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La prehistoria de Julio Camba

«¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!» Los escritos de la Anarquía

Julio Camba

Logroño, Pepitas de calabaza, 2014

584 pp.

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Que la práctica totalidad de historias de la literatura española –centradas, por lo general, en los géneros que establecen el canon (novela, teatro y poesía)– han pasado por alto la obra de grandes escritores por el solo hecho de que esta fue escrita en el soporte de la prensa diaria es algo tan cierto como que, en los últimos años, y merced al trabajo de una serie de investigadores y editores empeñados en rescatarlos, varios desheredados de la fortuna han conquistado un pequeño lugar en los estantes de novedades de las librerías. De esta manera, la reedición de títulos clásicos y antologías de nuevo cuño de autores como Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba o César González-Ruano, ha propiciado que las generaciones de lectores más jóvenes descubran, por ejemplo, que la columna de opinión no nació en España con Francisco Umbral o Manuel Vázquez Montalbán. De hecho, lo cierto es que la tradición española es relativamente rica –si no en cantidad, sí, al menos, en calidad– en miembros de esa especie literaria a la que González-Ruano gustaba de llamar el escritor «en periódicos», en contraposición a esa otra figura –el escritor «de periódicos»– con la que, muy a menudo, se la ha confundido. La diferencia que establece la preposición, explicaba el articulista madrileño en sus memorias, es la misma que existe entre el periodista de profesión que ejerce una labor básicamente informativa y el escritor vocacional que, por circunstancias de la vida, se ve obligado a levantar parte de su obra sobre ese noble –pero siempre efímero– andamiaje construido con las volanderas hojas de los diarios o las revistas.

En el caso particular de Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884-Madrid, 1962), la conmemoración en 2012 del cincuentenario de su muerte despertó el interés de editoriales pequeñas, que han apostado por reeditar libros como Alemania (Renacimiento), Londres (Reino de Cordelia), Playas, ciudades y montañas (Reino de Cordelia), Mis páginas mejores (Pepitas de calabaza) o los volúmenes gemelos Sobre casi todo y Sobre casi nada (Renacimiento), y por publicar nuevas antologías –Caricaturas y retratos (Fórcola), Maneras de ser periodista (Libros del K.O.) y Crónicas de viaje (Fórcola)– con artículos inéditos hasta la fecha que han servido para descubrir facetas menos conocidas en la extensa producción del columnista gallego. A esta operación de rescate de una obra periodística todavía «oculta» viene a sumarse este imponente volumen, de título más literario que descriptivo, en el que Julián Lacalle –editor de Pepitas de calabaza y responsable de esta compilación– ha seleccionado, editado y prologado más de un centenar de textos dispersos que harán las delicias no sólo de esos lectores de Camba que, poco a poco, van aumentando su número, sino de todos los estudiosos del movimiento anarquista y libertario que se desarrolló en España durante la agitada primera década del siglo XX. Y es que, si lo que hasta ahora conocíamos de Camba era su aclamada trayectoria como corresponsal de prensa en el extranjero y su dilatada trayectoria como firma estrella del conservador y monárquico ABC, donde ejerció una crítica feroz de la Segunda República que la izquierda jamás le ha perdonado, lo que «¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!» nos brinda es la posibilidad de remontarnos hasta lo que podríamos llamar la prehistoria de Julio Camba: su etapa de formación como escritor entre 1901 y 1907.

Y digo esto porque, dejando a un lado el texto que abre esta selección, las memorias de juventud –tituladas El destierro– escritas por nuestro autor a los veintitrés años y publicadas por primera vez en 1907, dentro de la célebre colección de novelas breves «El Cuento Semanal», que sí han sido reeditadas con posterioridad en varias ocasiones (la última de ellas este mismo año, en las coruñesas Ediciones del Viento), el resto del contenido del libro son, en su inmensa mayoría, artículos inéditos en libro que nos llegan, directamente, desde las hemerotecas españolas y argentinas. En concreto, y por precisar un poco más, los materiales que se reúnen aquí –además de las ya citadas memorias– son los siguientes: nueve artículos aparecidos entre 1901 y 1902 en el diario porteño La Protesta Humana. Periódico anarquista; veinticinco publicados en 1903 en Tierra y Libertad. Diario antipolítico; treinta y uno fechados entre 1903 y 1904, procedentes de El Rebelde. Periódico semanal (medio fundado y dirigido por el anarquista Antonio Apolo y el propio Camba); una colaboración de 1905 en la revista La Anarquía Literaria; cincuenta y cinco columnas firmadas entre 1905 y 1907 en El País. Diario republicano; y, por último, treinta y dos textos rescatados de entre los que vieron la luz durante los años 1906 y 1907 en el periódico regeneracionista España Nueva. Diario de la noche.

