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España y Japón

FRANCO Y EL IMPERIO JAPONÉS. IMÁGENES Y PROPAGANDA EN TIEMPOS DE GUERRA

Florentino Rodao

Plaza y Janés, Barcelona

672 pp.

19 €

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En la extensa bibliografía sobre España y la Segunda Guerra Mundial, raros han sido los trabajos sobre la dimensión asiática del conflicto. El contexto histórico nacional, la retirada española del continente después de 1898 y los escasos contactos políticos e intercambios económicos explican que Asia no fuera precisamente una prioridad para la política exterior franquista. Al hilo de la Guerra del Pacífico, sin embargo, el hecho de que Japón fuera una de las potencias del Eje dio paso a una curiosa relación con España –de aliados pasaron a casi declararse la guerra–, marcada en gran medida por estereotipos e ideas preconcebidas.

La utilización de las imágenes y percepciones mutuas como instrumento interpretativo, método al que el autor dedica un extenso prólogo, constituye de hecho una de las más interesantes –y arriesgadas– aportaciones de este estudio, y proporciona el contexto en que Rodao examina la evolución de la diplomacia de Franco con respecto a la guerra en Asia. España abandonó una imagen ideal de Japón, nación a la que se admiraba por haber sabido elevarse a la categoría de gran potencia, para, pocos años más tarde, ver en él un país bárbaro y cruel. De la admiración por la victoria japonesa frente a Rusia en 1905, los poemas dedicados por Rubén Darío a una japonesa imaginaria, los artículos de Giménez Caballero sobre la similitud del alma española y la japonesa, o el elogioso prólogo de Millán Astray a una traducción de Bushido –el ideal de los samuráis– se pasó a una percepción negativa que explicaría los cambios en la política española. Dado el escaso conocimiento de Japón, así como la ausencia de especialistas, resulta lógico que las decisiones se vieran influidas por tópicos y prejuicios. Pero, ¿por qué desapareció ese entusiasmo inicial?

En la búsqueda de respuestas, Rodao se sumerge en una detallada investigación de la diplomacia española de la época. Los enfrentamientos entre falangistas y conservadores, el virtual abandono de los diplomáticos destinados en Asia por parte de Madrid o el perfil de cada ministro de turno son algunas de las variables que permiten entender los giros del gobierno. Así, si Serrano Suñer fue el más entusiasta defensor del acercamiento a Tokio desde finales de 1940, Jordana quiso paralizar esa fugaz alianza, mientras que Lequerica fue el responsable de la ruptura de relaciones en marzo de 1945. Naturalmente, hubo hechos concretos por los que, en apenas un lustro, España abandonó su solidaridad anticomunista, la cooperación política en China o la ayuda al espionaje con Japón, para estar a punto de declararle la guerra. El descubrimiento de esos motivos ocupa la mayor parte de este trabajo, resultado de años de investigación en archivos de tres continentes.

La posición española cambió en función de la propia evolución de la guerra y de factores como el conflicto civil chino, la ocupación japonesa de Filipinas o el papel de Estados Unidos. Las tentativas para el reconocimiento del gobierno chino projaponés de Wang Jingwei en 1940 revelan, por ejemplo, esa primera fase de lealtad: España estuvo dispuesta a hacerlo por simple amistad política con Japón. De hecho, el único reconocimiento internacional que recibió Wang antes del de Tokio (diciembre de 1940) fue durante la misión económica española que lo visitó en junio del mismo año. El cónsul español en Shanghai se movilizó para evitarlo, pero Madrid ya lo había autorizado.Teniendo en cuenta la rápida respuesta telegráfica, el autor supone que el visto bueno lo dio un funcionario de nivel medio, ignorante de las posibles consecuencias. No debe extrañar que el Kuomintang rechazara tener relaciones con Franco hasta después de su instalación en Taiwán en 1949.

España, el país neutral que más ayudó al Japón en guerra, asumió la protección de los intereses de este país en Estados Unidos y en América Latina. Las críticas de que fue objeto minaron el cumplimiento de su labor, pero había sido una decisión personal de Serrano Suñer, quien también hizo que Madrid asumiera tareas de inteligencia con respecto a Estados Unidos y Reino Unido. Por lo demás, una vez ocupada Filipinas, Japón buscó el apoyo de la colonia española en el archipiélago para conseguir su aceptación entre la población nativa.

