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Historias de la ciencia y del olvido

OLIVER SACKS, DANIEL J. EVLES, R. C. LEWONTIN, STEPHEN JAY GOULD, JONATHAN MILLER

Trad. de Catalina Martínez Muñoz Ediciones Siruela, Madrid, 1996

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Esta colección de cinco ensayos sobre la evolución del pensamiento biológico, sensu lato, fue encargada en 1995 por la New York Review of Books a otros tantos conocidos científicos y divulgadores (citaré a continuación de sus nombres alguna de sus obras más conocidas traducidas al castellano). Se trata, pues, de primeras espadas que, por orden de intervención, son: el neurólogo Oliver Sacks (El hombre que confundió a sumujer con un sombrero, Con una solapierna, Veo una voz, Migraña, Un antropólogo en Marte), el historiador de la ciencia Daniel J. Kevles (En nombre dela eugenesia), el genético Richard C. Lewontin (La diversidad humana, No estáen los genes, esta última en colaboración con S. Rose y L. J. Kamin), el paleontólogo Stephen J. Gould (Desde Darwin, El pulgar del panda, La falsamedida del hombre) y el historiador de la medicina Jonathan Miller (El cuerpohumano). En el prólogo de la obra se nos indica que, dado el prestigio de los contribuyentes, la comisión se hizo a ciegas, dejando a su libre elección el tema a desarrollar. Sin embargo el historial de los autores hace inevitable que sus opiniones sobre lo que ha sido el desarrollo de las ideas científicas a lo largo de los dos últimos siglos se alineen en dos bandos contrapuestos. Sacks, Kevles y Miller utilizan, respectivamente, la neurobiología, la biología del cáncer y la psicología, para pronunciarse en favor de una tendencia ascendente del conocimiento científico mantenida a lo largo del tiempo mediante sucesivas síntesis. Con ello no niegan la existencia de ciertas irregularidades en la linealidad de la tendencia, pero las atribuyen al retraso con que determinados conceptos son asimilados, por chocar con el marco teórico establecido en el momento, o con la interpretación que de él hacían sus gestores. En otras palabras, se trataría de un ruido de fondo que sólo ocasionaría pérdidas transitorias de información y, tarde o temprano, lo que una idea tuviera de valioso acabaría incorporándose a un acervo cada vez más global. En definitiva, los tres autores comparten una visión optimista, en la que la virtud se ve finalmente recompensada, con matices individualistas (el tesón de los innovadores para Miller o la resistencia ofrecida por sus oponentes en el caso de Kevles) o connotaciones automatistas y hasta un tanto panglossianas (para Sacks una vez que el sistema alcanza el suficiente grado de madurez para aceptar una idea, ésta acabará ocurriéndosele a alguien). A diferencia de los anteriores los dos evolucionistas nos ofrecen una visión pesimista que considera a la propia manera de hacer ciencia como un subproducto de la ideología dominante que puede incluso llegar a obstaculizar el avance del conocimiento. Aunque no es fácil rechazar el argumento en su totalidad, tampoco lo es imaginar un mundo real en el que ciencia e ideología sean independientes y, de hecho, las propuestas de Lewontin y Gould no están, ni mucho menos, libres de intención. Por otra parte, la perversidad intrínseca del programa científico vigente está por demostrar. Gould parte de las representaciones gráficas del proceso evolutivo para mostrar que lo que se trata de transmitir con ellas no es la noción de un cambio morfológico temporal más o menos errático sino una secuencia ordenada en la que el ser humano aparece como el producto culminante de una evolución progresiva. Para Lewontin el postulado reduccionista que domina el desarrollo de la investigación biológica es el mayor estorbo al adelantamiento científico. A la espera de una alternativa que, por no implicar una distinción tajante entre causa y efecto, permita una mejor comprensión de los fenómenos, no es posible renunciar de momento al poder explicativo del procedimiento de análisis y síntesis, por limitador que éste sea.

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Ficha técnica

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