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Sueños de un seductor

Ida y vuelta. La vida de Jorge Semprún

Soledad Fox Maura

Barcelona, Debate, 2016

347 pp. 23,90 €

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La vida de Jorge Semprún Maura (Madrid, 1923-París, 2011) se presta a muy variadas interpretaciones. Como todas, pero tal vez la suya especialmente, por los muchos años vividos, por su personalidad polifacética y por sus múltiples peripecias vitales y políticas, desde su internamiento en el campo de concentración de Buchenwald en 1943, siendo casi un adolescente, hasta su incorporación al gobierno de Felipe González como ministro de Cultura cumplidos ya los sesenta y cinco años. En su reciente biografía del personaje, Soledad Fox Maura, pariente lejana de Semprún, lo califica de «genio camaleónico». Es una buena manera, al estilo cubista, de compendiar todas sus facetas en un solo rostro más o menos reconocible y de plantear al mismo tiempo el gran reto de una biografía como ésta, basada en ese cúmulo de autobiografías que el protagonista fue dejando a lo largo de su vida, no sólo en las obras que explícitamente lo son –las dos autobiografías de Federico Sánchez, su nombre de guerra en la clandestinidad–, sino en todos aquellos textos, entrevistas y conversaciones en los que volvió sobre el tema recurrente de su pasado, que es como decir de su propio personaje. También acierta al señalar que Semprún debió su fortuna como escritor a un particular dominio de la autoficción, ese subgénero literario mediante el cual el autor idealiza, completa o deforma sus propias vivencias en un relato a caballo entre lo real y lo fantástico. Algunas flagrantes tergiversaciones de la realidad detectadas por Soledad Fox y por otros estudiosos de su obra demostrarían la forma libérrima con que Semprún trató ciertos episodios del pasado.

De ahí la dificultad de valorar su producción literaria, muy modesta como obra de ficción y cuestionable como testimonio histórico referido a fenómenos tan sensibles como los campos de concentración nazis y la lucha antifranquista. La cuestión para Semprún se reduce a que, al menos en cuanto a la experiencia de los campos nazis, «es simplemente imposible decir o escribir la verdad», una explicación poco convincente a juicio de la autora de esta biografía, que subraya la «fuerte dimensión picaresca» de la vida y la obra del escritor hispanofrancés, tanto por el cúmulo de venturas y desventuras vividas por él como por su tendencia a mistificar sucesos propios y ajenos. Ya se ve que el parentesco que le une con su personaje no le impide tratarlo con la mayor objetividad.

Y, sin embargo, no puede decirse que los lazos de sangre estén ausentes de esta biografía, que utiliza abundantes documentos y testimonios familiares y que en parte se concibe –lo dice el propio título– como un viaje de ida y vuelta entre el abuelo Maura, presidente del gobierno con Alfonso XIII en varias ocasiones, y su nieto Jorge Semprún, ministro de Cultura entre 1988 y 1991 en el Gobierno de Felipe González durante el reinado de Juan Carlos I. Que un nieto del líder conservador acabara siendo ministro de un gobierno socialista, tras vivir buena parte de su vida en el exilio republicano y militar en el Partido Comunista, puede parecer, más que un viaje de ida y vuelta, una huida hacia delante. Entre estas dos opciones, Semprún como continuador –involuntario– de una saga familiar, o como transgresor consciente de los valores de su estirpe, la autora se inclina más bien por la primera y a partir de ahí establece un paralelismo entre abuelo y nieto que constituye una de las claves de su interpretación del personaje. Paralelismo en sus comienzos, cuando el joven Antonio Maura, recién llegado a Madrid de su Mallorca natal, lucha denodadamente con el castellano hasta alcanzar un dominio hablado y escrito que acabó convirtiéndolo en académico de la lengua; algo parecido a lo que le sucedió a su nieto Jorge, cuando el exilio le obligó a hacer del francés su segunda lengua –en realidad, su primera lengua escrita–, en la que acabó triunfando como escritor. Más curiosa aún, por la moraleja histórica que entraña, resulta la comparación del trato que uno y otro mantuvieron con Alfonso XIII y Juan Carlos I. Las fotos de su época de ministro recogidas en el libro muestran a un Semprún siempre deferente con los reyes, que le corresponden con toda cordialidad. Llaman la atención su imagen jurando el cargo en La Zarzuela ante un crucifijo y, una vez cesado del cargo, el episodio de su despedida del monarca, extrañado de que fuera precisamente un republicano irredento y un antiguo comunista el único de los sesenta ministros socialistas nombrados desde 1982 –el cálculo es de Felipe González– que había pedido audiencia para despedirse de Su Majestad. Era como si entre un Maura y un Borbón hubiera una relación especial que imponía sus propios códigos de conducta y como si el nieto quisiera cerrar, casi un siglo después, el conflicto provocado por la destitución de Maura por Alfonso XIII en 1909, ejemplo insuperable de borboneo que dejó muy tocada la relación entre ellos. Tiene gracia que fuera un Maura de izquierdas quien sellara la reconciliación entre las dos familias.

