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¿Amigos para siempre?

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La invasión rusa de Ucrania está en su cuarta semana. A medida que la resistencia del país agredido aumentaba y Rusia se encontraba cada vez más aislada internacionalmente ha crecido el interés por establecer la posición de China en la crisis.

Hace poco más de un mes (4 febrero), Xi Jinping y Putin se reunieron en Pekín para la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos de invierno 2022. Entre sus diversas actividades tuvieron tiempo de firmar una declaración conjunta sobre «las relaciones internacionales en el umbral de una nueva era y el desarrollo internacional sostenible». Es un documento más extenso de lo acostumbrado: 5.364 palabras en su traducción oficial al inglés. Pero, oscurecido por el ciclón bélico desatado por la invasión rusa de Ucrania, el texto no ha sido objeto del análisis que merece.

No es habitual que la segunda economía mundial -tal vez primera, según la perspectiva que se adopte-y uno de los mayores actores geopolíticos expliquen de forma tan minuciosa su posición en política internacional. Tampoco que se sientan en la obligación de detallar sus numerosos puntos de acuerdo. Menos habitual aún es hacer una declaración tan ambiciosa sin razones de peso.

¿Por qué se han sentido Rusia y China en la obligación de sincerarse ante el mundo?

A los pocos días de que Rusia rompiera las hostilidades en Ucrania algunos medios americanos, basándose en fuentes de los servicios de inteligencia del país, informaban de que durante la visita del presidente ruso a Pekín algunos jerarcas chinos le pidieron que no invadiese Ucrania antes de la clausura de los juegos en 20 de febrero. El 21, Putin firmó los decretos de reconocimiento de la independencia de dos regiones separatistas ucranianas -las llamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk- y ordenó reforzar las tropas rusas allí presentes para desarrollar tareas de pacificación. Tres días más tarde, inició la invasión de Ucrania.

Desde entonces, China ha estado junto a Rusia y ha expresado su apoyo a la preocupación rusa por una eventual ampliación de la OTAN; ha rechazado calificar de invasión el ataque ruso a la soberanía de Ucrania y ha acusado a Estados Unidos de aumentar las tensiones en esa zona. Los medios chinos, todos ellos controlados por el PCC, han mostrado gran comprensión por los motivos de Rusia. La declaración conjunta incluía un párrafo para explicar que «la amistad entre ambos países no tiene límites; no incluye áreas “prohibidas” para su cooperación; y su refuerzo de la cooperación estratégica bilateral no está dirigida contra terceros países ni se ve afectada por el versátil entorno internacional o eventuales cambios circunstanciales en terceros países».

Esta precisión ha generado gran inquietud entre los aliados occidentales en la medida en que podría interpretarse como algo más que una mera declaración de intenciones: una alianza tácita para la cooperación militar bajo determinadas circunstancias. Es una preocupación lógica en la medida en que Xi Jinping ha manifestado en varias ocasiones «la pétrea determinación del pueblo chino, su firme voluntad y su indudable capacidad para defender la soberanía nacional y su integridad territorial. La tarea histórica de completar la reunificación de la madre patria tiene que cumplirse y definitivamente lo hará». Por su parte, en la declaración, Rusia reafirmaba su apoyo al principio de una sola China; confirmaba que Taiwán es parte inalienable de China; y se oponía a los intentos de independencia de la isla.

La declaración conjunta incluye otros elementos no menos preocupantes.

Empieza, tal que la Carmen de Bizet, con un crescendo brioso y charanguero. «Hoy, el mundo avanza hacia cambios capitales y la humanidad está entrando en una nueva era de rápido desarrollo y profunda transformación. Estamos asistiendo al impulso de procesos y fenómenos como la multipolaridad, la globalización económica, la creación de una sociedad de la información, la diversidad cultural, una trasformación de la arquitectura de la gobernación global y del orden mundial». Son desafíos para los que las recetas del pasado se han revelado obsoletas.

«Algunos actores que representan sólo a una minoría internacional continúan defendiendo estrategias unilaterales y el recurso a la fuerza como solución para los asuntos comunes. Interfieren en los asuntos internos de otros estados, vulneran sus derechos e intereses legítimos, estimulan las contradicciones, las diferencias y la confrontación, y entorpecen el desarrollo y el progreso de la humanidad». Por el contrario, la comunidad internacional muestra un creciente anhelo de liderazgo que asegure el desarrollo pacífico y gradual y una redistribución del poder mundial.

