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El horror nuestro de cada día

La hembra de nuestra especie

Joyce Carol Oates

Edaf, Madrid

Trad. de Gregorio Cantera

88 pp.

18 €

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Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) nació clásica. Publicados sus primeros libros –Them (1969), que ya se hizo con el National Book Award en 1970, o Wonderland (1971)–, ya era un clásico de la ficción norteamericana. Su rostro de camafeo es clásico como lo es su ficción, hija de lecturas incontables de la tradición narrativa, que vierte entera en su obra inabarcable. Oates fue un clásico, nunca mejor dicho, avant la lettre. En el mercado de lengua no inglesa, traducida –y bien traducida– siempre, se tiene también a Oates como un clásico que «siempre ha estado ahí» y que hay que leer o, mejor, que hay que haber leí­do, y de un modo u otro se habla de su obra como de una obra incuestionable hasta el extremo de darla por sentada y no tener entonces que leerla para no perderle el respeto. Un clásico en vida. Tan prolífica que nos recuerda cada campaña editorial que está ahí con una nueva obra impecable a la que en realidad tendríamos que perderle el respeto leyéndola una y otra vez.

Su trayectoria es un prodigio de solidez. Como una esponja, ha hecho suyo lo mejor de la tradición a la que pertenece, se ha paseado por casi todos los géneros con el porte y la distinción de una señora de la literatura, y ha recogido el testigo de Carson McCullers, Eudora Welty o Flannery ­O’Connor, aquellas espléndidas escritoras sureñas que le dieron nueva vida al género gótico en los cuarenta y los cincuenta, convirtiéndolo en el «American domestic style» durante un tiempo y despojándolo de sus lastres europeos, aristocráticos y medievalizantes, que pesaban aún en autoras como Isak Dinesen (Siete cuentos góticos, 1934). Oates actualiza y adapta el género gótico a la América contemporánea, urbana y rural, como una mano a un guante, y en cierto modo, más allá de las contribuciones de autores como William Gaddis, que le rindió homenaje en Carpenter’s Gothic (1985), una novela influyente que ilumina el camino por el que transita buena parte de la obra narrativa de Joyce Carol Oates, verdaderamente lo consolida. En Eden County ha situado muchas de sus obras, a la manera de los espacios míticos de Faulkner, pero el Gothic es su Edén, el paraíso ficcional en el que despliega su soberbia capacidad de crear atmósferas envolventes como silenciosas serpientes enroscándose alrededor del lector, su talento para la densidad psicológica y el misterio, que en sus manos jamás es una cuestión de decorados, añagazas y convenciones, sino de dominio técnico del silencio, la insinuación y la ambigüedad. Su prosa acaricia los detalles, como pedía Nabokov, coquetea con las palabras, sobre las que deposita meticulosamente más significados de los que el lector imagina en un primer momento, distribuye la información por el texto como el jugador de ajedrez dispone las piezas sobre el tablero: cualquier palabra, como un movimiento en la partida del relato, podrá tener consecuencias sobre el desenlace que sólo el lector más atento, más avezado, como un ajedrecista perspicaz, podrá sospechar. Publicadas Qué fue de los Mulvaney (1996) y Niágara (The Falls, 2004) en la Biblioteca Joyce Carol Oates de la editorial Lumen, dos inmensas novelas para la denuncia de la cara oculta del sueño americano y la exaltación de la desquiciada vida contemporánea, la autora regresa con La hembra de nuestra especie (2005), una colección de relatos «de misterio y suspense», como reza el subtítulo, cuyo goticismo se da la mano con el inextricable e intenso mundo privado de la mujer, otra de las indiscutibles conquistas de la autora neoyorquina. Y nos las habemos, realmente, con un libro impresionante, sin duda una de sus mejores recopilaciones de relatos, publicados con anterioridad en revistas del género como Ellery Queen Mystery Magazine o Alfred Hitchcock Mystery Magazine, y algunos de los cuales le darían por sí solos a un autor la gloria literaria. Estos relatos constituyen un prodigio de sensibilidad literaria a la vez que un modelo de «American Gothic style»: fuerzas inconscientes, intuiciones, epifanías verbales, violencia rompiendo el equilibrio cotidiano, malsanas seducciones, pesadillas domésticas, fantasías sexuales exploradas desde ópticas feministas, tormentas emocionales en anodinos vasos de agua, asesinatos truculentos y claustrofóbicos climas en thrillers de variada condición, en ocasiones cargados de tono y escorados hacia la hipérbole y el guiño a las propias convenciones del género, como corresponde a un estilo en aparencia rea­lista pero trufado, en cambio, de experiencias ficcionales claramente posmodernas: escribir para lectores que conocen par cœur el género y disfrutan viendo cómo se juega con sus lugares comunes y se cargan sus tintas elevándolo al cuadrado.

