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Sin punto de apoyo

Fuga en espejo

MARIANO ANTOLÍN RATO

Premio de Novela Fernando Quiñones 2001 Alianza, Madrid

272 págs.

17,31 €

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Desde su primera novela, Cuando 900 mil Mach aprox (1975), la trayectoria narrativa de Mariano Antolín Rato ha discurrido por los cauces del experimentalismo y de la expresión contracultural con una honestidad y una iniciativa poco frecuentes, no ya sólo para el acomodado panorama de la novela actual, sino también para el rumbo que, en muchos casos, tomó el camino de la indagación formal iniciado en la década de los setenta. De hecho, ni siquiera el aparente acercamiento del autor hacia asuntos y formas más convencionales en algunos de sus títulos –caso, por ejemplo, de La única calma (1999)– permite sospechar de una claudicación ante las modas o de una renuncia ante el agotamiento o la incapacidad, sino que (más allá de los resultados concretos) jalona una evolución marcada por el respeto a una visión del mundo y del arte cuyo secreto parece radicar precisamente en la continua búsqueda de alternativas.

En este sentido, Fuga en espejo es ante todo una compleja construcción narrativa que se plantea en todos sus niveles como un cuestionamiento en torno a las posibilidades del hecho artístico. El protagonista de la historia, Rafael Lobo, es un escritor cuyo modus vivendi es la huida: sólo el ser errante, piensa, es capaz de alejarse de un mundo doloroso y asfixiante como el actual; sólo el que domina el arte de la fuga puede desprenderse del presente, y la literatura, cree, puede y debe ser un arma legítima y certera para escapar también de la presencialidad de uno mismo. La palabra, así entendida, tiene entonces una función liberadora si se articula como perpetuo e imprevisible devenir, pero también es terapéutica en la medida en que es capaz de concretar, y por ello neutralizar, el pasado, que es el mayor lastre del que quiere exiliarse del mundo. La novela plantea con explicitud esta paradoja y hace de ella el motor de la intriga: al escritor le resulta imposible conciliar en un todo homogéneo la deseable independencia del arte, que debe evitar la lógica de un destino impuesto por el creador, con su cometido testimonial y concluyente, que ha de enclaustrar la memoria en el edificio del producto artístico.

La peripecia de Rafael Lobo no es otra que la que marca ese laberinto ético y estético. Tras vender su moto, el escritor viaja a un pequeño pueblo de la costa mediterránea desde el que intenta reconstruir los pasos de una nefasta experiencia pretérita: la efímera aventura amorosa que mantuvo con una afamada artista conceptual, Kiki Oiran, y que ha tenido agarrotada en una sola dirección la flecha de su brújula existencial, otrora libre. Lobo es incapaz, sin embargo, de poner un final a la novela que acabaría con la asfixiante inercia.

Teniendo en cuenta lo dicho, la trama que se plantea puede parecer muy adelgazada, y en parte así es, pues casi se limita a las relaciones que el personaje principal establece con Roger Cámara, un fotógrafo que es amigo de Kiki Oiran y aporta otro punto de vista sobre el arte y sobre la propia vida del escritor. No obstante, hay que decir que el peso de la novela no se sostiene sólo en las reflexiones más o menos teóricas sobre fotografía, literatura o arte en general que trufan la narración, las cuales, aunque casi siempre muy interesantes, no pueden suscitar por sí solas más que un interés puntual en el lector, sino que, como anticipaba arriba, es la construcción narrativa la que ofrece su propia morfología como núcleo de sentido, lo que constituye, en mi opinión, el gran acierto de Mariano Antolín, a la vez que, todo sea dicho, hace más evidentes sus defectos.

Fuga en espejo está planteada, en efecto, como un inteligente relato especular en el que la novela que escribe Rafael Lobo, de la cual se nos ofrecen algunos fragmentos, es sólo un contrapunto más de la que estamos leyendo, que plasma narrativamente el eje de su contenido argumental. De este modo se solventa el problema de la falta de sustancia y de ritmo en la peripecia al que antes nos referíamos, pues el narrador principal, situado en la periferia, juega deliberadamente con el tiempo y con los puntos de vista para ofrecer una perspectiva múltiple del mismo acontecimiento, de forma que el dilema irresoluble que atrapaba al protagonista va quedando satisfecho a medida que progresa el relato. El ejercicio metaliterario, en definitiva, es la solución a la paradoja artística y existencial que se propone.

A pesar de todo, sin embargo, da la sensación de que a Fuga en espejo le falta un punto de apoyo para que su férrea orquestación técnica no desprenda cierta sensación de inutilidad y de desamparo. No se trata de esgrimir aquí el cómodo reproche que suele calificar de juego de artificio a las opciones narrativas que cifran su sentido en la indagación formal, pues ya se ha dicho que el plan de la obra responde con coherencia a una visión alternativa del mundo y del arte, sino precisamente de cuestionar hasta qué punto tiene sentido edificar un sistema disidente hacia las formas establecidas (de la literatura y de la vida) cuando, como sucede en muchas páginas de esta novela, son presentadas con grandes dosis de ingenuidad y de esquematismo (léanse, por ejemplo, las tópicas críticas de revistas especializadas en torno al quehacer de Kiki Oiran o la no más inofensiva ridiculización del mundo empresarial). Se echa de menos, por tanto, en el drama de los personajes un conflicto poderoso que justifique sus actos, y falta en la expresión contracultural una cultura sólida que la dignifique y engrandezca. Al fin y al cabo, la debilidad del enemigo sólo desluce la batalla.

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Ficha técnica

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