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A la sombra de Don Quijote

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Una genealogía del humor en la cultura española tiene por fuerza que tomar como punto de partida la novela de Cervantes. Ya sé que algunos querrán ir más atrás y apelarán a determinados hitos de la literatura renacentista, y hasta del Medievo, y no discuto que puedan tener parte de razón. Pero mientras que esos antecedentes tienen un alcance limitado, el Quijote presenta una fuerza incontrovertible: eclipsa todo lo que hubo a su alrededor y, sobre todo, desde el lejano siglo XVII, gravita sobre la cultura española y se proyecta como una sombra de la que es imposible librarse. Bien es verdad que, por obra y gracia de los movimientos posteriores, tendemos a ver la obra cervantina en clave romántica o simbólica. En ese excelente ensayo que es La concepción romántica del «Quijote», el hispanista Anthony Close arremete sin ambages contra dicha interpretación. Su primer capítulo lleva por título «El Quijote como novela cómica», y ya desde el primer párrafo considera «cuestionable» lo que denomina idealización del héroe para atenuar «radicalmente el carácter cómico-satírico de la novela».

La verdad es que, para la crítica literaria, la historiografía y hasta me atrevería a decir el conjunto de la intelligentsia española, es extraordinariamente difícil –si no imposible? acercarse al Quijote con una mirada prístina. Desde hace siglos, y hasta nuestros días, no dejan de aparecer cada año decenas de ensayos, no sé si centenares incluso, diseccionando cada elemento, cada personaje o cada capítulo de la obra cervantina. Son estudios, análisis o interpretaciones que, inevitablemente, se edifican sobre la base de otros libros anteriores, constituyendo así un poso o sedimento que solemos denominar tradición cultural, hermenéutica o historiográfica. El peso de la exégesis simbólica es tan obvio y evidente que es inviable para un español ignorar el carácter de héroe nacional, para bien o para mal, de la criatura cervantina. Todo ello transido de un aire crepuscular o melancólico, otro de los tópicos insoslayables.

Probablemente, a día de hoy, buena parte de la culpa de esa persistencia la tenga no tanto la mirada romántica propiamente dicha cuanto el ensayismo de comienzos del siglo XX, es decir, los Unamuno, Maeztu, Azorín, Ortega, Azaña y tutti quanti que pergeñaron un caballero andante abocado al fracaso –símbolo por ello mismo del país en su conjunto?, pero al mismo tiempo modelo de dignidad, honor y valentía. En cualquier caso, la desproporción patente entre sus afanes elevados y sus menguados logros abocaba a esa melancolía que todos aquellos exégetas, en mayor o menor medida, establecieron como «marca de la casa». En un reciente ensayo, significativamente titulado La reinvención del «Quijote» y la forja de la Segunda República, su autor, Luis Arias Argüelles-Meres, considera que ese rasgo, la melancolía, es el denominador común de todos aquellos que se acercaron a Don Quijote en el primer tercio del siglo XX. Baste mencionar tan solo como botón de muestra estas palabras de Ramiro de Maeztu: «No comprendo que se pueda leer el Quijote sin saturarse de la melancolía que un hombre y un pueblo sienten al desengañarse de su ideal».

Es probable, como apunta Arias, que las cosas sucedieran al revés. Que los ensayistas e intelectuales del 98 en adelante no encontraran casualmente esa melancolía en la novela, como quien se topa con un filón de oro en un recodo del camino, sino que fuera exactamente al revés. La melancolía, languidez o indolencia que constituyen las notas distintivas de la mentalidad del momento forzaban a buscar un libro que reflejase esa necesidad anímica. Y lo encontraron, claro está. «El Quijote como manjar literario para ser degustado por melancólicos». De ahí a una proyección de más alto empeño: «Mal de España, dolor de España, cuyo principal antecedente está en Cervantes» (extraigo estas citas del mencionado ensayo de Arias, pp. 41, 46 y 48).

Aunque no voy a seguir por ese sendero, se comprenderá pronto por qué he transitado por esos vericuetos. De lo que yo quiero hablar ahora es de otro Don Quijote, pero el preámbulo me era imprescindible para que se entienda todo lo que sigue, desde la propia invocación al héroe cervantino –y su significado? hasta el contenido mismo que va a ocuparnos. En el seno del exilio español en Francia (concretamente en la ciudad de Rodez), apareció en junio de 1946 una publicación periódica con el nombre del caballero de la Mancha. Su subtítulo es todavía más expresivo y enlaza directamente con las consideraciones anteriores: «Publicación de humor y de combate».

