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Subversión pragmática

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La defensa entusiasta de una teoría literaria conduce al peligro de la parcialidad y de la tergiversación. El peligro se extrema aún más cuando la teoría se pone en relación con una práctica inadecuada. Este es el caso del libro de Florence Dupont, un estudio que parece ser revolucionario pero que termina revolucionando al lector. En efecto, para analizar tres obras clásicas –una oda de Anacreonte, un poema de Catulo y El asno de oro de Apuleyo– Dupont se sirve del método pragmático bajo el que se oculta el prejuicio antropológico de la defensa a ultranza de lo oral. La autora secunda la visión pragmática de la literatura según la cual el contexto enunciativo es fundamental para recuperar el sentido de un texto literario. Para Dupont –en lo que constituye un ataque frontal a la labor hermenéutica de los filólogos–, el desconocimiento de las circunstancias comunicativas que dieron lugar a una obra literaria es el causante directo de una pluralidad de significados que transforman la obra en una invención moderna. Su partidismo, cada vez más evidente, persiste a medida que avanza el libro. Por un lado, aunque parte de la interesante sugerencia de que la aparición de la escritura en la Grecia antigua no supuso una evolución tan tajante desde lo irracional al racionalismo, subvierte esta afirmación al conceder una mayor importancia a lo oral, lo que ella denomina «cultura caliente», y descalificar al libro, como un «monumento» gélido, un «cadáver momificado», propio de la «cultura fría», unos términos dicotómicos que provienen, según la autora, de la teoría de la entropía en termodinámica. Por otro, a partir del hecho constatado y estudiado con solvencia desde hace tiempo de que la lectura individual, propia de la época moderna, no existió como tal en la época clásica, y por tanto la función de la literatura era diferente, llega al convencimiento apocalíptico de que los textos que analiza son «ilegibles» por no estar destinados entonces a una lectura individual literaria. La «invención de la literatura», consistiría para ella, por tanto, en que estos textos ilegibles se hayan considerado literatura. Así, la oda de Anacreonte, inmersa en la celebración del symposion, posee un significado pragmático constante e invariable que forma parte de «La cultura de la ebriedad: cantar para no decir nada» –este es el sugerente título del capítulo–, pues la oda es simplemente un «tiesto lingüístico». Dupont olvida el detalle, sin embargo, de que gracias a este recipiente puede reconstruirse su tan ansiado acto de comunicación. El poema de Catulo bucea en el contexto de los lusus (juegos) de la comissatio (fiesta) donde gobierna el poder del beso. Esta es, claro, «La cultura del beso: hablar para no decir nada». A su vez, El asno de oro es un intermediario entre dos oralidades, la que proviene de ser una «caja de cuentos» de origen popular, y la que se produce al ser pronunciados en una situación enunciativa diferente. La obra de Apuleyo pertenece, entonces, a «La cultura del cuento: libros para no leer». La localización de los poemas de Anacreonte y Safo en la fiesta del symposion y de la comissatio, y la afirmación de que El asno de oro no es una novela –en el sentido moderno del término–, sino una satura de relatos, facilitan, es cierto, una mejor comprensión de los textos. Sin embargo, la determinación de las condiciones enunciativas nunca puede emplearse como sustituta del análisis inmanente y formal, ni para la literatura moderna, ni para las obras clásicas. Mantener la ilegibilidad de un texto por el mero hecho de no poder reconstruir con exactitud su proceso comunicativo, significa sencillamente –si no estamos ante una pura provocación ingenua– negar la dimensión elocutiva de toda la literatura. Conviene añadir, además, que un concepto que se prolonga en el tiempo, como es el término literatura, es necesariamente polisémico para poder adaptarse a la dinámica y metamorforsis de las producciones de las distintas épocas. Su naturaleza y su función cambian. Medir la literatura clásica con el rasero de las categorías actuales es tan anacrónico como inapropiado. La provocación y la ingenuidad, en fin, alcanzan su cima cuando la autora, transformada en Casandra, termina la travesía pronunciando un presagio muy posmoderno: «El futuro está en el reciclaje de lo escrito» en las obras maestras de la literatura «para reutilizarlas en la música, la danza y el rap» (sic).

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