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Mitos, emociones y vísceras

Diccionario de símbolos políticos y sociales del siglo XX

Juan Francisco Fuentes y José Carlos Rueda Laffond (eds)

Alianza Editorial, Madrid, 2021

832 pp.

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Quien tiene en sus manos un diccionario se limitará, por lo general, a buscar el significado de una o varias voces y lo dejará en una estantería o una mesa repleta de libros. Los diccionarios no han nacido para ser objeto de una lectura continuada y esto implica el riesgo de que su lectura sea incompleta y casi siempre parcial. Por lo demás, el diccionario que aspira a ser más completo, tiene más de enciclopedia que de diccionario, más de contenidos que de definiciones. Las voces se convierten así en pequeños o grandes ensayos, y este es un legado que se remonta a las enciclopedias de la Ilustración (la Enciclopedia francesa, entre otras). En esa línea se sitúa el Diccionario de símbolos políticos y sociales del siglo XX, con muchas claves destinadas a ampliar sus contenidos, claves que remiten a los archivos y a la bibliografía, como es de rigor, aunque también ofrecen referencias a la webgrafía, la filmografía y la pictografía. En este caso, la labor de investigación ha durado cuatro años. Coordinada por dos catedráticos de Historia contemporánea de la UCM, Juan Francisco Fuentes y José Carlos Rueda Laffond, han participado, asimismo, profesores e investigadores de la UCM, la Nouvelle Sorbonne de París, la universidad Roviri i Virgili de Tarragona o el Instituto Politécnico Nacional de México. El resultado son 108 voces que abordan el lenguaje simbólico de la política y la sociedad española en el siglo XX. Se trata de himnos, emblemas, alegorías, estandartes o efigies, que en muchos casos se han transformados en imágenes que los españoles del siglo XXI siguen teniendo grabadas en la retina. Tal y como afirma Manuel García Pelayo, los símbolos son un medio de expresión de la conciencia mítica, al igual que los conceptos lo son de la conciencia teórica. En efecto, los símbolos son campo abonado para los mitos, con todo lo que ello supone de visceralidad, de simplificación, de banderín de enganche y en no pocas ocasiones de rechazo, consciente o inconsciente, de la racionalidad. Las emociones llegan mejor, y de forma más comprensible para la mayoría, que un discurso crítico. El siglo XX fue una época dorada para la simbología, pero nuestro tiempo lo sigue siendo y por eso rechaza toda iconoclastia crítica, por muy racional que pretenda ser. Peor para la realidad, si contradice las convicciones, si contradice los signos de esas «religiones» laicas, asociadas a los símbolos, que no nos abandonan en el siglo XXI pese a que algunos creyeron hace treinta años en el fin de la historia y en la apoteosis triunfante de la democracia liberal, capaz de desterrar las visceralidades.

Una buena parte de este libro corresponde a símbolos del influyente período histórico comprendido entre 1931 y 1939, los años de la Segunda República y la Guerra Civil. Ha pasado casi un siglo desde entonces, pero en la España de hoy, al menos en determinados sectores políticos y sociales, se siguen recordando aquellos trágicos acontecimientos. Esto no es privativo de España, como se pudiera pensar, pues se da en otros países europeos y en la memoria de la Guerra de Secesión estadounidense, y ese recuerdo se alimenta, en buena medida, de símbolos. Las voces del diccionario referentes a la década de 1930 son cuantiosas y están presentes en casi todas las letras del alfabeto. Son unas 40 de las 108 voces del total, y esto sin contar las referencias a dicho período que podrían encontrarse en otras. No es cuestión de enumerar todas, pero, tan solo con citar algunas, los lectores podrán dar rienda suelta a su memoria e imaginación: Alcázar de Toledo, Arriba España, Bandera tricolor, Brazo en alto, Camisa, Cara al Sol, Caudillo, Checas, Comunismo, Exilio, Fascismo, Guernica, Hoz y martillo, José Antonio, Memoria histórica, Millón de muertos, No Pasarán, Paracuellos, Pasionaria, Puño, Quinta columna, República, Revolución, Valle de los Caídos, Víctor, Yugo y Flechas… Todos esos símbolos forman parte del pasado, del presente e incluso del futuro, por lo menos el inmediato, de España. Resulta inevitable, y a la vez imprescindible, conocerlos, profundizar en sus raíces y percibir una influencia que va más allá de lo puramente histórico. Este necesario análisis de profundización se manifiesta en las voces correspondientes, con destacadas citas periodísticas o literarias. En cualquier caso, los autores manejan una profusión de fuentes que realzan el contenido de cada voz y son ejemplo de un trabajo concienzudo y riguroso.

