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La sombra de Eliot

Painted Shadow: Life of Vivienne ELiot

CAROLE SEYMOUR-JONES

Constable, Londres

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La poco caritativa descripción que hizo Virginia Woolf de la primera mujer de T.S. Eliot, Vivienne Eliot, née Vivienne Haigh-Wood, podría traducirse con algo de libertad como «un saco de gatos rabiosos colgado del cuello de Tom». Tom es T.S. Eliot. Durante mucho tiempo esta descripción, de autoridad poco o nada sospechosa, ha apuntalado las versiones más o menos aceptadas acerca del grado de inestabilidad emocional, o de la presunta locura de Vivienne Eliot, y la frase «¡Pobre Tom!» se ha pronunciado no pocas veces cuando se ha considerado la pesada carga conyugal que tuvo que soportar el poeta angloamericano.

La biografía escrita por Carole Seymour-Jones, Painted Shadow: ALife of Vivienne Eliot, ha querido poner remedio a este estado de cosas, y ha exhumado a una Vivienne llena de vida, interesada en seguir una carrera literaria, dotada de un talento artístico nada común en los campos de la pintura y la música, devota admiradora de su marido, víctima de los despiadados cotilleos de los diferentes miembros del Grupo de Bloomsbury, víctima de su propia familia, que decidió internarla en un manicomio, víctima de Eliot, que la abandonó, que fue, en definitiva, corresponsable de su reclusión en un manicomio, y que fue, a la postre, culpable indirecto o directo de su muerte, a la que, según su biógrafa, acompaña la sospecha del suicidio. Bien se ve que los ingredientes dan para un escándalo en el que se repiten elementos de la tradición feminista que describe la estructura económica, social y familiar patriarcal como una despiadada maquinaria de destrucción de mujeres, que sólo podía conducir a éstas a la locura y a la muerte. La escritora no ha sabido resistirse a la tentación de usar esos ingredientes siguiendo la receta de esa tradición feminista.

Por supuesto, esta biografía atraerá a todos a quienes interese la vida y la obra de Eliot. Por muy seductora que fuera la personalidad literaria o artística de Vivienne, no habría recibido la atención que ha merecido si, por ejemplo, se hubiera casado con un sencillo empleado de banca de Lloyds. Pero he aquí que se casó justo con el empleado de banca, de Lloyds, que escribía poesía, se casó con la crisálida de oficina que andando el tiempo se convertiría en la mariposa cuya imagen sobrevuela las más visitadas flores del modernismo angloamericano. Este sencillo hecho distorsiona todo en esta biografía. El sujeto de la biografía es Vivienne, pero el objetivo es T.S. Eliot. Si al menos la autora hubiera sazonado su vehemencia con unos granos de sal de ironía, quizá habría cocinado una vianda menos indigesta, pero ha preferido ofrecer una biografía vengativa, antes que una biografía más ceñida a los datos que maneja. Por ejemplo, tras unas insinuaciones incomprobables, tras unos datos convenientemente interpretados, y tras los oportunos silencios, también interpretados convenientemente, la autora da por admitida la homosexualidad de T.S. Eliot. Esta afirmación podrá ser disculpable, muy importante o indiferente, pero no es, sin embargo, la primera vez que se publica. La autora, por su parte, se empeña en creer que esa homosexualidad clandestina del poeta fue determinante en el proceso de destrucción de Vivienne, y que fue ocultada por Eliot como salvaguardia de su respetabilidad burguesa, para lo cual tiene que restar importancia al hecho de que la homosexualidad fuera delito en Inglaterra durante la mayor parte de la vida de T.S. Eliot. En cualquier caso, esa hipotética homosexualidad, que en cualquier otro autor habría recibido una consideración muy diferente, le sirve a Carole Seymour-Jones para imputar a T.S. Eliot la responsabilidad de la destrucción de Vivienne. Si T.S. Eliot rehúye a su esposa, y no muestra ninguna caridad hacia ella, eso es muestra de su culpa; pero si Eliot se muestra caritativo y compasivo hacia John Hayward, también esa actitud es un cargo en contra del poeta.