La respuesta a ese desequilibrio debe ser la democracia como un valor universal y el mejor medio para que los ciudadanos participen en el gobierno de sus países, optimicen el bienestar de la población e impongan el gobierno popular. A renglón seguido, empero, las partes cualifican esa afirmación e incluyen que «no hay una falsilla única para realizarla. Cada nación optará por las formas y los métodos de ejecución más convenientes para su caso según su sistema político y social, su pasado, sus tradiciones y sus características culturales específicas».  Democracia equivale así al derecho de cada nación para decidir soberanamente su contenido y no al conjunto de reglas institucionales (imperio de la ley, derechos fundamentales, separación de poderes, elecciones, partidos políticos, libertad de expresión y otras) que aseguran el gobierno de la mayoría. Mientras se respete su soberanía, para China y Rusia cualquier nación es libre de adoptarlas o no.   

Lógicamente, los dos países se proponen como un óptimo ejemplo. Uno y otro son grandes potencias mundiales, pero aseguran contar con un rico patrimonio cultural e histórico y antiguas tradiciones democráticas que la declaración, sin embargo, no precisa. Por el contrario, ambas naciones se limitan a afirmar que garantizan a sus pueblos diversos medios y formas de participación en la administración del estado y la vida pública de acuerdo con las leyes. En la arena internacional se adhieren a los principios morales representados por Naciones Unidas, pero se declaran favorables a unas relaciones internacionales de nuevo tipo y se reparten los papeles en su eventual creación. «La parte rusa toma nota de la importancia de la construcción de una “comunidad de destino común para la humanidad” propuesta por la parte china», al tiempo que ésta resalta los esfuerzos de la rusa para establecer un sistema justo y multipolar de relaciones internacionales.

Específicamente ambos países se oponen a una ampliación de la OTAN y la llaman a abandonar su visión ideologizada y propia de la Guerra Fría; a respetar la soberanía, la seguridad y los intereses de otros países y la diversidad de sus experiencias históricas; y a dotarse de una actitud de respeto hacia su desarrollo pacífico. Creerse con el derecho a imponer los propios designios democráticos a otros países no es más que una ilusión hegemónica, una seria amenaza para la paz mundial y una sacudida a la estabilidad del orden mundial.

Un académico definiría la declaración conjunta como un manifiesto revisionista. No hay que sorprenderse. La tradición marxista solía definir el revisionismo como una traición a sus dogmas fundantes; hoy la cultura de la cancelación lo ha dotado de un valor positivo. Aparecido entre antropólogos y otros “ólogos”, al revisionismo se le respeta hoy por su presunta capacidad desmitificadora de la cultura occidental y su supuesto desprecio hacia las demás. Esa es la coyuntura en la que se inserta la declaración. China y Rusia están decididas a mantener, si lo consideran necesario, un enfrentamiento con Occidente y lo harán con la ayuda intelectual de progresistas y wokes.

El interminable discurso programático de Xi ante el 19o congreso del PCC fue una celebración de esa especie de revisionismo. La nueva era que celebraba estaba marcada, ante todo, por el ascenso de China y por su presencia en el centro del escenario mundial; pero la estrategia de Xi no se quedaba en otra celebración de orgullo nacional. Por el contrario, el socialismo de rasgos chinos se exhibía también como un modelo innovador para el conjunto de las naciones en desarrollo, deseosas de modernizarse y, al tiempo, de preservar su soberanía. Desde 2018 Xi no ha hecho sino insistir en este segundo aspecto. China quiere ser el campeón de los parias de la Tierra.

Bajo Mao, el gobierno chino trató de exportar su modelo revolucionario a lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo, pero la operación se saldó con un estrepitoso fracaso. Bajo Deng, la meta quedó aplazada hasta nueva orden para dar paso al crecimiento vertiginoso de su economía. Bajo Xi, el partido promueve activamente un nuevo orden internacional que no sólo celebra sus éxitos como gran potencia; también insiste en que es, si no un modelo universal, sí el más eficaz para el progreso de los pueblos relegados al atraso. Los dirigentes chinos están convencidos de que su modelo económico y también político para la nueva era desbancará al occidental. Y van a contribuir activamente a que suceda.

Nada que objetar si la competencia con el modelo occidental se reduce al debate sobre las respectivas dimensiones de legitimidad democrática, pero conviene no engañarse sobre su esencia. Algunos optimistas mantienen que «una rivalidad estratégica guiada tanto por la ideología y los valores de los sistemas de gobernación doméstica como por una correcta percepción de la dinámica variable del poder sería […] diferente de la Guerra Fría en la medida en que se centraría en la definición de las reglas y las normas que deben gobernar un mundo integrado y profundamente interconectado en vez de otro dividido en campos enfrentados». No parece ser ésa, sin embargo, la actitud de los comunistas chinos hoy arropados por sus colegas imperialistas y paneslavistas en Moscú. La declaración conjunta es un símbolo de que unos y otros están convencidos de que las disputas ideológicas, económicas y políticas en el seno de los países democráticos son el signo de una irremisible decadencia que incluso podría acelerarse a voluntad.

