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¿Hubo otra Iglesia durante la República?

Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la guerra civil

Feliciano Montero García, Antonio C. Moreno Cantano y Marisa Tezanos Gandarillas (coords.)

Gijón, Trea, 2013

304 pp. 25 €

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España es un país que subsiste a golpe de brochazos. Eso sí, siempre en blanco o negro. Parece que cualquier otro tipo de tonalidad no pudiera ser utilizado a la hora de describir el presente, el pasado o el futuro. La línea está sellada por un binomio esclerotizado: la memoria de los nuestros y la de los otros (aunque, a veces, no se tenga claro ni siquiera quiénes son los unos ni los otros). Hace ya unos cuantos años que la historia también se ha convertido en una línea de fractura de la sociedad española, que replica la mortecina cantinela habitual de las tertulias televisivas. Como es lógico, en este amargo y tozudo contexto siempre hay quien se queda fuera de juego porque no encaja con facilidad en ningún ámbito por su identidad fronteriza, que no asimila a los paquetes estándar de batalla ideológica de cada día.

En Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la guerra civil, nos encontramos con diez interesantes recorridos biográficos de esta clase de individuos de frontera: sacerdotes que fueron republicanos y, por tanto, disidentes de un modelo común católico. Son, por tanto, algunos de los grandes olvidados de la historia de la Iglesia española contemporánea. Y es que, si dejamos de lado la experiencia del clero nacionalista catalán y vasco, muchos de estos personajes quedaban enclaustrados en documentadas notas a pie de página de trabajos especializados. Como el resto de los vencidos, fueron asesinados o sufrieron la dureza del exilio. Salvo excepciones, el silencio cayó sobre sus vidas y ni siquiera fueron rescatados por el catolicismo contestatario de los años finales del régimen y los inicios de la Transición. Estamos, pues, ante un esfuerzo colectivo de un grupo de nueve historiadores, encabezado por Feliciano Montero, Antonio C. Moreno y Marisa Tezanos, que pretenden rescatar a estos sacerdotes republicanos del olvido, cuando no de la indiferencia generalizadaLa nómina se amplía con la participación de los historiadores Encarnación Barranquero, Miguel Ángel Dionisio, Luis Carlos Gutiérrez, Luisa Marco, Enrique Orsi y José Ramón Rodríguez Lago..

Los propios autores son conscientes de que han elaborado una primera aproximación a un tema poco explorado hasta el momento por una historiografía que, pese a los avances de esta última década, tiene una asignatura pendiente con la historia religiosa. Una responsabilidad compartida, por otro lado, por los responsables de numerosas instituciones eclesiásticas que defienden con uñas y dientes la cerrazón de sus archivos. Por ello, Otra Iglesia es un ejemplo más de los pasos que vienen dándose para la normalización de un campo de investigación que aún mira con envidia los desarrollos de otras historiografías tan cercanas y lejanas a la vez como la francesa o la italiana. Y es que los historiadores españoles que se dedican a la historia religiosa, como afirmaba la profesora Ana Yetano hace tiempo, siguen teniendo un marcado perfil profesional de «historiadores solitarios»Ana Yetano, «La historia religiosa contemporánea en la universidad española», en Profesor Nazario González. Una historia abierta, Barcelona, Universitat Autònoma, 1998, p. 568.. Tanto es así que, en demasiadas ocasiones, los planteamientos generales sobre la España contemporánea están lastrados, de partida, por lugares comunes insostenibles con nuestro actual conocimiento historiográfico. Como si el mero hecho de ser creyente ofreciera un paquete de respuestas para todo: la política, la moral, la sociedad, la familia, etc. Con este tipo de ideas, es evidente que toda explicación ahoga la pluralidad constitutiva del campo católico, que debe ser leído desde arriba y desde abajo, pero también desde el centro y desde la periferia. No podemos olvidar que el cristianismo no ha sido nunca una creencia monolítica, como ponen de manifiesto, desde el origen mismo, los cuatro evangelios con sus diferentes teologías. En definitiva, lo católico tampoco puede dejar de ser analizado desde la diversidad y este libro apuesta por un estudio serio desde los márgenes del fenómeno.