¿Quiénes la hicieron, es decir, quiénes escribían en sus páginas, la financiaban o la editaron? Con nombres y apellidos no podemos contestar, pues sus redactores firman del modo que ya habrán adivinado. Sí, en efecto, el director es Don Quijote, Sancho Panza, el redactor-jefe, y así por el estilo. Desde el punto de vista ideológico o político, como tampoco es difícil de predecir: se trataba de un periódico ferozmente antifranquista, similar en sus planteamientos y en su crítica virulenta a tantos otros del exilio republicano. En su seno parece que se dirimían a su vez los conflictos internos que sacudían a los grupos y partidos republicanos, pero no es este un aspecto que me interese destacar aquí.

Ya es hora de que les diga que puedo hablar de esta publicación o, para ser completamente sincero, que reconozca que he tenido conocimiento de la misma, gracias a un libro verdaderamente excepcional editado por la Diputación de Badajoz en cuidada edición a cargo de Eutimio Martín, que firma un extenso estudio preliminar (por cierto, un poco pasado de rosca en el tono militante, pero tampoco este es asunto que nos competa aquí). El título del libro es el mismo que el del órgano de prensa: Don Quijote. Publicación de humor y de combate. Fíjense en esos dos conceptos, humor y combate, que, al presentarse bajo la advocación del Caballero de la Triste Figura, parecen adquirir el carácter de indisociables. Don Quijote representaría aquí el icono de la lucha contra la injusticia. Como hemos visto en esta sección en otras ocasiones, se trata del humor, la sátira o la caricatura como armas de combate. Es decir, por decirlo en los términos del célebre ensayo de John Dos Passos, Rocinante vuelve al camino. O, más claramente, como en el título de aquella película española de los años setenta, Don Quijote cabalga de nuevo. Para librar batalla contra los nuevos enemigos, más temibles en ese momento que en el ayer de su creador.

Pero lo que distingue en especial la edición a la que me refiero, lo que le presta su carácter peculiar, es que contiene en edición facsímil todos los números de aquella publicación. En realidad, no fueron muchos, tan solo nueve, distribuidos entre junio de 1946 y marzo de 1947. No parece que fuera por falta de acogida, pues la tirada pasó de cinco mil ejemplares a ocho mil en sólo cuatro meses. Como en tantos otros casos, Don Quijote desapareció de modo súbito, sin explicaciones. Víctima, muy probablemente, de las disensiones que cuarteaban a las personas, los grupos y los partidos que conformaban el exilio. Pero, como ya adelanté antes, no es esta la vertiente en la que me quiero detener, sino en la del contenido propiamente dicho de la publicación: cómo era el humor de Don Quijote. Con sus limitaciones, sus obsesiones y, ¿por qué no decirlo?, su humor elemental, a menudo hosco y bastante desesperanzado, Don Quijote refleja un momento dado de la vida política española.

Vaya por delante, para quien no esté familiarizado con las publicaciones de la época y de aquellas circunstancias, que el periódico en cuestión apenas guarda parecido formal con lo que hoy entendemos por tal. Son literalmente cuatro hojas impresas de modo artesanal que contienen un apretado batiburrillo de artículos, noticias, ilustraciones y caricaturas. En la portada, las dos primeras columnas contienen un «A modo de presentación» que en los números siguientes se transformará en un «Coloquio entre amo y escudero». Las primeras palabras que se ponen en boca de Don Quijote muestran el camino predecible por el que quiere transitar la publicación: «Digote Sancho que preciso será ponerme la celada, embrazar la adarga y armado de mi fiel lanza, salir a los caminos de la política española para limpiarlos de malandrines, enanos y hechiceros». A lo que Sancho contesta de un modo también harto previsible: «Tiene razón que le sobra vuesa merced, y aunque “al buen callar llaman Sancho”, diréle mi amo que nunca mejor empleado su vigor que en esta cuarta salida por el bien de la República». En su siguiente intervención, Don Quijote ya alude directamente a «la más descomunal batalla que los siglos han conocido contra las mesnadas falangistas y su encantador “el enano del palacio”».

En la página segunda hallamos una pequeña sección que lleva por título «Cosas de Franquilandia». Firmada por Rocinante, comenta diversas visitas del jefe del Estado español en tono sarcástico. En esa misma página, y en las dos que siguen, encontramos también algunos chistes, viñetas, noticias internacionales y, en fin, artículos del más variado tenor, siempre en clave chusca. Algunas muestras: «Anticomunismo. Madrid. A tantos de tantos. El Ministro de la Gobernación enterado de que en innumerables bares de la capital se hacía un consumo excesivo de ensaladillas rusas, y considerando este escandaloso hecho como una provocación hacia los sentimientos anticomunistas del Ilustrísimo Codillo que rige los destinos de España, ha ordenado el cierre de varios establecimientos y la prohibición absoluta de la fabricación y venta de tan peligroso guiso moscovita». «Turistas anglosajones. ¿Quién dice que se pasa hambre en España cuando por 20.000 pts. al mes puedes vivir en el mejor hotel comiendo pollo y jamón a diario?» «El rincón de los cuentistas. Dos amigos se encuentran. Uno lleva la cabeza vendada. El siguiente diálogo se entabla: ? ¿Qué tienes en la cabeza? – Unas contusiones. ? ¿Te has caído? – Sí y no. Estuve el otro día en una reunión de la UGT y al intentar hablar recibí una mano de “gofetás” que casi “palmo”. ? ¿Insultaste a alguien? – No, me levanté y dije solamente: Compañeros, voy a ser muy claro; que nadie se extrañe porque yo soy “franco”… Cuando me di cuenta estaba en la farmacia poniéndome compresas».

