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Recuerdos y olvidos

Recuerdos. 40 años de servicio público

Pedro Solbes

Barcelona, Deusto, 2013

456 pp. 22,50 €

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Todo libro de memorias tiene mucho de autojustificación; especialmente cuando el pasado del autor ha tenido relevancia social y puede ser objeto de críticas por parte de una generación de lectores que vivió la historia que en el libro se narra. Este es también, sin duda, el caso de los Recuerdos de Pedro Solbes.

Con el subtítulo del libro, «40 años de servicio público», el autor indica, con bastante claridad, cuáles son sus objetivos y cómo quiere presentarse ante el lector. A lo largo de toda su vida profesional, Pedro Solbes fue un funcionario de éxito que, en un momento determinado, dio el salto a la política; y, en ella, desempeñó cargos muy importantes, ya que fue secretario de Estado, varias veces ministro y, durante cinco años, comisario europeo. El personaje que aparece reflejado en las páginas de estas memorias es un hombre pragmático, sin grandes ideas o principios que guíen su actividad, que se ve, más bien, influida por las circunstancias de cada momento. Tomemos, por ejemplo, las numerosas referencias a la Unión Europea que aparecen en la obra, muy justificadas, ya que Europa y su política económica han sido cuestiones dominantes en la actividad profesional de Solbes. ¿Qué ideas tiene el autor sobre la Unión Europea y los problemas a los que esta se ha enfrentado en las últimas décadas? No es fácil contestar a esta pregunta. Lo que se obtiene de la lectura de este libro es una gran cantidad de datos sobre cómo ocurrieron determinados acontecimientos, quién se reunió con quién, etc. Pero, aparte de ofrecer una visión a veces ingenua y voluntarista de las bondades de la Unión, Solbes no explica al lector, por ejemplo, cuáles eran, en su opinión, los temas de fondo de la Política Agraria Común o de la Unión Monetaria, por citar sólo dos políticas a las que dedicó Solbes mucho tiempo y esfuerzos. Una cita concreta: al comentar la reunificación de Alemania, hace referencia, de pasada, a la decisión del gobierno alemán de establecer un tipo de cambio 1:1 del marco oriental y el marco occidental; estrategia que, por cierto, muchos economistas consideran que fue un error. Pues bien, Solbes afirma que el tipo de cambio 1:1 «suponía una clara decisión política con una importante incidencia en la economía de Alemania occidental e indirectamente de toda la CE». ¿En qué sentido? Creo que no habría estado de más que nos explicara la razón de esta «importante incidencia» y, sobre todo, los efectos de tan controvertida decisión, lo que no hace ningún momento.

Tampoco resultan muy claras al lector sus ideas sobre las relaciones, siempre complejas, entre la política y la economía. En su opinión, es la economía la que debe subordinarse a la política; pero lo que es irracional desde el punto de vista económico –señala– lo sigue siendo aunque tenga un gran apoyo político. Y algo similar podría decirse de su visión del papel que deben desempeñar en una economía moderna el sector público y el mercado: «el mercado es más eficiente en la atribución de recursos («asignación» sería más correcto), pero es imprescindible un sector público que preste los servicios fundamentales y que posibilite una adecuada política de solidaridad territorial y personal». Esto está muy bien; y muy pocos economistas no estarían de acuerdo con tal afirmación. El problema está, naturalmente, en que existen interpretaciones muy diversas de lo que son servicios públicos «fundamentales» y de lo que es una política de solidaridad «adecuada». Y Solbes no va más allá a la hora de definir su propia visión del tema.

Insiste el autor en que nunca ha sido hombre de partido. Y, en las primeras páginas del libro, afirma que, en su obra, ha intentado reflejar los hechos con la mayor objetividad posible, aun siendo consciente de la imposibilidad de conseguirlo. La segunda idea es cierta, pero me temo que la primera no lo es en absoluto. En los capítulos iniciales de la obra, en los que narra su actividad en sus primeros puestos en la Administración Pública y, más tarde, como secretario de Estado para las Comunidades Europeas, el lector obtiene, en efecto, la imagen de un Solbes funcionario en sentido estricto. Pero, más adelante, el libro se convierte en exceso en una historia de buenos y malos, en la que el bueno es siempre Solbes y los malos son los políticos del Partido Popular. No se trata de que todo lo que hicieron los socialistas parezca bien al autor. Por el contrario, son numerosas las críticas a determinados aspectos de su política económica, en especial en los años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero los errores que los socialistas cometieron en su día se atribuyen a ideas equivocadas o, incluso, a su ingenuidad; pero nunca a mala fe. La política del PP, en cambio, aparece siempre guiada por intenciones perversas y estrategias oportunistas.

Veamos como simple muestra algunas expresiones de Solbes: el PP no era un partido dialogante, distorsionaba la realidad, no tenía transparencia en su información económica cuando gobernaba, sus presidentes regionales tenían un «enorme cinismo», su posición en el asunto Endesa fue «exagerada y excesiva» y, mientras gobernaba el PSOE, el PP estaba «instalado en el “cuanto peor, mejor” con un cálculo puramente electoralista». El autor, por tanto, aplica su peculiar ley del embudo a la hora de juzgar la conducta de los principales partidos del país. Baste una cita literal que describe perfectamente el sectarismo de muchas páginas de este libro. Al narrar la llegada al poder del PP el año 1996, escribe: «Al PP le costó desprenderse de las técnicas que había desarrollado en la oposición, basadas en la extensión de un clima de insoportable crispación a todos los niveles: político, económico y social. Tal vez el inesperado resultado electoral y la tensión acumulada en la larga negociación con CIU y PNV hicieron que el PP llegara al Gobierno con un afán de revancha, que tuvo algunas de sus manifestaciones más lamentables en el ámbito económico». Me parece que, visto lo que ocurrió en España en los años siguientes, el texto se comenta por sí mismo.