Historias de disidentes y heterodoxos

Las biografías de estos disidentes, como los califican los autores del trabajo, evidencian que la realidad es siempre más compleja de lo que creemos. De hecho, en algunos casos podríamos afirmar que estamos ante unos heterodoxos de manual, que tendrían su obligada referencia en una actualización de la célebre obra de Marcelino Menéndez Pelayo. Por desgracia, nos falta documentación esencial sobre la gran mayoría de los biografiados para ayudar a comprender adecuadamente su evolución interior a lo largo del tiempo. Aunque las vidas de estos sacerdotes tienen puntos en común, no podemos ofrecer un modelo prototípico del clero disidente por sus contradicciones y matices. Los bandazos fueron recurrentes en algunos biografiados con vaivenes ideológico-culturales difíciles de explicar. Por ejemplo, el gallego Matías Usero Torrente (precisamente el sacerdote que arenga con un discurso en la tribuna de oradores desde la portada del libro) abandonó el sacerdocio por el espiritismo en una estancia por tierras americanas y, sin embargo, al regresar a España retomó su labor eclesiástica. Pero su historia no se detuvo con su reconversión al catolicismo y terminó sus días (fue fusilado al inicio de la guerra) siendo un ferviente propagador de la doctrina teosófica y del socialismo revolucionario.

El mismo final le deparó la Guerra Civil al que, con toda probabilidad, sea la figura más desconocida del libro: el malagueño Francisco González Fernández, quien fue ejecutado en enero de 1938 por las fuerzas nacionales. Las dificultades de encontrar fuentes personales más prolijas lastran cualquier intento de explicar su evolución, pero, aun así, conocemos que se convirtió en un maestro de escuela republicano, lo que fue alejándolo de su misión como sacerdote. Su ejercicio del magisterio en una escuela del pueblo malagueño de Alora fue revistiéndose de una carga política, lo que se materializó en un compromiso con el Frente Popular y su afiliación a la masonería a partir de un gran interés por la teosofía, como le había sucedido al propio Usero.

Por otro lado, están aquellos sacerdotes que fueron radicalizándose con el paso del tiempo hasta convertirse en vehementes portavoces del anticlericalismo, como Jerónimo García Gallego y Hugo Moreno López. García Gallego había sido un monárquico de orden en las primeras décadas del siglo, destacando por sus polémicas en la prensa como director del semanario católico Hogar y Pueblo (1921-1931). Pronto le encandiló el mundo de la política y en numerosas ocasiones se enfrentó con dureza con El Debate y los miembros de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas de Herrera Oria. Con todo, si seguimos los debates, resulta evidente que diferían más en las formas que en el fondo. Con el advenimiento de la Segunda República, entró en el parlamento como independiente para defender a la Iglesia de las medidas anticlericales, aceptando el nuevo sistema político como un «mal menor». Y fueron sus planteamientos políticos los que determinaron su suspensión a divinis en 1936 (para que no pudiera hacer sombra e ir contra los intereses de la CEDA y los agraristas), lo que definitivamente lo acercó a los postulados del Frente Popular. Su delicada situación en la guerra le radicalizó hasta defender posturas plenamente anticlericales, como había hecho anteriormente Hugo Moreno López, quien alcanzó fama literaria con el seudónimo de Juan García Morales y obras como El Cristo Rojo (1935) o ¡Queman, roban y asesinan… en tu nombre! Religión y fascismo (1937). García Morales fue uno de los más acerados críticos de la derecha y de la jerarquía eclesiástica en las páginas de la prensa republicana desde el limbo jurídico en que vivía, sin poder celebrar misa y sin perder su condición de sacerdote.

Podríamos sumar la figura de Cándido Nogueras al grupo de sacerdotes anticlericales. Con todo, mosén Nogueras es un perfil anómalo dentro de estas biografías ya de por sí anómalas, ya que fue un cura miliciano en el Pirineo aragonés. Si bien existen otros casos de colaboración sacerdotal con milicianos para salvar la vida, probablemente nos enfrentamos a una relación mucho más intensa. Durante la República no se significó políticamente, pero el asesinato de su hermano en agosto de 1936 va a modificar su comportamiento. Pocos meses después concedía una entrevista, que le dio cierta notoriedad en el bando republicano, en la que afirmaba que «si Jesucristo estuviera en el mundo formaría también en estas milicias populares, junto a los que tanto quiso. Sería un luchador más por la libertad», o consideraba que no podía censurar la violencia anticlerical por la ira popular contra quienes habían sido sus opresores. Nogueras estuvo recluido durante tres años en una cárcel franquista, mientras negaba todos los cargos que se le imputaban. Tras su liberación, se le confinó a un exilio interior en una parroquia zaragozana tras una breve estancia en un manicomio.

