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Vuelta de Arturo Barea

Palabras recobradas

ARTURO BAREA

Debate, Madrid, 768 págs.

Edición de Nigel Towson

La forja de un rebelde

ARTURO BAREA

Debate, Madrid, 888 págs.

Edición de Nigel Townson

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El caso de Arturo Barea (1897-1957) es singular dentro de la narrativa del exilio. A diferencia de otros autores en sus mismas o parecidas circunstancias, Barea llegó a alcanzar el éxito con La forja de un rebelde, trilogía que, aparecida inicialmente en inglés, fue traducida al holandés, checo, polaco, finlandés, sueco, noruego, italiano y francés, no apareciendo la versión española (en Argentina) hasta 1951. La obra mereció los elogios de John Dos Passos, George Orwell, Stephen Spender, Cyril Connoly, Gerald Brenan y otros. Hemos de señalar que todos estos escritores de lengua inglesa eran conocidos de Barea, el cual, al estallar la guerra civil de 1936, ingresó en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera del Ministerio de Estado, quedando posteriormente, al trasladarse el gobierno republicano a Valencia, como jefe de la censura de prensa, con sede en el edificio de la Telefónica de la Gran Vía, de Madrid. De su buena relación con numerosos intelectuales extranjeros, especialmente ingleses, que estuvieron en España, se deduce que debió ser un censor tolerante.

Barea nació en un hogar muy humilde. Las circunstancias biográficas tienen una gran importancia en su obra, de carácter autobiográfico en buena parte. Naturalmente, era autodidacta. Por sus orígenes y por la dureza de su iniciación en la vida, tendía a ser hombre de izquierda; pero como escribe Edward Malefakis a propósito de Indalecio Prieto, sus aspiraciones tenían mucho de las del burgués. El propio Barea reconoce que su individualismo encajaba mal en el socialismo, y, de hecho, nunca fue un socialista típico. De niño aspiraba a ser ingeniero, ilusión que se frustra con la muerte de su tío José. Con trece años empieza a trabajar en una bisutería de la calle del Carmen y poco después en el Banco Crédit Lyonnais, donde ingresa como mensajero sin sueldo, ascendiendo pronto a la categoría de oficinista. Posteriormente trabaja en una oficina de patentes y como agente de un vendedor alemán de diamantes. Antes de cumplidos los veinte años ya era dueño de una fábrica de juguetes. De haber nacido en los Estados Unidos es posible que hubiera llegado a presidente.

Bien es verdad que la fábrica quiebra pronto y que, como las desgracias no vienen solas, en 1920 fue llamado a filas y enviado a la guerra de Marruecos. Pero en el ejército dio nuevas pruebas de su espíritu emprendedor (y poco socialista, en consecuencia). También es cierto que fue un soldado competente y valeroso, que participó en un total de ochenta y una operaciones y que recibió dos condecoraciones, licenciándose en 1924 como oficial de reserva. Pese a todas estas peripecias, que parecen indicar un carácter enérgico, Barea sufría alteraciones nerviosas y, en el fondo, era un romántico que aspiraba a ser escritor e incluso a trabajar en un circo.

Todas estas experiencias, más las posteriores de la guerra civil, son recogidas en La forja de un rebelde, trilogía que se publica en Inglaterra entre 1941 y 1946. Antes había publicado el volumen de cuentos sobre la guerra civil Valor y miedo: probablemente el último libro salido de una imprenta en la Barcelona republicana, por lo que es explicable que no se haya distribuido y que apenas queden ejemplares de él. La forja de un rebelde contiene tres novelas en las que se relatan tres momentos distintos y cruciales de su biografía: La forja (1941) es la novela de sus azarosos comienzos, una «historia de formación», podríamos decir; La ruta (1943) se desarrolla durante la guerra de Marruecos, y, finalmente, La llama (1946) es su visión pesimista de la guerra civil perdida. Pesimista, pero no desesperada, como puede serlo en final de El aplazamiento, de Jean-Paul Sartre. Al final de La llama, después de mantener una conversación bastante retórica, el narrador marcha a Inglaterra, para iniciar una nueva vida: «Detrás de nosotros, la costa de Dieppe se fundía en la bruma del mar».

