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Tecnología, productividad y renta universal (II)

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En plena «Gran Recesión» de 2009, pocos meses después de September 15 (de 2008), día de la caída de Lehman Brothers y mientras Bernie Madoff era detenido, juzgado y condenado a cadena perpetuaBernard L. Madoff fue detenido por el FBI en diciembre de 2008, acusado de fraude. Seis meses más tarde, en junio de 2009, recibía una condena de 150 años de prisión (el máximo permitido por la ley en los EE. UU.) y al pago de 17,2 millardos de dólares por indemnizaciones a sus clientes. El montante estimado del fraude continuado durante veinte años ascendía a 68 millardos de dólares. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Bernard_Madoff#Sentencia. Nótese la rapidez de la justicia en los EE. UU., una de las palabras más citadas en los sesudos análisis que se sucedían sobre todo lo que estaba pasando y en las redes sociales era «greed» (avaricia). Justo entonces, las principales escuelas de negocios del mundo se apresuraban a introducir reflexiones y asignaturas en sus MBAs, incluso a renombrar cursos enteros, sobre «ética». Había un clamor interno al sistema para impulsar la regeneración del capitalismo, buscarle un rostro humano y «compassionate»Haríamos mal en traducir «compassionate« por «compasivo» y «compassion» por «compasión». Este es otro elocuente ejemplo del «lost in translation» que tanto nos gusta en este blog. El filtro reduccionista de nuestra cultura progresista hispana ha degradado de tal manera el significado del término «compasión», que ahora solo significa, para entendernos y como mucho, algo así como «apiadarse de alguien que sufre, con discreta circunspección», con el añadido «digno de limosna». Por lo que, desde este particular entendimiento, tendemos a rechazar que alguien pueda sentirse «noblemente identificado con, y conmovido por, quien sufre, con ánimo de ponerse en su lugar y ayudarle de alguna manera», que es lo que para las culturas protestantes, en general, y anglosajona, en particular, significa el término «compassion». Cambridge Dictionary da la siguiente definición de «compassion»: a strong feeling of sympathy and sadness for the suffering or bad luck of others and a wish to help them. Ver https://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles/compassion.. Incluso, algunos de los grandes economistas foráneos y domésticos, nada sospechosos de ser «antisistema», descubrían de repente su propio lado humano y lo reivindicaban críticamente contra el capitalismo.

Diríase que era cuestión de poco tiempo que el capitalismo sufriese un poderoso e imparable movimiento interno de regeneración que le devolviera algunas de sus esencias al parecer perdidas y, especialmente, lo adaptase a las condiciones del siglo XXI.

No sé qué pensarás, hermano, pero para mí que esto se ha quedado en «agua de borrajas» (otra expresión incomprensible, por cierto; además, el agua de borrajas está buenísima y es muy saludable, como bien sabes). Bien, retomemos el oremus.

Como se ilustra en la entrada anterior de este blog, a finales del siglo XIX y principios del XX el debate sobre la naturaleza del sistema capitalista y sus alternativas (el socialismo radical, básicamente, y la colectivización a partir de 1917) era vivísimo. Las pugnas entre las doctrinas económicas que lo analizaban y/o criticaban, y que convocaban a los más grandes filósofos morales y «economistas políticos» de la época, eran profundísimas. Las manifestaciones sociales y civiles (los salarios, los horarios laborales, los derechos políticos) cuestionaban, incluso violentamente, la distribución de la renta basada en la explotación del trabajo y el sometimiento político de las clases populares. Uno casi se pregunta, ¿y hoy, no hay motivo para algo parecido?

