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Apocalípticos e integrados frente a la globalización

¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización

ULRICH BECK

Paidós, Barcelona, 1998

Trad. de Bernardo Moreno y Mª Rosa Borràs

226 págs.

Politik der Globalisierung

ULRICH BECK

Suhrkamp, Fráncfort del Meno, 1998

Perspektiven der Weltgesellschaft

ULRICH BECK

Suhrkamo, Fráncfort del Meno, 1998

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Los tres libros que vamos a comentar funcionan en realidad como uno solo: ¿Qué es la globalización? es una profusa reseña de los otros dos trabajos editados por el propio Beck, Política de la globalización (sobre la pérdida de centralidad del Estado nacional como regulador político) y Perspectivas de la sociedad mundial (sobre la pérdida de valor de las culturas e identidades nacionales), donde ha reunido a algunos de los autores de referencia preocupados por la crisis del Estado nacional (Habermas, Scharpf, Dahrendorf, Luhmann, Held, Hirst, Albrow, Zürn, Robertson, entre otros) y ocupados en allanar conceptualmente la llegada de un prometedor futuro.

En la senda de Giddens, Beck considera la globalización como una prueba de la ruptura de los fundamentos de la sociedad industrial. La segunda modernidad, la modernización reflexiva o la globalización serían aspectos de una misma realidad: la quiebra de la posibilidad de articular la sociedad (y de explicarla) sobre supuestos tales como la soberanía nacional, las clases sociales, el uso ilimitado de la naturaleza, el significado tradicional de la familia, las diferencias entre la izquierda y la derecha o el referente ciudadano del Estado nacionalLas tres obras reseñadas se han publicado en la colección que Beck dirige en la editorial Suhrkamp bajo el título genérico Segunda Modernidad. Se trata de un proyecto de largo alcance en torno al final de la sociedad industrial y al inicio de una nueva era. La colección se abrió con un trabajo editado por Beck titulado Hijos de la libertad (en la línea de la modernización reflexiva) y fue continuada por el libro de Giddens (cito según la edición española) Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales, Tecnos, Madrid, 1996. En la editorial alemana han aparecido también el libro de Martin Albrow Adiós al Estado nacional y el de Michael Zürn Gobernar más allá de los Estados nacionales. Globalización y desnacionalización como oportunidad. Les seguirá la obra de André Gorz, El trabajo entre la miseria y la utopía, y una nueva compilación de Beck, El futuro del trabajo y la democracia. . Para reorganizar su campo de investigación, Beck decide dar nuevos nombres a realidades ya conocidas, distinguiendo entre globalización, globalidad y globalismo.

El globalismo se equipara aquí con la ideología neoliberal; es el discurso de una sociedad que se encamina a la «utopía del anarquismo mercantil del Estado mínimo». ¿Ideología o praxis? He aquí uno de los problemas peor resueltos en estos trabajos, pues su respuesta oscila entre las dos interpretaciones según convenga a la argumentación. Al situarse Beck (como Appadurai, BeckGernsheim, Albrow, Robertson, Zürn, Pries, Pieterse, Jänicke o Lafontaine) entre los optimistas de la globalización, le resulta más sencillo considerar el neoliberalismo como discurso. Así, la prédica del mercado bienhechor se podría combatir sin dificultad, pues una vez desenmascarada su maldad intrínseca no permitiría defensa alguna. Ahora bien, ¿cómo negar la práctica económica y política de la década conservadora? La solución que estos trabajos sugieren consiste en considerar lo acaecido como un mero dato. Se toma el pasado a beneficio de inventario, y se decide mirar sólo hacia adelante, con una fe inquebrantable en el futuro. Pero al ignorar el carácter real y estructural de la globalización, así como los conflictos sociales que han construido el presente, la esperanza que atraviesa estos trabajos es un optimismo de clases mediasVolker Heins, «Überall zu Haus», en Frankfurter Rundschau, 16 de enero de 1998. , un entusiasmo ingenuo donde lo normativo se sostiene sobre un edulcorado análisis de lo positivo.

