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Un día en la Transición, según Pablo Martín Sánchez

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A veces compro un libro por la portada. Es una vieja costumbre que procede de mi adolescencia, cuando me gastaba mi escasa paga semanal en adquirir un vinilo o un libro. Esa forma de actuar me costó más de un disgusto, pues en ocasiones descubría que había dilapidado mis recursos, adquiriendo un tostón monumental. Cuando hace unas semanas descubrí la portada de Tuyo es el mañana sobre el expositor de una librería, experimenté un flechazo. La imagen en blanco y negro de un galgo corriendo sobre la pista de un canódromo me hizo sonreír con melancolía, pues conviví durante diez años con un galgo presuntamente abandonado al acabar la temporada de caza. Siempre pensé que lo habían maltratado, pues temblaba de miedo ante los desconocidos, pero cuando paseábamos por el campo parecía feliz, especialmente si surgía una liebre y podía perseguirla durante un trecho. Al igual que el galgo de la portada, levantaba la arena de los caminos, estirando el morro para vencer la resistencia del aire. Alguna vez, atrapaba a su presa y la desnucaba con violentos meneos de cabeza. Después, se acercaba a mí y la depositaba a mis pies. No me agradaba que lo hiciera, pero evitaba exteriorizar mi malestar. Me parecía absurdo enfadarme con un galgo por actuar como un galgo. El instinto no repara en distinciones morales.

No conocía a Pablo Martín Sánchez. Sabía que debía leer El anarquista que se llamaba como yo, pues la crítica le había dedicado elogios unánimes, pero casi siempre postergaba la ocasión, pues la pereza ?y tal vez la edad? me empujaba hacia la relectura de mis obras favoritas. Desde que cumplí los cincuenta, releer se ha convertido en una experiencia mucho más tentadora que arriesgarme con una novedad. Sin embargo, la imagen del galgo constituía una tentación ineludible. Descubrir que el editor era Acantilado constituía un estímulo, pues sus ediciones son exquisitas, tanto en la forma como en el contenido. Eso sí, esperaba que la obra de Martín Sánchez no resultara tan dura como Desgracia, la memorable novela de Coetzee, con un final desolador y también con un perro en la portada. Al principio, no reparé en que el título procedía de la famosa canción del grupo musical Vino Tinto, empleada –si la memoria no me falla? para invitar a la sociedad española a participar en el referéndum de 1976, que planteaba la reforma del régimen desde dentro. Saber que el autor había venido al mundo en 1977 cerca de Reus me hizo pensar que el título quizá pretendía reflejar el talante de la primera generación nacida después de la dictadura. Yo nací en 1963 y aún conservo secuelas de lo que significó vivir esos años. En un colegio de curas del centro de Madrid, asimilé enseguida la esencia del régimen: miedo, inseguridad, impotencia, indefensión. La violencia de los curas reproducía la violencia de los militares en el poder. Y los niños copiaban la conducta de los adultos, utilizando la fuerza y la intimidación con los más débiles. Los seis personajes de Tuyo es el mañana se mueven en ese ambiente de coacción y abuso. Clara Molina Santos sufre el acoso de Pena, uno de sus compañeros de colegio. Hija de una portera, vive en el mismo edificio que José María Raich y Ros de Olano, un empresario inmobiliario que aprovecha su poder e influencia para obtener todo lo que desea: sexo, acuerdos comerciales, un nieto… Solitario VI es un galgo del canódromo, que soporta las palizas de Atilano cuando se atreve a ladrar o a remolonear en la pista. Gerardo Fernández Zoilo es un profesor de la Escuela de Periodismo que pasó un mes en Tejas Verdes, un campo de concentración de la dictadura chilena, sufriendo toda clase de torturas y vejaciones. Carlota Felip Bigorra, una joven estudiante de periodismo, convive con las manifestaciones violentamente reprimidas por las autoridades, que se resisten a conceder una amnistía total. María Dolores Ros de Olano y Figueroa, madre de José María, lamenta los aires de cambio que se han levantado, cuestionando la obra del Generalísimo, paladín de la España católica, unida e imperial.

