectivo con la perversa fémina. Y es también la risa, plena de ironía, el instrumento que nos permite adentrarnos en la psicología atormentada del protagonista de Un momento de locura, fracasado don nadie que, frecuenta un cine porno en el que, a cambio de servicios sexuales, obtiene suculentos beneficios. Gracias a la inversión generada por el humor grotesco, no sólo resulta posible sino incluso normal que un ministro de Defensa visite dicho cine y olvide su maletín entre las piernas de nuestro solícito protagonista.

Si la impresión de conjunto resulta, cuando menos, notable, no es menos cierto que Carlos Eugenio López no consigue el equilibrio total entre todos los relatos. En dos de ellos, El traslado y La espera, se echa en falta el mantenimiento de ese código festivo común al volumen, por no hablar –sobre todo en el primer caso– de un planteamiento y una voz narradora –un cerdo que censura el comportamiento de su raza respecto del hombre– excesivamente manidos y que recuerdan, con meridiana claridad, tratamientos similares en la literatura (Rebeliónen la granja) e incluso en el cine.

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