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Otra voz silenciada

CARTAS A TOMÁS SEGOVIA (1957-1985)

Octavio Paz

Fondo de Cultura Económica, México

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Acaba de salir, en un volumen de más de ochocientas páginas, la Correspondencia completa que los poetas estadounidenses Robert Lowell y Elizabeth Bishop mantuvieron durante más de treinta años. Muchas de esas cartas ya se podían consultar en sus respectivos volúmenes de Cartas escogidas. No todas, por supuesto, pues obviamente muchas de ellas sólo se justifican en el diálogo. Y éste es tan rico que la publicación de la correspondencia completa no sólo es fascinante sino que una vez publicada se ha vuelto indispensable. En la conversación se enriquecen los perfiles de ambos poetas, y lo que se dicen adquiere una fuerza que calificaré de estelar. Ante un libro así uno no puede sino preguntarse, y volver a preguntarse, qué pudo haber llevado a los editores de las cartas de Octavio Paz a Tomás Segovia a prescindir de las de su corresponsal. Una edición de «Cartas escogidas» de Octavio Paz no incluiría más de una decena de las aquí recogidas. ¿Qué da sentido entonces a esta  mutilada edición? Sin las cartas de Segovia nos quedamos faltos del diálogo entre ambos poetas, incluso en sus discrepancias. No es lo mismo una edición de cartas unilaterales como las de Kafka a Felice, donde lo que importa son los meandros emocionales del escritor, que una correspondencia entre dos de los poetas y críticos más importantes de la lengua, quienes durante casi treinta años compartieron ideas, proyectos y ambiciones, y cuyo diálogo recorre algunos de los ejes de la historia intelectual de México y del mundo (véase, por ejemplo, la incómoda justificación que hace Paz de su amistad con André Breton y su relación con el surrealismo ante la crítica de Segovia).

La «Nota editorial» del FCE argumenta cándidamente que este libro sigue la preceptiva del volumen de las Cartas a Pere Gimferrer de Octavio Paz, publicado hace algunos años por Seix Barral. Si ya en ese caso la decisión era bizarra, podía sin embargo sostenerse, y no tan endeblemente, en el ejemplo de las Cartas a un joven poeta de Rilke. La diferencia de edad entre Paz y Gimferrer hacía que el trato fuera de maestro a discípulo. En cambio, entre Paz y Segovia la conversación es más equilibrada. A partir de este libro queda muy claro que el proyecto que dio como resultado la revista Plural fue desde un principio de ambos, y que en él también participaba Carlos Fuentes. Sin embargo, al no incluirse las discrepancias, correcciones y desavenencias de Segovia, la información es incompleta. No conocemos, por dar un ejemplo, los motivos políticos y sobre todo morales que provocaron uno de sus distanciamientos, que coincide con el momento en que tanto Paz como Fuentes se acercaron a Luis Echeverría, uno de los culpables de la represión estudiantil de 1968, para entonces presidente de México. Esta información enriquecería la comprensión de unos tiempos nada lejanos y permitiría ver las proyecciones y los triunfos de Octavio Paz en un relieve más claro; y también, por supuesto, los movimientos críticos de Segovia, quien durante los años sesenta fue tanto su aliado como su principal contrapunto intelectual, público y privado.

Hay muchas cartas en que Paz comienza citando con admiración cosas que Segovia le había dicho, y de las cuales no hay manera de que nos podamos enterar. Incluso en sus aspectos más cotidianos, nos hace falta esa correspondencia. El 11 de febrero de 1966, por ejemplo, le escribe desde la Universidad de Cornell, cerca de Nueva York, donde está dando un curso: «Tu carta me hizo temblar. Temblar de frío y de risa. Hay siempre un elemento cómico en los dramas urbanos y es lo que nos redime de la sordidez. Esto lo vio Cervantes y, también, Chaplin. Tus aventuras con la estufa, la caída de Nieto, la actitud del director de la casa de México, tu cólera, etc., me recordaron las películas de mi infancia». ¿Qué le habrá pasado a Tomás Segovia para que Paz se desternillara de risa? El lector entiende que estaba pasándolas negras e infiere que se encontraba en París. Hubiera sido un placer poder compartir la risa de Paz y, por supuesto, la conversación. ¿Por qué prescindir de ello? Las lagunas van en aumento, y a partir de este libro nunca sabremos de qué o de quién estaban hablando, ni en qué contexto. Ni siquiera cuál era el ensayo o el poema de Segovia que Paz elogiaba en ese momento, porque obviamente lo da por entendido. El 31 de octubre de 1965, desde Nueva Delhi, Paz comienza: «Tu carta me abrió un mundo desconocido, un verdadero palacio encantado de asociaciones y enigmas». ¿Es que no teníamos derecho, como lectores, a visitar ese lugar? ¿Por qué se nos negó? Hay algunos diálogos que parecen premonitorios y que no dejan de ser graciosos, aunque no lleguemos a saber de qué están hablando. El 29 de enero de 1965 Paz le dice: «Te entiendo y no te entiendo. Me dices que cualquier acto tuyo puede provocar graves e incomprensibles consecuencias. Te confieso que apenas si veo claro». Los terrores y aparentes megalomanías de Segovia se explican mucho mejor si recordamos el monumental malentendido suscitado por sus supuestos comentarios ofensivos sobre Juan Rulfo al obtener el premio que llevaba su nombre. A partir de entonces, para desagravio de los herederos, el premio dejó de llamarse así.  La ausencia de la otra voz en esta correspondencia hace también que la carrera literaria de Tomás Segovia aparezca siempre en un segundo plano, y que la relación entre ambos se vea distorsionada, a veces incluso supeditada a ciertos comentarios paternalistas de Paz, que no por nada era doce años mayor y tenía mayores contactos políticos y diplomáticos.

Lo que sí podemos ver es que durante los años sesenta la correspondencia entre ambos fue intensa y frecuente, y el contraste en sus respectivas situaciones vitales muy enriquecedor para ambos. Paz pasó casi toda esa década como embajador en la India, lo cual hacía que su vida cotidiana fuera casi siempre estable. Segovia, por su lado, vivió en Uruguay, París, Estados Unidos y México. En ese período fue agregado cultural, profesor en el Colegio de México y en otros países, traductor de Lacan y director de la Casa del Lago, núcleo y fermento de la cultura en México durante los años sesenta. Pero de esto poco nos enteramos. La sensación que queda después de leer el libro es parecida a la que nos deja la visión de esos coches con cristales oscuros, que proyectan opulencia pero nunca dejan ver su interior. Lo cual es una distorsión penosa. Digamos que en esos años Paz no viajaba en limusina, pero tampoco viajaba solo. Se había ido aproximando al grupo de escritores más importantes de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, a los cuales apenas conocía, y entre todos ellos, su principal interlocutor fue Tomás Segovia. Es una pena que una edición como esta nos deje con tal sabor metálico a censura. Alguien debería hacer la enmienda de tan pobrísimo trabajo. No es difícil: publicar las cartas de Segovia a Paz, en una edición crítica que explique las referencias. Los lectores lo agradeceremos.

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Ficha técnica

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