Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

El populismo en perspectiva

La actualidad manda, y ello explica la abundancia de libros, artículos y conferencias dedicados al populismo. En el caso que nos ocupa, no se trata de uno más. Su autor, Barry Eichengreen, es un economista estadounidense, nacido en 1952, profesor en la Universidad de California en Berkeley, miembro del National Bureau of Economic Research, que ha escrito fundamentalmente sobre temas relacionados con la Gran Depresión y con el sistema financiero internacional. Entre sus libros figuran Golden Fetters. The Gold Standard and the Great Depression 1919- 1939, publicado en 1992, o más recientemente, y traducido al español, Qué hacer con las crisis financieras. Barry Eichengreen es colaborador habitual de The Guardian y escribe más intermitentemente en Financial Times.

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Un viaje a través de la «materia oscura» de los intangibles

Un viaje provechoso a terrenos aún poco explorados exige disponer de un guía no sólo experto, sino también capaz de seleccionar lo importante y que evite perdernos en la maraña de detalles superficiales. En este caso se trata de internarnos en la economía de la materia oscura, en el misterio, la niebla de lo intangible y lo simbólico, del conocimiento, las ideas y la innovación. Pero contamos con dos guías de primer nivel internacional: Jonathan Haskel y Stian Westlake.

Haskel es un catedrático de Economía de laImperial College Business School, con múltiples publicaciones, durante los últimos diez años, sobre inversión en intangibles, tecnología y empleo, grandes bases de datos (big data) o efectos de derrame (spillovers) del conocimiento y crecimiento de la productividad. Westlake tiene una amplia carrera como consultor de empresas, asesor del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Reino Unido, así como miembro y director de investigación de Nesta, la conocida fundación centrada en innovación.

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Capitalismo de rostro humano

Señalaba con sorna el premio Nobel de economía George Stigler que «el clero antiguo había dedicado sus mejores esfuerzos a enderezar la conducta de los individuos, y el clero moderno los suyos a enderezar las políticas sociales» (The Economist as Preacher, 1980). La relación entre el cristianismo y la economía viene, en efecto, de muy antiguo. Desde la formalización misma de la doctrina cristiana en la Edad Media, su inclinación social llevó a los escolásticos a la reformulación del orden aristotélico y a sus conocidos dictámenes sobre el carácter orgánico de la sociedad, la necesidad de un precio justo en el intercambio, la diferencia entre valor y precio, la naturaleza insana de la asimetría en el comercio, la acumulación culpable de riqueza y todos los demás supuestos de la tradición tomista. Es cierto que algunos escolásticos ?como los nuestros de Salamanca? hicieron avances relevantes en el estudio de la libertad de mercado y el sistema de precios, pero, en general, el cristianismo se inclinó casi siempre hacia el colectivismo y la economía dirigida. A partir de mediados del siglo XIX, la doctrina social de la Iglesia en el mundo católico y el socialismo cristiano en el protestante acentuaron aún más su oposición al liberalismo y su visión benevolente ?como un error bienintencionado? del colectivismo marxista. 

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El maestro se explica

Tras una dilatada vida académica puede afirmarse, sin incurrir en exageración alguna, que Gabriel Tortella ocupa en la Historia Económica un lugar comparable al que en su momento tuvieron otros grandes maestros en disciplinas afines: José Antonio Maravall o Luis Díez del Corral en la Historia del Pensamiento, Antonio Domínguez Ortiz en el campo de la Historia Moderna, José María Jover o Miguel Artola en el ámbito de la Historia Contemporánea, o el siempre vigente Juan José Linz en ese territorio impreciso e interdisciplinar a caballo entra la Ciencia Política, la Sociología y la propia Historia. Porque Tortella ha sido un historiador lúcido, trabajador incansable y forjador del que puede considerarse uno de los mejores grupos de historia económica de nuestro país, nutrido con nombres como Pablo Martín Aceña, Leandro Prados de la Escosura o Francisco Comín, entre otros. La influencia de estos autores sobre el conjunto de la historiografía, encabezados por su propio maestro, resultó decisiva en la dinamización que experimentaron los estudios históricos en España a caballo entre los años ochenta y noventa, posiblemente el período más brillante de la ciencia histórica en nuestro país, cuando los intercambios mutuos entre las diferentes especialidades (historia política, social, económica, de las ideas) se cultivaron de manera incansable, antes de caer en la hiperespecialización y en las últimas modas que se han impuesto y que nos han empobrecido en los últimos lustros.

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Capitalismo de amiguetes

El capitalismo, como la democracia, es un sistema que tiene muchos defectos; pero, hasta la fecha, no se ha inventado un modelo mejor. Si utilizamos la terminología benthamita que popularizó en su día George Stigler, hay que reconocer que, cuando se aplica al capitalismo un cálculo de placeres y dolores, los primeros son claramente superiores a los últimos. Pero los dolores existen, ciertamente; y no son en absoluto despreciables.

La idea de que la conexión de los grupos privilegiados con el poder político supone costes importantes para los consumidores es casi tan antigua como la ciencia económica. La defensa del mercado como institución fundamental para el progreso económico que desarrolló Adam Smith en La riqueza de las naciones se basa precisamente en esta idea. Si alguien quería ganar dinero en la Europa del Antiguo Régimen, el camino más directo era mantener buenas relaciones con la corte y conseguir, mediante ellas, contratos de suministros a la Administración pública, un buen puesto de recaudador de impuestos o un monopolio en el comercio con las colonias. 