Sus dotes de seductor –uno de los más grandes del siglo XX, en opinión de la autora– no eran ajenas a sus orígenes genéticos y sociales. Tampoco lo era ese clasismo apenas perceptible que impregnaba su estilo de vida. Su exquisita incapacidad para las cosas prácticas, tales como hacerse un café –esa ordinariez–, era el resultado de una larga decantación de modales y valores propios de un mundo de holganza que permitía adquirir aquello que estaba reservado a unos pocos: don de gentes, idiomas, elegancia natural. Semprún tenía tan interiorizada su personalidad aristocrática, que esas señas de distinción se hacían patentes en los lugares y momentos más insospechados, como el campo de concentración de Buchenwald, donde, según su propio testimonio, su conocimiento del alemán, aprendido en su infancia de las Fräulein que cuidaban de él y sus hermanos, le salvó la vida. Que unos años después, como infiltrado del Partido Comunista en la España franquista, desempeñara «el papel más glamuroso dentro del partido» ayudaría a entender, sugiere la autora, que nunca fuera detenido durante su larga estancia clandestina en España.

El libro vuelve una y otra vez sobre la personalidad seductora, en ocasiones algo impostada, de Jorge Semprún, tan parecida a la de otro profesional de la seducción, el aristócrata José Luis de Vilallonga –escritor, actor, playboy–, que sería como la versión conservadora y frívola del nieto de Maura. La autora resalta las facultades interpretativas de Semprún, dotado como nadie para encarnar al personaje que él mismo había creado. «Ha nacido una estrella», titula Soledad Fox el largo capítulo que abarca la etapa central de la biografía (1963-1988). Las referencias cinematográficas se repiten a lo largo del libro, como cuando es comparado con James Dean, protagonista de Rebelde sin causa. La escena de la liberación del campo de Buchenwald parece sacada de una película protagonizada por el joven deportado español, en su más genuina versión de hombre de acción, que acude al encuentro de los estadounidenses armado con una metralleta alemana de la que se había apoderado poco antes. Otros deportados los reciben con júbilo y lágrimas en los ojos; él, por el contrario, se muestra altivo y les reprocha su tardanza.

El personaje está bien descrito en el libro, acaso algo caricaturizado. El estudio de su trayectoria política deja, sin embargo, alguna que otra duda, por ejemplo, sobre su influencia en el cambio estratégico adoptado en junio de 1956 por el Partido Comunista, cuyo Comité Central defendió, poco después de los disturbios ocurridos en la Universidad de Madrid, la reconciliación nacional como la mejor respuesta al trauma de una guerra civil repudiada por las nuevas generaciones. ¿Fue Semprún, tan próximo a los sucesos de febrero de 1956, el inspirador de la resolución aprobada por el Comité Central del partido? La biografía de Soledad Fox no arroja nueva luz sobre un episodio crucial y, pese a ello, todavía oscuro. Tanto Pasionaria como Carrillo se atribuyeron posteriormente aquella decisión histórica, pero no es descabellado pensar que estuviera influida por los informes enviados desde Madrid por Federico Sánchez, que pudo comprobar en su trato con los protagonistas de aquellos hechos –Enrique Múgica, Javier Pradera, Ramón Tamames, Fernando Sánchez Dragó, Julio Diamante, Miguel Sánchez Ferlosio…– hasta qué punto la voluntad de reconciliación formaba parte de las señas de identidad de los más jóvenes. En realidad, no es que el libro no aclare las cosas en cuanto a la paternidad de la declaración del PCE a favor de la reconciliación nacional. Es que, si nos ceñimos a lo que dice la autora –«este nuevo enfoque de Semprún y Pradera hizo saltar las alarmas entre los dirigentes del PCE» (p. 193)–, se diría que ignora la existencia de la célebre resolución del PCE, adoptada sólo cuatro meses después de los disturbios protagonizados por un grupo de universitarios que se proclamaban «hijos de los vencedores y de los vencidos». Su afirmación de que aquellos sucesos tuvieron como consecuencia que Falange «se viera apartada de forma permanente del gobierno» (p. 181) es un desatino sorprendente en un libro en general riguroso como éste.