Ambientada en Cataluña y, en menor medida, en Roma, Tuyo es el mañana recorre un arco temporal de veinticuatro horas, concretamente el 18 de marzo de 1977, el año más convulso de la Transición, un proceso mitificado hasta hace poco y cada vez más cuestionado. El 18 de marzo es un día más, un trozo de vida cotidiana, como indica la cita de Séneca que precede a la novela, pero en ese breve período se agitan infinidad de pasiones y un fantasma, que habla desde un hipotético más allá. Clara urde un plan para no participar en una excursión organizada por su escuela. No quiere ser humillada una vez más por su compañero Pena. En su hogar, no se respira felicidad, sino insatisfacción. Solitario VI sueña con una niña que lo adopte, librándole del incierto destino de los galgos que pierden una carrera tras otra. José María da rienda suelta a sus perversiones, que incluyen una pedofilia parcialmente frustrada por la impotencia. María Dolores observa la marcha del mundo, deplorando que el libertinaje se propague como una epidemia. Gerardo aún cree que la violencia es la partera de la historia, y Carlota, su alumna y amante, sospecha que las apariencias siempre ocultan la verdad, favoreciendo los atropellos y las mentiras.

Pablo Martín Sánchez aborda muchos temas desde una perspectiva deliberadamente oblicua: la ambigüedad de los afectos, las zonas más oscuras del deseo, el tránsito de la infancia a la madurez, el conflicto entre revolución y reforma, la represión política, la memoria como forma de resistencia, la penumbra de las utopías, la opacidad del espíritu humano, el significado cambiante del arte, el sufrimiento callado de los animales abocados a vivir conforme al deseo de los hombres. Todos estos temas componen un laberinto que exige una lectura atenta, pues los distintos aspectos de la trama convergen en una salida que no implica una apoteosis hermenéutica, sino una invitación a seguir fabulando.

Estamos ante un escritor meticuloso y un extraordinario narrador. Su escritura teje firmemente el hilo de Ariadna, pero reserva el último cabo al lector. Hay un grupo terrorista, pero no sabemos a qué organización pertenece. José María Raich y Ros de Olano parece un jerarca del franquismo. Sabemos que luchó en el frente del Ebro, pero ignoramos si ha ocupado cargos en el régimen. Intuimos que Clara ha sido desdichada con sus padres, pero no conocemos su historia al completo. La pintura desempeña un importante papel en la trama, pero su significado es impreciso. ¿La ninfa de pechos incipientes del cuadro reversible representa a la sociedad española, condenada a perder su inocencia tras las ilusiones suscitadas por el cambio de modelo político? ¿O es simplemente una prueba de la hipocresía de la burguesía católica, que condena el aborto y la homosexualidad, pero comete toda clase de aberraciones de forma clandestina?

Pablo Martín Sánchez es un narrador en estado puro. Su prosa es ágil, fluida, elegante, pero no se hincha, ni se retuerce. No pretende escribir una novela lírica, sino contar una historia. Su propósito se materializa plenamente, enganchando al lector desde el principio. Sus personajes tienen una voz nítida, inconfundible, plenamente creíble, que se despliega sobre un escenario cuidadosamente documentado. El año 1977 no es una vaga referencia, sino una burbuja espaciotemporal que incluye sus señas de identidad más características: la matanza de los abogados de Atocha, la calabaza Ruperta del Un, dos, tres, la música de Lluís Llach, el supercomisario Roberto Conesa y el sádico Billy el Niño, el recuerdo de Salvador Allende, Curro Jiménez, el bronco y casi ininteligible Manuel Fraga Iribarne, el empalagoso Tigretón, Interviú, Cambio 16, la ETA, Fuerza Nueva, los secuestros de Oriol y Villaescusa, las violentas cargas de los antidisturbios, las piernas de Ornella Muti, el psicodrama, los chascarrillos sobre la «ley de Murphy», los cruentos documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, las cabinas telefónicas que funcionan con fichas, el Simca y el 1430, el Cacaolat, los walkie-talkies, las pintadas tronchantes: «Heidi reaccionaria», «Pipi al poder», «Húnete a Fuerza Nueva», «Ructura no, revolución» . A diferencia del Cuéntame, donde todo es de cartón piedra, aquí todo es real y encaja en la historia de forma natural, casi inadvertida.

