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Reescribir el islam

La angustia de Abraham. Los orígenes culturales del islam

Emilio González Ferrín

Córdoba, Almuzara, 2013

494 pp. 25 €

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Emilio González Ferrín sigue desafiando a la «oficialidad académica». Ya lo hizo en 2006, cuando publicó en esta misma editorial Historia General de Al-Andalus. En ella se cuestionaba aquello que nos habían enseñado hace años como un dogma: los «musulmanes» nunca invadieron y conquistaron España, simplemente porque en ese momento no existían como tales. Para el autor, ni el Corán ni la tradición islámica estaban codificados en 711 y a la lengua árabe todavía le faltaba un siglo para ser lingua franca.

Es necesario señalar esto, porque el libro que reseñamos es la continuación de ese trabajo. González Ferrín nos propone una precuela revisando, de nuevo, las opiniones clásicas sobre el islam, los musulmanes y la mayor parte de las bases de nuestro mundo mediterráneo. Ya que los orígenes culturales del islam –subtítulo del libro– están en la antigüedad tardía. El autor retoma las propuestas de heterodoxos clásicos (a menudo desconocidos para el lector español), como John Wansbrough, Daniel Boyarin (de quien este año se ha traducido al castellano su magnífico libro Espacios fronterizos), Suliman Bashear, o de autores más jóvenes, como Carlos A. Segovia, para cuestionar todo lo que creíamos saber.

Partiendo del siglo IV a. C., González Ferrín hace un ensayo historiológico –y remarcamos el término historiología, es decir, una propuesta metodológica que trata de identificar los patrones regulares y causas generales de los procesos históricos– sobre los orígenes de lo islámico en su entorno cultural. El islam, para el autor, debe ser considerado como un producto de su entorno cultural, y no como una revelación. Para ello, analiza las historias y narrativas de diversas culturas mediterráneas y orientales, porque para González Ferrín los tres monoteísmos, la herencia de Abraham, son el producto de muchas y complejas transformaciones culturales. Siempre, como se muestra a lo largo del texto, hay una reacción, una vuelta a un pretendido origen que no es tal, y es ahí cuando la textualidad, pretendidamente restauradora, desempeña un papel básico. Y este parece ser uno de los puntos centrales del libro: la añoranza por el origen adámico. En los momentos en que la koiné difumina las estructuras sociales, parte del grupo pide volver a los orígenes. Para ello se reescriben narrativas fundacionales, se vuelven a lenguas muertas o se recuperan ritos ancestrales, todo con el fin de justificar el origen. El autor deja claro que, aunque todos en la antigüedad tardía intenten recuperar el origen adámico, este retorno suele acabar en algo nuevo y que poco tiene que ver con la añorada esencia.

Buenos ejemplos los tenemos en las transformaciones del judaísmo en Babilonia (con la vuelta al hebreo) y las tensiones religiosas en el mundo helenístico (por una parte, la adquisición del logos con Filón y, por otra, la revuelta de los macabeos). También vemos estas transformaciones en el nacimiento del cristianismo con Jesús hasta su madurez a través del establecimiento del judeocristianismo con sus diversas heterodoxias y herejías, siguiendo los planteamientos de Boyarin. Tampoco falta el comentario a la herencia persa en sus múltiples manifestaciones, el peso de la tradición de «Oriente» en el Mediterráneo, que configura de modo muy profundo la identidad cultural de Grecia y Roma. En este melting pot de la antigüedad tardía –que González Ferrín mantiene hasta mucho después de la caída del Imperio romano, como afirma la historiografía clásica– se gesta el protoislam.