Otra declaración reciente, la dedicada a la historia del PCC, ha vuelto a insistir en esa posición desafiante: «la dirección del partido está profundamente convencida de que, frente a las políticas de contención, presión, incidentes y actividades subversivas, hay que ejercitar la resistencia a sus falacias malvadas y no dejarse asustar por fantasmas. Hay que luchar hasta el fin contra las fuerzas que tratan de subvertir el liderazgo del PCC y el sistema socialista en nuestro país, así como frenar o incluso detener el avance del gran rejuvenecimiento de la nación china. Una retirada sólo contribuirá a escalar el acoso en las relaciones comerciales, y las concesiones en materia de seguridad sólo conducirán a situaciones aún más humillantes».

Aliada con una visión tan obstinada como gratuitamente pesimista de los conflictos sociales, políticos y culturales en las sociedades democráticas esa paranoia ha acabado por empujar a los dirigentes chinos a apoyar la invasión de Ucrania por las tropas rusas, pese a sus eventuales resultados perjudiciales para los intereses de su país. El proceso de toma de decisiones en el seno del PCC es profundamente opaco y resulta imposible saber cómo se llegó a ésta, pero a todas luces la convicción de Xi de que el mundo ha entrado en una nueva era de protagonismo chino ha resultado ser un marco estratégico adecuado para integrar la aventura imperialista de Putin.

Es fácil decir ahora que se acompañó de cálculos erróneos sobre su resultado, pero no era sólo en China donde se descontaba un éxito militar ruso tan fulminante como el de 2014. La imprevisible y decidida resistencia del pueblo ucraniano a rendirse ante la invasión ha hecho girar el viento en las cancillerías occidentales, finalmente más dispuestas a apoyarse en la firmeza de una opinión pública mayoritariamente contraria a esta guerra de agresión. Y -peor aún para las expectativas de que la invasión aceleraría la llegada de la nueva era que celebraba Xi- la incapacidad para alcanzar con rapidez sus objetivos de conquista ha desembocado en actos de terrorismo y numerosos crímenes de guerra por parte de las tropas rusas.

Zhongnanhai, sin embargo, parece haber doblado la apuesta inicial y seguir firmemente al lado de Putin.

¿Se mantendrá así?

Todas las hipótesis son posibles, aunque no igualmente probables.

1. La declaración conjunta y la presunta anuencia china a la invasión tras el encuentro con Putin a comienzos de febrero podrían haber contribuido a una astucia de Xi para experimentar en cabeza ajena las consecuencias de un eventual zarpazo a Taiwán. A Putin no le hacían falta muchos ánimos. Tenía los ojos llenos de estrellas desde hacía tiempo -Rusia y Ucrania son un mismo pueblo, decía- y, al cabo, todas sus anteriores fechorías habían resultado bien. Chechenia, Georgia, Siria, Ucrania en 2014 parecían la prueba del nueve de su talento imperial ¿Por qué habría de fallar ahora? Con la bravata de Xi y su aparente garantía de cubrirle las espaldas nuevos días de gloria aguardaban. Ahora Pekín tiene que mantenella y no enmendalla. Aun peregrina, esta primera hipótesis no es totalmente descabellada.

2. A finales de este año Xi afronta un momento decisivo en el 20o Congreso del PCC. Todo hace pensar que su apuesta por variar las normas del partido que limitan los mandatos del secretario general a dos quinquenios le permitirá seguir en su puesto por un tiempo aún sin decidir. En cualquier caso, lo fundamental es que la decisión sea unánime y entusiasta. Sin duda lo será, pero un inopinado vaivén en un asunto tan importante podría generar vientos de fronda difíciles de controlar. Hace pocos días, Hu Wei, autopresentado como vicepresidente de un centro público de investigación en Shanghái, publicaba un ensayo en una revista poco conocida en Estados Unidos (US-China Perception Monitor) donde señalaba que «en las actuales circunstancias internacionales, China tiene que actuar en defensa de sus intereses escogiendo el menor de dos males y desechando el fardo ruso tan pronto como pueda» . ¿Estará solo?

