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Lo barato es caro

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Nuestra madre, que por mor de su profesión de modista antes de casarse (algún día hablaremos de los aspectos económicos de «la conciliación»), sabía apreciar la calidad de ciertas telas y lo basto de ciertas otras, solía decirnos a todos los hermanos que «lo barato es caro», una expresión que resultará familiar a muchos de nuestros lectores cuya niñez precedió al Régimen del 78. Y, como no nadábamos en la abundancia, precisamente por eso, nuestra madre predicaba con el ejemplo siempre que podía: un par de los legendarios y afamados zapatos del «sello verde», en los años sesenta del pasado siglo, duraban más del doble que dos pares de imitación; además de ser más bonitos y de traer de regalo una estupenda pelota de goma, muy apreciada entre la chiquillería.

Esta reminiscencia nos da pie a la reflexión que ofrecemos esta semana sobre multitud de decisiones individuales y colectivas que, por razón de la miopía con que se toman (cuando se toman porque no hay otra alternativa, estamos tratando de harina de otro costal), acaban teniendo consecuencias económicas y sociales negativas en grados muy diversos: desde el trivial enfado con uno mismo («prometo no comprar más comida rápida de supermercado», para prometer lo mismo unos días después) hasta catastróficas consecuencias medioambientales, pasando por toda una gama de manifestaciones de la ley de las consecuencias no deseadas (the law of unintended consequences). Para un economista político, que es lo que llevamos décadas tratando de ser, esta ley es una maestra constante y generosa. La expresión «lo barato es caro» nos hace pensar que la economía política posiblemente ha formado parte del saber popular desde antes de que existieran economistas políticos.

La miopía en la toma de decisiones económicas por parte de individuos, empresas, agencias y departamentos gubernamentales e instituciones internacionales ocurre por muy diversas razones, que van desde la pura necesidad y premura hasta la avaricia criminal. En muchas ocasiones, esta miopía lo es porque ignora, ya sea voluntariamente o porque no se entienden la ciencia y tecnología relevantes, el contexto social y humano amplio (the big picture) en que dichas decisiones se toman.

Uno de los ejemplos más representativos de «lo barato es caro» en libros de texto de economía, es el caso de aquellos productos cuyos precios de mercado no reflejan los costes verdaderos, tanto privados como sociales, de producirlos. En este caso, la interacción de la oferta y demanda en el mercado puede llevar a una sobreproducción y consumo excesivo de dichos bienes dado que su precio sería inferior al precio que se obtendría en el mercado si se tuvieran en cuenta todos los costes de producción. Lo «caro» de este caso es que, tarde o temprano, los costes reales se harán patentes y se impondrán a toda la sociedad en forma de agotamiento de recursos, exceso de polución y, para complicar las cosas, en cadenas de retroalimentación negativa que podrían poner en peligro la subsistencia de sociedades enteras si se dejaran actuar sin freno e incluso si se tratan de atajar con retraso y sin un plan definido. Ofrecemos a continuación tres ejemplos específicos de la irracionalidad que supone el ignorar los costes reales de la actividad productiva.

La tragedia de los bienes comunales

El legendario Georges Bank, en las cercanías de Terranova y la costa de Massachusetts, posiblemente conocido por los marineros vascos desde antes de los viajes de Colón, parecía inagotable hasta que se produjo un colapso sin precedentes del 40% de los stocks de bacalao entre 1990 y 1994La posibilidad de la salazón de bacalao en Terranova por marineros vascos antes de los viajes de Colón está descrita en el delicioso libro de Mark Kurlansky, Cod: A Biography of the Fish that Changed the World. Información sobre la caída del 40% entre 1990 y 1994 en: https://www.encyclopedia.com/environment/encyclopedias-almanacs-transcripts-and-maps/georges-bank-collapse-ground-fishery.. A pesar de la extensión de las aguas territoriales de 12 a 200 millas, y de severas medidas posteriores de cuotas y artes de pesca introducidos por los Estados Unidos y Canadá, los dos países en cuyas aguas se sitúa la pesquería, así como de la limitación del acceso de flotas pesqueras soviéticas, europeas y japonesas, los intereses de las compañías pesqueras siguen prevaleciendo y la recuperación de los stocks ha sido modestaIbid. La variedad y abundancia de pesca en el Georges Bank, así como su sobreexplotación se describen en esta interesante historia: https://www.fisheries.noaa.gov/new-england-mid-atlantic/commercial-fishing/brief-history-groundfishing-industry-new-england#art..

El colapso de la pesquería del Georges Bank es un ejemplo de lo que se conoce como «la tragedia de los bienes comunales», el título (traducido del inglés «The Tragedy of the Commons») de uno de los artículos más citados e influyentes en ecología, economía de los recursos y teoría de juegos. Dicho artículo, escrito por el biólogo americano Garrett Hardin y publicado en 1968, describe la sobreexplotación de recursos debido al libre acceso y cuya regulación y derechos de propiedad no están bien definidosGarrett Hardin, The Tragedy of the Commons, Science, New Series, Vol. 162, No. 3859 (Dec. 13, 1968), pp. 1243-1248..

El artículo de Hardin prolongaba una tradición que arranca con las ideas maltusianas sobre la incapacidad de la producción de alimentos para alimentar a una población creciente y las de un economista victoriano¸ William Francis Lloyd, quien en 1833 publicó un ensayo sobre una sociedad ficcional de la Inglaterra del siglo XIX, en la que los ganaderos persiguen su interés personal, con el resultado de la destrucción de las praderas comunales al no existir ni regulación ni derecho de propiedad definidoshttps://en.wikipedia.org/wiki/William_Forster_Lloyd.. Es, por lo tanto, la de Hardin, una visión pesimista y, sin embargo, observada, del resultado de la acción individual en ausencia de instituciones legales y sociales que protejan los bienes comunales.