La forja de un rebelde, publicada primero en Losada (1951) y luego, en España, por Turner (1977), era un libro legendario durante el «régimen anterior», que se pasaba de mano en mano, con alguna precaución y muchos elogios. Por eso sorprende que, al publicarse en España, no haya tenido tanto éxito. La relativa indiferencia con que fue acogida la edición de 1977 acaso obedezca a la prematura muerte de Barea, el cual no tuvo la oportunidad de regresar a España a autopromocionarse y a recibir los grandes premios literarios, como hicieron Sender, Francisco Ayala, Rosa Chacel y tantos otros. Sin premios, Barea quedó en nada. Ahora corresponde a las nuevas generaciones descubrir que Barea era un escritor bastante mejor que muchos otros que pasearon el exilio como mérito literario.

Se suele considerar a La forja como la mejor novela de la trilogía. Su Madrid y alrededores –Brunete, Navalcarnero…– es el de Galdós (Nazarín) y el de Baroja. La dureza de la vida contemplada por los ojos de un niño es el punto de vista del Lazarillo. Azorín apostaba a que Lázaro de Tormes llegaría a ser persona de provecho. Arturo Barea demostró, con su ejemplo, que tal cosa era posible. La ruta se sitúa en la guerra de Marruecos, refiriendo entre otros episodios la caída de la comandancia de Melilla. Es el mundo de Imán de Ramón Sender, y de El blocao, de José Díaz Fernández, con la particularidad de que Barea estuvo más en el foco del huracán y pudo obtener mejor impresión de conjunto. La llama, en fin, reconstruye los meses del Frente Popular, la guerra, la derrota y el exilio. Aunque desde bandos distintos, a Barea le tocó padecer dos derrotas, la de Marruecos y la de la Segunda República o lo que fuera aquello que terminó siendo vencido en 1939. En La llama cobran protagonismo las Brigadas Internacionales, y Barea, en sus descripciones del Madrid sitiado, se aproxima más a Hemingway de lo que lo haya hecho cualquier escritor español que tratara el tema de la guerra de 1936-39.

Debate Editorial nos ofrece dos vastos volúmenes, ambos prologados y editados por Nigel Townson, que resumen, a falta de sus cuentos completos, a Arturo Barea como escritor: La forja de un rebelde y Palabras recobradas. Textos inéditos. No sé hasta qué punto se podrá calificar a estas «palabras recobradas» como «textos inéditos», si no es precisando que la mayoría son inéditos en español. La obra recoge 61 de las 856 charlas que Barea escribió para la sección de América Latina de la BBC, y aproximadamente la mitad del libro Struggle for the Spanish Soul, jamás reeditado ni publicado en español, y se divide en cuatro secciones: crítica literaria (que contiene los ensayos que Ilsa Barea intentó publicar, sin éxito, en el volumen Imaginación y realidad); charlas emitidas por la BBC; reflexiones políticas e históricas (a las que se añaden los artículos publicados en La Nación de Buenos Aires) y cartas personales y sobre literatura (más algunas cartas de Dos Passos, Connoly, Brenan y Sender). El conjunto es sugestivo. Los dos trabajos sobre Franco son agudos y esclarecedores. Otras veces escribe sobre la vida en las poblaciones de la campiña inglesa, sobre la celebración del Guy Fawkes, etc., o argumenta contra Por quién doblan las campanas de Hemingway. Nigel Townson señala que su obra crítica no fue tomada en serio a causa de su condición de autodidacta. No creo que se deba a esto. Como crítico, Barea es sensato, lúcido y se desenvuelve bien. Acaso su mayor defecto sea su prosa un tanto tosca, que si bien puede resultar incluso adecuada en el tipo de novela que cultivaba, se nota y rechina demasiado en el ensayo.

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Ficha técnica

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