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Los avatares de "El cortesano". Lecturas y lectores de un texto clave del espíritu renacentista

PETER BURKE

Trad. de Gabriela Ventureira, Gedisa, Barcelona, 256 págs.

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Cuando don Alonso Quijano y su fiel escudero son acogidos por unos grandes señores, cerca de Zaragoza, Sancho Panza extrema sus muestras de deferencia hacia los anfitriones y les regala con epítetos excesivos, tales como «vuestra celsitud», «vuestra santidad» o «vuestra encumbrada altanería» (2ª parte, caps. 30 y 31). Parecidamente, George Dandin, el desdichado personaje de Molière, rico labrador que, deseoso de medrar, casa con dama de padres gentilhombres y recibe de ella, de su amante y de los suegros humillaciones por su condición inferior, se ve forzado a imitar los comportamientos atildados de sus parientes al tiempo que carga como puede con el título que ha recibido de Monsieur de la Dandinière (acto I, escena IV).

Estas conductas causaban hilaridad entre los lectores y el público de entonces, como la causan en los de hoy, por su desproporción y por su carácter forzado. Incluso el mismo Sancho, en el pasaje referido, cuenta a los duques una de sus muchas anécdotas, en la cual un labrador, «que presumía de cortés y bien criado», queda ridiculizado. Saltaba a la vista en todas esas actitudes su falta de naturalidad, de gracia, en fin, de sprezzatura. Esta palabra, que significa donaire, una cuidadosa desenvoltura, una estudiada facilidad en los comportamientos, resume el ideal cortesano del Renacimiento según quedó sintetizado en el célebre Il Cortegiano de Baltasar de Castiglione. Publicado en 1528, alcanzó en pocos años diversas ediciones, traducciones y adaptaciones a diversos idiomas europeos y fue un factor decisivo en la amplísima difusión de tales estilos. Se erigió como epítome de la cultura renacentista italiana y así sigue siendo considerado hoy en día.

Estos son los avatares de la obra de Castiglione que Peter Burke estudia en su libro, imaginativo y muy bien documentado, como es característico en este prolífico autor. Se trata de un brillante estudio sobre la recepción de la obra y de sus contenidos, sobre las variables fortunas que tuvo la obra hasta tiempos recientes, palabra esta, fortunas, que es la del título original inglés y que ha sido innecesariamente sustituida por «avatares» en la traducción española, la cual también retoca el subtítulo.

Para estudiar esa recepción, Burke muestra que la obra circuló en manuscrito antes de su publicación, contabiliza 156 ediciones en diversas lenguas hasta mediados del siglo XIX y documenta los nombres de 328 personas que poseyeron un ejemplar hasta 1700, además de los ejemplares conservados en numerosas bibliotecas europeas. Estima que un centenar de esas ediciones alcanzaron una tirada media de mil ejemplares y que cada uno de ellos fue leído al menos por tres personas. Un mínimo, pues, de 300.000 lectores atestigua la fortuna de El cortesano. Su distribución dibuja una Europa en tres zonas: en Italia, España y Francia la difusión fue rápida e intensa; más tardía en Gran Bretaña, Escandinavia, Polonia y Europa Central; escasa o nula en Moscovia y partes sometidas al imperio otomano. Esta geografía denota para el autor que la unificación cultural europea avanzaba, pero era aún incompleta.

Junto a las cifras de la difusión, Peter Burke estudia también el complejo proceso de la recepción. Y una de las muchas maneras en que lo hace es atendiendo a las traducciones que recibió el término clave sprezzatura. Esas traducciones (algunas como la del barcelonés Juan Boscán al castellano, son un hito en las literaturas respectivas) le permiten constatar las distancias culturales existentes entre el norte de Italia y el país de llegada. Por otra parte, advierte que los contenidos de la obra no eran especialmente originales, sino que compendiaban un bagaje anterior de libros de conducta (que podía remontarse incluso al Arte deamar de Ovidio y tenía como referente el Orlando furioso de Ludovico Ariosto) y le imprimían fuertes rasgos específicos de la corte de Urbino retratada en él. Siendo así, los ideales caballerescos y la cortesía italianizante se fusionaron. El libro del valenciano Luis Milán, titulado también El cortesano (1561), es un buen exponente de esta fusión. Burke observa que si tal fusión, por un lado, ayudó a propagar esos estilos, por otro dificulta la evaluación precisa de la influencia de Castiglione, tanto en este género literario, tan cultivado, como en los comportamientos sociales.

