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La metamorfosis de Hitler

De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi

Thomas Weber

Barcelona, Taurus, 2018

Trad. de Abraham Gragera López

551 pp. 26,90 €

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¿Hay personaje histórico más y mejor escrutado que Adolf Hitler? En 1998, el editor del Frankfurter Allgemeine Zeitung estimó en ciento veinte mil los trabajos académicos y periodísticos que cubrían alguna faceta o fase de la vida del dictador alemánVolker Ullrich, Adolf Hitler, Fráncfort, Fischer, 2013, p. 12.. Según Harold Marcuse, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos alberga entre diez mil y veinte mil monografías (dependiendo del idioma y otros filtros) dedicadas al dictador alemán«The Political Without the Personal», Dapim, vol. 32 núm. 2 (2018), p. 130.. A la biografía ya canónica de Ian Kershaw hay que añadir las dos firmadas recientemente por Volker Ullrich y Peter Longerich, por referir aquellas más logradas a la hora de integrar nuevos hallazgos y ofrecer nuevas síntesis e interpretacionesIan Kershaw, Adolf Hitler (2 vols.), trad. de José Manuel Álvarez Flórez, Barcelona, Península, 2002; Volker Ullrich, Adolf Hitler (2 vols), Fráncfort, Fischer, 2013 y 2018; Peter Longerich, Hitler. Biographie, Siedler, 2015.. Disponemos incluso de una obra en cuatro volúmenes que peina cronológicamente los lugares en que residió y a los que viajó Hitler a lo largo de toda su vidaHarald Sandner, Hitler. Das Itinerar. Aufenthaltsorte und Reisen von 1889 bis 1945, Berlín, Story Verlag, 2016.. Con un corpus de tamaña envergadura, ¿queda por descubrir algún recoveco de la trayectoria vital e ideológica del principal responsable de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, algún suceso históricamente relevante, algún personaje anexo que ejerciese algún tipo de influencia sobre él y que merezca ser reseñado?

Desde que en Mein Kampf cementase un repositorio ideológico firme, Hitler no camufló ni edulcoró las convicciones que habrían de guiar su quehacer político. Las líneas maestras del paquete «anti» de su ideario (antiparlamentarismo, antiliberalismo, antimarxismo, antisemitismo, antifeminismo, antipacifismo) figuran en su prontuario con una sinceridad y transparencia desasosegantesAlgunos trabajos indispensables sobre Mein Kampf son: Barbara Zehnpfennig, Hitlers Mein Kampf, Paderborn, Wilhelm Fink, 2006; Othmar Plöckinger, Geschichte eines Buches: Adolf Hitlers «Mein Kampf», Múnich, Oldenbourg Wissenschaftverlag, 2011; Antoine Vitkine, «Mein Kampf». Historia de un libro, trad. de Marco Aurelio Galmarini, Barcelona, Anagrama, 2011; Felix Kellerhoff, Mi lucha. La historia del libro que marcó el siglo XX, trad. de Lara Cortés, Barcelona, Crítica, 2017.. Distinto es el caso de las imposturas que Hitler vierte sobre su biografía en general, y sobre su experiencia en el frente y en la posguerra en particular: ahí retuerce sin piedad la verdad. Cuela de matute, por ejemplo, que combatió en las trincheras, cuando en realidad fue un «puerco de retaguardia» que hizo de mensajero entre los cuarteles generales y las trincheras.

Un cometido de la historia estriba en avanzar en el conocimiento del pasado desmontando los mitos y leyendas construidos en el camino que obstaculizan su cabal comprensión. Durante los últimos años, el historiador alemán afincado en Gran Bretaña Thomas Weber se ha propuesto desvelar las leyendas de mayor calado de la vida de Hitler entre 1914 y 1919 (desde el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta el final de la revolución consejista en Múnich), propagadas por él mismo en Mein Kampf y rebotadas por la propaganda nazi. Hitler no nació como adalid mayor del liberticidio y genocidio industrializado, sino que se convirtió en tal; interesa, pues, conocer el itinerario de su radicalización y poder extraer de ahí las lecciones pertinentes para el presente. Weber muestra que aún queda margen para indagar en cómo el Hitler-persona se convirtió en el Hitler-personaje, que aún es posible efectuar aportaciones sustantivas al hitlerismo.