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Izquierda, capitalismo y utopía: comedia para el fin de los tiempos

«Estoy harto de utopías», exclama Visarión Belinski, crítico literario que formaba parte de la camarilla modernizadora liderada por Aleksandr Herzen y Mijaíl Bakunin durante las décadas centrales del siglo XIX, en un momento de La costa de la utopía, la espléndida trilogía que Tom Stoppard dedica a aquellos exiliados románticos de la Rusia zarista. En ese hartazgo, nuestro hombre se parece más a nosotros que a sus contemporáneos, impregnados de la esperanza en un futuro de armonía social y abundancia material. Tiene su lógica: aunque la literatura utópica poseía ya entonces una larga solera, su realización histórica no se produciría hasta décadas más tarde con la llegada al poder de los bolcheviques rusos. Es ahora, pasados cien años del exitoso golpe de Estado bolchevique y casi veinte después de la caída del Muro de Berlín, que simbolizó largamente la vigencia de la alternativa comunista, cuando esa ingenuidad nos resulta alarmante: la negra luz de la historia ha debilitado nuestros anhelos utópicos mediante una amarga cura de realidad. ¡Nadie otorga ya crédito a las utopías! O, al menos, eso creíamos.

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Para repensar la sociedad de consumo

«Tenemos demasiadas cosas hoy en día», opina el afamado diseñador de muebles británico Tom Dixon. A su modo de ver, de hecho, los occidentales habríamos alcanzado un peak stuff: un pico acumulativo que en adelante solo puede disminuir. Dado que un alemán contemporáneo posee una media de diez mil cosas, parece que sólo podemos darle la razón. ¡Y mejor no averiguar cuántas se acumulan en los barrocos hogares españoles! Pero Dixon no expresa sino un lugar común en las sociedades avanzadas, a pesar del protagonismo adquirido por el consumo en los últimos siglos, o precisamente a causa de ello: la adquisición, uso y circulación de bienes de todo tipo se ha convertido en un rasgo definitorio de las identidades personales, la política, la economía o el medio ambiente. A este asunto monumental ha dedicado el historiador Frank Trentmann un libro también monumental que le ha llevado siete años de trabajo.

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Los capitalistas rojos

La expresión china xintiandi puede traducirse como «nuevo paraíso». De hecho, ése es el sentido que se le da en las escuelas de la República Popular para explicar a los jóvenes estudiantes el cometido del Partido Comunista Chino: forjar xintiandi, un mundo mejor, un nuevo paraíso, vaya. Gracias a su asociación positiva con el Partido, la expresión ha pasado con éxito al mundo del marketing y de ahí ha dado su nombre a zonas residenciales, a tiendas de ropa y decoración, a cines y teatros, a hoteles y restaurantes; a lo que se tercie. Sólo una tropa de mala entraña puede resistirse a la llamada del paraíso.

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Para acabar de una vez por todas con el capitalismo

Trotskista en su juventud, profesor de música primero y periodista después, Paul Mason es ahora también un ensayista de éxito gracias a su trabajo sobre la posibilidad de superación del capitalismo en la era digital. Y verdaderamente, si la crítica del capitalismo es el nuevo yoga –como dejó dicho el columnista de Die ZeitHarald Martenstein, durante los años fuertes de la Gran Recesión–, el actual responsable de economía del Channel 4 británico se consagra aquí como un ejercitante original y persuasivo, plenamente convencido de los beneficios potenciales de su disciplina. De ahí que su libro concluya con una frase a la vez irónica y lapidaria: «El postcapitalismo os hará libres». 

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Debord, desmitologizado

El situacionismo de Guy Debord (1931-1994) sigue constituyendo una parte fundamental de la herencia intelectual de los años sesenta. La société du spectacle (1967) desarrolló un análisis del «espectáculo», que Debord veía como la capacidad del capitalismo contemporáneo para producir innumerables productos e imágenes que volvían al proletariado pasivo. Para superar esta pasividad, Debord ofreció una síntesis revolucionaria de marxismo y anarquismo. Su clásico estudio reveló el aprecio especial y algo romántico que sentía su autor por el anarquismo español, así como su deseo –expresado a lo largo de gran parte de su vida– de reanudar la guerra civil española.

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Paseando al hombre de paja

No deja de ser llamativo que un severo crítico del capitalismo abandone la editorial independiente que le publicó su primer libro para marcharse al más grande grupo editorial español y publicar allí su nueva crítica del capitalismo. Sea como fuere, el sociólogo César Rendueles entrega con Capitalismo canalla un trabajo bien distinto del debut que encandilase por igual a crítica y público hace un par de años. Aunque esas diferencias sean, acaso, superficiales: si Sociofobia era un ensayo que empleaba la terminología de las ciencias sociales para denunciar el espejismo digital como falsa solución a los problemas de la sociedad liberal, esta «historia personal del capitalismo» es un ensayo que, a partir de la biografía lectora del autor, traza una genealogía de los problemas sociales contemporáneos y denuncia la insostenibilidad moral de la globalización capitalista. 

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Un profeta de la socialdemocracia

Joseph Alois Schumpeter es, a mi modo de ver, uno de los mayores economistas del siglo XX, honor que comparte con John Maynard Keynes, con quien tan frecuentemente se le ha comparado. Sin embargo, yo creo que lo único que tienen en común ambos economistas es la grandeza, ya que, aparte de la fecha de nacimiento (ambos nacieron en 1883), poco más tienen de común sus biografías e incluso sus obras (aunque confluyen en algo que más adelante veremos).

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