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La historia militante

“¡No pasarán! Biografía de Dolores Ibárruri, Pasionaria

Mario Amorós

Akal, Madrid, 2021

607 p.

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 En diciembre de 1983 se reúne el XI Congreso del PCE, y en su marco tiene lugar la última intervención política de Dolores Ibárruri. La anciana presidenta del partido ve con angustia el riesgo de su desaparición, ante la ofensiva desencadenada por Santiago Carrillo contra su sucesor, Gerardo Iglesias. Hizo en consecuencia un último llamamiento por escrito a la unidad y tras los agrios debates, desde la mesa presidencial, su voto por Iglesias, con la cartela alzada, pudo ser decisivo más de una vez en votaciones resueltas sobre el filo de la navaja. Casi nonagenaria, Dolores soportó las sesiones una tras otra para evitar la fractura buscada por Carrillo, quien en nombre de la ortodoxia atacaba la política de recuperación intentada por Iglesias tras el desastre de los dos años anteriores. Después de proclamar «el comunismo a pesar de todo», Carrillo acabará llevando a los suyos al PSOE. Este servicio ejemplar al PCE de Pasionaria no merece, sin embargo, mención alguna en las seiscientas páginas de la biografía que ha escrito Manuel Amorós.

  No parece tratarse de un olvido. Tal y como viene sucediendo en la redacción de otras biografías de personajes famosos, también de siglos pasados, la voluntad de presentarles como una suma de bienes sin mezcla de mal alguno, desemboca en la hagiografía y daña, como en este caso, el gran esfuerzo realizado por el investigador para no dejar fuera detalle alguno del recorrido vital y político. La hipótesis resulta comprobada cuando en el curso del mismo tienen lugar episodios relevantes, pero que perturban la imagen enteriza que Amorós aspira a transmitir sobre la biografiada y sobre el PCE. Por eso cuando vibran en las páginas los recuerdos del momento en que Dolores regresa a España en 1977, todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos, olvidando que al forzar Carrillo su candidatura al Congreso por Asturias, en contra de buen número de comunistas de la región, la fractura en la reunión de Perlora inaugura la larga secuencia de crisis que destrozará al PCE en los años 80.

  Lo mismo ocurre con el papel de protagonista de un estalinismo feroz contra los condenados como disidentes, desde el pobre Quiñones a Comorera. De acuerdo con su concepción religiosa, Pasionaria llevaba a Stalin «en el sagrario del alma», y en esos años no dudó en llevar también a la práctica como líder su vocación represiva, incluso más allá de cuando tras el XX Congreso «se le cayeron los palos del sombrajo».

  Tal es el precio a pagar por una historia militante, en que la gran labor investigadora de Manuel Amorós se encuentra coartada por la orientación finalista de la obra. Los ejemplos pueden multiplicarse. Pensemos en el momento en que Amorós recoge una cita de Pasionaria donde esta consigna acertadamente que en la concepción de democracia de nuevo tipo a cargo de Dimitrov y Togliatti, se encuentra el germen de las «democracias populares» estalinianas. Lo que le preocupa a Amorós no es la importancia de la afirmación, sino que la misma será aprovechada por Stanley Payne. No se detiene en temas que pudieran merecer un examen más riguroso, como la relación con Togliatti, a quien Pasionaria admira pero al que juzga también «un poco oportunista», polemizando con Semprún. De hecho, según me advirtió en Roma en los años 1970, el historiador especialista del líder comunista italiano, Paolo Spriano, Dolores no apreciaba positivamente sus informes sobre la guerra de España, y de hecho desde ese origen fracasaron los intentos que hicimos para editarlos aquí, en tiempos de Editorial Ayuso. Tampoco Carrillo reconoció la lección impartida por «Ercoli» en su tiempo de delegado de la Comintern, entre 1937 y 1939. En el camino hacia la democracia, ni Dolores ni Santiago Carrillo siguieron la estela del PCI. La sombra de Stalin les acompañó, explícitamente en el caso del segundo, incluso cuando adoptaron con firmeza el objetivo democrático.

  En el libro de Amorós, las omisiones voluntarias afectan a la fiabilidad de un relato rigurosamente documentado, sobre el cual gravita asimismo el estilo narrativo, donde la crónica se impone sobre el análisis de las sucesivas posiciones de Dolores Ibárruri, con interminables citas. Hubiera sido mejor desplazarlas hacia una extensa antología de textos como apéndice. Así se pierden los detalles, como algún punto de su relato sobre la estancia en Moscú, a principios de 1934: no solo le comunica a Manuilski sus discrepancias sobre la política sindical impuesta a España, sino que añade el temor de ser forzada a quedarse en Moscú, como críticos anteriores. Signo de los tiempos. O su intervención en el decisivo manifiesto del primer mes de guerra, el 18 de agosto de 1936, donde la contienda es definida por vez primera en tanto que «guerra de Independencia», etiqueta duradera, y Dolores deja además la huella de su singular visión histórica, al asociar a los militares sublevados con los visigodos traidores, don Oppas y el conde de don Julián, más los «marroquíes» del siglo VII en anticipo de los fascistas que ahora invadían España. Algo que solo a ella podía ocurrírsele. De ahí a la «reconciliación nacional» hay un hilo rojo que hubiera sido útil reconstruir.   Manuel Amorós ha escrito una biografía muy útil para seguir las dramáticas peripecias de la vida de una dirigente, cuya concepción política, fundida con la utopía soviética, no le impidió secundar el viraje de 1956, primero -los soviéticos no entendían qué era eso de «reconciliación nacional»-, y la condena de la invasión de Praga por el Pacto de Varsovia en 1968. En otro sentido, la deriva militante del relato, con las omisiones apuntadas, limita la posibilidad de presentar, en toda su complejidad, tanto al personaje individual como al PCE, acompañados de una carga de contradicciones demasiado notorias.

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