Buscar

777.000

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Imaginemos que la mente humana, todo eso que llamamos «personalidad», «yo», «conciencia», «identidad», «inteligencia», etc. , es una especie de espacio dividido en compartimentos. Imaginemos un gran edificio, o un gran armario, o una habitación llena de cajas de distintos tamaños. Imaginemos que en cada uno de esos compartimentos hay un pensamiento. En uno está, por ejemplo, mi nombre. En otro está el recuerdo de que tengo que tomarme una pastilla antes de acostarme. En otro está lo mucho que me gustan los cuadros de Arcimboldo. En otro, un chiste de romanos que me contaron hace siete años y que no he olvidado. En otro estaría Walt Whitman, junto con una multitud de poemas, lecturas, comentarios, pensamientos, sensaciones, conexiones, imágenes, etc. , todo relacionado con mis lecturas de Walt Whitman a lo largo de mi vida. Este, por ejemplo, sería bastante nutrido. En otro, mis opiniones sobre el té (que es una majadería tomar té blanco o té rojo, por ejemplo). En otro, mis opiniones sobre los castillos (no me gusta visitar castillos porque cuando era niño mis padres me hicieron visitar demasiados castillos). En otro, una receta de cocina. Por ejemplo, cómo se hace curry vindaloo. En otro, dónde comprar ghee en Nueva York. En otro, en qué consiste el jaque pastor. En otro, los ocho primeros compases del solo de Charlie Parker en Ko Ko. Y así compartimentos y compartimentos, y cajitas y cajitas.

La reunión de todos estos compartimentos o cajitas o cajones es lo que podríamos denominar mi «memoria», pero también mi «personalidad», es decir, todo eso que yo tengo en la cabeza, lo que me convierte en un individuo, lo que me hace a mí ser yo.

Cabe preguntarse si el número de cajitas será el mismo en todos los seres humanos. Imaginemos a una persona muy sencilla, por ejemplo un portero de una casa, un hombre de unos treinta años, muy buena persona, muy servicial, sin aficiones especiales aparte de ver un poco la tele por las noches, que los fines de semana sale con sus amigos y hace unas risas y ahora mismo no tiene novia y que no lo pasa mal en su trabajo, que es fácil y tranquilo aunque sea, no puede negarse, un poco aburrido. Ya que nuestro joven portero se pasa ocho horas prácticamente sentado en una silla en su portería sin hacer nada de nada, más que oír a ratos la radio (pero tampoco le gusta oír la radio, ni leer periódicos), y charlando a veces unos minutos con algún vecino que entra o que sale.

Imaginemos ahora a una persona totalmente diferente. Imaginemos a un erudito, un especialista mundial en historia de la Segunda Guerra Mundial, un brillante conferenciante que da clases en varias universidades y se pasa la vida haciendo comunicaciones en congresos, investigando, escribiendo libros, dirigiendo tesis. Imaginemos que nuestro erudito tiene tres exmujeres y ocho hijos, fue saltador de pértiga en su juventud, estudió la carrera de violín y de vez en cuando hace música de cámara con un grupo de amigos músicos, y añadamos todas las actividades intelectuales y sociales que se nos puedan imaginar. Añadamos a todo lo dicho que nuestro erudito se ha metido en política y se ha presentado en una lista al Congreso y que ahora, además de sus infinitas obligaciones familiares, lúdicas, profesionales, sociales, tiene además reuniones políticas, más viajes, más lecturas, más conferencias, charlas, intervenciones en televisión, reportajes, entrevistas, y que tiene además dos amantes, una chica coreana guapísima que es yonqui y modelo de alta costura, y la mujer de un amigo con la que mantiene un romance secreto desde hace diecisiete años y con la que sólo se ve en París. Y además le han diagnosticado una dolencia cardíaca, se interesa por el budismo y ha empezado a escribir sus memorias.

La pregunta es: ¿cuál de los dos personajes tendría más cajitas?

Es evidente que el personaje dos, el erudito político con tres exmujeres tiene muchísimas más cosas en la cabeza que el personaje uno. El personaje dos tiene muchas más experiencias, más vivencias, más recuerdos, más opiniones, más datos en la cabeza y sabe muchísimas más cosas. Y, sin embargo…

Sin embargo, la tremenda verdad es que los dos tienen exactamente el mismo número de cajitas. El mismo, exactamente el mismo: setecientas setenta y siete mil.

Todos los seres humanos tienen en su memoria setecientos setenta y siete mil huecos que pueden ser rellenados libremente con todo tipo de ideas, opiniones, recuerdos, sensaciones, manías, obsesiones, etc. Nadie tiene más y nadie tiene menos.

Pero hay todavía más. Podría pensarse que 777.000 es un número muy elevado, un número máximo, digamos, y que la mayoría de las personas no utilizan ni la mitad de esta capacidad. Podríamos pensar que nuestro joven portero bondadoso y carente de ambición utiliza, por ejemplo ciento setenta mil cajitas, mientras que el hiperactivo conferenciante político viajero erudito  que escribe sus memorias utiliza más de setecientas mil. Pero no es así. El hecho es que los dos utilizan las setecientas setenta y siete mil. El hecho es que todos los seres humanos llenan las setecientas setenta y siete mil cajitas libres, dado que estas cajitas no pueden quedar vacías.

Todos los seres humanos tienen, por lo tanto, una mente igualmente complicada, llena de distingos, regiones, conceptos y recovecos.

La pregunta es: ¿no son demasiados recovecos? ¿No hay demasiadas cajitas? La terrible respuesta es que, en efecto, quizás haya demasiadas, y que por esa razón los seres humanos se ven obligados a llenar sus setecientas setenta y siete mil celdillas con estupideces, caprichos, manías, vaguedades, obsesiones, maldades, tonterías, perversiones, disparates, locuras y sandeces.

El hombre de memoria formidable y el desmemoriado: los dos ocupan sus setecientas setenta y siete mil casillas, el primero con toda suerte de datos, el segundo con toda suerte de bobadas. El erudito recuerda miles de frases famosas y definiciones pertinentes; el bobo, miles de tópicos y lugares comunes. El que ha viajado recuerda miles de nombres geográficos y nombres locales; el que no ha viajado recuerda con detalle todos los bares de su barrio y cuántas veces ha jugado al futbolín en ellos y ha ganado. Aunque unos puedan resultarnos muy interesantes y otros no tanto, todos los seres humanos son enormemente complicados.

El problema es que 777.000 es un número demasiado elevado, y que es imposible llenar esa cantidad de casillas con información pertinente. Cientos de miles de esas casillas están siempre, aun en las mentes de los seres humanos más brillantes, llenas de bobadas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

4 '
0

Compartir

También de interés.

La normalidad desquiciada