Rafael Rodríguez Tapia
Casi todos están de acuerdo, a un lado y a otro, en que el acíbar umbraliano es abundante y fecundo; cada secta, sin embargo, le achaca siempre que lo vierte más hacia ella misma que hacia las otras. También se le reprocha ser «demasiado visual», o adicto en exceso a los oropeles de la actualidad. Todo ello puede ser cierto, quizá, pero no es óbice para que, sea cual sea el origen de su escritura, o la trama sobre la que urde, el resultado sea el de la maestría. Puede ser que corresponda lo espurio de estas fuentes con el origen, en ocasiones igualmente falto de ejecutoria literaria, de los castellanos que incorpora. Umbral conoce perfectamente la gradación y la
¿Puede creer alguien que el título de abogado garantiza la honradez, la cultura, la moralidad o la filantropía de su propietario? Quizá sí, cuando el autor de esta obra se muestra tan escandalizado; o tan interesado en que los lectores comprendan lo escandaloso de las informaciones que proporciona: las que ha extraído del rincón más oscuro del Registro Mercantil o del estante más oculto de los archivos judiciales. Muy pronto el lector se verá abrumado por interminables relaciones de vocalías de consejos de administración y por las, al parecer, extraordinariamente ilegítimas maniobras a las que se han entregado sus miembros para comprar o vender empresas, para ejercer presión interesada sobre la Administración o, incluso, para otorgar la contrata de limpieza
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