Abre el volumen «Con la ayuda de Dios», un relato modélico acerca de la malcasada Lucretia y su neurótico marido Pitman, ayudante de un sheriff rural del medio oeste y macho cabrío de rompe y rasga, extrañas llamadas anónimas, veladas sospechas, una autobiografía completa de la heroína en flash-back y en primera persona, perversiones psicológicas y la descripción verbal del miedo físico de una mujer. Llueven los sentimientos encontrados, racionales e irracionales, y un disparo final libera al lector de la tensión empática acumulada a lo largo y ancho de cuarenta páginas. Sigue «La banshee», tal vez el más conónico de los relatos de estirpe gótica, con sus imágenes de una mecedora en la que descansa «una enorme muñeca victoriana de porcelana ataviada con un delantal», «gaviotas que te sacarán los ojos», solitarias playas de Nantucket, una azorada niñera irlandesa y extraños temores sin fundamento aparente. «Títeres de Madison» resulta ser el relato más cercano, sin duda, a la parodia, que arranca con el retrato de una compradora compulsiva de artículos de lujo y se cierra con su muerte violenta en un espacio del horror que trae a la memoria el escenario truculento del Fantasma de la Ópera. Oates disfruta convirtiendo su relato teñido de sangre en aviso a cuantos vanidosos navegantes, como la Señora G. del cuento, surcan los mares del lujo frívolo en las tiendas Prada, Gucci o Armani de Madison Avenue y, por qué no, en una sátira del consumismo atroz que nos consume (y, a un tiempo, en otro de sus espléndidos retratos de la sociedad norteamericana contemporánea y su excéntrica fauna, de la que forma parte esta nueva rica de la Gran Manzana, la señora G., culpable y castigada como el Señor K. de esos delitos de la condición humana que Kafka atrapó en sus textos). «Doll: Una historia de amor a orillas del Misisipi» está escrito con dosis letales de sordidez. Oates recrea el mito de Lolita crean­do a Doll, una niñita perversa de once años, coletas rubias, uñas de rojo, palabras soeces, copas de helado cremoso y un irreprimible deseo de perversión que nace en una extraña suerte de prostitución sin sexo a la que le empuja su padrastro, y muere con la muerte violenta de hombres solitarios que pagan para verla sin tocarla, con un oscuro fetichismo y el horror surgido sin razón de una inmaculada inocencia. Retrato cruel de la trastornada América profunda de familias destrozadas, vidas nómadas en acolchados La Salle de lujo, hamburguesas con Pepsi y mucha, mucha violencia gratuita.

Con todo, el mejor texto del volumen es «Hambre», seguramente uno de sus mejores relatos. Otra mujer, Kristine, casada con un ejecutivo inmerso en sus negocios y con una niña llamada Ceci, descubre el deseo sexual de la mano de un ex bailarín francés, durante unos días en las playas de Cape Cod. Oates, en un alarde técnico, alterna la cursiva del monólogo interior de Kristine con el texto en redonda del narrador en tercera, y el resultado es una prodigiosa tiranía del punto de vista que maniobra en el relato, moviéndose entre lo que Kristine piensa –contradicciones del espíritu, reproches a destiempo, remordimientos, deseos carnales insatisfechos, amor-de-madre-amor-de-esposa-amor-de-hembra en simultaneidad, complicidades inconscientes, adulterios incipientes y funestos pensamientos que darán lugar al crimen final de una amante asesina– y lo que en el relato ocurre, escarbando en la conciencia de una forma tan sublime que enorgullecería a Faulkner, cuidando los silencios y las revelaciones, dejando que el texto se acelere como el corazón de Kristine y avance en espiral hasta la última escena, frente a la espuma de las olas y la playa desierta, en la noche crucial. El relato perfecto de suspense, el thriller modélico, escrito a la vez con precisión naturalista y golosas ambigüedades, e inundado y ahogado, como todos y cada uno de los relatos del volumen, por el desasosiego, por la fuerza telúrica de las hembras de nuestra especie ante un mundo que las hiere, y por la elipsis, herramienta esencial de unos textos construidos sobre la base de una estrategia narrativa de alusiones y elusiones, que oculta información que el lector debe inferir antes de que, efectivamente, la lea páginas más allá, pues sabido es que todo relato «se compone de datos visibles y de datos escondidos» y que «el narrador nunca nos lo dice todo» (Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 80). Si coincidimos con Roger Caillois en que «la literatura fantástica es un juego con el miedo» (Imágenes, imágenes: ensayos sobre el papel y los poderes de la imaginación, Barcelona, Edhasa, 1970, p. 11), y le damos la razón a Todorov cuando señala que «lo fantástico implica una integración del lector en el mundo de los personajes y se define por la percepción ambigua que el propio lector tiene de los acontecimientos relatados» («Definición de lo fantástico», David Roas [ed.], Teorías de lo fantástico, Madrid, Arco Libros, 2001, p. 54), no cabe ya duda de que el gótico de Oates forma parte de la literatura fantástica (y de la fantástica literatura).

Para quienes no la hayan leído aún, los magníficos relatos de La hembra de nuestra especie pueden ser un buen modo de adentrarse en la obra vertiginosa de Joyce Carol Oates, perderle por fin el respeto y leerla sin descanso. Sus lectores fieles, en cambio, la tienen aquí en todo su esplendor, escribiendo una vez más sobre lo real pero invisible, sobre el miedo a la incertidumbre, acerca del infierno cotidiano, de los augurios que se cumplen, de los pequeños pero cruciales equívocos sin importancia, de las miserias de nuestras vidas equivocadas, de la pasión por lo prohibido y del envés de la normalidad, escribiendo sobre el horror nuestro de cada día. 

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