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La mujer que no quería viajar a Marte

Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima

Naomi Klein

Barcelona, Paidós, 2015

Trad. de Albino Santos

650 pp. 24 €

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Naomi Klein es una de las periodistas de investigación de referencia de lo que popularmente se conoce como la izquierda radical, ese conjunto de organizaciones políticas que van desde los partidos comunistas hasta las células anarquistas, pasando por movimientos sociales (feministas, ecologistas y tercermundistas) cuyo único rasgo en común es la lucha contra un adversario que los cráneos privilegiados como la propia Klein, o el recientemente fallecido Eduardo Galeano, se han empeñado en llamar neoliberalismo, por más que el término «neoliberal» se refiera en sus primeras acepciones históricas a los liberales-laboristas británicos de comienzos del siglo XX, entre los cuales se cuentan no pocos inspiradores del movimiento antineoliberal actual (véase John A. Hobson, crítico del imperialismo económico). Claro que reconocer esto sería tanto como reconocer el origen en último término liberal de las utopías reales más inteligentes que ha propuesto la izquierda radical desde la caída del muro de Berlín, con la renta básica (de origen prácticamente anarcocapitalista) a la cabeza. No deja de resultar extraño, sin embargo, que los periodistas de investigación, en lugar de prestarse a desmontar los mitos allí donde estos se encuentren, se entreguen a la construcción de sus propias mitologías, dando por perdido el ideal de la ilustración a través de la lectura, en una espiral narrativa paralela que termina reduciendo el contenido de sus libros, el fruto de años de esfuerzo, a la condición de propaganda fide, cuando no a la mera ilustración de un título con ingenio.

El ejemplo más reciente de esta titulitis con fines movilizatorios seguramente sea El Establishment, de Owen Jones, recientemente traducido por Seix Barral con un blurb de Pablo Iglesias en la solapa y un subtítulo que lleva la palabra «casta» ad maiorem Podemos gloriam; las tripas no mejoran la portada: cuatrocientas páginas de ilustración machacona de las maldades de la elite británica escritas por un periodista que publica sus libros en Penguin y sus artículos en The Guardian y ni siquiera tiene la decencia de considerarse autocríticamente parte del sistema que pretende desmantelar.

El título escogido por Klein para su libro sobre el clima, Esto lo cambia todo, se aparta del modelo de la acuñación de neologismos marcada por La doctrina del shock, si bien es cierto que el capítulo más extenso del libro está dedicado a extender el término «Blockadia» para referirse a aquellos lugares donde hay conflictos sociales sobre temas ambientales. Pero hay diferencias que van más allá de lo terminológico. Si la publicación de No logo (2002) llegó demasiado tarde para aquilatar una lucha contra el poder de las multinacionales que prácticamente se había evaporado después del 11-S con el desplazamiento de los militantes anticapitalistas a las trincheras del pacifismo, y si La doctrina del shock (2007) llegó demasiado pronto como para analizar los rescates y los recortes propiciados por la última crisis económica, Esto lo cambia todo puede considerarse un libro al mismo tiempo retrasado y prematuro respecto de su propio tiempo.

Es un libro prematuro porque Klein reclama una intervención fuerte del Estado en el medio ambiente y, sin embargo, la izquierda radical con opciones de gobierno sigue todavía en una cierta luna de miel con el modelo keynesiano extractivista latinoamericano que la propia Klein denuncia en los capítulos finales de Esto lo cambia todo, de modo que, una vez denunciado el mesianismo de las tecnologías verdes financiadas por los mecenas de la ecología, deja como única alternativa la iniciativa desde abajo por parte de asociaciones de base y emprendedores con conciencia ecológica. Y es un libro retrasado porque, según la periodización apocalíptica de la propia Klein, que anuncia con los datos científicos en la mano un encontronazo con la apocatástasis a la vuelta de la esquina, ya sería demasiado tarde para asumir la lección del small is beautifull, han pasado los tiempos de la iniciativa privada y de la negociación con las instituciones, y el capitalismo verde no deja de ser una contradictio in adiecto.

