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Un posible destino africano

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Esta es una narración por entregas. El hemisferio doliente es aquel en el que habitan los más desfavorecidos de este planeta. El narrador cuenta como conoció a Sara en Madrid y  quedó prendado de ella, justo antes de que esta se adentrara en el mencionado hemisferio y él se marchara a una universidad americana. En sucesivos episodios el uno y la otra se irán enfrentando a distintos aspectos de la difícil relación de los afortunados con los que no lo son.

En los capítulos anteriores. He relatado la incorporación de Sara en la clínica callejera del Dr. K. en Calcuta y mi llegada a la Universidad de Minnesota en Saint Paul. Me alojo en el apartamento de dos compañeros africanos que se convertirán en mis mentores. Sus biografías y sus personalidades no pueden ser más dispares. Rosa pide a Sara que le ayude un día donde la Madre Teresa. Cárcel y litigios del Dr. K. Conozco a Norman Borlaug y concibo enrolarme en alguno de sus proyectos africanos con la esperanza de que Sara se reúna conmigo. Kaboré pone en entredicho mis planes y me insta a que investigue los antecedentes de Sasakawa, financiador de Borlaug. Quedo anonadado por lo que averiguo.

Sara, llevo meses ?¿dos años?? escribiéndote entre líneas la carta que hoy no quiero dejar de enviarte, que pretende ser por completo explícita y vencer la casi insalvable barrera de mi torpeza y mi timidez. Mis cartas anteriores, no muy distintas de las tuyas, han sido meras enumeraciones de actividades, intercambios de anécdotas, pero hoy quiero referirme a lo que realmente me importa, a lo que ha invadido sin cesar mis pensamientos durante todo este tiempo. Iré al grano desde el principio.

Quedé prendado de ti desde que te conocí en aquella fiesta de primavera, y en los inolvidables días que siguieron germinó en mí la idea de que me gustaría pasar junto a ti el resto de mi vida. Reconozco que no fui capaz de expresarte mi sentimiento y que tú tampoco, ahora lo pienso, me diste a entender de forma clara si sentías algo por mí, pero me bastó que admitieras mi asidua compañía durante aquellos días para que la idea fuera echando raíces en mi conciencia. Sé que nuestro tiempo en común fue tal vez demasiado breve para establecer una relación como la que te propongo, aunque para mí fue suficiente y desde entonces te he tenido presente en todo lo que he hecho. Siento si esta declaración es en exceso brusca. No sé manejarla de otro modo.

Soy consciente de que tal vez persiga una quimera y tengo presentes algunas de las dificultades a que mi propuesta puede tener que enfrentarse. Sinceramente, mis expectativas respecto a tu posible respuesta suben y bajan según los días. Bajan cuando pienso que de tus cartas podría deducirse un grado de compromiso con lo que tú llamas el hemisferio doliente que, en mi caso, no alcanza ni mucho menos el mismo grado de intensidad. Parece que lo que empezaste como simple aventura veraniega se ha convertido al cabo de tantos meses en proyecto vital, mientras yo ando profesionalmente desorientado después de renunciar al objetivo que me trajo a este país. Sin embargo, barajo varias ideas, que luego te explicaré, sobre cómo conciliar mi plan de vida con el tuyo.

Una cosa es que no sienta instintivamente la intensa solidaridad tuya con el oscuro mundo de los desfavorecidos y otra cosa es que no la comparta y la comprenda racionalmente, y que no pueda encontrar algo útil que hacer en ese mundo, sin pretensión alguna sobre mi capacidad de influir benéficamente más allá de un reducido círculo. Creo incluso que viviría más cómodo en un entorno que nos haga menos perjudiciales para el planeta de lo que lo hace el nuestro sin necesidad de que así lo queramos. Creo posible buscar algún lugar en el mundo en el que mi escepticismo y tu sentido de misión puedan coexistir en un futuro próximo.

Cuando éramos aplicados estudiantes, recordarás seguramente cómo nos explicaban el comportamiento cooperativo animal entre individuos no emparentados. El intercambio directo entre parientes era fácil de entender como cambio recíproco de recursos y servicios que fomenta la propagación del acervo génico del individuo, mientras que las explicaciones de la cooperación entre los no emparentados han sido siempre más nebulosas. En el caso de los humanos, el individuo que coopera con otro no emparentado se me ocurre que recibe a cambio una rebaja de su mala conciencia, más allá de los resultados de la acción, pero seguramente esto es una simplificación inaceptable para un experto en estos temas.

Llevo meses indagando sobre el mundo de la cooperación al desarrollo y de la ayuda humanitaria, un mundo lleno de buenas intenciones y de algunos encomiables éxitos parciales, pero cuyos logros globales son decepcionantes ante la magnitud de los problemas. Discuto a menudo sobre esto con mis compañeros de piso, el etíope y el ghanés, que, como ya te he indicado en anteriores cartas, son dos seres humanos excepcionales.

