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Biografía de Archibaldo Haddock, capitán de la marina mercante y señor de Moulinsart

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Desconocemos la fecha exacta del nacimiento de Archibaldo Haddock, pero sabemos que desciende del Caballero Francisco de Hadoque, capitán del galeón real El Unicornio. Leal vasallo de Luis XIV, rey de Francia, Hadoque mantuvo un encarnizado enfrentamiento con el pirata Rackham el Rojo. En 1698, El Unicornio salió de la Isla de Santo Domingo, en el Mar de las Antillas, rumbo a Europa. Después de dos días de vientos favorables, el vigía atisbó el buque filibustero de Rackham el Rojo. Aunque intentó huir, El Unicornio fue abordado. Los piratas habían dejado claras sus intenciones, izando una bandera roja en el palo de mesana. La bandera roja significa lucha sin cuartel y sin intención de hacer prisioneros. La batalla fue encarnizada. Francisco de Hadoque logró matar a Diego el Navarro, lugarteniente de Rackham el Rojo, pero una polea le golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente. El capitán pirata ordenó atarle y, cuando recobró el conocimiento, le anunció que moriría al día siguiente. Sin embargo, Hadoque escapó, luchó sable en mano contra Rackham hasta acabar con su vida y utilizó la pólvora de la santabárbara para volar el navío pirata. Se refugió en una isla, donde los nativos le acogieron con benevolencia. Hadoque fue rescatado al cabo de dos años. Luis XIV premió su fidelidad con el castillo de Moulinsart. Corre el rumor de que Francisco de Hadoque fue hijo ilegítimo del monarca, lo cual tal vez explica el apego a la monarquía de esta ilustre estirpe.

El Caballero Francisco de Hadoque escribió sus memorias y fabricó tres réplicas de El Unicornio a pequeña escala, pidiendo a su descendencia que removiera el palo mayor, pues solo así saldría a relucir la verdad. Tintín, reportero de Le Petit Vingtième, compró por azar una de las tres réplicas, descubriendo un pergamino que indicaba parcialmente las coordenadas de la isla cerca de la cual se fue a pique El Unicornio. La isla no aparecía en ninguna carta de navegación, lo cual asombró enormemente al joven reportero. Según las indicaciones de Hadoque, solo se lograría averiguar su localización, superponiendo los tres pergaminos ocultos en las tres réplicas. Todo insinuaba que en la isla había un tesoro escondido que pertenecía al capitán Archibaldo Haddock, descendiente legítimo del Caballero Francisco de Hadoque. Con el tesoro Haddock podría recuperar el castillo de Moulinsart, convirtiéndose en su legítimo señor. Hasta entonces, la existencia de Haddock se había caracterizado por una afición desmedida al alcohol y cierta negligencia como capitán de la marina mercante. El tesoro no le reformaría, pero le proporcionaría una pátina de respetabilidad. No está de más recordar la máxima del duque de La Rochefoucauld: «La virtud no es una cualidad, sino un privilegio que se adquiere con algo de fortuna y cierta apariencia de distinción».

Haddock conoció a Tintín a bordo del «Karaboudjan». Era su capitán, pero Allan Thompson, su contramaestre, había aprovechado su debilidad con el alcohol para hacerse con el mando. Haddock no sospechaba que el barco llevaba en sus bodegas un cargamento de opio. Aquella aventura, plagada de incidentes lamentables, sirvió para que el capitán, convertido en presidente de la Liga de Marinos Alcohólicos, moderara su afición a la bebida. Nunca se reconcilió con el agua, odiosa para su paladar, pero aprendió a calmar su sed con una cantidad razonable de tragos de Loch Lomond, un whisky escocés. Haddock demostró su valor en el desierto del Sahara, luchando contra los bandidos. En un alarde de valor, se lanzó contra una banda de beduinos parapetada detrás de unas dudas, escupiendo toda clase de improperios. Su amplio abanico de exabruptos («¡Salvajes!, ¡Sapos!, ¡Vendedores de alfombras!, ¡Ganapanes!, ¡Ectoplasmas!, ¡Bachibazucs!») intimidó a sus enemigos, obligándoles a retroceder. Más tarde se dijo que el destacamento de la Legión Extranjera francesa acantonado en Afghar fue la verdadera causa de la retirada, pero ese hecho, si fuera cierto, no resta un ápice de gloria al gesto de Haddock, que algo después se batió contra Allan Thompson y su banda de traficantes de opio en los sótanos de Omar Ben Salaad, un importante capo mafioso del Marruecos francés.