Pues claro. Al menos para el debate y la confrontación civilizada, por firme que sea. Porque, si Lehman y Madoff son manifestaciones cutáneas, por más que graves, de la era de la exuberancia «greenspaniana»En medio de la burbuja de las «punto.com», Alan Greenspan, que fue Chairman de la Reserva Federal americana, pronunció esta expresión, en un discurso televisado en diciembre de 1996, para advertir que la bolsa podría caer. Fue una de las muy raras ocasiones en las que optó por hablar sin usar la retórica opaca que le hizo famoso. Véase https://en.wikipedia.org/wiki/Irrational_exuberance. y de un desmadre que debería haberse atajado mucho antes, el descalabro de la pobreza y la desigualdad venía manifestándose desde varias décadas antes. Este descalabro, poco a poco y a saltos, estaba erosionando el «pegamento del contrato social« de la última posguerraFelicísima expresión de nuestro admirado Antón Costas, temprano observador y publicista del problema en muchas de sus contribuciones. Véase la impresionante labor de este autor: https://elpais.com/autor/anton-costas/. Los títulos de sus artículos no pueden ser más elocuentes de la «malaise civil», y hasta liberal (añadiríamos) que nos aqueja..

El «agente racional representativo» que emergió poderoso del paradigma triunfante de la victoria de los marginalistas quedó muy maltrecho con la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, pero no desapareció con el triunfo de las teorías de John M. Keynes, como demuestra la primacía de la «Síntesis Neoclásica» posterior a la II Guerra, la cual reintroducía los postulados macroeconómicos neoclásicos sobre nuevas bases formales en las que el «agente racional representativo» volvía a ocupar un lugar central. De la mano de la revolución de las «expectativas racionales», acabó de subir al altar del mainstream académico de los economistas hasta que su peana cayó hecha añicos por la Gran Recesión de 2009 y la tremenda crisis financiera que la albergóPaul A. Samuelson fue uno de los máximos exponentes de la «Síntesis Neoclásica» que propugnaba fundamentar el análisis macroeconómico sobre los postulados relativos a los agentes racionales de la microeconomía. Años más tarde se produciría la confrontación de la teoría de las «expectativas racionales» y la economía neo-keynesiana, pudiendo darse por olvidada la «síntesis neoclásica». En este estado de cosas el estallido de la crisis financiera dejó al descubierto las severas limitaciones del análisis económico y la modelización de la economía a la hora de anticipar y entender la ocurrencia de una crisis tan severa como la de 2008. Véase Colander et al (2009), The Financial Crisis and the Systemic Failure of Academic Economics, accesible en https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=1355882..

El debate sobre la «tecnología, la productividad y la renta universal», que no solo no se había resuelto, sino que se acabó mezclando con el de la hegemonía continental (en Europa) y generando las catástrofes de la primera mitad del siglo pasado, fue prácticamente inexistente después del fin de la II Guerra Mundial. El consenso de posguerra, extraño fruto del horror de los totalitarismos nazi y soviético, fue muy eficaz para «occidente» en todos los planos: el geoestratégico (contención del comunismo soviético, hegemonía de los EE. UU., y descolonización), el político (alternancia de conservadores y progresistas) y el social (paz laboral, crecimiento y reparto de sus frutos y emergencia de las clases medias).

La crisis del petróleo, que tuvo profundas consecuencias geoestratégicas, económicas y sociales lo trastocó todo. Después la caída de la URSS y, por último, la globalización y la emergencia de una poderosa China en lo económico y con aspiraciones globales que han acabado por expresarse con toda contundencia.

Se rompió el consenso de posguerra y, mientras las ganancias de productividad dejaban de ser generales y sostenidas, se desequilibraba en muchos países (que no a escala global, gracias a China) la distribución de la renta y la riqueza a favor de los ultra-favorecidos (especialmente en los EE. UU.) y los mercados financieros exhibían esa infame exuberancia irracional que potenciaba el sesgo antidistributivo antes mencionado y que tanta furia generó entre la ciudadanía de todos los países, especialmente los avanzados.

La chispa de las «subprime» hizo explotar una atmósfera financiera enrarecida que se había ido formando durante al menos una década de innovaciones financieras y tecnológicas mal autorreguladas y dio paso a la crisis financiera de 2008. Nunca como entonces, en décadas, fue tan evidente para el imaginario colectivo el divorcio entre la economía «real» y la «financiera», como si una pudiese subsistir sin la otra.