Como se aprecia, se trata de una amplia y variada selección de los principales medios anarquistas en que colaboró un jovencísimo Julio Camba, cuya ideología y estilo literario vemos evolucionar a medida que recorremos unas páginas que, al estar dispuestas en orden cronológico y tener –como tienen– un alto componente autobiográfico, nos permiten conocer también, y de primera mano, cómo se forjó la personalidad del pontevedrés durante sus años de aprendizaje del oficio. Sólo El destierro, que por su fecha de publicación debería haber ido al final, ha sido colocado aquí al principio –a mi juicio, con buen criterio–, porque, en realidad, lo que se narra en estas breves páginas son las peripecias que vivió Camba durante los casi dos años (entre finales de 1900 y noviembre de 1902) que pasó en Buenos Aires, adonde se marchó escondido en barco como polizón, y de donde fue expulsado por participar en actividades subversivas y revolucionarias, entre ellas una huelga general que puso patas arriba la capital del país y obligó a tomar represalias contra un incipiente movimiento obrero argentino en el que había tomado parte activa.

Tras una vuelta a España no menos accidentada, aterrizó en el Madrid del cambio de siglo y se metió de lleno en los círculos del heterogéneo –pero muy sugestivo– anarquismo ibérico, colaborando en varias publicaciones de escasa relevancia y circulación. El primer hito en el nacimiento del Camba periodista fue, sin duda alguna, la creación de El Rebelde, una sorprendente publicación –inédita en forma de libro hasta la fecha– que cubre todo el año 1904 y que sirvió al gallego y a sus correligionarios como una especie de laboratorio de ideas en el que los artículos más programáticos e incendiarios, publicados casi siempre de forma anónima (sostiene Lacalle que era el propio Camba quien redactaba gran parte del periódico), convivían con la firma de anarquistas extranjeros de la talla de Kropotkin, Mirbeau, Tailhade o Reclus. Aunque terminó sucumbiendo a las deudas y a las presiones de todo tipo (la práctica totalidad de sus redactores fueron denunciados y encarcelados, por no hablar de los ejemplares secuestrados), la experiencia de El Rebelde dio un impulso a la prometedora carrera de un Camba que salió reforzado de aquello y empezó a colaborar en periódicos más moderados (progresistas o republicanos) y de mayor difusión, gracias a los cuales su nombre se hizo más conocido y dejó de asociarse a los círculos radicales del anarquismo militante.

El atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII el día
de su boda marcó un antes
y un después en la trayectoria ideológica y periodística
de Julio Camba

Desde este punto de vista, el atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII el día de su boda (31 de mayo de 1906) marcó un antes y un después en la trayectoria ideológica y periodística de Camba, quien, por primera vez, y pese a tratarse de un veterano –muy joven en edad (veintidós años), eso sí– en la lucha ácrata, pareció ver las orejas a un lobo que tenía toda la pinta de acabar volviéndose contra sí mismo. De hecho, los días posteriores a este episodio violento coincidieron en el tiempo con su estancia en el madrileño hospital San Juan de Dios, donde una oportuna dolencia en el pie lo mantuvo alejado durante tres meses del ruido y la furia que siguió a la tentativa de asesinato de los reyes. Corría el verano de 1906 y Camba aprovechó su convalecencia para echar la vista atrás y pensar en esa intensa vida como periodista de combate y agitador de conciencias. Tras unos meses de balance, de reflexión y autocrítica, su fe en el poder de la ideología anarquista como motor para el cambio de la sociedad se vio desplazada por una actitud escéptica e irónica, deliberadamente provocadora, que asumió en esta coyuntura y ya no abandonó jamás. Muestra de este cambio de mentalidad son estas desengañadas palabras del artículo «Yo y mi sirviente: una interviú» (El País, 29 de octubre de 1906), en el que se lamentaba de que, por mucho empeño que pusiera en difundirlas, el alcance de sus ideas revolucionarias nunca iba a ser el esperado: «Dentro de veinticuatro horas, mi artículo habrá sido leído y olvidado sin producir una crisis, sin originar un motín, sin dejar siquiera en el cerebro de los lectores un precepto moral que encamine sus pasos por la vida, una idea útil o una enseñanza práctica» (p. 453).