En cambio, Felipe González aparece en el libro no sólo como un político inteligente y prestigioso que, naturalmente, no sabía nada de los múltiples escándalos que tuvieron lugar tanto en la Administración Pública como en su propio Gobierno a lo largo de aquellos años, sino también como un gobernante ejemplar siempre dispuesto a anteponer los intereses nacionales –y los europeos también– a los suyos propios. Un ejemplo ilustra perfectamente esta curiosa forma de interpretar los hechos. En 1996, tras una serie de casos graves de corrupción, González se dio cuenta de que tenía que anticipar las elecciones; pero prefirió ganar tiempo y mantenerse unos meses en el poder. ¿Por qué lo hizo? ¿Fue, acaso, por su propio interés? No, desde luego. En opinión del Solbes, lo hizo para completar la consolidación fiscal que España necesitaba y para dar impulso a la construcción europea. Concluye el texto: «La decisión de Felipe González de no convocar elecciones en España durante el semestre de nuestra presidencia contribuyó a crear el clima de concentración y calma necesarias para relanzar el proyecto de la moneda única». En otras palabras, si González no hubiera sido ese gran estadista que retrasó las elecciones en España para defender la causa europea, no se habría «relanzado» el proyecto de la moneda única y, a lo mejor, la historia del euro habría sido diferente. La idea –estoy seguro– debe haber producido auténtica perplejidad a muchas personas a uno y otro lado de los Pirineos. No digo que Solbes intente engañar con esta sorprendente interpretación de los hechos. Lo más probable es que piense realmente que es verdad lo que dice; porque, si algo nos enseña la vida, es que una persona puede llegar a considerar ciertas muchas cosas que al resto de la gente le parecen simplemente carentes de sentido.

Pero no cabe duda de que las páginas del libro que mayor polémica han creado son las que dedica el autor a sus años de ministro con José Luis Rodríguez Zapatero, que han provocado ya respuestas bastante duras de economistas que estuvieron con él en el gobierno y en la Administración Pública en aquellos momentos. Y la razón es que, en su línea habitual, Solbes afirma que la culpa del desastre que nos dejó el presidente la tienen todos excepto él mismo. Si no se redujo el gasto público todo lo que era necesario en aquellos años, fue porque Zapatero y otros ministros se negaron a ello. Si no se hizo una reforma laboral en una economía que estaba lanzando al paro a varios cientos de miles de personas cada año, fue porque los sindicatos y la patronal no lo permitieron; etc., etc., etc. David Taguas, que fue director de la Oficina Económica de la Moncloa entre 2006 y 2008, se ha visto sorprendido, como tantos españoles, por estas afirmaciones y ha acusado abiertamente a Solbes, entre otras cosas, de negarse a frenar la explosión del crédito y oponerse a la modernización del sistema fiscal. Y con ironía ha señalado que, ciertamente, Solbes «no es responsable de nada; sólo ha sido ocho años vicepresidente económico de España, cinco años con ZP».

Un tema que se comentó mucho en su día en España fue el debate electoral que el entonces vicepresidente económico del Gobierno en funciones mantuvo en televisión con Manuel Pizarro, quien habría sido seguramente su sucesor en el caso de que el Partido Popular hubiera ganado las elecciones de 2008. Las encuestas dieron la victoria a Solbes. Pero, a tenor de lo que sucedió en los meses siguientes, mucha gente llegó pronto a la conclusión de que Solbes había ofrecido en aquel debate una visión falsa de la situación de la economía española con fines puramente partidistas. Él ha insistido, una y otra vez, en que no disponía en aquellos momentos de más información que la que presentó en el debate. Pero su explicación es poco creíble. Con los conocimientos que hoy tenemos, sólo cabe pensar que Solbes mintió o era un incompetente; y no creo que esto último sea cierto.

Es interesante señalar que, en este debate, el ministro actuó de forma racional y consiguió, sin duda, los objetivos que buscaba. Afirmaba Adam Smith que los políticos no son las personas de mayor integridad y rectitud en su comportamiento en la sociedad humana. Y explicaba su idea con el argumento de que, como los políticos no son hombres que compran y venden diariamente en el mercado, la reputación tiene para ellos menor valor que para un comerciante; y concluía que, por esta razón, les conviene engañar a quienes tienen trato con ellos, ya que pueden lograr grandes beneficios en el corto plazo si logran sus propósitos. He puesto a mis alumnos alguna vez este debate como un ejemplo del interés que sigue teniendo hoy la observación de Smith. Decir la verdad en aquel momento no habría sido, seguramente, lo más conveniente para Solbes, o para el Partido Socialista, aunque lo hubiera sido para la gran mayoría de los españoles. Al político en el poder le importaba sólo el corto plazo y, sobre todo, ganar las elecciones. El coste de no presentar los hechos como realmente eran fue muy pequeño para él, una vez que su partido logró su objetivo de mantenerse en el gobierno.

Dos son las fuentes a las que los historiadores del futuro tendrán que acudir cuando estudien la evolución de la economía española de los últimos treinta años. En primer lugar, sin duda, a los datos y a las fuentes directas. Pero también deberán analizar las opiniones de quienes fueron los protagonistas de la vida económica del país en esos años. Y las opiniones de Solbes tendrán que ser, ciertamente, tenidas en cuenta. El tiempo pondrá, sin duda, a cada uno en el lugar que le corresponde.

Francisco Cabrillo es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y director del C. U. Cardenal Cisneros.

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Ficha técnica

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