En el diccionario hay también lugar para la temática social: Clase media, Emigración, Familia, Feminismo, Fútbol, Huelga general, Juventud, Radio, Seiscientos, Sombrero, Tabaco, Televisión, Toro… Las costumbres y las modas han marcado también la historia reciente de España, pero ni siquiera los símbolos de tipo social se han sustraído del escenario político, o, lo que es peor, de la manipulación con fines políticos. ¿Y qué decir de las fechas señaladas, más bien magnificadas por los poderes de turno? No son muchas y se encuentran, con buen criterio, al comienzo de la obra: 1 de Mayo, 11-M, 12 de Octubre, 14 de Abril, 15-M, 18 de Julio, 20-N, 23-F, 98. En el mundo de los símbolos no importa tanto lo que sucedió realmente en esas fechas como el mito que ha alimentado cada una de ellas. A decir verdad, conforme pasan los años menos sabemos de los acontecimientos, por bien documentados que estén. Esto se explica por su fuerte carga emocional. El triunfo, a veces por imposición legal, de una fecha no suele ser el triunfo de la historia sino de la leyenda, que es la que finalmente se imprime y se publica, como decía un periodista en El hombre que mató a Liberty Valance, otra mítica película de John Ford. Como bien se dice en el prólogo del diccionario, las tergiversaciones se prolongan a lo largo del tiempo y como cabía esperar, cobran auge y aspiran a pervivir gracias a las redes sociales. Se añade el ejemplo de la Alegoría de la República, aparecida en la revista La Flaca de 6 de marzo de 1873. En 1873 la bandera española seguía siendo la bicolor. Sin embargo, al reproducirse en Internet la citada Alegoría, la bandera rojigualda se ha transformado en tricolor. Es una manipulación, hoy también llamada desinformación, que sacrifica el rigor histórico a la ideología e intenta presentar a la Primera República como un antecedente directo de la Segunda. Con esa falsedad se oculta, entre otras cosas, la existencia de republicanos unitarios y no solamente federales, o que hubiera republicanos conservadores como Castelar. En realidad, la Primera República llegó más como una consecuencia de un vacío de poder que del resultado de los esfuerzos de los republicanos de todo género. Las candidaturas republicanas apenas obtuvieron 85 escaños en las elecciones constituyentes de 1869.

Hay que resaltar la variedad de los temas abordados en la obra. Uno de ellos, aunque no muy extenso, es el dedicado a ciertos lugares, escenarios de diversos acontecimientos históricos o de referencias culturales: Cibeles, Guadarrama, Plaza de Oriente, Puerta del Sol… Escenarios de Madrid, núcleo desde hace siglos de los cambios históricos de España, aunque también se presta atención a escenarios periféricos, los derivados de voces como Aberri Eguna, Diada, Ikurriña, Els Segadors, Señera/Estelada. Los colores, identificados generalmente con opciones políticas, son abordados con voces como Azul, Morado, Negro y Rojo. No faltan tampoco himnos y banderas. Son la Marcha Real, el Himno de Riego y la Internacional, junto con las banderas españolas rojigualda y tricolor. Las ideologías y las posiciones políticas corresponden a voces como Carlismo, Centro, Comunismo, Democracia, Fascismo, Masonería, Sección Femenina o Socialismo. Por lo demás, encontramos conceptos polivalentes, discutidos y discutibles como España, Futuro, Igualdad, Libertad, Nación, Patria, Paz, Pueblo… En cambio, las voces referidas a hechos más recientes no son tan abundantes, no porque no sean sucesos relevantes sino porque, en mi opinión, los acontecimientos de la década de 1930 parecen seguir pesando como una losa, muchas veces de forma interesada, en el contexto social y político español. Entre las voces que hacen alusión a acontecimientos recientes, tenemos Globalización, Matanza de Atocha, Reconciliación nacional, Terrorismo o Transición.