A lo largo del libro Klein hace uso de lo que los coachers personales y demás masajistas del ego contemporáneo llaman pensamiento positivo, que consiste en la capacidad de hacer de la necesidad virtud, de ver el vaso medio lleno y de percibir el infortunio como oportunidad, lo que en este caso se presenta como una concepción oportunista del cambio climático como una ocasión ideal para relanzar el movimiento anticapitalista, como un mal que, si no existiera, debería inventarse. Los puntos de coincidencia antagónica con el diagnóstico de la derecha calientófoba son espeluznantes: «De ahí, precisamente, que diga que, cuando los negacionistas climáticos afirman que el calentamiento global es una conspiración dirigida a redistribuir la riqueza, no lo están haciendo (solamente) porque sean unos paranoicos, sino que lo dicen también porque están prestando atención».

Los capítulos más perspicaces son, sin lugar a dudas, los dedicados a casos concretos, donde la pericia periodística de la autora brilla mejor, sin las llamadas a agavillarse para la lucha final. Así, en el capítulo dedicado a la historia del extractivismo hallamos un retrato terrorífico de la isla de Nauru, triplemente aquejada de las consecuencias del capitalismo contemporáneo por la minería a cielo abierto, la subida del nivel del mar y los campos de refugiados, principalmente inmigrantes del Pacífico en trámite de deportación desde Australia. Lo mismo cabe decir de la brillante disección que hace Klein de Richard Branson, el dueño de la compañía aérea Virgin, cuyo compromiso con el capitalismo verde sufre de una aguda hipocresía, en la medida en que su mano izquierda dice invertir en energías renovables (menos dinero del prometido cara a la galería) al mismo tiempo que su mano derecha se empeña en ampliar su red de vuelos low cost (de bajo coste para el cliente, nunca para el clima) con la vista puesta en realizar vuelos espaciales recreativos en el futuro, una posibilidad ya criticada por ecologistas españoles de la talla de Jorge Riechmann (Gente que no quiere viajar a Marte, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2007).

Esto lo cambia todo retoma el testigo de la periodización izquierdista allí donde lo dejó la historia de la revolución conservadora popularizada en La doctrina del shock. Klein narra la deriva del movimiento ecologista desde las posiciones de confrontación de los años setenta hasta el pactismo de los años ochenta en una típica narración maniquea de ascenso y traición en la que la perversidad chaquetera de los dirigentes ecologistas que aceptaron los bonos del carbón cumple el mismo papel que los políticos neoliberales de los ochenta: un deus ex machina que permite defender acríticamente las supuestas victorias del período glorioso antes de la debacle. Lo que no quita un ápice de razón a la indignación que muestra Klein ante casos como el de Nature Conservancy, la organización ecologista que se puso a extraer petróleo en una reserva de Texas que le había sido entregada para la conservación de los pollos de las praderas Attwater, finalmente extintos por el mal hacer de los llamados ecologistas.

Huelga decir que Klein, como buena parte de los intelectuales izquierdistas nacidos en los años setenta, se encuentra bajo la influencia de la larga onda de la liberación sexual iniciada por la generación de sus padres, pero también bajo los cantos de sirena de la revalorización de la maternidad como factor de solidaridad con las generaciones que heredarán el planeta, aunque todo esto suceda bajo el manto del comunitarismo (véase Santiago Alba Rico, Leer con niños, Barcelona, Caballo de Troya, 2007), de la teoría queer (María Llopis y su proyecto de libro titulado Maternidades subversivas) o en el caso de Klein, en contacto con los seguidores de la deep ecology, que consideran a la Madre Gaia como un sujeto moral de consideración, el naturalismo new age que le receta su naturópata: «Así que hice todo lo que me recomendó [la naturópata]: el yoga, la meditación, los cambios en la dieta (con las consabidas guerras contra el trigo, el gluten, los lácteos y el azúcar, aderezadas con otras rarezas más esotéricas). Fui a acupuntura y bebí una infusión de hierbas chinas amargas, y la encimera de mi cocina se convirtió en una pequeña galería de polvos y suplementos diversos». Este espíritu de comunión se transparenta en unas conclusiones cargadas de buenas intenciones y retórica amorosa en las que Klein parece abogar por la recuperación de un respeto casi chamánico por la naturaleza materna sin entrar en cálculos de utilidad de ningún tipo.