Abel Selassie debe su progreso personal a la cooperación y, naturalmente, cree que ésta puede ser eficaz, pero no le gusta hablar del tema en términos generales. Piensa desarrollar una carrera de investigador en este país, pero tiene claro que quiere concentrar sus esfuerzos en la resolución de los problemas agrícolas de su lugar de origen. No es muy hablador y no ha sido de mucha ayuda en mi indagación, aunque me ha sacado de más de un atolladero académico.

Con el ghanés, Kofi Kaboré, un hombre polifacético y en extremo inteligente, tengo frecuentes discusiones que están teniendo bastante relevancia en mi oscilante forma de ver estos asuntos. Aunque admite algunos éxitos de la ayuda exterior y de la filantropía, se opone frontalmente a estas iniciativas y cree que, aunque lentamente, los países menos favorecidos podrían salvarse de su miseria principalmente por su propio impulso interno si los poderosos modificaran sus injustas políticas arancelarias y sus sesgadas reglas para los intercambios económicos con los débiles. Se ríe de las organizaciones no gubernamentales que mariposean entre proyectos muy por encima de sus recursos, de la incompetencia e ineficacia con que son gestionadas, de su opacidad financiera. Respecto a las de mayor envergadura, dice que a menudo no resisten un análisis sobre el origen de los medios de que disponen y que se rigen por una idea equivocada de que los métodos propios de las grandes empresas son directamente aplicables a la salvación de los países pobres.

Volviendo a lo que más me importa, quiero contarte que hace unas semanas, después de una conferencia de mi ídolo Norman Borlaug, tuve la idea sobre nuestro futuro en común que paso a exponerte. La charla versó sobre el proyecto Sasakawa-Global 2000, presidido por Borlaug con el apoyo financiero de un tal Ry?ichi Sasakawa, un magnate japonés, y la cobertura política del expresidente Jimmy Carter. Al final de la charla, Borlaug mencionó, por si alguno de nosotros estaba interesado, que en todos los proyectos locales contrataban a un par de técnicos externos. Pensé de inmediato que yo podría ser uno de ellos. Operan en más de una decena de países y, entre ellos, tú podrías elegir uno en que dar rienda suelta a tu vocación humanitaria y yo podría obtener un empleo regular en la misma localidad.

Compartí esta idea con Kaboré, quien se puso furioso, tachando a Sasakawa de fascista, de gánster y de criminal de guerra, e insistiendo en que el dinero del proyecto de Borlaug era dinero negro y manchado de sangre. Me dijo que, si no lo creía, que indagara por mi cuenta antes de pedirle a Davies una carta de recomendación. Mis pesquisas no sólo confirmaron las acusaciones de Kaboré, sino que las ampliaron. Quedé desolado al comprobar que tantas personas honorables habían aceptado cantidades notables de ese dinero sin hacer asco alguno.

Luego leí en un periódico que la Madre Teresa había declarado que lo importante es el destino que se dé a un dinero y no su procedencia. Esto me llevó a nuevas indagaciones. Parece que, como resultado de sus recolectas, le fueron transferidos millones de dólares a cuentas bancarias de la Orden de las Misioneras de la Caridad. A día de hoy el estado de esas cuentas sigue siendo secreto, pero en algún sitio se ha hablado de una abultada cuenta en la Banca Vaticana que no surte precisamente a las obras de esta religiosa. Los efectos de los muchos millones de dólares donados al «moritorio» de Calcuta no parecen reflejarse en ningún aspecto del su deficiente funcionamiento. Ante estos hechos, los profesores Serge Larivée y Geneviève Chénard, de la Universidad de Montreal, y Carole Sénéchal, de la Universidad de Ottawa, se preguntan: «Teniendo en cuenta la gestión parsimoniosa de las obras de caridad de la Madre Teresa, uno puede cuestionarse dónde se han ido los millones de dólares que iban para los más pobres de los pobres». La famosa madre no se recató de recibir dineros de gentes siniestras, como Charles Keating, el financiero que estafó cientos de millones de dólares a decenas de miles de clientes en Estados Unidos, o el déspota Baby Doc Duvalier, el torturador de Haití, personas a las que siguió defendiendo en público aun después de que salieran a la luz todos sus desmanes y crímenes.

A pesar de todo, estoy dispuesto a colaborar con Borlaug, en cuya honestidad sigo creyendo y cuyos planes merecen que se corran ciertos riesgos. Otra posibilidad sería aceptar una oferta que Kaboré me hizo cuando estaba en el clímax de su enfado, que no es otra que la de emplearme como técnico en el consorcio empresarial de su familia, cuyas riendas deberá tomar después de su inminente vuelta. En cualquier caso, en África hay que librar la batalla del futuro de la humanidad y mi propuesta, por torpe que parezca, es firme y esperanzada. Esperaré impaciente tu respuesta.

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Ficha técnica

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