Pero la sociedad, la gente, no tenía por qué saber que la una no podía subsistir sin la otra. Y solo veían la avaricia de los grandes conglomerados financieros, y sus respectivos líderes, más bien poco ejemplares. O los gobiernos perezosos y alejados de sus intereses, los sindicatos «domesticados» y la lucha diaria de las familias y las pequeñas empresas para llegar a fin de mes o cuadrar sus cuentas y prosperar.

Ahí se activaron, en el imaginario de las menguantes clases medias, el gen igualitario, de incierto recuerdo, el temor a la tecnología, el disgusto ante el desigual reparto de los no menos desiguales frutos de la productividad y, para colmo, la perplejidad causada por la degradación de la política, de la que surgieron los populismos de toda laya en la década pasada.

(Enter Lippmann y Mumford)Véase la entrada anterior de este blog.… El caso es que, en esta infausta década, si algo ha avanzado en el mundo ha sido la tecnología y la demografía. La primera en el sentido de acelerar los logros de las (ya viejas) «tecnologías de la información y las comunicaciones» (las TIC, hermano, ¿te acuerdas de que somos programadores de aplicaciones desde 1970?), ahora camino de la singularidadLa singularidad es el momento histórico en el que la inteligencia artificial superará de manera general a la inteligencia humana. Se admiten apuestas, pero sus gurús aseguran que puede producirse antes de que acabe la presente década. Por supuesto también hay quienes piensan que la IA no alcanzará a la humana salvo en un número limitado de dimensiones. No cometeremos el error de Paul Krugman cuando menospreció a los robots y la inteligencia artificial (ver entrada anterior de este blog), sino que expresamos nuestra falta de criterio y una sana humildad a la espera de que se pronuncien quienes de verdad saben de esto. Véase https://en.wikipedia.org/wiki/Technological_singularity., y la segunda en el sentido de hacer que las ganancias de esperanza de vida (al nacer) trasciendan ampliamente, en la mayoría de los países, las edades laborales.

A lomos de estas dos tendencias de fondo, la productividad se expresa más (mucho más) en aquellos sectores productivos más intensivos en tecnología avanzada (no basta con tener ordenadores y acceder todos los días a internet) y se muestra muy esquiva con el resto y, naturalmente, con la remuneración que, de otra manera, podrían obtener los dueños del trabajo y del capital. Es más, las economías que no están guardando el paso de la revolución digital, aunque pedaleen, se están llevando la desagradable sorpresa de la precarización de los trabajos, las empresas y las rentas de sus agentes económicos, con el consiguiente estrés de sus instituciones de bienestar y la pugna por el reparto del trabajo y la tarta productiva.