3. El apoyo de Pekín a Putin permite algunas vías de escape. China no ha votado en contra de una condena a la invasión de Ucrania. En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y en su Asamblea Extraordinaria se ha abstenido. Nada imposibilita una ulterior maniobra a la manera de Bertrand Duguesclin («ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor») por parte de sus representantes en esos organismos, especialmente si el ejército ruso sigue dando crecientes muestras de incapacidad para alcanzar sus objetivos. O éstos -nunca claramente definidos hasta el momento- podrían arrastrar un cambio de posición china si confluyen con el nerviosismo que parece estar creando en las filas del partido la creciente incertidumbre sobre el comportamiento de la economía y/o se recrudecen los efectos de la variante ómicron de Covid-19 a pesar de la política de cero contagios.

4. A los pocos días de la invasión comenzó a apuntarse una salida diferente y más airosa que un brusco cambio de posición: China podría convertirse en la mediadora de la crisis y ofrecer a Putin una rampa de escape. La salva inicial correspondió a Stephen Roach, un especialista en economía china que ha estado siempre cercano a las posiciones oficiales chinas. Pronto tomó el relevo Thomas Friedman, quién si no, y, más llamativo, días después NYT publicó un artículo de Wang Huiyao en el mismo sentido A Wang lo presentaba el diario como presidente de un banco de ideas con sede en Pekín y consejero del gobierno chino. Otras fuentes le acusan de haber pertenecido al departamento estatal del Frente Único y de ser un propagandista al servicio del partido. Sea como fuere, parece indudable que esta senda se tornará aún más transitada en los próximos días, por escandaloso que resulte este intento de blanquear la innegable complicidad de la China de Xi Jinping en la invasión de Ucrania y de hacernos olvidar su pretendida defensa anterior del respeto a la soberanía de cada país.

5. No habrá cambios. Es una hipótesis de alta probabilidad. Xi comprometió su palabra y Xi es el corazón de un partido que, a su vez, mantiene una estructura política totalitaria y reacia a los cambios. Hasta Paul Krugman parece haberse dado cuenta. Tal vez haya leído una reciente entrevista de Stephen Kotkin con David Remnick o el excelente artículo de Jude Blanchette en Foreign Affairs. Son dos textos importantes pero, para no alargar, me ceñiré al último.

El problema de China, como el de todos los regímenes dictatoriales, radica en esa estructura política piramidal donde Xi -un fogoso microgestor- adopta hasta las más nimias decisiones. Un fundamento comprometedor para los intereses de China si se añaden su ideología nacionalista, agravios históricos, ambiciones territoriales y la abrumadora corte de palmeros que le rodea. Recuérdese que el número de centros chinos dedicados al estudio del Pensamiento XJ Etcétera se mide con magnitudes siderales, que todos los medios ensalzan cada una de sus ocurrencias, que todas las instancias del partido celebran sus órdenes y que la burocracia se adapta a su voluntad gracias a las purgas y a la promoción de sus sicofantas. Una situación que se agrava a medida que se alarga el control del poder por el dictador. 

«Ese sistema opaco de toma de decisiones hace difícil a los observadores externos interpretar las señales del líder; peor aún, dificulta la capacidad de anticiparlas e interpretarlas del resto de actores intrasistema. Y así, en asuntos como Taiwán y Ucrania todo el sistema político chino se paraliza hasta que llegan órdenes». Al tiempo que se estrecha su círculo íntimo, al dictador se le hace cada vez más difícil soportar voces críticas y mantiene rígidamente sus posturas. Cuando Washington habla colaborar con sus aliados y socios, Xi sólo oye ecos de la guerra fría y anticipa nuevos intentos de subyugar a China. «Pero no es sólo ese pesimismo lo que alienta la visión de Xi; también cuenta su arraigado nacionalismo cimentado por su confianza en el poder económico y militar del PCC y en su propia actitud de desprecio hacia la cohesión de Estados Unidos y las demás democracias. Aunque cabe argüir que Pekín ha magnificado su narrativa del declive de Estados Unidos por razones de propaganda doméstica, en sus actos Xi se muestra dispuesto a defender los intereses de Pekín así choquen con los recursos y la determinación de Estados Unidos y sus aliados».

***Corrección: En el blog del pasado 14 de marzo se incluyó por error la siguiente frase: «[Obama] También abandonó la defensa con misiles antibalísticos de países fronterizos con Rusia como Polonia o Eslovaquia». Donde dice Rusia, el texto debería haber dicho Ucrania.

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Ukrainians crowd under a destroyed bridge
APTOPIX Russia Ukraine War

Ficha técnica

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