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JAMES ELLROY. MIS RINCONES OSCUROS

Mis rincones oscuros, de James Ellroy, ha sido publicado por Ediciones B.

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De un tiempo a esta parte no precisamos del acicate de la recomendación francesa para que los productos culturales que nos vienen de los EEUU nos deslumbren, aunque recuerdo haber leído en Le Monde una reseña sobre la novela de James Ellroy, América (en el original American Tabloid ), que incluía un sorprendente comentario sobre el caos y la realidad fractal y que acababa considerando a su autor poco menos que el mesías de una nueva literatura, la del desorden.

Cierto que James Ellroy es un especimen sorprendente, posiblemente lo más sorprendente que ha dado el mercado o la industria de la novela últimamente. Tras su éxito de ventas inicial, alguien lo bautizó como el Balzac de la novela negra, lo que a él pareció pronto insuficiente, pues aspiraba a ser el mejor novelista americano, géneros aparte. Su escritura es también peculiar: sencilla, aligerada y tan desnuda que no se parece a nada, tal vez a un guión de cine, un mero relato de hechos casi por completo carente de metáforas o comparaciones, lo que demuestra que la realidad se deja aprehender más fácilmente de lo previsto, acaso porque, como decía Julio Caro, las palabras no son otra cosa que las sombras de los hechos.

Esa manera de escribir se ve además potenciada por la naturaleza real de los personajes que protagonizan en buena medida sus novelas, al menos la trilogía América; por ejemplo, los Kennedy, el sindicalista Jimmy Hoffa, el director del FBI Edgar Hoover, etc. Personajes tan conocidos y que desempeñaron un papel público de tanta notoriedad e importancia en su tiempo no necesitan de presentación ni de descripciones, físicas o de carácter, el lector los conoce de sobra, bien imbuido de su imagen y de lo que representaron; de ahí que el interés por ellos sea previo a lo literario, y no sea siquiera literario, sino, sobre todo, político, sociológico o incluso morboso. ¿Cómo es posible decir, por ejemplo, que Joe Kennedy, el padre del presidente asesinado, financiaba a la Mafia sin que, de no ser cierto, el autor del libro sea acusado de un delito de calumnias? ¿O que John Edgar Hoover, desde la dirección del FBI, encargaba asesinatos? Y es ahí, a mi juicio, donde radica su principal interés, puesto que, por lo demás, buena parte de las páginas de Ellroy me han llegado a recordar aquellas novelas de kiosco de la colección FBI que leíamos los niños de postguerra, aunque, los que allí eran buenos –Fidelidad, Bravura, Integridad, se decía– aquí son unos malos terribles, prácticamente genocidas, pues el tal Pete, el protagonista de América y colaborador de la CIA, confiesa haber asesinado él solo a más de trescientas personas.

Mis rincones oscuros, la última publicación de Ellroy, no es, sin embargo, una novela, aunque está hecha de similares materiales. Hay en ella un crimen central, el asesinato de la madre del autor cuando éste era un niño de diez años; un enigma, el de la identidad de su asesino, y un escenario, la ciudad de Los Ángeles, con esa sobrecarga mítica que siempre tiene para cualquier lector, por lo abundantemente cinematografiada y novelada como capital del crimen.

El libro se ordena en cuatro partes pretendiendo ser cada una de ellas un círculo de aproximación en espiral no tanto al meollo del crimen como a la persona que fue la madre del autor, por eso la última lleva su nombre de soltera, «Geneva Hilliker».

El asunto queda planteado y de manera muy prometedora en la primera parte, «La pelirroja», que tiene todas las características de la prosa de Ellroy, funcional, práctica, directa. Pero, luego, las partes que siguen, «El niño de la foto» o «Stoner», no hacen sino ir defraudando tales expectativas, como si la no ficción, por decirlo con expresión anglosajona, o sea los materiales no imaginarios, tuviera dificultad para circular con el ritmo y la fluidez de la ficción, produciéndose morosidades excesivas, redundancias y hasta atascos; de modo que, la tercera parte, la que lleva el nombre del detective jubilado Stoner, no parece sino un relleno de casos de crímenes más o menos similares con la única finalidad aparente de justificar mayores derechos de autor que sufraguen los emolumentos pagados por el autor al ex policía. Y cuando en la última, el autor intenta alzarse hasta una cierta sublimación, para llegar al ser que fue su madre, el vuelo sigue siendo raso y hasta un poco falso.

Mis rincones oscuros no es, pues, muy distinta de las novelas de Ellroy, aunque en esta ocasión el personaje principal sea él mismo, de un modo doble, según el decir académico: Ellroy es, ahí es nada, el narrador explícito y el narrador implícito, un narrador, por cierto, con dosis de recato bastante desigualmente repartidas. La madre y su vello púbico salen a la palestra con inusitada facilidad, puesto que, según se deduce, la profesional de enfermería excelente y madre buena, de lunes a viernes, quería el fin de semana entretener a toda costa su vagina. Pero esa crudeza no se corresponde con la mayor cautela que emplea el autor implícito y explícito para mostrar sus propias miserias mientras sobrevivía a duras penas en la ciudad de Los Ángeles, a pesar de que nos confiese algunas pequeñas chorizadas y, lo que es más revelador, sus devaneos nazis.

¿Qué decir de esto último? Seguro que James Ellroy ya no es racista. Pero acaso tiene la virtud de absorber con demasiada intensidad en su escritura esa educación sentimental media del ciudadano norteamericano cuyo mayor lubrificante estaba hecho de racismo. No, en Ellroy el racismo no es siquiera parte del asunto, pero es un prejuicio medioambiental de mucho peso que, compartido o no por el propio autor, forma parte del clima de sus historias, un racismo por otra parte tan científicamente peculiar que a los hispanohablantes se les clasifica, como es bien sabido, bajo el epígrafe de hispanos, una raza de nuevo cuño, que no es caucásica, ni negra, ni india. Todo ello, en fin, un poquito atufante.

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Ficha técnica

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