Quedan en pie otras cuestiones difíciles de dilucidar a estas alturas, como el verdadero estatus de Semprún en Buchenwald, o de menor importancia, como la fecha exacta de su ingreso en el Partido Comunista. Soledad Fox barrunta que debió de ser en 1942 o 1943, si bien admite que pudo formalizarse posteriormente. Lo que declaró el propio Semprún es que solicitó su ingreso en 1943, aunque «las detenciones ocurridas por aquel entonces en el P.C. de E. en París» retrasaron su integración efectiva hasta una fecha posterior, que no llega a precisar. Así lo afirma en una breve autobiografía manuscrita, firmada en julio de 1956, con vistas a su incorporación al Buró Político del Partido Comunista, que la autora parece desconocer. No es ésta una omisión importante en una obra apoyada en un buen aparato documental. En cambio, hay que decir que a veces el tratamiento de las fuentes plantea graves problemas de fluidez, e incluso de comprensión en la lectura de algunos pasajes. Así ocurre, sobre todo, con la transcripción de las numerosas entrevistas realizadas a personalidades tan cualificadas como Felipe González y otros altos cargos de la Administración socialista. Reproducir literalmente, en ocasiones a lo largo de más de una página, lo que en un tono coloquial han declarado los entrevistados es un recurso más propio de una tesis doctoral –y no de las mejores– que de un libro escrito como Dios manda. Dado el indudable interés de estos testimonios, lo suyo hubiera sido utilizar en estilo indirecto la información aportada y entresacar alguna frase reveladora que fuera fácil de aislar de su contexto sin convertirla en un engendro sintáctico.

La deficiente utilización y reproducción de algunas fuentes afecta también a un párrafo de El largo viaje, de Semprún, que, transcrito y mutilado por la autora, pierde toda su coherencia. La cita, de catorce líneas, narra un viaje en tren de Praga a Bucarest con una delegación del Partido Comunista rumano e incluye una confusa enumeración de sus acompañantes y de las viandas y bebidas con que le agasajaron, interrumpida en dos ocasiones por unos puntos suspensivos entre corchetes. Ahí probablemente, en las palabras que la autora ha suprimido para aligerar el fragmento, esté todo aquello que le falta al texto para resultar inteligible (p. 208). No menos torpe es el uso que hace de cierta documentación soviética cuyo origen y naturaleza no están del todo claros, en particular, un largo «informe soviético del 12 de enero de 1978» que empieza citando al «corresponsal en Madrid, Taniug», a cuyo testimonio se alude luego en varias ocasiones. ¿Quién es Taniug? No se nos dice, pero lo más probable es que, contrariamente a lo que reza la transcripción, no se trate de un corresponsal de prensa, sino de la agencia yugoslava de noticias Tanjug, de la que, por alguna razón que ni la autora ni el documento aclaran, se habrían tomado estas revelaciones. ¿Informe soviético? Cuesta creerlo, salvo que sea un refrito de opiniones propias e informaciones ajenas que convirtiera finalmente el documento en un pastiche. En todo caso, es imposible que un «informe soviético» de los años setenta calificara despectivamente de «facción prosoviética» al partido dirigido entonces por Enrique Líster (pp. 239-240).

La autora hace suya la opinión de quienes, como Javier Pradera, pensaron que Semprún no obtuvo en España el reconocimiento que merecía, al menos en comparación con Francia. Es lógico que así fuera, porque sus amigos franceses pusieron el listón muy alto y porque, en realidad, Semprún era un español que escribía en francés. Soledad Fox recuerda que, en 1999, la televisión de aquel país emitió un documental titulado Le siècle de Semprun. ¡El siglo de Semprún! ¿Quién puede superar eso? El autor de El largo viaje conectaba muy bien con la alta cultura francesa por su personalidad gauche caviar, tan mediática y seductora, y por manejar un excelente francés hablado y escrito, muy superior a su español literario. No hay que extrañarse, por tanto, de ese trato desigual que recibió a uno y otro lado de los Pirineos. Tampoco de que su etapa como ministro en España acabara de forma abrupta e inspirara algunas de las páginas más críticas y amargas de su libro Federico Sánchez se despide de ustedes. Para Javier Solana, compañero de Semprún en aquel gobierno, la cosa estaba clara: tenía sin duda vocación política, pero tal vez le faltaba vocación de ministro. También podría decirse lo contrario: que el nieto de Antonio Maura tenía más vocación de ministro que de político al uso, ligado a una disciplina de partido que nunca fue con él. De ahí su enfrentamiento con Alfonso Guerra y, finalmente, su salida del Gobierno cuando el propio Felipe González se dio cuenta de que su encanto y su prestigio no compensaban el coste político de una independencia personal a la que no parecía dispuesto a renunciar.

Nadie podrá negarle a Soledad Fox el mérito de abordar a un personaje tan difícil sin sucumbir a su enorme magnetismo. El mal uso de algunas fuentes le resta brillantez, pero no veracidad, a su reconstrucción de una vida apasionante y compleja en la que no siempre resulta fácil distinguir la realidad de la ficción.

Juan Francisco Fuentes es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense. Es autor de Adolfo Suárez. Biografía política (Barcelona, Planeta, 2011) y, con Pilar Garí, Amazonas de la libertad. Mujeres liberales contra Fernando VII (Madrid, Marcial Pons, 2014). Es coeditor, con Javier Fernández Sebastián, del Diccionario político y social del siglo XIX español (Madrid, Alianza, 2002) y del Diccionario político y social del siglo XX español (Madrid, Alianza, 2008). Su último libro es Con el Rey y contra el Rey. Los socialistas y la Monarquía. De la Restauración canovista a la abdicación de Juan Carlos I (1879-2014) (Madrid, La Esfera de los Libros, 2016).

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