Haddock volvió a ejercer de capitán de la marina mercante en el «Aurora», fletado para investigar un misterioso aerolito que aterrizó en el Ártico. Asumiría el mando otra vez durante la travesía del Sirius para buscar la isla cerca de la cual se hundió El Unicornio con el tesoro del galeón español saqueado por Rackham el Rojo. Poco antes de embarcar, apareció en su domicilio el ilustre inventor Silvestre Tornasol para ofrecerle el pequeño submarino con forma de tiburón que había fabricado con el propósito de explorar el fondo de los mares. Tornasol es uno de los grandes amigos de Haddock y Tintín. Su extraordinario ingenio y su nobleza de corazón conviven con una incurable sordera, fuente de  infinitos y cómicos malentendidos. Haddock a veces pierde los nervios con él y le llama «fenómeno» y «archipámpano». Solo los detectives Hernández y Fernández le exasperan aún más. Incompetentes e inoportunos, sus pesquisas, lejos de esclarecer los casos que investigan, enredan más las cosas, desembocando en fiascos monumentales. El viaje del Sirius se saldó con un fracaso. No encontraron el tesoro ni en la isla ni en los restos de El Unicornio. El botín se redujo a un fetiche de madera con la cara del Caballero Francisco de Hadoque y un centenar de botellas de ron de Jamaica con doscientos cincuenta años de solera. Gracias al ingenio de Tintín, Haddock pudo recuperar -pese a todo- el tesoro de Rackham el Rojo, que se hallaba en el sitio más inesperado: los sótanos de Moulinsart. Desde entonces, el capitán vive como un aristócrata, pero nunca se ha acostumbrado a montar a caballo y usar monóculo. Fiel a su pasado de lobo de mar, jamás se ha desprendido de su pipa ni renunciado al whisky Loch Lomond, almacenado en hileras en su bodega. Su leal mayordomo Néstor le ayuda con la etiqueta, puliendo sus rudos modales. Desgraciadamente, su carácter espontáneo y colérico no se adapta a las exigencias de la vida social.

Haddock viajó a Perú con Tintín para rescatar al profesor Tornasol, secuestrado por su participación en el hallazgo de la momia del Inca Rascar Capac, «el que desencadena el fuego del cielo». El traslado de sus restos a Europa desató la indignación de los descendientes de los incas. Solo la valiente intervención de Tintín y Haddock logrará frenar la maldición de Rascar Capac, que sumió en un misterioso sueño a los miembros de la expedición etnográfica Sanders-Hardmuth. Néstor contempló con desolación la precipitada partida del capitán, que olvidó su monóculo de recambio, descuidando una vez más su imagen. Tintín, Haddock y Milú, el fox-terrier del joven periodista, cruzaron los Andes y atravesaron la selva, sorteando toda clase de peligros: estrechos desfiladeros, avalanchas de nieve, cataratas, animales salvajes. La expedición finalizó con éxito. Silvestre Tornasol fue rescatado y se recuperó una pequeña parte del tesoro de los incas, infructuosamente buscado por los conquistadores españoles. El capitán siempre conservó un afectuoso recuerdo de las llamas. Aún se estudia la prodigiosa expedición, que permitió profundizar en los secretos de la civilización inca y abrir nuevos caminos en una región con una geografía hostil al ser humano. La momia de Rascar Capac nunca se llegó a recuperar. Su desaparición representó una grave pérdida para la historia de la arqueología.