Es evidente que cada lector desarrolla sus preferencias, conforme avanza la trama. Yo sentí debilidad desde un principio por Clara y Solitario VI, que más tarde se convertirá en Raqui (por raquítico, claro). La combinación de una niña hambrienta de afecto y un perro apaleado que también suspira por algo de cariño puede ser insoportablemente ñoña o verdaderamente emotiva. Pablo Martín Sánchez no se despeña por el sentimentalismo gratuito, sino por una inteligente comprensión de los afectos. Solitario VI no es Berganza relatando a Cipión sus infortunios con distintos amos, sino un galeote que sueña con la libertad. Quienes hemos convivido con un galgo conocemos sobradamente su hipersensibilidad. Por eso no nos extraña que exclame: «no duelen tanto las palizas que te dan como los abrazos que te niegan». Los malos tratos que soportan los galgos evocan las torturas que aguantó Gerardo, el profesor de origen chileno que combatió en las filas del MIR. El canódromo se parece a Tejas Verdes. Ambos espacios son campos de concentración, sin otra expectativa que la explotación, la vejación o el exterminio. «Me gustan los niños porque son como nosotros», comenta Solitario VI, que no puede contenerse la primera vez que descubre a Clara, caminando con una mochila a la espalda: «Quiero irme con ella, ¡quiero irme con ella!» El galgo explica que le gustan los niños porque «ven la vida a ras de suelo». Es decir, porque tienen la misma perspectiva que un perro. Valle-Inclán afirmaba que sólo escribe de rodillas quien pretende atribuir a sus personajes la condición de héroe, pero Solitario VI, con un punto de vista semejante, aprecia más bien el aspecto más ridículo del ser humano. Saber que durante la Guerra Civil los anarquistas convirtieron en prisión las jaulas del canódromo de Guinardó le produce un enorme regocijo: «¡Me parto, me parto! ¡Que se jodan, que se jodan!» Su alegría por este hecho no afecta a la delicadeza de sus sentimientos hacia Clara: «Hace un rato ni siquiera la conocía y ahora tengo la sensación de que mi existencia está unida a la suya por un lazo más fuerte que la más fuerte de las cadenas».

Casi todos los personajes de Tuyo es el mañana exhiben cicatrices. Aunque procedan del azar o la fatalidad, no son meras marcas, sino huellas de una historia. Como apunta Carlota, «las cicatrices tienen el extraño poder de recordarnos que nuestro pasado es real». A veces, las cicatrices no son visibles a primera vista, pues se han grabado en el interior. Es lo que le sucede al mendigo que habla con Clara en el metro. Con una pluma azul en el pelo, una cuchara en el ojal y un gatito de días escondido en el abrigo, le confiesa que lo perdió todo por culpa del juego, pero que rozó la fortuna con un billete de lotería. Quizá la cicatriz más profunda sea la del niño robado que nacerá ese 18 de marzo y será separado de su madre para crecer en el seno de un matrimonio de la burguesía, incapaz de engendrar su propia descendencia. La Transición ocultó las miserias del franquismo, incluido el vergonzoso tráfico de bebés que necesitaría varias décadas para salir a la luz.

He de admitir que esta vez la portada no me ha jugado una mala pasada. La imagen del galgo me ha deparado una novela intensa, que recrea un día de nuestra historia reciente, combinando con destreza la introspección, el humor, la intriga y el análisis político. Otro galgo abandonado sustituyó al galgo que me acompañó diez años. En realidad, es una mezcla de galgo, podenco y quizás algo más. Al igual que Solitario VI, se ha comido alguna paloma en mi jardín. Lo sé por el rastro de plumas que han dejado sus dentelladas. No he llorado, como Clara cuando descubre el instinto depredador de su nuevo amigo, pero sí he lamentado que el mundo funcione de un modo tan truculento. Pablo Martín Sánchez, con enorme sabiduría, se abstiene de realizar valoraciones. Eso sí, no se advierte en su literatura desgarro existencial, sino la serenidad del que no exige a la vida más de lo que puede depararnos.

Por cierto, no abandonaré mi manía de comprar libros por la portada. A veces funciona y nos permite reencontrarnos con fragmentos de nuestro pasado, como un lejano día de 1977, que yo debí de pasar entre la escuela y mi casa, ignorando que en Vitoria se había convocado una manifestación para exigir amnistía total y en la universidad de Barcelona los PNN (profesores no numerarios) se habían aliado con los estudiantes para enfrentarse a los catedráticos más reaccionarios.

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