Por su parte, el leonés Tomás Gómez Piñán fue nombrado miembro de la Comisión Jurídica Asesora, se secularizó de facto y se casó civilmente en aquellos tumultuosos años republicanos. Esta deriva no puede sorprendernos, ya que su condición de sacerdote se oscurecerá por su activismo político, acentuado por una conferencia impartida en el Ateneo en 1930 que le granjeó la atención de la opinión pública izquierdista. Con la llegada de la República, sus principales preocupaciones serán los problemas jurídicos derivados del nuevo régimen, especialmente la relación entre Iglesia y Estado. Con todo, acabó sus días ejerciendo la abogacía en España tras haberse adherido al Movimiento Nacional. Un final en España que no logró uno de los más populares sacerdotes de la época: Luis López-DórigaTambién puede consultarse José Antonio Morillas Brandy, Luis López-Dóriga. El deán republicano de Granada, Granada, Comares, 2003..

López-Dóriga fue un sacerdote culto que, por el camino de las inquietudes sociales, acabó siendo miembro del grupo parlamentario del Partido Radical Socialista durante la Segunda República. El deán de Granada se convertía así en el modelo ideal de lo que debía ser el cristianismo para el universo republicano español. Y eso que podría haber tenido un futuro prometedor como el típico eclesiástico de carrera. Su tío era arzobispo y lo intentó nombrar obispo auxiliar, pero la Santa Sede, siempre vigilante de la ortodoxia de su jerarquía, desconfió de un sacerdote atípico doctrinalmente para los cánones de la época. Amigo de Fernando de los Ríos, y con una estrecha relación con la Casa del Pueblo granadina, por ejemplo, defendió la separación entre la Iglesia y el Estado y votó a favor de la Ley del Divorcio, en contra del parecer de otros sacerdotes de la Cámara en su misma situación. Era la gota que colmó el vaso, por lo que fue excomulgado en 1933 por esta actuación parlamentaria, aunque para entonces ya estaba suspendido a divinis desde noviembre de 1931. En la guerra no se significó como otros sacerdotes, aunque trabajó para algunas instituciones republicanas. Después buscó durante años la posibilidad de un regreso a Granada, asegurando que todo lo había hecho guiado por su conciencia. Aunque el arzobispo le revocó las sanciones, le impidió volver a la diócesis, por lo que falleció en su exilio mexicano dedicado a la enseñanza de hijos de exiliados.

Otro de los sacerdotes prorrepublicanos que logró entrar en el Congreso republicano fue el azañista toledano Régulo Martínez Sánchez. Como la gran mayoría de los biografiados, su preocupación por la cuestión social fue distanciándolo de la jerarquía católica, especialmente del cardenal primado Segura, a la vez que comenzaba a desarrollar un compromiso firme con las propuestas republicanas. Con la proclamación de la Segunda República, Régulo Martínez se distanció definitivamente de la Iglesia, aunque siguió presentándose como sacerdote, y entró a formar parte, primero, de Acción Republicana y, posteriormente, de Izquierda Republicana. Tras serle conmutada la pena de muerte, estuvo encarcelado hasta 1944 y su lealtad a la República le llevó a participar de la oposición antifranquista en la clandestinidad, con la creación de la Acción Republicana Democrática Española en 1958. Asimismo, se encargó de comentar el desarrollo del concilio Vaticano II en las páginas de la revista Ibérica, dirigida por Victoria Kent. En los estertores finales del franquismo, Régulo Martínez se definía como un cristiano progresista que pretendía establecer un régimen republicano de nuevo en España. Al contrario que el resto de los biografiados, su actividad política llegó hasta la Transición, al conseguir impulsar un minoritario partido republicano que fracasó electoralmente.