En las cuestiones organizativas nos encontramos nuevamente con la proverbial fascinación de Klein por las estructuras jerárquicas tradicionales, que la animó a retratar las okupaciones de fábricas durante el corralito argentino, como si de nacionalizaciones estatales se trataran, en su documental The Take (2004), cuando en realidad estábamos ante unos fenómenos mucho más autoorganizados de lo que la canadiense deseara. Del mismo modo, a pesar de las constantes llamadas a fomentar organizaciones ecologistas de base, Klein también aboga por la institucionalización del movimiento ecologista y predica con su ejemplo al formar parte de la junta directiva de www.350.org, una de las asociaciones ecologistas más activas contra la ampliación de la red de oleoductos norteamericanos propuesta con motivo de la explotación de las arenas bituminosas de Alberta. En términos más generales:

En el pasado he defendido con fuerza el derecho de los movimientos juveniles a tener las estructuras amorfas que los caracterizan, tanto si eso significa su rechazo a la existencia de líderes identificables y definidos, como si supone su renuncia a formular reivindicaciones programáticas. Y no hay duda de que debemos proceder a la reinvención de hábitos y estructuras ya viejos en política a fin de que esta dé cuenta tanto de las nuevas realidades como de los fallos pasados. Pero confieso que estos últimos cinco años de inmersión en la ciencia del clima han agudizado mi impaciencia. Y no me pasa sólo a mí; mucha gente se está dando cuenta de que el culto fetichista a la ausencia de estructuras, la rebelión contra la institucionalización de cualquier clase, no es un lujo que los movimientos transformadores actuales puedan permitirse.

Nos encontramos, en conclusión, ante un libro que ha levantado una polémica importante en los medios de comunicación estadounidenses, como han consignado John Bellamy Foster y Brett Clark en Monthly Review. Especialmente interesante en este sentido es el intercambio de cartas entre Elizabeth Kolbert y la propia Klein en The New York Review of Books acerca de la popularidad que tendría en Occidente una propuesta de decrecimiento económico que, entre otras cosas, supondría reducir el gasto energético de los cinco mil watios que consume el suizo medio, los ocho mil que consume el belga medio o los doce mil que consume el estadounidense medio a los dos mil que, según Klein, deberíamos consumir todos como promedio: «Por seguir a Klein –escribe Kolbert– en su paráfrasis de Al Gore, he aquí mi verdad incómoda: la gente sale pitando cuando le dices lo que va a suponer el recortar radicalmente las emisiones de carbono». Las respuestas a estos dilemas de moral colectiva no podremos conocerlos, sin embargo, hasta que no se produzca un debate amplio acerca de las cuestiones, más que las soluciones de compromiso, que Klein ha puesto sobre la mesa y que nadie puede ya ignorar.

Ernesto Castro es doctorando en Filosofía por la Universidad Complutense y autor de Contra la postmodernidad (Barcelona, Alpha Decay, 2011). Ha coeditado Bizarro (Salamanca, Delirio, 2010) y El arte de la indignación (Salamanca, Delirio, 2012) y colaborado en Humanismo-animalismo (Madrid, Arena Libros, 2012) e Indignación y rebeldía (Madrid, Abada, 2013). Su blog lleva por nombre Castra Castro.

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