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Recuerdos intelectuales

La inminencia (Diarios, 1980-1995)

ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA

FCE, Madrid, 1996

315 págs.

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Escrito a lo largo de quince años este Diario de reflexiones y vivencias, es una buena muestra del talante intelectual y poético de su autor. Poeta, crítico, estudioso de la literatura española de nuestro siglo de oro y de la poesía del siglo actual, pero ante todo un sensible y reflexivo lector de grandes textos de la literatura universal, Andrés Sánchez Robayna nos ofrece aquí sus pensamientos, salvados de los instantes fugaces, en estas páginas de apuntes ordenados por meses, como un rastro de sus meditaciones e impresiones de todos esos años. Reflexiones sobre lecturas, hechas en profundidad, impresiones hondas ante ciertas pinturas y músicas, y ante variados y numerosos paisajes, sobre todo de sus islas Canarias, pero también de algunos viajes. Breves apuntes sobre México, por ejemplo. Con muchas notas sobre música, pintura y colores de paisajes: mucho mar, luz, aire, y color, sol, árboles, playas, muros blancos, y rocas solitarias; sensaciones que la mirada guarda como queriendo salvarlas del momento efímero. También notas dolientes a veces, como cuando nos habla con sentido y hondo aprecio personal de algunos amigos escritores desaparecidos estos años, como el poeta catalán Foix, uno de los surrealistas más perdurables y luminosos de nuestra época, o de otros escritores más distantes, como Eliade o Cioran.

El texto combina varios enfoques, siendo más y menos que un diario, porque no es un reguero de confesiones íntimas, personales, ni al modo de Rousseau, ni al de la mayoría de autobiografías de urgencia hoy un tanto en boga, sino más bien un rasgueo rápido de ideas, recuerdos intelectuales, y puntos de base para una meditación. Y, sin embargo, está muy enlazado a la experiencia efímera y cotidiana de esos quince años, en los que ha ido surgiendo y aumentando día a día, como cuaderno de notas. No se registran aquí ni los hechos externos más destacados de una vida –nada de su curriculum académico, por ejemplo, ni de sus éxitos literarios de esos días–, ni tampoco sus conmociones emotivas más directas, como las que habría recogido una biografía o un texto romántico. Es un libro que ha ido creciendo entre las manos de su autor, como un cuaderno de apuntes, en primer lugar «para sí mismo» –como rezaba el título casual de las famosas notas personales del estoico emperador– y creo que con ese carácter de dirigirse en gran parte a sí mismo, a un yo futuro, y como deseo de salvaguardar del uso destructor del tiempo momentos, ideas y sensaciones en las que el escritor había atrapado de modo hiriente e irrepetible el pulso de la realidad que desafía nuestro ver, pensar y sentir. Esos destellos de una rara belleza pasajera, de una idea o de una intuición, una chispa lírica a veces, quedan registrados con pronta precisión para que sean así memorables, para poder compartirlos acaso luego con el lector.

En las notas de julio de 1982 escribe: «El diario arraiga el movimiento de escribir en el tiempo, en la humildad de lo cotidiano fechado y preservado por su fecha» (Blanchot, El espacio literario). Y también: «El diario no es esencialmente confesión, relato de sí mismo. Es un memorial».

Las notas de este cuaderno, «preservadas por su fecha», son, sí, un memorial. ¿De qué? De un paso, de un tránsito, en el vértigo del tiempo. Del enigma, no ya de un crecimiento, sino de una transitoriedad.

«No huye el tiempo, sino nosotros mismos. Estas notas quieren fijar, pasado el tiempo, el enigma del transcurrir. Cerrar, fechar el tiempo, anclarlo en nuestra huida interminable. Fechas-anclajes. Góngora (en versos sólo atribuidos):

Tú eres, tiempo, el que te quedas y yo soy el que me voy.»

La cita (pág. 47) es larga, pero significativa.

No es éste, pues, un memorial, de agravios, sino, al contrario, de flechazos de luz retenidos primero en la mirada y luego en estas palabras siempre claras. Están, en efecto, empapados de luz y aire estos apuntes, como los mismos paisajes que quieren reflejar en su esbozo rápido. Luz y color, como en esos cuadros de Klee de motivos tunecinos, que tanto le gustan al autor. Como esas playas canarias soleadas o los almendros florecidos de su jardín familiar (Cf. p. e., pág. 106 «Mediodía en el muelle…»). Esas formas de la luz y el aire destacan sobre la austeridad de las descripciones, y anuncian las alusiones a la mística y los claroscuros del misterio poético.

En cuanto al estilo, domina la frase breve, como era de esperar, pero muy bien perfilada, con claridad. A veces encontramos la brevedad del aforismo, con sus tonos poéticos personales: «Siesta del sol, donde el ser ya no es distinto del estar», dice uno de los más logrados (pág. 43). «El poema es una barca mística» (pág. 201).

Hay también aquí, en esas notas para sí mismo, muchas citas y alusiones a sus lecturas y a sus autores: Goethe, Hölderlin, Valéry, San Juan, T. Mann, Jünger, O. Paz, etc. A veces unidos a comentarios sarcásticos sobre noticias de actualidad, como la rehabilitación de Bloch en la DDR (pág. 175). En todo caso son siempre notas que indican la reflexión crítica personal, e invitan al lector ahora a acompañarle en ese paseo por ese tiempo recobrado. Con sus temas y sus enigmas, luchando contra la fugacidad del instante y la sordina del olvido. Con aguzada sensibilidad, y denso, sobrio estilo, a la vez que con un muy frecuente sesgo intelectual.

No es raro que el poeta sea, en nuestro siglo, un crítico, un gran lector, y a la vez un testigo lúcido de la época. Algunos lo son y lo han sido. Quizás más en otros países que entre nosotros, pero también en España encontraríamos ejemplos. En esa línea está este libro de apuntes –en forma de diario–, de tono menos lírico que el de J.R.J., pero mucho más poético que la mayoría de los que ahora aparecen. No responde a ninguna moda, sino al deseo personal de apresar lo irrepetible y efímero. Rescatar algo de esa materia sutil de la que estamos hechos, junto con unos paisajes y unas músicas, para sí mismo primero y luego para los demás, gran reto. De modo mucho más duradero que esas marcas raras de las gaviotas sobre la arena de la playa, advertidas en una línea, las letras guardan y cifran los pensamientos del escritor. Cumplida su tarea, aquí perdura para todos la impronta inquieta, poética, testimonial y sugestiva de sus trabajos y días, en claras páginas.

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