Será este protoislam, heredero de las confluencias culturales de Oriente Medio y el Mediterráneo, el que se independice como islam. Este es, sin duda, el punto más polémico del libro, aunque coherente dentro del esquema general propuesto por González Ferrín. Tras haber cuestionado todos los fundadores de religiones, el último que quedaba era Muhammad. Con este planteamiento cuestiona lo que la tradición ha dicho del islam. Porque el protoislam –como lo plantea el autor, siguiendo a Wansbrough– no tendría que ver tanto con Muhammad y su legado, e incluso éste podría ser accesorio, como con un mundo completamente heterodoxo y proveniente, por una parte, de los cristianismos derrotados –como los define Antonio Piñero– y de los judaísmos no sancionados por el judaísmo rabínico. Para el autor, el Corán no es la respuesta al politeísmo árabe preislámico, sino la respuesta a las ortodoxias contra los pecados de Calcedonia. Esta es una expresión que utiliza el autor para referirse a las consecuencias sociales, políticas y religiosas de las disputas teológicas que culminaron en el concilio del mismo nombre y el cisma monofisista (una doctrina teológica que sostenía que en Jesús sólo estaba presente la naturaleza divina, pero no la humana). Los llamados pecados de Calcedonia generaron un gran malestar y una gran tensión en la comunidad cristiana de la época. González Ferrín entiende que el Corán se articuló como una reacción a esa ortodoxia cristiana y a las eternas discusiones teológicas bizantinas por parte de un grupo de judeocristianos procedentes de alguna escisión. La simplificación teológica que ofrece las doctrinas del Corán –según González Ferrín– parece advertir que la salvación y la vía correcta no está en ninguno de los grupos llamados ortodoxos, y mucho menos en complejos debates teológicos, convirtiendo al Corán en un libro de su tiempo.

Por tanto, para González Ferrín como para Wansbrough, la historia islámica debe desteologizarse y desideologizarse. Así, a lo largo del libro se proponen distintos argumentos que contravienen la historia tradicional: el Corán sería un palimpsesto con numerosas referencias de la literatura apocalíptica traducida al siriaco, lengua hermana del árabe. Medina es cuestionada como hecho y como símbolo, pues el papel de ciudad generadora del islam le correspondería a Bagdad, ciudad heredera del cosmopolitismo helenístico, donde se codificaría el nuevo mensaje. En apoyo de esta tesis, González Ferrín ofrece numerosos ejemplos tomados de la numismática, la arqueología y la filología, en los que se muestra su interpretación de los inicios del islam.

Así, el autor llega a ese concepto de antigüedad tardía islámica, jugando con la propuesta de Boyarin. El islam estaría incardinado en ese mundo de koiné, heredero de la antigüedad tardía, que sería más compleja –según el autor– que el mundo de beduinos, tal y como se ha explicado tradicionalmente. Para ello, González Ferrín propone en esta línea una nueva islamología, y no un arabismo, capaz de reconstruir los orígenes de forma «científica» conforme con prácticas metodológicas que ya se emplean en el contexto anglosajón.

Y es que estamos ante un libro sólido y documentado –como demuestra la extensa bibliografía– y que responde a la tesis de fondo propuesta por el autor. Pero, tras su lectura, nos quedamos con varios interrogantes: ¿dónde cabe en ese mundo de idas y venidas culturales el futuro devenir del islam? Porque el islam se expandió más allá de ese mundo helenístico y mediterráneo, desde África hasta China, donde las culturas de recepción diferían en muchos aspectos culturales de las del origen mediterráneo del islam, más allá del contexto cultural propio. ¿Cómo se explica entonces que el Corán sea utilizado como amuleto energético, cuasichamánico, en muchas partes de África y Asia si se trataba de un texto «de su época»? ¿Dónde estaría ese valor telúrico en el islam del que hablan muchos antropólogos e historiadores de la religión?

No decimos que el libro presente estas carencias, sino que, como en cualquier tema, hay muchas lagunas dispuestas a ser exploradas. Ninguna narración humana es perfecta ni completa. En este sentido, el libro de González Ferrín es una propuesta para conocer nuevas metodologías y otros debates ajenos al mundo hispano. Estamos seguros que las tesis y las hipótesis de este libro no satisfarán a mucha gente, pero es un libro que tiene que estar en el debate en castellano sobre las ciencias de la religión.

Antonio de Diego González es Investigador PIF en la Universidad de Sevilla. Ha publicado diversos artículos sobre religiones, escena y performance, y ha coeditado el libro La Independencia de América. Primer centenario y segundo centenario (Sevilla, Thémata, 2012).

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