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Napoleón El Grande

Napoleón. Una vida

Andrew Roberts

Madrid, Palabra, 2016

Trad. de Diego Pereda Sancho

928 pp.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

El presente libro es la traducción al español de la edición norteamericana de Napoleon. A Life (Londres, Viking, 2014), del conocido publicista británico Andrew Roberts. Desde el principio causa sorpresa que no se haya respetado el título original de la edición inglesa, Napoleon the Great (Londres, Allen Lane, 2014), reproducido en la edición de bolsillo de Penguin, siempre con el éxito que acompaña a Roberts, un consumado autor de best-sellers.

La sorpresa es notoria porque, entre la multitudinaria bibliografía napoleónica, no aparece ninguna biografía con este título, a pesar de que Napoleón ha sido uno de los más «grandes» personajes de la Historia, al nivel de otros como Alejandro, Constantino, Pedro o Federico, a quienes se conoce con este apelativo. Lord Holland, gran amigo de los liberales españoles, que conoció personalmente al corso y tanto hizo en su favor durante sus años finales en Santa Elena, lo llamó «the greatest prodigy of the times» (Foreign Reminiscences, 1851, p. 185).

La consagración de Napoleón. Jacques-Louis David, c. 1806.

De Roberts se han publicado en España varios éxitos internacionales: Hitler y Churchill. Los secretos del liderazgo (Madrid, Taurus, 2003), Napoleón y Wellington (Granada, Almed, 2008) y La tormenta de la guerra. Nueva historia de la Segunda Guerra Mundial (Madrid, Siglo XXI, 2012). Y en Inglaterra raro es el año en que no aparece un nuevo libro de Roberts con presencia masiva en las librerías de los aeropuertos o de las estaciones de trenes. Fue el caso de Eminents Churchillians (1994) –cuyo título tanto recuerda a Eminent Victorians, de Lytton Strachey? o, posteriormente, A History of the English-Speaking Peoples since 1900, como continuación de la famosa obra del propio Winston Churchill. Todos los cuales han obtenido múltiples reconocimientos y premios. como Masters and Commanders –título de una famosa película?, realizado con el concurso de otros historiadores.

El libro es de apariencia apabullante y está escrito
con una técnica que intimida desde el principio

Al mismo tiempo que prolífico autor de libros muy populares, Roberts también lo es de artículos de contenido vario, publicados en medios como The Daily Telegraph o The Spectator. También es un experto comentarista, lo mismo en Inglaterra que en Estados Unidos, de programas de gran audiencia, desde el funeral de la princesa Diana en 1997 hasta la boda del príncipe Carlos y Camila Parker Bowles. Algunos de sus textos han dado lugar a series de televisión que él mismo ha presentado. Todo lo cual quiere decir que estamos ante un «historiador» estrella en los medios de difusión más inmediatos y masivos. Una forma de hacer y de trabajar la historia que nada tiene que ver con el oficio artesano del historiador, le métier d’historien, que describió de forma insuperable el gran historiador Marc Bloch.

Bien se comprende, por tanto, que nada más salir el libro, The New York Times (14 de noviembre de 2014), por sólo citar un ejemplo, le dedicara la consabida reseña, insistiendo en la «brillantez» del autor, sin el menor juicio crítico. Hasta el más inocente de sus lectores puede deducir que el autor de la reseña, que sólo destaca algunos lugares comunes del biografiado, no ha leído más que unas cuantas de páginas de la biografía en cuestión, justamente las que comenta. Pero un libro de grandes proporciones sobre una figura como Napoleón merece un análisis detallado, por respeto al lector y al biografiado. No cabe duda de que el libro es de apariencia apabullante y está escrito con una técnica que intimida desde el principio. Dice el autor que ha consultado en el curso de su investigación nada menos que sesenta y nueve archivos en quince países, desde Francia a Suecia, pasando por Bielorrusia e Israel. Para sorpresa del lector español, entre esos países no figura España, donde existen muchos documentos y archivos sobre la guerra napoleónica (desde luego más que en la República Checa o en Suiza).

Napoleón en Berlín. Charles Meynier, 1810.

Evidentemente, este no es un libro usual entre los escritos por los historiadores napoleonistas, pocos de los cuales han tenido la oportunidad de, como se dice en el capítulo de agradecimientos, haberse beneficiado, por confidencias del expresidente Nicolas Sarkozy, de «intuiciones» valiosas a la hora de comprender la consideración actual de que en Francia goza Napoleón. Al igual que son muy pocos quienes han tenido la fortuna de ensanchar su perspectiva, en conversaciones con Otto von Habsburg, acerca del matrimonio déclassé de María Luisa con Napoleón; o de mejorar su conocimiento del Congreso de Viena gracias a un encuentro con Henry Kissinger.