El segundo concepto que define Beck es el de globalidad. Esta expresión se refiere al hecho de que «vivimos en una sociedad mundial». Frente a lo que Beck llama mito de la convergencia, la sociedad mundial sería precisamente lo contrario: una «multiplicidad sin unidad». Los trabajos de Perspectivas de la sociedad mundial intentan construir la idea de esa sociedad mundial donde las fronteras culturales se habrían disuelto. Como escribe Martin Albrow, la globalidad sería la conclusión de «todos aquellos procesos a través de los cuales los pueblos del mundo estarían unidos en una única sociedad mundial, la sociedad global». La existencia de espacios étnicos globales (Appadurai) y de espacios sociales transnacionales (Pries), la hibridación global de las culturas (Pieterse, Beck-Gernsheim), la influencia de lo local en la configuración de lo global (Meyrowitz, Robertson), la vigencia de la representación política y el nuevo papel de las instituciones en una sociedad mundial (Dahrendorf, Shaw, Bretherston, Luhmann, Wendt, Albrow) y, en fin, la globalidad de los aspectos ecológicos (Vogler, Jänicke) serían los diferentes ladrillos de esta nueva Babel supuestamente armoniosa a cuya construcción estaríamos asistiendo.

La globalidad como tendencia no es cuestionable. Sí lo es, en cambio, afirmar que «la experiencia de la globalidad libera a lo nacional en una comunidad universal de los ausentes». Esto significa, una vez más, dar por irremisiblemente perdida la identidad nacional y la virtud, sentido y vigencia de las fronteras; es decir, la razón de ser de los Estados nacionales. Aunque esta afirmación es válida en el caso de una catástrofe nuclear o en cuanto al movimiento de capitales (al menos hasta 1998), no lo es para la movilidad de la mano de obra, el disfrute de la seguridad social o el acceso a la educación. No menos discutible es la idea de hegemonía que suele acompañar a la globalidad. Para los autores de Perspectivas, la globalización sería la garantía de la heterogeneidad. La tesis contraria –la macdonalización de la sociedad, en su vertiente de hegemonía de la cultura occidental, especialmente norteamericana– es radicalmente rechazada con ejemplos que admiten una doble lectura. Es cierto que las posibilidades técnicas permiten que sepamos lo que ocurre en la maltratada región mexicana de Chiapas, que un cantante de Rai argelino llegue al número uno de las listas francesas, que una revista como Le Monde Diplomatique sobreviva pese a su discurso crítico, que parte de África viva en el barrio londinense de Nottingham Hill, o que alcaldes mexicanos se reúnan con compatriotas afincados en los Estados Unidos para que financien algunos gastos de su comunidad de origen. Pero no es menos cierto que la tendencia ha marcado una dirección opuesta (aunque para entenderlo así hay que asumir la realidad, no como un dato fijo, sino como un proceso).

Para todos estos autores, la globalización en términos culturales es glocalización, es decir, una mixtura que supera lo global y lo local, donde lo particular se integra en la totalidad resaltando su singularidad y formando parte diferenciada del conjunto que contribuye a crear. Es meridiano que en términos económicos no es así; la brecha entre el Norte y el Sur se agrava; valga, pues, decir que los ricos se globalizan y los pobres se localizan. Pero tampoco es cierto esto en otros aspectos sociales, pues raramente la globalización se ha impuesto sin conflicto social. Podemos revisar ahora los ejemplos anteriores. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional surgió en Chiapas como respuesta, tanto a la pobreza estructural de la comunidad indígena como a la firma entre México y los Estados Unidos del acuerdo de libre comercio NAFTA (que también integra a Canadá). El apoyo de que ha gozado entre la izquierda occidental, más allá del uso inteligente de Internet, se debe tanto a la miseria de aquella región como a la personalidad del subcomandante Marcos, así como al agotamiento de otros referentes políticos. En las listas de éxitos musicales de casi cualquier país priman los cantantes anglosajones y, casi sin excepción, los auspiciados por las grandes compañías de discos. Le Monde Diplomatique sobrevive, más que vive, porque, tras varios fracasos nacionales, se han concentrado ahí los esfuerzos de muchos lectores y editores progresistas europeos. Por último, la población étnica en las ciudades del primer mundo es relevante sobre todo por ser víctima del paro y la marginalidad, y su integración, cuando llega a producirse, se traduce, al cabo de un par de generaciones, en la homogeneización.