En lo que se refiere al pensamiento económico, hay que destacar la inflación (que ha de ser bienvenida) de publicaciones de altísimo nivel académico sobre institucionalismo, desigualdad y pobreza, economía y finanzas conductuales, ética y crítica del paradigma económico imperante hasta antes de la crisis financieraPara empezar, conviene decir que los economistas no se percataron de lo que estaba pasando en la década previa a la Gran Recesión. En palabras de Lawrence J. Christiano, «economists believe the Great Recession wasn’t foreseen because the size and fragility of the shadow banking system had gone unnoticed« (los economistas creen que no se pudo prever la Gran Recesión porque el tamaño y la debilidad de la «banca en la sombra« había pasado desapercibida; véase https://www.minneapolisfed.org/article/2017/the-great-recession-a-macroeconomic-earthquake). Como consecuencia de ello, los modelos económicos incluyen ahora a los agentes financieros y descartan que los mercados (financieros) sean perfectos. Pero, además, ha arreciado la crítica desde fuera de lo que es el mainstream dentro de la disciplina, como la que proviene de los voluminosos trabajos de Thomas Piketty sobre la polarización de la distribución de la renta y el capitalismo. O las visiones más amplias y envolventes de las ciencias morales, como la filosofía, en concreto la visión de Michael J. Sandel en «Justice« (2009, véase https://justiceharvard.org) en cuyas primeras páginas el lector, tras la discusión de un breve caso (de alza abusiva de precios en los comercios tras el paso de un huracán devastador) se da de bruces con el dilema de la justicia (y de todas las ciencias sociales y morales): combinar el bien común con la libertad y la virtud.. Los premios Nobel de los últimos años parecerían pedir a gritos una nueva síntesis de las ciencias económicas y financieras (los mercados ya no son perfectos), quizá entreveradas con otras ciencias sociales o humanas, que nos ayude a entender mejor las organizaciones de todo tipo y los comportamientos que determinan el resultado productivo y el progreso material de la sociedad, entre otras cosasYa en el Nobel de Economía de 2013, que recibieron al alimón Eugene F. Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller, se evidenciaba una cierta esquizofrenia pues Fama y Shiller tenían visiones muy diferentes de los mercados (financieros) y de la formación de precios de los activos financieros (https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2013/summary/). De Shiller se dice que inspiró la feliz expresión de Greenspan antes comentada «exuberancia irracional. En 2014, los premios Nobel distinguieron los trabajos de Jean Tirole sobre poder de mercado y regulación económica (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2014/press-release/). En 2015, el Nobel de economía recayó en Angus Deaton por sus trabajos sobre el consumo, la pobreza y el bienestar (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2014/press-release/). En 2016, la Academia premió  Oliver Hart y Bengt Holmstöm por sus teorías sobre los contratos y las instituciones (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2016/press-release/). El Nobel de economía de 2017 recayó en Richard H. Thaler por su contribución a la economía conductual (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2017/press-release/; y su inusual biografía en https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2017/thaler/facts/). En 2018 recibieron el premio William D. Nordhaus y Paul M. Romer por la integración del cambio climático y las innovaciones tecnológicas, respectivamente, en los modelos de crecimiento económico (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2018/summary/). En 2019, lo recibieron Abgijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer pr sus trabajos sobre métodos experimentales para paliar la pobreza (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2019/summary/). Y, finalmente, en 2020, el premio ha recaído en Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson por sus investigaciones sobre la teoría de las subastas y la invención de nuevos formatos de estas (ver https://www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2020/summary/). Como puede verse, poca modelización macroeconómica, antes llamada mainstream, en las últimas ocho ediciones de los premios Nobel..

Y, si hablamos del pensamiento político, más concretamente, de la filosofía política que es el liberalismo, convendría retomar el hilo donde lo dejara Walter Lippmann a finales de los años 30 del siglo pasado: el fenomenal despiste que llevó a los «latter-day liberals» (en palabras de Lippmann) a no enterarse de que el mundo estaba cambiando mientras ellos especulaban en círculos sobre el sexo de los ángeles, es decir, el laissez-faire. No solo se sigue centrando el liberalismo en este tipo de cuestiones, cuando se centra en algo, sino que se ha lanzado en numerosos países, España entre otros, a la política partidista, como si tuviera algo que ofrecer a la sociedad. Cuando la verdad es que no ha dado un solo paso conceptual digno de tal nombre desde que la vuelta a la filosofía del laissez-faire de los años de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, hace ya casi medio siglo, tomase el testigo del exhausto consenso posterior a la II Guerra Mundial.

Esta incursión en la política práctica de lo que se ha dado en llamar, puede que con certera mala fe por sus adversarios, «neoliberalismo», ha producido la práctica desaparición de los «old-time liberals», en un contexo  que hasta podría describirse en las mismísimas palabras de Walter Lippmann (es decir un déjà vu, como si las palabras de este hubiesen sido a la vez proféticas): And it must be admitted that when liberalism had become frozen in its own errors, it attracted an undue proportion of mediocre place-hunters and time servers, and repelled the generous, the brave, and the discerningWalter Lippmann (1937), An Inquiry into the Principles of The Good Society. Little, Brown & Company, Edición de 1938. Capítulo XI, The Reconstruction of liberalism, página 203, frase final. Puede traducirse por «Y debe admitirse que, cuando el liberalismo quedó congelado en sus propios errores, atrajo una cantidad desproporcionada de arribistas y desocupados (time-servers: mezcla de trabajadores que hacen tiempo hasta jubilarse y aduladores) mediocres y rechazó a los generosos, a los valientes y a los que disciernen»..