Por cierto, el libro destaca también en el recurso a lo truculento, tan típico en los biógrafos británicos. En los agradecimientos a personalidades relevantes, relata Roberts que una de ellas llegó a mostrarle «un piojo como los que propagaron el tifus que arrasó a las tropas napoleónicas»; otra le cede «una muestra del cabello de Napoleón», la cual ha permanecido en el escritorio del autor, sirviéndole de inspiración. Por no hablar de su «maravillosa» esposa, quien ha examinado con Roberts «cuchillas de guillotina» y «ha contado las calaveras de los monjes masacrados en la cripta de la iglesia en que se encarceló a Josefina».

Le cedieron «una muestra
del cabello de Napoleón»,
la cual ha permanecido
en su escritorio, sirviéndole de inspiración

Obligado esnobismo en un libro de esta naturaleza: el lector malicia desde el principio que el autor le descubrirá con pelos y señales todos los entresijos del gran Napoleón, empezando, como principal aportación, por cada una de las más de treinta y tres mil cartas que la Fondation Napoléon ha venido publicando desde 2004. Después resulta que tales cartas (conocidas en la vieja edición ordenada por Napoleón III) no se utilizan con profusión, ni tampoco contribuyen a revelar cosas desconocidas sobre la vida del gran Bonaparte. Pues de los treinta y un capítulos del libro, cada uno de ellos con un promedio de entre de entre ciento treinta y ciento sesenta notas, los más de ellos proceden de publicística de la época y, en mucha mayor medida, de bibliografía secundaria posterior. Con la particularidad de que la obra termina con una relación abreviada de «Artículos, ensayos y tesis inéditas», sin que se concrete, por ejemplo, el material relevante utilizado en los archivos indicados, que es lo que los historiadores tanto valoran en su modesto taller de artesanos.

Con todo, el libro de Roberts, tan ambicioso e incluso provocador, aporta multitud de datos y, sin duda, constituye una biografía relevante sobre Napoleón, escrita con agilidad y un gran oficio en el manejo del ordenador. Desde luego, por el momento, ha disuadido a otros publicistas del tipo de Roberts de intentar escribir otro libro sobre Napoleón, de ocasión y hecho con técnica similar. Por poner un ejemplo: el británico Antony Beevor, también británico y de ventas también exorbitantes, afirmaba, en declaraciones realizadas en España (El País, 30 de junio de 2015), estar preparando un libro sobre Napoleón, libro, según decía, que «me temo que ya no escribiré». Entre otras razones, porque un buen amigo suyo, el polaco Adam Zamoyski, está ya en eso. A lo que añade, más adelante, como sin darle importancia, al británico modo, «por cierto, Andrew Roberts también ha publicado una nueva biografía de Napoleón, ¡son demasiadas! En fin, puede que cambie de opinión».

Resulta evidente que este escritor de best-sellers lo mismo se atreve con un libro sobre Stalingrado que con otro sobre la batalla de las Ardenas, la guerra civil española o el vencedor de Austerlitz. Nos lo cuenta después de haber asistido a un banquete exclusivo de setenta y cuatro personas dado por Charles Wellesley, el actual duque de Wellington, con un menú de la época y un vino, que aportó un benefactor, de 1815. Banquete al que seguramente fue invitado Andrew Roberts, y cuya mención incluirá en el capítulo de agradecimientos de su próximo libro.

Incendio de Moscú. Viktor Mazurovsky, 1812.

Volvamos a Napoleón. Una vida. Sobre el libro, tan aclamado por la crítica periodística, conviene hacer algunas consideraciones críticas. Escrito en un registro épico, el lector encontrará en él muchas de las famosas máximas napoleónicas y páginas brillantes, más propias de un fabuloso contador de historias que de un historiador. La propia estructura del trabajo lo dice por sí mismo, tal como se advierte en el índice. Sin embargo, independientemente de la falta de espíritu crítico que lo adorna y de la obvia pretensión (muy lícita) de ser la «gran» y definitiva biografía de Bonaparte, la falta de equilibrio entre los asuntos importantes y los que lo son menos genera lagunas importantes.