No obstante, el reconocimiento de esta realidad no significa –en absoluto– que Camba se sintiese arrepentido por sus siete años de lucha al pie del cañón, defendiendo la Idea. Prueba de ello es que, justo un año después, cuando publique las memorias de sus andanzas en Argentina, admitirá que, pese a la ingenuidad de su fervor adolescente, aquellos panfletos dogmáticos, llenos de soflamas, que escribía para la clase obrera porteña, tenían para él el mismo valor o más, que los artículos, teóricamente más elaborados y maduros, publicados años después en Madrid:

Aquellos manifiestos tenían por objeto enardecer el espíritu de la multitud, y yo mismo iba adquiriendo cierto ardor bélico a medida que los escribía. Seguramente no faltarán amigos que me desprecien al saber que yo he cultivado ese género de literatura. Sin embargo, cada una de aquellas páginas, que se imprimían en hojas sueltas y que se fijaban clandestinamente en las paredes de los edificios, tenía más emoción y más intensidad que muchas cosas que he escrito después con arreglo a otros tratados de estética. Yo no me avergüenzo de haber escrito aquellos manifiestos, y hasta me gustaría tener aquí alguno para reproducirlo en estas páginas (p. 85).

Tras unos meses de reflexión y autocrítica, su fe en el poder de la ideología anarquista como motor para el cambio de la sociedad se vio desplazada por una actitud escéptica e irónica

Para los devotos e incondicionales lectores de su afilada prosa, estas palabras del gallego ponderando sus escritos de juventud son, tal vez, la mejor garantía de que «¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!» no va a defraudarles. Para quienes todavía no hayan descubierto al «solitario del Palace», como lo llamó González-Ruano, este volumen les brinda la ocasión de iniciarse en su producción periodística y de hacerlo por el principio, por sus orígenes. Eso sí: por mi experiencia como lector, investigador y editor de la obra de Camba, intuyo que el volumen en cuestión tendrá mejor acogida entre los cambianos de pro que entre esos hipotéticos lectores que podrían reparar en él llamados por la curiosidad que siempre generan los autores en boga. La razón de mi vaticinio es muy sencilla: estamos ante antología voluminosa y densa (son casi seiscientas páginas de texto, sin fotografías que lo ilustren y concedan algún respiro), elaborada siguiendo un criterio de edición que me parece acertado en su planteamiento, pero quizás algo contradictorio en su ejecución. Y me explico: es evidente que para acercar a Camba a un público más amplio no puede hacerse una edición crítica o erudita, con un aparato de notas amedrentador. Ahora bien, si se opta por una edición más accesible, tampoco habría sido necesario incluir en el tomo una cronología con los principales hitos en la trayectoria vital de Camba, que, aunque se anuncia en el índice como «breve», ocupa, sin embargo, veinticinco páginas; y lo mismo podría decirse del inventario final en que se consignan los datos de todos los artículos –que no son pocos– publicados por el periodista durante el período acotado. Son apartados –igual que la nota preliminar a la edición o la lista de fuentes bibliográficas– utilísimos para el investigador o el lector especialista, que agradece infinitamente la generosidad del editor al compartir el fruto de su impagable labor de documentación, pero que no encajan del todo bien con el propósito –enunciado en la página 11– de ofrecer una obra de «dimensiones moderadas», pues al final el libro aumenta mucho en tamaño y, por consiguiente, en el precio (y eso que, en proporción a la inversión de trabajo y dinero que supone una obra de estas características, este sigue siendo baratísimo).

En cualquier caso, insisto en que no se trata –ni mucho menos– de un defecto del libro sino, más bien, de una arma de doble filo, pues de la misma manera que lo convierte en un título imprescindible desde ya mismo en toda bibliografía de Julio Camba, corre el peligro de disuadir al lector ocasional del escritor gallego, ese que pretenda familiarizarse con el autor a través de compilaciones que aporten material inédito y que se presenten en un formato atractivo, fácil de manejar y no muy complejo de digerir.

Francisco Fuster es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Valencia. Su principal línea de investigación se centra en la historia de la literatura española de la Edad de Plata (1900-1936), con especial interés en las obras de Pío Baroja, Azorín y Julio Camba, a las que ha dedicado distintos trabajos. Acaba de publicar el ensayo de historia cultural Baroja y España: un amor imposible (Madrid, Fórcola, 2014). Es autor del blog El malestar en la (in)cultura.
 

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