A pesar de la enorme influencia que tuvo al poco de su publicación, el artículo de Hardin es considerado hoy de dudosa solvencia ética y hasta científica. El autor salpica su artículo con consideraciones de supremacía blanca, una posición nativista y xenofóbica considerable y hasta de eugenesia, curiosamente conectada al abuso de los recursos naturales. Y en cuanto a la solvencia científica del artículo, las contribuciones de la economista Elinor Ostrom, por las cuales recibió el premio Nobel de economía en 2009, han establecido que la explotación de los bienes comunales no tiene por qué llevar necesariamente a una tragedia y que la sociedad ha diseñado a lo largo de la historia varias instituciones para su administración sostenibleLéase el mismo artículo de Hardin para observar algunas de estas ideas. Véase además el siguiente artículo para una crítica a la dudosa validez ética y científica del trabajo de Hardin y las aportaciones de Elinor Ostrom: https://blogs.scientificamerican.com/voices/the-tragedy-of-the-tragedy-of-the-commons/..

Aunque la sostenibilidad futura de las pesquerías en diversas partes del mundo no está garantizada, existe hoy un amplio consenso científico e institucional, y practica sobre el terreno, de cómo posibilitarlaChristopher Costello et al, «Global fishery prospects under contrasting management regimes», Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, PNAS, March 28, 2016.

El precio del carbono

Las consecuencias de la utilización de hidrocarburos en cuanto a la emisión de gases de invernadero y de las causas de cambio climático están ampliamente documentadas. Posibles soluciones para mitigar y posiblemente invertir dichas consecuencias han venido proponiéndose desde hace tiempo e implementándose a medida que la tecnología y la voluntad política evolucionan. Una de las medidas más populares entre economistas, pero no tanto entre las industrias emisoras y políticos de muchos países y diversa persuasión ideológica, es la de crear un mercado de licencias para emitir carbono. Las licencias serían creadas por los gobiernos, que de esta forma obtendrían una fuente de recursos importante, y serían compradas y vendidas en un mercado en que las empresas que emitieran menos gases que los permitidos por las licencias adquiridas por ellas, podrían vender las licencias sobrantes a aquellas empresas que tuvieran necesidad de emitir más gases de los indicados en las licencias en su posesión«Climate change and the pandemic» y «Briefing: Covid and the climate», The Economist, 23 de mayo de 2020..

Dado que la cantidad total de emisiones, y su coste, serían determinados por los gobiernos emisores, es posible, en teoría, el incorporar los costes verdaderos de la actividad productiva en el precio de los correspondientes productos. Y como la «Ley de Ostrom» indica, «si es posible en la práctica, es posible en teoría»Véase Fennell, L. A. (2011). Ostrom’s Law: Property rights in the commonsInternational Journal of the Commons, 5(1), 9–27..

La COVID-19 y la ley de las consecuencias no deseadas

La pandemia de la COVID-19 tiene también cabida en esta discusión. Al margen de sus características biológicas y epidemiológicas, y de las medidas que ha sido necesario adoptar para evitar mayor contagio y fallecimientos, queremos poner el énfasis en la aceleración de la transmisión de patógenos del mundo animal a la esfera humana (y viceversa) como un ejemplo de decisiones irracionales y miopes que pueden desatar procesos de retroalimentación negativa con costes incalculables.

Es cierto que Bill Gates y organizaciones internacionales abogan por el desarrollo de vacunas y su distribución masiva entre los países en desarrollo y entre las poblaciones más vulnerables. También es cierto que gobiernos de todo el mundo están desarrollando métodos de contraste y seguimiento de contactos a marchas forzadas y que llamamientos al refuerzo y ampliación de sistemas de sanidad universal y privada están surgiendo por doquier. Todas estas medidas son necesarias.

Pero es cierto también, y quizá más importante de entender, que la transmisión de patógenos del mundo animal a la esfera humana, que requiere un contacto intenso y prolongado, es fruto de la implacable expansión del sistema industrial moderno desde hace muchas décadas. Entre los patógenos causantes de las pandemias más importantes se encuentran los del cólera, VIH, SARS-Cov-1 y SARS-Cov-2, todos ellos transmitidos por la creciente interacción entre animales y humanos debido a la expansión colonial (el cólera en las marismas de Bangladesh durante el Raj británico, el VIH con el crecimiento de Leopoldville hacia la jungla en el Congo Belga) o a la enorme expansión de la clase media y el consumo en China en los últimos 30 añosSonia Shah, Mass Consumption Is What Ails UsForeign Affairs, 17 de abril de 2020.. Por si esto fuera poco, el desarrollo de un sistema económico basado en los hidrocarburos y el transporte «barato» y universal de mercancías y personas, contribuye a esta transmisión. Es difícil pensar en un proceso de retroalimentación negativa más poderoso, y más aterrador, que el que acabamos de delinear.

Los tres ejemplos que presentamos representan fallos del mercado en el sentido de que la iniciativa privada ha de ser complementada por agencias gubernamentales o instituciones internacionales que, a su vez, y esta condición es muy importante, diríamos sine qua non, sepan representar la sostenibilidad, productividad y equidad a la que seguramente aspiran sectores muy amplios de la ciudadanía.

***

La toma de decisiones miopes conlleva costes futuros que pueden llegar a sufrir todos los ciudadanos, nacidos y por nacer. En los peores casos, los costes los sufren los ciudadanos más vulnerables, es decir, los más vulnerados. En la versión social del saber popular, lo barato para unos es caro para todos.

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Ficha técnica

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