En estas condiciones, ¿cómo avanzar hacia un sistema liberal y civil que construya sobre la base de todo lo bueno que tiene el capitalismo? ¿Que restablezca algún gran consenso en la era de la revolución digital, la automatización del trabajo y la recomposición de los roles sociales? ¿Que reparta los frutos de la productividad, que sea inclusivo, que no mate los incentivos a crear ideas y conocimiento y al ascenso social?

¿Quién está ahora mismo tomando acta de los avances de una tecnología «mil veces» más transformadora que la que provocó la gran revolución industrial? ¿En la era, no ya de Deep Blue, sino de Deep MindDeep Mind es, desde 2014, una filial de Google fundada en 2010 por Demis Hassabis y Shane Legg dedicada a la investigación y aplicación de la Inteligencia Artificial. Ver https://deepmind.com/., en la que los robots, con los que venimos conviviendo desde hace medio siglo, ya no están atornillados a una peana, sino que moran en nuestros dispositivos o fluyen por la nube actuando de manera remota, alimentándose de datos? ¿Los Rifkin o Harari de hoy entienden lo que se nos viene? Hay diferencias, claro. Una cosa es contar el número de revoluciones industriales que llevamos desde que se desencadenó la Gran (y única) Revolución Industrial que tuviera en Alfred Marshall su gran notario, y otra cosa es la finura y perspectiva analítica del autor de Sapiens (y listo) historiador, por más señas. No, no van a ser, hermano, los economistas quienes nos hagan la crónica de esta tercera Gran Revolución de la humanidad (después de la neolítica y la industrial): la revolución digital.

Es muy sorprendente constatar en las estadísticas oficiales que tanto progreso parece no estar disparando la productividad. Pero ningún CEO de una empresa digitalizada negará que esta está aumentando a ritmos frenéticos. Puede que en otras empresas y sectores productivos (o países) aún no digitalizados la productividad esté descendiendo, a cambio. Pocos economistas hoy adoptarían el escepticismo de Paul M. Krugman ante los progresos de la robótica hace treinta años. Pero lo que vemos es que a la mayoría les causa la misma inquietud y, en su derrotismo, reclaman soluciones como someter los robots a impuestos adicionales o pedirles que nos paguen las pensiones o una renta básicaVéase https://www.revistadelibros.com/blogs/una-buena-sociedad/que-base-para-legitimar-una-renta-basicarn y http://www.empresaglobal.es/EGAFI/descargas/1617034/1633772/robots-ii-pagaran-los-robots-nuestras-pensiones.pdf..

Estos robots tienen alas, no pies, y huirían de los impuestos más rápidamente que los actuales evasores. Además, las empresas que los emplean ya pagan impuestos. Qué queremos, ¿qué las empresas no se digitalicen? Lo que deben hacer los trabajadores que teman perder sus empleos (o que sus hijos pierdan los trabajos que ellos querrían dejarles en herencia) es poner sus ahorros en empresas digitalizadas, no en ladrillos. En realidad, esto deberían hacerlo todos los trabajadores, teman o no perder sus empleos o tengan hijos o no. También hay un rol para las instituciones mientras trabajamos activamente para crear un nuevo orden económico. Sí, no debe descartarse un sistema de rentas básicas sujetas a una prueba de ingresos y/o activos y con contrapartidas formativas y/o de trabajo social.

El que los trabajadores pusieran sus ahorros en empresas digitalizadas, por una parte, desactivaría el rencor social que se está acumulando contra los robots a medida que llegasen los dividendos, y, por otra, sometería la actividad de las empresas, bajo un sistema de «capitalismo de los ciudadanos» (prometemos una entrada próxima), al servicio de las aspiraciones de las clases medias, restableciendo el equilibrio de la balanza de la distribución primaria de la renta y limitando el coste enorme que una distribución secundaria universal conllevaría (coste directo y de incentivos generales). Puede que, entonces, el liberalismo tuviese una nueva oportunidad.

 

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