Pero también hubo quien se mantuvo firme en su vocación sacerdotal durante toda su vida, como son los casos del conocido Leocadio Lobo y del catalanista Joan Vilar i Costa. El primero nunca abandonó su condición de sacerdote católico, pese a los problemas que le acarreó su fidelidad a la causa republicana. Es más, en este caso, los ataques que recibió por parte de la jerarquía eran exclusivamente políticos debidos a su actividad propagandística en favor de la República, tal y como se observa en la sanción canónica que sufrió y que sólo le fue levantada en 1947, cuando pidió perdón a sus superiores y abjuró de sus ideas. Eso sí, la primera misa que celebró en Nueva York después de la confirmación de sus licencias eclesiásticas fue por el eterno descanso de los fallecidos durante la guerra. Tampoco tuvo dudas de su condición sacerdotal el manresano Joan Vilar, quien dejó la Compañía de Jesús para convertirse en sacerdote diocesano en los primeros meses de la Segunda República. Entonces fue acercándose al republicanismo a través de su defensa del catalanismo político, lo que puede haber sido la razón por la que abandonó a los jesuitas. Durante la guerra, participó de la defensa de la legitimidad republicana desde una perspectiva creyente, por ejemplo, en la redacción del Boletín de Información Católica, en los intentos por restablecer el culto público en la España republicana o con la redacción de una respuesta a la carta colectiva de los obispos españoles. Como aseguró, «no havia treballat mai tant per a l´Església com ara». El final de la contienda le obligó a exiliarse a Francia, donde continuará su actividad pastoral entre los exiliados españoles.

Buscando un denominador común

Como puede comprenderse, esta pluralidad de biografías lastra cualquier interpretación unívoca de este fenómeno de disidencia clerical. Meter en el mismo cajón a Leocadio Lobo o Matías Usero es una misión fallida de partida. Por ello, en su introducción, Feliciano Montero se pregunta por el denominador común de estos biografiados. La respuesta se encuentra, como ya había señalado Marisa Tezanos en documentados trabajos anteriores, en las experiencias de catolicismo social que vivió el catolicismo español en las dos primeras décadas del siglo XXMarisa Tezanos, «El clero disidente frente a la legitimación religiosa del Régimen Franquista», en VV.AA.: Tiempos de silencio. Actas del IV Encuentro de Investigadores del Franquismo (Valencia 17-19 de noviembre de 1999), Valencia, Fundació d’Estudis i Iniciatives Sociolaborals, 1999, pp. 426-431, o Marisa Tezanos, «El clero ante la República: los clérigos candidatos en las elecciones constituyentes de 1931», en Feliciano Montero y Julio de la Cueva (eds.), Laicismo y catolicismo: el conflicto político-religioso en la Segunda República, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, 2009, pp. 275-291.. Los nombres de Maximiliano Arboleya, José Gafo o Bruno Ibeas aparecen constantemente en las biografías de estos sacerdotes. El diagnóstico sociopastoral que hicieron estos religiosos a partir de la doctrina social católica establecida por León XIII les incitó a acudir a la acción social y sindical para mejorar las condiciones laborales y vitales de unos trabajadores que se encontraban alejados de la Iglesia, desde planteamientos que chocaban con las propuestas caritativas tradicionales. Es decir, buscaban modernizar el catolicismo y hacer una propuesta en positivo desde la justicia social. Pronto estas experiencias fueron chocando con la cerrazón de los ambientes más conservadores, lo que supuso el fracaso del catolicismo social español, como destacaron los miembros más activos del grupo de la Democracia Cristiana, que terminó también desautorizado. De estos ambientes, y de la implicación social con la realidad obrera, surgirán la gran mayoría de los protagonistas de esta obra.

