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Ni nogales ni robles dan peras

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Antonio M. Vélez da cuenta de la entrada en concurso de acreedores de una empresa de «maderas nobles», acontecimiento que viene a sumarse a una larga lista de casos similares, en los que bajo el socorrido paraguas del ecologismo, el fin humanitario, el reciclaje o la conservación del medio ambiente, se generan negocios como mínimo ingenuos y, a menudo, directamente fraudulentos. Serán la policía y los tribunales los que dilucidarán la incompetencia y/o fraude asociados a este fracaso, pero basta leer el bien informado artículo de Vélez para que resulte evidente que el desenlace debería haber sido previsible desde el mismo momento del inicio del proyecto.

Muchos de los que nos preocupamos por el cambio climático conocemos la hipocresía de algunos líderes estelares del movimiento ecologista que no dudan en bendecir un bombardeo si se viste de operación altruista y se pagan los considerables gastos de sus viajes, dietas y emolumentos. La empresa en cuestión, fundada en el año 2000, debía de atravesar ya aguas turbulentas cuando invierte una partida nada desdeñable de recursos en convocar en Barcelona un altisonante «Primer Encuentro Internacional de Amigos de los Árboles» (junio de 2007), bajo los auspicios de la ministra Cristina Narbona, en el que participan, entre otros, las costosas figuras de Vandana Shiva y Al Gore. El tono del encuentro era poco menos que el de solucionar todos los males de España mediante la plantación de cien millones de árboles. De aquellos grandiosos discursos a la realidad actual: los árboles plantados por la empresa en cuestión en unas ochocientas hectáreas parece que han muerto o se encuentran en condiciones lastimosas, sin haber sido cuidados, regados o podados en años y sin ningún valor económico. Los terrenos han sido embargados y los preceptivos seguros llevan años sin pagarse. Más de tres mil clientes parece que se repartirán pérdidas de unas decenas de millones de euros.

Se suponía que a los veinte años habrían de recibir el noventa por ciento del valor de la madera, al tiempo que habrían contribuido a una empresa «de silvicultura sostenible para la producción de madera de alto valor económico, a la compensación de emisiones contaminantes mediante la absorción de CO2 y a la creación de una barrera verde frente a la desertización y el cambio climático en la península Ibérica». Todo ello adobado con indicaciones de una rentabilidad del doce por ciento anual y una palabrería delirante sobre el potencial de crecimiento de la madera y de sus precios, propia del más depurado tocomocho.

La ingenua percepción del campo y la naturaleza por parte de una población crecientemente urbana y la mala conciencia por un bienestar basado en el despilfarro de los recursos propician una actitud acrítica ante propuestas con etiquetas de «ecológico» o «humanitario» que distan mucho de ser sensatas y que con frecuencia pueden ser fraudulentas. Hay que desconfiar de que propuestas de adoptar unas gallinas o unos robles sean lo que quieren que parezcan, de que la donación de ropa usada cumpla el fin humanitario que se publicita o de que realmente sean ONG humanitarias todas las que dicen serlo. En nombre del ecologismo, la antes mencionada señora Narbona escribió un desacertado libro sobre agricultura y unas propuestas de obtención de aguas de riego por desalación que eran inviables teóricamente y que, en la práctica, han resultado ser económicamente desastrosas.

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Ficha técnica

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