Estamos ante una obra que quiere destacar la importancia de los símbolos. Muchos de ellos siguen siendo eficaces para contribuir a la difusión de ideologías o de visiones del mundo. El problema radica en la propia naturaleza del símbolo: su simplicidad facilita una perspectiva en la que todo es blanco o es negro, en la que no existen matices ni diferenciaciones. Pero tan malo es aferrarse a los símbolos con una fe ciega, como prescindir de ellos. En la introducción del libro hay una cita de Salvador de Madariaga, que afirmaba que la Sociedad de Naciones tenía un importante déficit simbólico. Lo decía a la altura de 1931, cuando ya era tarde para evitar una conflagración mayor que la de 1914. La Sociedad de Naciones proclamaba grandes principios de derecho internacional y consagraba una visión kantiana, al menos en la teoría, de las relaciones internacionales, pero, en realidad, muchos la veían como un instrumento al servicio de Francia y Gran Bretaña, que incluso habían aumentado sus colonias al final de la Gran Guerra. Por sus convicciones nacionalistas o comunistas, algunos países terminaron por despreciarla o abandonarla. Podría añadirse que el mismo riesgo existe hoy respecto a la Unión Europea, aunque los símbolos de esta hayan sido más perceptibles que los de la Sociedad de Naciones. Se me ocurre añadir a esta lista de déficit simbólico el concepto de patriotismo constitucional, probablemente eficaz para mitigar la mala conciencia de la Alemania de la posguerra, pero con escasos resultados y no buenas perspectivas en la España democrática. Los enemigos de esa España sí prestan atención a los símbolos y viven anclados a ellos.

Otro rasgo de los símbolos es su carácter polisémico. En ellos hay más pluralidad que unicidad. Se puede comprobar en voces como Democracia, España, Libertad, Modernidad, Monarquía, Nación, Patria, Paz, República o Socialismo. Son un ejemplo de la dificultad de encontrar terrenos comunes para la convivencia y en no pocas ocasiones esa dificultad abre la puerta a la polarización. Quizás hubiera sido interesante haber incluido en el diccionario la voz Justicia. Pero a lo mejor no se ha hecho porque para muchos el símbolo de la justicia no es una balanza equilibrada sino el triunfo de sus propias convicciones políticas que, según ellos, dará lugar a una sociedad mejor. Estamos ante el habitual acto de fe ciega de las religiones cívicas o políticas, un ejemplo de resacralización del espacio político y social, por el que se pretende movilizar a las masas o a las redes sociales. Quien acostumbre a navegar por los precedentes históricos, puede llegar a la conclusión de que toda resacralización conlleva inevitablemente un puritanismo. Pensemos, por ejemplo, en la Inglaterra de Oliver Cromwell.

Resulta muy acertada la inclusión de una cita de Manuel Vicent al inicio del libro: «Los símbolos no son algo que atañe a la inteligencia, sino a las vísceras». Es probable que estas palabras expresen una decepción con los símbolos, pues muchas veces se confunden los continentes con los contenidos. Rendir culto a un símbolo implica ser partidario de algo, por lo general, incondicionalmente y sin matices. La inteligencia se da de bruces con el imperio de las emociones. No es cuestión de pedir la abolición de los símbolos, pues también pueden expresar altos ideales, y así ha sido a lo largo de la historia, en los casos del ramo de olivo, la paloma y tantos otros. Pero es necesario llamar la atención acerca de los símbolos que solo sirven para contribuir a la radicalización de la vida política y social. Son los que despersonalizan al otro y lo señalan como enemigo. De este tipo de símbolos hemos tenido, y seguimos teniendo, muchos en España. El Diccionario de símbolos políticos y sociales del siglo XX nos ayuda a conocerlos mejor y a entender su influencia y pervivencia en el momento presente.

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