Recurriendo a fuentes novedosas o poco conocidas sobre el regimiento en que sirvió Hitler durante la Gran Guerra, en su anterior libro, La primera guerra de HitlerThomas Weber, La primera guerra de Hitler. Adolf Hitler, los hombres del Regimiento List y la I Guerra Mundial, trad. de Belén Urrutia, Madrid, Taurus, 2012., complementario del que reseñamos, Weber avanzó que su radicalización no cuajó en el frente (igual que Brigitte Hamann había desmontado antes que hubiese tenido lugar en Viena)Brigitte Hamann, Hitlers Wien, Múnich, Piper, 1996., sino justo después, en el Múnich posrevolucionario. En De Adolf a Hitler, Weber retoma su tarea de desbancar el mito fundacional de Hitler (y, con él, del partido nazi y del Tercer Reich) en el momento en que recibió el alta del hospital militar de Pasewalk en noviembre de 1918. Según su versión, tomó la decisión de convertirse en político cuando supo que la revolución había estallado y la guerra había terminadoChristian Hartmann et altera, Hitler, Mein Kampf, Múnich, Institut für Zeitgeschchte, 2016 (2 vols.), I, p. 557.: ese habría sido el punto de inflexión en la conversión de Hitler en el ultranacionalista que pasó a la historia. Pero no hubo tal epifanía entonces, demuestra Weber, sino meses después. Si Hitler proyectó esa imagen de sí mismo fue porque le resultaba funcional para trazarse una línea biográfica coherente. En realidad, hasta el verano siguiente Hitler fue un personaje de convicciones erráticas. Durante los meses posteriores a su regreso a Múnich, se comportó de forma voluble, desnortado e incapaz de calibrar su brújula ideológica en tiempos de crisis, en los que el viejo orden imperial se derrumbaba y el nuevo se debatía entre la democracia republicana y el modelo socialista. Apoyó tácitamente a las autoridades revolucionarias al no sumarse a los Freikorps ni darse de baja en el ejército bávaro, opciones abiertas a los soldados disconformes con la proclamación del Estado Libre de Baviera. Al renunciar a la desmovilización, pues, Hitler «decidió activa y deliberadamente ocupar un puesto cuyo propósito era servir, respaldar y defender el régimen revolucionario» (p. 77). ¿Evidencias del compromiso de Hitler con el régimen revolucionario? Fue elegido en dos ocasiones representante de los soldados (por tanto, a las órdenes del gobierno revolucionario), y hay pruebas gráficas de Hitler avanzando detrás del féretro de Kurt Eisner, el líder revolucionario asesinado en febrero de 1919, provisto de dos brazaletes, uno negro y otro rojo.

En La primera guerra de Hitler, Weber concluyó que Hitler «podría haber evolucionado en la dirección de movimientos políticos diametralmente distintos siempre que combinaran la promesa de una sociedad sin clases con algún tipo de nacionalismo»Thomas Weber, La primera guerra de Hitler, p. 286.. Ese elemento liminal, en el que Hitler todavía no era Hitler, distorsionaba la imagen del nacionalista íntegro que supo ver muy pronto el camino verdadero para la redención de Alemania. Así se entiende que en Mein Kampf se refiriese ad nauseam a sus experiencias en el frente, pero que corriese un tupido velo sobre su papel en la revolución, o que recurriese a mentiras varias y a silencios igualmente elocuentes: un ejemplo es su explicación de por qué se presentó como voluntario para vigilar a prisioneros de guerra soviéticos en diciembre de 1918 en Traunstein, donde permaneció hasta el 12 de febrero del año siguiente, y no hasta marzo como sostiene en Mein Kampf. Según Hitler, lo hizo para mantenerse alejado de Múnich y del epicentro revolucionario, que le «repugnaba»Hartmann et altera, op. cit., I, p. 561.. En realidad, intentaba permanecer a toda costa en las filas del ejército bávaro, el único lugar donde contaba con algo remotamente parecido a una familia (y un sustento).

En el curso de unos meses, y por una combinación de oportunismo, cálculo y unas poco firmes inclinaciones izquierdistas, Hitler sufrió una metamorfosis, el inicio de su ruta como líder incontestable del espectro ultranacionalista alemán, completada cuando acabó de redactar Mein Kampf. Weber cifra el punto de inflexión en dicha conversión, su particular «camino de Damasco», en mayo de 1919, cuando se hicieron públicas las cláusulas de guerra que los aliados exigían a Alemania. En ese momento, apuntalado con la ratificación del Tratado de Versalles el 9 de julio siguiente («el día más importante de su metamorfosis», según Weber)Thomas Weber, De Adolf a Hitler, p. 128. El original en inglés es menos categórico y habla de «una fecha mucho más importante de su metamorfosis»: Becoming Hitler. The Making of a Nazi, Oxford, Oxford University Press, 2017, p. 81., se certificó que la posibilidad de un armisticio honorable fruto de un empate era una ensoñación. El Partido Socialdemócrata (en cuyos aledaños ideológicos estaba), en tanto que fuerza motriz del gobierno firmante, quedaba descartado como hogar político. Este punto de inflexión coincide con la participación en unos cursos de formación política organizados por el ejército. Existe una clara correlación entre lo que allí aprendió sobre capitalismo internacional y los judíos, o sobre geopolítica histórica, y su pensamiento ulterior: «El plato combinado que Hitler se preparó en el curso de propaganda de 1919 acabaría constituyendo el núcleo de las ideas políticas que lo guiaron durante los siguientes veintiséis años» (p. 146).