Poco más puede sacarse en conclusión de tal disparidad geográfica, social, política o cultural, más allá de su significativo y transformador paso por Madrid en todos los casos, menos en los de López-Dóriga y Francisco González. Por esta razón, Otra Iglesia es una de las primeras piedras depositadas en los cimientos para una labor de futuro, que se une a otros trabajos pioneros de investigadores solventes, como la ya citada Marisa Tezanos o Luisa MarcoLuisa Marco, El Evangelio Rojo. Sacerdotes antifranquistas durante la Guerra Civil española (1936-1939). Pensamiento, actividad propagandística y contestación a la «Cruzada», tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 2012.. Podría decirse aquello de «son todos los que están, pero no están todos los que son». Los autores no pretendían agotar la nómina de sacerdotes republicanos, sino visibilizar a sujetos históricos desdeñados en demasiadas ocasiones. Podrían haberse añadido más personajes, unos más conocidos que otros, como los de Basilio Álvarez, José Manuel Gallegos Rocafull, Jaime Torrubiano, Jesús Arnal, Marino Ayerra o Carles CardóPara saber más sobre algunos de estos sacerdotes, véanse José Luis Casas Sánchez, Por lealtad a la República. Historia del canónigo Gallegos Rocafull, Barcelona, Base, 2013; José Manuel Gallegos Rocafull, La pequeña grey. Testimonio religioso sobre la Guerra Civil española, Barcelona, Península, 2007; Marisa Tezanos, «Basilio Álvarez: “una sotana casi rebelde”», Espacio, tiempo y forma. Historia contemporánea, núm. 10 (1997), pp. 151-178; Víctor M. Arbeloa, Aquella España católica, Salamanca, Sígueme, 1975, o Marino Ayerra, No me avergoncé del Evangelio: ¡malditos seáis!, Pamplona, Mintzoa, 2002.. No puede sorprendernos tampoco. Éste fue un fenómeno minoritario, pero no tanto como a primera vista pudiera parecer. Sólo un ejemplo nos bastará para comprender las dimensiones del problema: para los tiempos de la Segunda República se han registrado, dentro del clero diocesano guipuzcoano, a cuatro simpatizantes con la causa republicanaMikel Aizpuru y Donato Unanue, «El clero diocesano guipuzcoano y el nacionalismo vasco: un análisis sociológico», en Justo G. Beramendi y Ramón Máiz (comps.), Los nacionalismos en la España de la II República, Madrid, Siglo XXI/Consello de Cultura Galega, 1991, p. 289.. Estamos hablando de una de las regiones que se identificaban por su gran catolicidad, cuna de misioneros y con unas de las estadísticas más altas de participación dominical. Esos cuatro sacerdotes republicanos son algo más que una anécdota dentro de un clero dominado, y también laminado, por tradicionalistas y nacionalistas vascos. Sabemos, por tanto, que existió una sensibilidad republicana en una minoría significativa de los sacerdotes españoles. No debe asombrarnos en exceso, ya que también hubo republicanos entre los laicos católicos y los sacerdotes no vivieron aislados del mundo.

¿Por qué nos cuesta tanto desembarazarnos de los estereotipos creados? Sólo hace falta leer con detenimiento cómo ha sido recogido este trabajo en los medios de comunicación para darse cuenta de la sorpresa que causa la existencia de sacerdotes republicanos, una recepción que podría ser extrapolable a la comunidad académica en general. La principal razón es historiográfica. No tenemos aún un conocimiento adecuado de la historia del catolicismo español contemporáneo. Nos faltan esas grandes obras sobre las diócesis de las que tanto provecho ha sacado la historiografía francesa. No sabemos aún con certeza, aunque pueda parecer imposible, qué significaba ser católico, cómo se entendía el sacerdocio o quiénes formaban parte de ese concepto, que los contemporaneístas usamos con tanta fruición, de «jerarquía eclesiástica». Exceptuados algunos estudios locales ejemplares, no contamos con adecuados análisis prosopográficos sobre el clero español con sus variantes regionalesJosé Luis González Gullón, El clero en la Segunda República. Madrid 1931-1936, Burgos, Monte Carmelo, 2011, o Antón Pazos, El clero navarro (1900-1936). Origen social, procedencia geográfica y formación sacerdotal, Pamplona, EUNSA, 1990.. No podemos olvidar que ser católico no significaba lo mismo para una mujer de clase media bilbaína, para un deán de Santiago o para un sacerdote rural castellano. Más allá de los problemas con las fuentes, tenemos una dificultad con el paisaje, donde las tensiones entre catolicismo y secularización no suelen estar presentes. En estas biografías aparece muy bien descrito este proceso que produjo, como es evidente, cambios y transformaciones en la identidad y la tarea sacerdotal. Pese a las dificultades para entrar en el interior más profundo de las personas, los autores han conseguido acercarse a la deriva vital de los biografiados.