En el segundo número, en la ya mencionada sección de «Coloquio entre amo y escudero», «Don Quijote» se hace eco de la repercusión que ha tenido el nacimiento de la publicación. «Paréceme Sancho que nuestra inesperada salida ha causado cierto revuelo». A lo que Sancho replica: «Así es mi amo a juzgar por las misivas recibidas». En la página tercera hallamos un artículo íntegramente escrito en catalán, «A cops d’escombra». En «Nuestras grandes exclusivas», podemos leer el siguiente titular: «Al grito de ¡guau!, ¡guau!, Hitler recibió en 1940 a Franco en Hendaya». En «Diccionario idiota», se hacen definiciones a modo de greguerías. «Galopar: un par de franceses». «Humorista: fumador empedernido». «Incurable: el enemigo de los curas». «Lucía: lámpara eléctrica fundida». «Laredo: población musical».

En el siguiente número, el tercero, una caricatura presenta «La visita a Asturias del “Codillo”» con este pie: «Los mineros asturianos, que aparecen en la foto-lápiz vestidos de guardias civiles, generales, curas y directores de Banca, acompañaron al “criminalísimo” en su visita a Mieres». En el cuarto podemos ver unas coplillas sobre una caricatura de Franco: «Un desgraciado destino / le ha llevado al poder lleno de sangre / y a juzgar por su instinto de asesino / no ha podido nacer de alguna madre. / Él dice que ha nacido en El Ferrol / pero es una leyenda sin disputa, / un monstruo como él no es español, / todo lo más será un hijo de…» En la misma página, bajo el titular «Franco y Mohamet» [sic], se sugiere que el Codillo mantiene relaciones homosexuales con un supuesto embajador moro. En el «Coloquio entre amo y escudero» del quinto número, la indignación de Don Quijote es tal que no deja resquicio al humor: «Si alguien falta entre los ahorcados de Núremberg son Franco y los que con él son responsables de crímenes que en nada tienen que envidiar a los cometidos bajo la inspiración de Goering e [sic] Hitler».

Los números restantes aportan pocas novedades a lo que ha ido señalándose. Las secciones son las mismas o parecidas, la estructura general se mantiene, sigue predominando la sátira política por encima de otro tipo de humor y, en definitiva, la impresión que produce al lector no pasa, por decirlo en términos benevolentes, de una tibia simpatía por un patente «quiero y no puedo». Don Quijote, para ser sinceros, no es ni agudo ni ocurrente ni original. Su humor –cuando lo hay, pues no siempre lo hay? es ramplón, previsible, bastante romo. Visto desde nuestros días, presenta una mezcla de ingenuidad y torpeza que hace fatigosa su lectura. Confieso sin ambages y con toda claridad que me he hecho eco de la publicación no por sus méritos propios, sino por constituir una rara avis, un curioso retrato de época y una notable muestra de un humor (fallido) de resistencia y combate.

Me imagino a los redactores de Don Quijote esforzándose por adoptar un tono humorístico en un ambiente y en un momento histórico que no invitaban precisamente a la esperanza, y mucho menos a algo que se pareciese al optimismo o la alegría. El ambiente del exilio, desgarrado entre las feroces pugnas entre partidos, grupos, sindicatos y facciones, no era un jardín de rosas, a menos que pongamos el énfasis en que todo estaba lleno de espinas. En las páginas de Don Quijote se manifiesta esa sucia guerra interna, como si la Guerra Civil estuviera tan interiorizada en el corazón de los españoles que ni siquiera los perdedores de la misma pudieran dejar de reproducir entre ellos mismos los impulsos más cainitas. El momento histórico no era tampoco nada favorable: el fin de la guerra no comportaba, como habían esperado y predicho, la caída de Franco. Se alejaba la posibilidad de restaurar la República y volver a España. En fin, como suele decirse, no estaba el horno para bollos. Es curioso: al mencionar al principio de este artículo el personaje cervantino, lo vinculamos a la perspectiva melancólica. Hemos querido hablar luego de humor, y ya ven. Me temo que no hemos logrado salir, como diría Jon Juaristi, del bucle melancólico.

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Ficha técnica

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