Haddock fue uno de los primeros hombres que pisó la Luna. Acompañado por Tintín, Tornasol, Milú, Hernández y Fernández y el ingeniero Frank Wolff superó la fuerza de la gravedad con un cohete sorprendentemente parecido al V-2, el misil balístico fabricado por los científicos nazis en 1943. Se ha especulado mucho sobre la relación entre Tintín y Léon Degrelle, periodista, fundador del partido rexista y oficial de las Waffen SS que acabó sus días en España. Ahora sabemos que Tintín y Degrelle nunca fueron amigos. Solo coincidieron como periodistas en periódicos belgas de orientación católica. Tintín jamás compartió su ideología y Haddock manifestó en varias ocasiones que merecía ser pasado por la quilla o colgado del palo mayor. La semejanza del cohete diseñado por Tornasol con el V2 es puramente casual. El viaje a la Luna fue muy accidentado: Hernández y Fernández apagaron por error el motor nuclear, interrumpiendo la gravedad artificial; Haddock se emborrachó con el whisky que había introducido clandestinamente en la nave y salió al espacio exterior, quedando atrapado en la órbita de gravitación del asteroide Adonis. Finalmente, el cohete aterrizó en el cráter Hiparco y Tintín dio un paso de gigante en la historia de la humanidad, convirtiéndose en el primer hombre que pisó la Luna. Tres días más tarde, Haddock, Wolff, Milú y Hernández y Fernández repitieron la proeza. Se realizaron distintas mediciones y se recogieron muestras para su posterior estudio. Con un vehículo oruga, se recorrió la abrupta superficie lunar. Tintín, Haddock y Milú bajaron a una cueva de estalactitas situada cerca del cráter Ptolomeo. El regreso fue especialmente peligroso, pues el coronel Jorgen Boris de la República Popular de Borduria, que había viajado como polizón con la complicidad del ingeniero Wolff, intentó apoderarse de la nave. Wolff lo impidió y, avergonzado por su traición, abandonó el cohete para que el resto de la tripulación no se quedara sin oxígeno. Se ha comparado su gesto con el de Lawrence Oates, oficial británico y miembro de la expedición organizada por Robert Scott para alcanzar el Polo Sur. Oates, gravemente enfermo, eligió morir congelado para mejorar las oportunidades de sobrevivir de sus compañeros, que luchaban desesperadamente contra la ventisca y el hambre. Antes de abandonar la tienda, comentó con flema: «Voy a salir fuera y puede que tarde un tiempo». Wolff también dejó una nota: «Quizás un milagro me salvará. Perdónenme el daño que les he ocasionado». El gesto de Oates fue inútil, pues sus compañeros perdieron la vida. En cambio, el de Wolff salvó a la tripulación del primer cohete espacial de la historia. Haddock no pudo reprimir las lágrimas al leer las palabras del ingeniero.

Haddock participó en la Guerra Fría, luchando al otro lado del telón de acero contra la tiranía de Plesszy-Gladz. Se enfrentó con los traficantes de esclavos en Oriente Medio. Viajó al Tíbet para rescatar a Tchang, querido amigo de Tintín y único superviviente de un accidente de aviación. Durante la expedición, el capitán resbaló mientras escalaba una pared de roca y se quedó colgado de una cuerda atada a la cintura de Tintín. Ante la imposibilidad de alcanzar una cornisa y temiendo arrastrar a su amigo en la caída, decidió cortar la cuerda. Solo la intervención milagrosa del sherpa Tharkey evitó una tragedia. Haddock también demostró su coraje, plantando cara al Yeti con un piolet en la mano. Al parecer, el contacto con el Gran Lama del monasterio de Khor-Biyong, que les cobijó cuando estuvieron a punto de morir de frío y agotamiento, despertó en el capitán cierto interés por el budismo. En el otro hemisferio, Haddock, amante de la libertad y la democracia, contribuyó al hundimiento de la dictadura del general Tapioca. Desgraciadamente, el general Alcázar, que asumió la jefatura del Estado, mantuvo las políticas autoritarias y corruptas que soporta San Theodoros desde hace décadas. Las peripecias del capitán Haddock incluyen un fugaz contacto con una civilización extraterrestre. Tras sufrir un secuestro organizado por Rastapopoulos -poderoso traficante internacional de drogas, armas y esclavos- para apropiarse de las cuentas suizas del millonario Laszlo Carreidas, una nave de otro planeta rescató a Haddock y sus acompañantes de una violenta erupción volcánica. Todo el incidente está envuelto en una nube de misterio.

La prensa del corazón ha hecho correr rumores sobre un posible idilio entre Bianca Castafiore y Archibaldo Haddock, pero solo disponemos de algunas fotografías que revelan una buena amistad. Haddock es un gran admirador del bel canto, aunque algunos insinúen lo contrario. Actualmente, el capitán reside en Moulinsart y ha manifestado un ardiente deseo de llevar una vida tranquila. Está harto de aventuras. Sigue sufriendo las llamadas de varios vecinos que confunden su número de teléfono con el de la carnicería Sanzot y ha ordenado al leal Néstor que ahuyente a tiros al vendedor de seguros Serafín Latón, especialmente si aparece con su extensa y ruidosa familia. Heredero de una estricta tradición de coraje, rectitud y generosidad, ha permitido en varias ocasiones que los gitanos acampen en su propiedad. Al igual que Tintín, piensa que los pueblos se conocen mal y que por ese motivo se enzarzan en conflictos que podrían resolverse con una serena conversación. Hace poco, la Academia Francesa propuso el ingreso de Haddock en la institución por su gran aportación al idioma.

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Ficha técnica

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