El espionaje recibe un extenso análisis en el libro. Desde que en 1978 saliera a la luz la colaboración española (incluyendo una primera página del Washington Post en que se informaba que diplomáticos españoles habían espiado para Japón en Estados Unidos), la red de espionaje Tô era considerada por la mayor parte de los especialistas como un gasto inútil y origen de informaciones falsas. Rodao opina que ocasionalmente sí aportó datos útiles, aunque revela la incapacidad para enviar instrucciones a los agentes en Estados Unidos, su dependencia de la valija diplomática y el uso que hizo de la red Serrano Suñer cuando ya había perdido su cartera ministerial para intentar volver a la vida política, así como para intentar engañar a los japoneses e incitarles a atacar a la Unión Soviética. El autor culpa, no obstante, a los japoneses por seguir comprando una información que sabían repleta de errores.

En el período Jordana, Japón fue el contrapeso a la amistad con Alemania. La política del nuevo ministro de acercamiento progresivo a los aliados condujo a que Madrid fuera alejándose de Tokio, aunque no faltaran sobresaltos como el del «incidente Laurel». Jordana contestó un telegrama del presidente José P. Laurel en Filipinas en septiembre de 1943, por el que se reconocía implícitamente a su gobierno projaponés. La consecuencia fue la ruptura de contactos con Washington, mientras The New York Times se preguntaba cómo era posible que Franco apoyara a Laurel cuando ya parecía clara la victoria aliada. El libro confirma que fue José María Doussinague, número dos del Ministerio de Asuntos Exteriores, quien envió el telegrama, quizá por intereses personales en Filipinas, pero sobre todo que el incidente fue provocado por los mismos Estados Unidos. Gracias a la descodificación de los mensajes japoneses, los norteamericanos se enteraron de las divisiones del gobierno español sobre el envío del telegrama y de su petición a Tokio de que no recurriera a él como instrumento de propaganda. Cuando las emisoras del Eje distribuyeron la noticia, Estados Unidos encontró la excusa perfecta para utilizar el telegrama. Londres, por el contrario, decidió no hacerlo, lo que prueba las divisiones entre los aliados sobre cómo tratar a España una vez que acabara el conflicto.

Nada más llegar Lequerica al ministerio, en agosto de 1944, el embajador japonés fue el primero del Eje con quien se entrevistó. A partir de entonces, Madrid se decidió a utilizar de manera propagandística su oposición a Japón, pensando ya en la posguerra mundial. Hasta ahora se desconocía que España intentó incluso declarar la guerra a Japón. Amparado en unos Estados Unidos que le incitaron a ello, Franco consideró la declaración como la vía para poder asistir a la Conferencia de San Francisco en que nacieron las Naciones Unidas. Como paso previo, se puso fin, en marzo de 1945, a la representación de los intereses japoneses en el exterior y se pensó, asimismo, en el envío al Pacífico de una División Azul (marina). Finalmente, sin embargo, la declaración no se produjo como consecuencia del rechazo aliado:Washington dio marcha atrás y aseguró que le daba igual lo que hiciera Madrid, mientras que Londres emitió un socarrón comunicado sugiriendo que, en lugar de Japón, España declarara la guerra a Alemania.Tampoco los aliados de Franco en el Vaticano o en Portugal lo apoyaban en la decisión.Todo ello reafirma la opinión cada vez más extendida entre los historiadores de que la ausencia de España en la guerra mundial se debió más a su incapacidad que a su voluntad.
 

Franco y el imperio japonés es un excelente ejemplo de la nueva historiografía española, abierta a otros mundos y otros métodos.Además de una cuidada edición, que incluye un completo índice de materias, cosa tan poco frecuente en nuestro país, este libro supone una notable aportación al estudio de la presencia española en Asia tras la pérdida de Filipinas, al conocimiento de la diplomacia española durante la Guerra del Pacífico y al análisis de las percepciones e imágenes mutuas en el proceso político de toma de decisiones.

 

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Ficha técnica

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