La difusión del ideal cortesano coexistió con las críticas hacia el tipo de vida en la corte, una corte que, cada vez más, era la monárquica, y ya no tanto la de los pequeños centros del norte de Italia. La corte era vista como un lugar de oportunidades, pero también como un mundo pernicioso de ocio y de corrupción moral. En este sentido, y según indica Burke, el libro del obispo español Antonio de Guevara, Menospreciode corte y alabanza de aldea (1539), rivalizó con el de Castiglione en cuanto a difusión, traducciones e imitaciones. Estas críticas arreciaron durante la Contrarreforma hasta llegar a una edición expurgada de Elcortesano, en 1584, que podó ciertos rasgos considerados como ligeros o inmorales, expurgo realizado por un teólogo italiano que también escribió su particular refutación de Maquiavelo. Salvo en esta edición enmendada, El cortesano ingresó en el Índice de libros prohibidos.

Junto a estas cuestiones, uno de los aspectos más sugestivos que expone Burke es la evolución del proceso de recepción a partir de lo que él llama el paratexto del tratado. Como tantas otras obras características del Renacimiento, El cortesano es un diálogo, en cuyo transcurso se va abriendo un camino de perfección moral según el ideal expuesto. Pero en sucesivas ediciones, y en su competencia comercial por ganar lectores, los editores introdujeron anotaciones en los márgenes, incorporaron índices temáticos y extrajeron de sus páginas una serie de máximas y aforismos, con el resultado de que lo que inicialmente era una suerte de ascesis laica, quedó convertido en un manual superficial de recetas y en lo que hoy llamaríamos un libro de autoayuda para modales y comportamientos externos correctos. Esto permite a Peter Burke apuntar que al Cortesano, y también a la Utopía de Tomás Moro, les sucedió que los respectivos autores pensaron que su libro pertenecía a un género, mientras que sucesivos editores y lectores los catalogaron en otro. Así pues, esta evolución constituye un buen ejemplo del amplio fenómeno que el propio Burke ha descrito en otro lugar como difusión y desintegración del Renacimiento (El Renacimiento, Crítica, 1993). Y él mismo ha retomado y ampliado varias cuestiones planteadas en este libro (traducciones, distancias y periferias culturales) en su reciente El Renacimiento europeo (Crítica, 2000).

El autor resigue con habilidad los vericuetos de la recepción y acompaña su exposición con útiles consideraciones sobre la investigación llevada a cabo y sobre los métodos y análisis aplicados. Resalta el notable papel de las mujeres, tanto en los contenidos internos del diálogo como en impulsar sus traducciones y propagación. Junto a damas principales que poseyeron la obra, Burke nos presenta a muchas otras personas que la conocieron: encontramos ahí desde reyes y aristócratas a eruditos y pintores, como Velázquez y Rubens. Y si puede sorprender que la tuviera John Winthrop, hijo, el severo líder puritano en Nueva Inglaterra, también contaban con su ejemplar consumados cortesanos, nobles rurales y provinciales y, muy significativamente, representantes de los nuevos grupos sociales en ascenso, deseosos de merecer respetabilidad. Sin embargo, según advierte el autor, durante la segunda mitad del siglo XVII las fortunas del ideal de Castiglione para conseguir esa respetabilidad declinaron, en beneficio ahora del arquetipo francés del honnêtehomme y de los posteriores criterios educativos de John Locke. Pese a ello, al pobre George Dandin (1668) le hubiera sido útil asimilar a tiempo las enseñanzas de El cortesano, aunque sólo fueran las de su paratexto.

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Ficha técnica

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