Para completar las definiciones, la globalización designaría según Beck aquellos «procesos que tienen como consecuencia que actores transnacionales se introduzcan en las capacidades del poder, en las orientaciones, identidades y redes de los Estados nacionales y de su soberanía y pasen a través de ellas». De ahí que se opte por hablar de globalizaciones (Pieterse), frente a lo que se considera una hegemonía de la interpretación económica. Esa suma de procesos, entendida como la apertura de mil y una posibilidades, es la que permite sostener el discurso optimista que comparten Beck y el grueso de sus invitados.

Al valorar su libro Apocalípticos e integrados, treinta años después de su publicación, Umberto Eco se ha definido como apocalíptico en su interpretación de los medios de comunicación. Y con ello, aduce, no incurre en ninguna contradicción con su crítica de antaño a los catastrofistas. Si ahora llevan razón los apocalípticos es porque los medios han seguido un desarrollo equivocado, y han sido derrotadas las propuestas que él hiciera en su día. Aplicando este caso al debate sobre la globalización, podemos preguntarnos si las posiciones apocalípticas contribuyen a conservar los elementos positivos de nuestras sociedades o, por el contrario, acelerarán los males ya desencadenados. ¿Será la globalización, como señala Beck, «una cura de rejuvenecimiento»? ¿O bien, como apuntan otros autores, «el mundo se dirige de forma implacable hacia uno de esos momentos trágicos que harán que el futuro historiador pregunte por qué no se hizo algo a tiempo»?Hans-Peter Martin y Harald Schumann: Latrampa de la globalización. Taurus, Barcelona, 1998. Globalización.

«No existe alternativa nacional a la globalización –escribe Beck como resumen de su trabajo–. Quizá sí, en cambio, exista en el ámbito transnacional.» Para Beck, como para los demás colaboradores, Europa es la gran solución a los problemas de la globalización en el Viejo continente. Pero Beck menosprecia el deterioro que, en nombre de la globalización, ha sufrido el Estado social, y esa desatención no se solventa confiando en que el Estado transnacional europeo sea una mejor respuesta. Basta considerar el abismo que aún media entre la Europa social y la Europa económica para entender que conceptos tales como «Europa» o «Estado transnacional» son tipos ideales empíricamente ambiguos.

El freno que sufre actualmente la desregulación para capitales y mercancías, fruto de las crisis rusa, asiática y latinoamericana, deja cada vez menos espacio para el optimismo fácil ante la globalización. La reciente paralización del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones, la Declaración de la Cumbre Iberoamericana de octubre de 1998 o la decisión del G-7 de establecer barreras a los movimientos especulativos de capitales (Hedge Funds), tomada en noviembre de 1998, son señales inequívocas de que los Estados nacionales siguen siendo estructuras políticas manejables a las que acudir para resolver las irracionalidades del mercado. Y por ahora esas estructuras parecen ser las únicas capaces de canalizar el proceso político occidental que nace con la idea una persona, un voto. El llamamiento final de Beck, ¡Ciudadanos del mundo, uníos!, puede ser interesante como consigna política futurista, pero no sirve para la organización del presente. Beck no nos aclara si al certificar la defunción de los Estados nacionales, al defender la existencia de una segunda modernidad, al asumir que ha llegado una nueva era, se garantizan nuevas mejoras sociales (o al menos, el mantenimiento de los logros alcanzados). Visto el desarrollo del planeta desde los años ochenta, dar por quebrados dos siglos de conquistas ciudadanas sin asegurar una alternativa parece prematuro. Lo que Beck llama globalismo no es una vertiente espuria de la globalización sino su motor: un nuevo ángel de la historia como el que vio con pesimismo Benjamin en un cuadro de Klee, encumbrado en el progreso por el inevitable torbellino del desastre.

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