Tras la lectura de este trabajo, resulta evidente que debería comenzarse a pensar en elaborar una radiografía de este clero republicano para poder sacar conclusiones más firmes sobre sus trayectorias. Con todo, un pero que podría ponerse a Otra Iglesia es la escasa reflexión conceptual sobre lo que significa ser un sacerdote disidente. ¿Realmente estamos en todo momento ante un clero disidente? ¿Disidentes con respecto a qué? En muchos de los casos, la crítica fue el primer paso hacia la ruptura, ya sea hacia el anticlericalismo, la teosofía o el espiritismo. Pero ruptura, al fin y al cabo. De ahí que podamos preguntarnos si tiene sentido hablar de clero disidente en el caso de quienes dejaron de serlo definitivamente. Según puede concluirse a partir de estas biografías concretas, la auténtica disidencia con respecto a la Iglesia llevó a romper necesariamente con el sacerdocio. En casos como los de Matías Usero o Tomás Gómez Piñán, parece que no hubo ninguna tensión sobre su autoidentificación, mientras que en otros el camino relatado demuestra que las encrucijadas vitales a que se enfrentaron fueron mucho más traumáticas. Por otro lado, resulta excesivo utilizar la calificación de clero disidente para hablar de Leocadio Lobo o Joan Vilar. Es más, de ser así, también serían disidentes los obispos Mateo Múgica o Vidal i Barraquer y los sacerdotes abertzales vascos, quienes tampoco podrían entrar estrictamente en el concepto de clero republicano. Y no parece que sea ésta la mejor caracterización a nivel historiográfico para personas que nunca quisieron romper, ni rompieron, su comunión con la Iglesia, ya que ésta se situaba en un plano diferente al del conflicto político de la época. Por ello, la fuerte carga conceptual de autoexclusión que tiene la disidencia no casa demasiado bien con algunos de estos recorridos biográficos.

Si quiere hablarse de disidencia, primero habrá que definir y delimitar bien qué quiere decirse con el concepto. Si no, probablemente, acabaremos hablando de cuestiones diferentes, aunque usemos la misma terminología. Puede parecer un simple debate nominalista, pero no lo es. La ambigüedad del concepto utilizado no facilita centrar la casuística analizada y puede resultar central a la hora de responder a una pregunta, por el momento sin respuesta, con la que se abre el libro: ¿estamos ante una minoría representativa? Y es que, probablemente, sea mucho más interesante analizar los recorridos de los sacerdotes republicanos que no llegaron a romper con la Iglesia, sin olvidar tampoco las experiencias similares que pudieron haber vivido algunos religiosos de órdenes y congregaciones religiosas, y cómo respondieron al comportamiento mayoritario de los católicos españoles durante la Segunda República y la Guerra Civil.

Otra Iglesia es un libro solvente, pese a que, en ocasiones, una cercana y empática posición hacia los biografiados pueda terminar afectando a la argumentación. En algunos casos de manera directa, y en otros de forma indirecta, se cae en la tentación de presentar a estos sacerdotes como anticipadores posconciliares en una Iglesia preconciliar. Hay que tener mucho cuidado con este tipo de caracterizaciones. Es lógico que pretenda rescatarse del olvido a quien fue injustamente maltratado, pero sin caer en excesos panegíricos. No es la primera vez que quiere adelantarse en varias décadas la transformación conciliar. Y es que en ningún momento se nos presentan planteamientos teológicos similares a los que prefiguraron el concilio Vaticano II, que fue mucho más que la aceptación de la libertad religiosa o la democracia, como tampoco se destaca una interrelación de sus ideas con las de los teólogos que prefiguraron con osadía el concilio.

En definitiva, más allá de los pequeños matices que puedan hacerse, este libro coral se ha convertido ya en un punto de partida para futuras investigaciones y replanteamientos de la historia del catolicismo español. Muy pegados a los datos que han podido manejar en múltiples archivos y hemerotecas, los autores se han guardado de establecer suposiciones difíciles de demostrar con los conocimientos actuales. Por ello, dejan que sea el lector quien responda a los múltiples interrogantes que se esconden en cada página de estas biografías. Según avancen este tipo de investigaciones, descubriremos si realmente hubo otra Iglesia minoritaria que se situaba más allá del integrismo y del posibilismo. Aún nos queda mucho trabajo por hacer, pero estamos ante un trabajo que puede convertirse en un buen pilar historiográfico.

Joseba Louzao Villar es profesor titular del Centro Universitario Cardenal Cisneros (Universidad de Alcalá) y autor del libro Soldados de la fe o amantes del progreso. Catolicismo y modernidad en Vizcaya (1890-1923) (Logroño, Genueve, 2011).

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