Por poner un caso concreto de especial interés para el público español, el único capítulo que dedica a la Península, que titula «Iberia» (capítulo 20, pp. 433-461) es por completo desafortunado. En primer lugar, por el espacio, ya que, en verdad, sólo se dedica a los asuntos de España y Portugal poco más de una cuarta parte del capítulo. De tal manera que cualquier lector poco avisado apenas reparará en la importancia que tuvo la guerra de Portugal y España en Napoleón, a la que considera «una guerra dinástica», pese que fue en esta lucha, que los británicos han llamado guerra peninsular, donde se fraguó el aprendizaje y grandeza de Wellington y la derrota del gran Napoleón.

Pero, en segundo lugar, están las inexactitudes, acompañadas de grotescas caricaturas: llama a Godoy «presidente del gobierno»; dice de éste que «además de tener a su mujer y a su querida viviendo en la misma casa, era amante también de la reina»; o que fue atrapado por la muchedumbre. La falta de precisión le lleva a decir que «en Madrid fue asesinado su ministro de Economía», o a señalar que la opinión pública española consideró a Napoleón como el instigador del motín de Aranjuez.

Un lector poco avisado apenas reparará en la importancia que tuvo
la guerra de Portugal y España para Napoleón, pese a que fue
en esta lucha donde se fraguó su derrota

Otra inexactitud completa: afirmar que ¡«el 21 de marzo Carlos IV renegó de su abdicación»! Reduce el 2 de mayo a un levantamiento de los madrileños en que estos mataron «a unos ciento cincuenta soldados en una insurrección» [sic]. Por si fuera poco, el colmo de desatinos, después de hablar de «esta familia tan disfuncional», en referencia a la familia real, señala que las juntas se pudieron organizar ¡«en las zonas rurales»! Y otra perla: «Los escaños en los ayuntamientos españoles fueron hereditarios hasta 1804 y la inquisición aún actuaba» (p. 450).

Como es harto frecuente a lo largo de la biografía, una cita estruendosa, una referencia sesgada pero efectista, le sirve para decir que «los grupos militarizados que combatían a los franceses […] estaban bien organizados, pero la mayoría no eran más que bandas criminales». Al parecer, según el biógrafo, España –«que todavía era, en gran medida, rural, analfabeta, económicamente retrasada, ultracatólica y reaccionaria»?, era para el emperador «como una Córcega en grande». Esto no lo dijo ni pensó jamás Napoleón.

Napoleón en Santa Elena. Franz Josef Sandmann, c. 1820.

Acudiendo de nuevo a la truculencia, en el escasísimo espacio que dedica a los guerrilleros (en ningún momento trata del ejército), habla de su forma de actuar, la cual incluía mutilaciones genitales y «crucifixiones». Todo ello, en apenas tres o cuatro páginas, sin una referencia a un archivo o a un libro español, con un desprecio completo al buen sentido y al saber histórico. Algo verdaderamente sorprendente en un biógrafo tan hábil como Roberts, que en alguna ocasión se erige en crítico de los historiadores demasiado crédulos o descuidados (véase, por ejemplo, su comentario en la página 448).

Por todas estas razones, si aplicamos el escalpelo a muchas de sus páginas, no podremos por menos de sentirnos defraudados, a pesar de que, en su conjunto, el presente libro sobre Napoleón el Grande no deja de ser una biografía estimulante, que atrapa al lector desde el principio. A la vista de lo señalado, el historiador queda perplejo y sigue a la espera del Napoleón que François Furet, tan buen conocedor del personaje, quiso escribir y no pudo hacerlo, a pesar de que, con toda seguridad, «hubiera escandalizado a la mitad de la profesión y hubiera trastornado algunas reputaciones usurpadas» (Patrice Gueniffey, «Les Napoléon de François Furet”, en Histoires de la Révoloution et de l’Empire, París, Perrin, 2011, p. 742).

Manuel Moreno Alonso es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y autor, entre otros libros, de La Revolución francesa en la historiografía española del siglo XIX (Sevilla, Universidad de Sevilla, 1979), Sevilla napoleónica (Sevilla, Alfar, 1995), Napoleón. La aventura de España (Madrid, Sílex, 2004), Napoleón. De ciudadano a emperador (Madrid, Sílex, 2005), José Bonaparte. Un rey republicano en el trono de España (Madrid, La Esfera de los Libros, 2008), La verdadera historia del asedio napoleónico de Cádiz (Madrid, Sílex, 2011), El clero afrancesado en España. Los obispos, curas y frailes de José Bonaparte (Madrid, Biblioteca Nueva, 2014).

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