¿Es plausible la tesis de una «súbita politización» de Hitler a mediados de 1919, de su «dramática conversión» y «despertar» políticos? (pp. 127, 128, 131 y 138). Se trata del aspecto más cuestionable del, por lo demás, convincente análisis de Weber. Resulta difícil reconstruir la trayectoria y el pensamiento de un individuo todavía insignificante que dejó escaso rastro escrito tras de sí. Con la excepción de un puñado de cartas y postales, de algunas fotografías y de otros documentos menores, lo que sabemos de Hitler entre 1914 y 1919 procede de después de la guerra, sobre todo de su autoficción biográfica en el primer volumen de Mein Kampf (1925) y de algunas memorias hagiográficas de gente que lo rodeó. Tomemos el tema del antisemitismo de Hitler, al que el autor dedica particular atención. Weber se refiere a una «súbita conversión de Hitler al antisemitismo radical» a principios de 1919 (p. 178). Las pruebas que exhibe Weber no son tan categóricas como nos quiere hacer creer y, además, cuestionan su tesis. En una carta de 1915, Hitler expresó su deseo de derrotar «al internacionalismo que habita entre nosotros» (p. 20). Aunque no les menciona expresamente, quienes denunciaban en esa época la influencia internacionalista solían poner en su punto de mira a los cosmopolitas par excellence: los judíos. En septiembre de 1919, justo después de esa supuesta súbita conversión, un superior suyo en el ejército le pidió que respondiese a la misiva de un ciudadano requiriendo la opinión del gobierno socialdemócrata bávaro sobre los judíos. Hitler obedeció esbozando el argumentario antisemita que desplegaría in extenso más tarde en Mein Kampf: los judíos eran «garrapatas» que chupaban la sangre de quienes les rodeaban; eran una «raza extranjera» que infectaba a los alemanes con su materialismo, no una religión; adoptaban la lengua del país de residencia, pero nada más; en fin, su endogamia racial les permitía conservar intactas sus características raciales (pp. 172-173). Quien se expresaba en esos términos era un hombre de treinta años de edad y lector compulsivo, aunque siempre para reforzar sus ideas, nunca para confrontarlas. Resulta sorprendente que improvisase prácticamente de un día para otro una respuesta tan sofisticada como perversa e incivil. Que no dispongamos de evidencias que apuntalen su antisemitismo antes (y otras profundas convicciones asociadas al «código cultural»Shulamit Volkov, «Antisemitism as a Cultural Code», Leo Baeck Institute Yearbook, vol. 23, núm. 1 (1978), pp. 25-46. ultranacionalista) no significa que no lo albergase.

La meticulosa y documentada explicación de Weber de la metamorfosis de Hitler convence en sus líneas maestras, pero estrecha artificiosamente el momento de su detonación. Al hacerlo sigue la misma lógica de la revelación que se inventa Hitler. El futuro dictador construye una imagen coherente de sí mismo, cifrando el instante de la revelación en el 9 de noviembre de 1918, cuando la revolución de Berlín arrumbó al imperio alemán. Weber replica con otra fecha, el 9 de julio de 1919, pero, al hacerlo, cae en las redes mitoconstructivas del dictador y pasa por alto que los individuos tejemos nuestros constructos ideológicos a partir de líneas más que de puntos, por mucho que (y Weber convence) la primera mitad de 1919 fuese, toda ella, el instante decisivo de la radicalización de Hitler.

El título del libro, De Adolf a Hitler, es un desatino de los editores españoles. A lo largo de su vida, Hitler se mostró incapaz de establecer relaciones de igual a igual. Lo suyo era la verticalidad. Cuando estuvo en el extremo inferior, durante su participación en la guerra y, luego, al comienzo de su andadura en Múnich, obedeció a sus superiores sin rechistar; ya elevado a Führer del movimiento nazi tras hacerse con las riendas del Partido Alemán de los Trabajadores, embrión del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán –proceso que Weber sintetiza magistralmente?, ofició de mesías plenipotenciario e incontestado del nacionalsocialismo. Durante los años de guerra y experiencia revolucionaria perdió el contacto con su hermana, hermanastros y amigos de infancia y juventud; no tuvo a quién escribir desde el frente, a quién visitar durante los permisos, de quién recibir paquetesThomas Weber, La primera guerra de Hitler, pp. 76, 171, 234-235 y 261; De Adolf a Hitler, pp. 274-276.. En fin, que durante los años trascendentales de su metamorfosis careció de cualquier vínculo familiar o afectivo íntimo para quienes ser «Adolf».

Jesús Casquete es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad del País Vasco y fellow del Zentrum für Antisemitismusforschung de Berlín. Es autor de Nazis a pie de calle. Una historia de las SA en la República de Weimar (Madrid, Alianza, 2017).

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