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JOHN LE CARRÉ El sastre de Panamá

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Que John Le Carré es un maestro de la intriga, nadie lo duda, ni siquiera él mismo. De hecho, El sastre de Panamá (Plaza y Janés) ha debido escribirla con esa confianza; se advierte desde las primeras líneas: «La tarde del viernes se había desarrollado con toda normalidad en el Panamá tropical hasta que Andrew Osnard irrumpió en la sastrería de Harry Pendel y pidió que le tomasen las medidas para un traje. Cuando Osnard irrumpió en el establecimiento, Pendel era una persona. Cuando se marchó, Pendel no era ya el mismo».

Esto es lo que yo llamo un comienzo fuerte, un órdago al lector. Es un comienzo que pertenece, además, a aquellos que acotan en unas pocas líneas el cuerpo de la novela. Por ejemplo, el de Ana Karenina: «Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo». Sin embargo, si el lector lee atentamente; se dará cuenta de que, mientras el inicio de la novela de Le Carré resume una acción, el de Tolstoi resume una concepción del mundo.

Una vez que Le Carré ha atrapado al lector, comienza una labor de distracción. Establecida la tensión y la curiosidad, relaja el texto, se extiende, detalla…, en definitiva, comienza a dar toda la información sobre el personaje y su situación y confía en que el lector –que en ningún momento ha perdido de vista el impactante comienzo– lea con una avidez muy distinta a la que le ocasionaría la mera información de la vida actual del personaje. Cuando Le Carré comprende que no puede seguir con las tareas de distracción, vuelve al comienzo y empieza a relatar lo que sucedió en aquella conversación entre Pendel y Osnard. Ahora el texto se concentra y, poco a poco, la presión a la que Osnard somete a Pendel, va convirtiendo el diálogo entre los dos hombres en un paulatino interrogatorio del primero al segundo hasta el momento en que el ejercicio de esgrima se desbarate cuando Osnard, perfectamente seguro de la situación, le diga al otro: «Usted es, en realidad…», y, en ese momento, ya tenemos el lado oscuro de Pendel: el ratón ha caído en la trampa. Ahora ya sabemos por qué Pendel era una persona antes de la llegada de Osnard a su sastrería y otro cuando Osnard salió de ella.

Este sistema de concentracióndistensión lo utilizará Le Carré a lo largo de toda la novela; se trata, en el fondo, de un sutil juego psicológico con el lector y hay que reconocer que lo utiliza con singular fortuna. Recuerdo en este momento una respuesta del conocido autor de best-sellers Tom Clancy al ser preguntado sobre la poca entidad de sus personajes; dijo Clancy, más o menos: «Es que si me entretengo con la psicología de los personajes pierde fuerza la intriga». Le Carré, que no es un mostrenco, cuida sus personajes; es más, yo diría que los ajusta bastante bien a la intriga porque en bastantes de sus novelas hay una intención que va más allá del mero juego sutil con el lector, que es más propio de un prestidigitador.

Le Carré ha escrito sobre los males del mundo desde la novela de espionaje. No creo que haya tratado tanto de describir el mundo de los espías –cosa que hace con minuciosidad y conocimiento– como de hablarnos del mundo contemporáneo. Y lo que encontramos en este Sastre de Panamá es una de las características más definitorias de la vida moderna: la inseguridad. La convivencia con la inseguridad como algo inevitable en el mundo actual es un elemento esencial de la modernidad y es también el telón de fondo de esta novela. Está en casi todas sus novelas, pues el medio en que se mueven se presta a ello.

Pero en la confianza está el peligro. El lector de Le Carré que se haya admirado viendo cómo el mundo de Smiley y el mundo moderno se machihembraban en unas cuantas excelentes novelas, verá que en El sastre de Panamá –y, en general, en sus últimas novelas– las junturas no casan. El autor se queda casi siempre en la primera mirada cada vez que describe y el resultado es una colección de tópicos porque no entra más allá. Peor aún: el libro, que mantiene su dosis de intriga con buen sentido de la medida, resulta perfectamente previsible, del mismo modo que una botella de whisky de la marca tal siempre contiene el mismo whisky: dentro del libro hay lo que se espera, un material correctamente destilado. El nervio que proviene de la sorpresa o del ministerio, de la inquietud que un personaje es capaz de levantar sobre sí mismo, de la imprevisibilidad de acontecimientos que parezcan guiados por las necesidades del relato antes que por las habilidades del autor…, todo eso brilla por su ausencia. Le Carré parece haberse vuelto perezoso y se limita a jugar con el lector, a traerlo y llevarlo, a entretenerlo. Poca ambición hay ahí. Eso sí, el que tuvo, retuvo y, aunque con alguna desgana para el lector curtido en sus obras, nos lleva hasta el final.

No es casual que, como dije antes, el comienzo de la novela de Le Carré resuma una acción: de ella sólo obtendremos intriga por sí misma y un elegante «amueblamiento» de novela, como se dice en el argot. En la de Tolstoi se resume una idea del mundo que formará enteramente cuerpo con el relato. La diferencia es ésa.

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Ficha técnica

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