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La voz sin melodía

El mal más grave

LUISA ETXENIQUE

Bassari, Vitoria, 1997

140 págs.

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Tal vez por su parentesco con el relato breve la novela corta suele optar por una gramática narrativa que proporcione una absoluta trabazón y cierta rotundidad. En El mal más grave, sin embargo, lo que parece prevalecer es la voluntad de pulsar muchas cuerdas con la intención de que el resultado sea, más que pronunciar una melodía precisa, proponer una sucesión de notas claras pero inconclusas, y por ello abiertas a la connotación y a la ambigüedad. Me refiero al hecho de que –excepto en momentos muy puntuales– la novela no deje que la anécdota narrativa alcance una cómoda continuidad ni el esperable primer plano. Y es muy de agradecer porque, de haber optado por cauces más convencionales, la historia de la inquietante Ellie Stanford, con sus ingredientes de adolescencia, de marginación social y violencia sexual, podría haber desembocado en el folletín telefílmico.

Por fortuna, El mal más grave es algo más que su leve excusa argumental. Es la fluencia de una atractiva voz (la de Ellie) en continua pugna con su identidad, con una imposible interpretación de la realidad y de tantas palabras de las que se siente extranjera. Esto último explica por qué la novela es también una inmersión en el sentido de ciertos conceptos como la culpa, la impunidad o el arrepentimiento. Sin olvidar el importante sustrato social que se manifiesta en la elección de un paisaje de miseria suburbana, un marco lo suficientemente neutro como para no caer en el pintoresquismo pero trazado con el vigor necesario para que su presencia sea significante.

Quizás lo más interesante sea la tentativa de engarzar tantos ingredientes en un número de páginas tan reducido. La airosa opción de Luisa Etxenique consiste en la proyección de una primera persona que combina el monólogo interior y una narración en presente bastante ágil con obsesivos saltos de una secuencia a otra. Por otro lado, el aparente desorden cuenta con bien tramadas estrategias gracias a las cuales nunca se pierde la percepción del discurrir temporal: las reuniones de Ellie y sus amigos cada anochecer, su periódica batalla contra la cena y el insomnio son los discretos mojones con los que se manifiesta el paso del tiempo y, a la vez, su reiteración cíclica.

Con todo, junto a sus indudables logros, el tipo de discurso elegido por Luisa Etxenique no deja de presentar notables fisuras. Por ejemplo, el que Ellie Stanford sea un milagro de agudeza en el ghetto de la marginalidad y la ignorancia, no permite vulnerar ciertos parámetros de verosimilitud que impiden hablar a una joven de catorce años tal y como lo hace, verbigracia, en la página 121. Y en cuanto al desarrollo final de la tímida trama (la traición a su profesor y amante, con la que Ellie ejerce su oscura venganza) manifiesta una previsible instrumentalidad ilustrativa de un conflicto (error frente arrepentimiento) que sólo se resuelve allá por las últimas páginas, con prisas y mal disimulado afán por poner una evitable guinda en el colofón.

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Ficha técnica

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