La responsabilidad de Eliot en el diagnóstico e internamiento de Vivienne debe considerarse también con algunas precauciones. Desde el conocimiento que proporcionan los estudios clínicos y médicos de la segunda mitad del siglo XX , es fácil condenar a quien no supo, siendo un profano, acertar en el cuidado y atenciones médicas a una esposa que, en verdad, según sus propios médicos, presentaba un conjunto de síntomas muy complejo. El mismo libro de Carole Seymour-Jones informa al lector de que Eliot quiso denunciar al doctor Martens (quien había tratado durante cierto tiempo a Vivienne) en 1926, cuando Siegfried Sassoon, amigo de los Eliot, mandó analizar las prescripciones médicas del doctor y averiguó que lo único que contenían las medicinas era leche. Parece que en aquellos tiempos incluso entre personas ilustradas y relacionadas con los más eminentes científicos también los curanderos tenían su lugar.

Quizá la seriedad sacerdotal de su misión de rescate le impide a la autora de la biografía definir y aun disfrutar con esos elementos que hacen extrañamente cómicos algunos de los rasgos de la biografía de T.S. Eliot, por ejemplo, ese exclusivo apartamento de Charing Cross que alquiló, en el que daba fiestas para sus amigos, con quienes se reunía a beber, a contar chistes verdes, a escribir rimas obscenas, y al que sólo se podía acceder preguntando en portería por el capitán Tom.

Lo que se aprende sobre T.S. Eliot en esta biografía no es sorprendente, ni muy nuevo, ni muy interesante. La verdad es que parte del éxito de este libro debe buscarse en ese misterio que rodea todavía muchos aspectos de la vida del poeta, en el misterio de la publicación de sus cartas, cuyo tomo segundo ha visto aplazada su aparición varias veces, en el misterio de la correspondencia destruida, en el silencio de quienes mejor lo conocieron, en sus hábitos de clandestinidad. Entre los misterios menores se contaba el de su primera mujer, Vivienne, de quien lo poco que se sabía no era parecido a lo que ofrece la biografía de Carole Seymour-Jones. Sus cartas no la favorecían mucho, pues la mostraban como una nuera ansiosa de agradar a su suegra, como una mujer interesada en informar con todo detalle sobre los últimos zurcidos de la ropa interior de su marido, quizá incluso aparecía como una mujer quisquillosa en asuntos de detalle y modales. Las biografías del poeta la mostraban como una mujer obsesionada con el éxito de Eliot, desigual y caprichosa, cuya salud fue deteriorándose de forma progresiva a causa de los tratamientos equivocados, la medicación errónea, las crisis nerviosas, la adicción a las drogas, la anorexia y la bulimia, las obsesiones, las fobias y las manías. Se conocía también su reclusión, su muerte en el manicomio. Esta biografía servirá para rehabilitar la reputación de la primera mujer de Eliot, e incluso esas apariciones fantasmales de Vivienne en la salida de los recitales o las conferencias de Eliot, vestida con el uniforme y correas de un grupo fascista inglés, pueden considerarse ahora bajo una luz que permite llegar a ese fondo de tragedia humana en la que es indiferente quién es más mezquino, es indiferente que Vivienne estuviera casada con T.S. Eliot. El lector cierra el libro pensando que ha leído el relato de un matrimonio más en el que los cónyuges parecen excepcionalmente dotados para la destrucción mutua. Si Carole Seymour-Jones hubiera invertido más tiempo en investigar sobre Vivienne, sobre su infancia y juventud, sobre las características de su personalidad, sobre su vida amorosa, y si hubiera invertido unas cuantas páginas menos en desacreditar a T.S. Eliot, el libro habría ganado considerablemente. Tal y como se ha entregado al público, hay que leerlo, necesariamente, descontando ese grado de vehemencia partidista que nunca debe aflorar en una biografía.

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Ficha técnica

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