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La oscura colección

EL COLECCIONISTA DE ALMAS PERDIDAS

Irene Gracia

Siruela, Madrid

228 pp.

24 €

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A nadie se le escapa que Irene Gracia comparte con escritores como Julio Llamazares, Adelaida García Morales o Jesús Ferrero –por citar algunos nombres– el aire de familia de quienes han cultivado géneros próximos y se han decantado por estilos que tienen algunos rasgos comunes. El de la novela de iniciación, por ejemplo, es un camino que todos han transitado; también lo es la senda del lirismo intimista, casi elegíaco, que han empleado para transmitir la nostalgia y la melancolía.

La última obra de Irene Gracia, El coleccionista de almas perdidas, podría definirse como una novela lírica que, sin ser autobiográfica, participa de ese tono luctuoso. Sin embargo, a tenor de la complejidad del texto, esta afirmación sólo puede tener un valor aproximativo.Aquí hay más géneros, se tocan otras teclas elocutivas y, en resumen, se da continuidad a lo que supuso su novela anterior, Mordake o la condición infame (2001), es decir, una apuesta por esa literatura posmoderna que hibrida géneros, combina tópicos y hace guiños a otras obras. En nuestra tradición literaria puede relacionarse con la exuberancia textual del barroco. Pero vayamos por partes.

Por lo que respecta a los géneros, la novela contiene una biografía, la de Anatol Chat, y también incluye como subtrama su paso de la adolescencia a la madurez –que nunca llega a producirse–, como en una clásica Bildungsroman del romanticismo. Por otro lado, enlaza con la tradición morbosa de la primera literatura sentimental, reflexiva y gótica del siglo XVIII : la evocación de lo nocturno y la atracción sepulcral de las Noches lúgubres de Cadalso, el fatalismo inexorable de El castillo de Otranto de Horace Walpole, y también enlaza con sus seguidores del XIX: Shelley, Poe, Stevenson y, cómo no, Hoffmann.

Mención aparte merecen los quince cuentos de la novela, a razón de uno por capítulo, que se suman a los otros géneros con una función sobre todo didáctica, pero no necesariamente edificante. Sirven al doble propósito de glosar lo que está sucediendo, como el coro en la tragedia griega, y de plantear modelos de conducta para los personajes, en la tradición de los exempla medievales. Hay cuentos originales y reelaboraciones de algunas fábulas y de algunos relatos bastante conocidos («La rosa» de Coleridge, por ejemplo). Por fin, y no soy exhaustivo, Gracia ha incluido personajes históricos (Freud, Rasputín) como hacen las narraciones historiográficas, aunque de manera bastante tangencial.

En cuanto a los tópicos, El coleccionista de almas perdidas comienza con la pasión entre el fabricante de muñecas y autómatas de feria Horacio Chat y Leopoldina Schwartz, hija de un constructor de maquetas famoso por la minuciosidad con la que era capaz de reproducir espacios reales, incluyendo a los seres que los habitaban. Leopoldina seduce a Horacio haciéndose pasar por una autómata en un encuentro que, con este componente de juego engañoso pero deseado, marca lo que será uno de los motivos recurrentes de la novela: la existencia de realidades que parecen ser simulacros y de dobles, siniestros o no, que aparentan ser reales. En la novela se tematizan distintas formas de representar la vida: el ventrilocuismo, las muñecas, los autómatas, las reproducciones a escala, y técnicas de conservación de la materia corporal: momificación, jibarización.Todo ello encuentra cabida en un retrato familiar que se rompe con la muerte accidental de Leopoldina y de la hermana del protagonista, Angélica. El trauma caerá sobre Horacio Chat como una losa que le impide completar con normalidad el duelo y le lleva a conjurar el dolor valiéndose de un procedimiento cultural y socialmente inaceptable.

Por fin, además de reelaborar el tópico de «nada vale contra fortuna», la novela también plantea la diferencia entre la colección y el fetiche, y los usos y los ámbitos que les prestan legitimidad. En última instancia, la novela vuelve al problema del mundo como teatro y, en definitiva, plantea una reflexión neobarroca sobre la vanidad de las apariencias y sobre la existencia humana como simulacro de otra realidad, como sueño del que sólo se despierta con la muerte.

Uno de los méritos de El coleccionista dealmas perdidas está en la naturalidad con que se articulan géneros y materiales, y otro en la dicción de los personajes, pero no precisamente por esa naturalidad, sino por todo lo contrario. El habla en algunos momentos resulta deliberadamente artificiosa, con lo que logra distanciarse del naturalismo costumbrista que predomina en la literatura española del momento, y despierta en el lector un extrañamiento que casa a la perfección con el ambiente de esta novela que hurga en almas y cuerpos.

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Ficha técnica

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