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La (buena) educación

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España tiene un grave problema educativoParadójicamente, según el Barómetro del CIS del 1 de julio pasado, la educación figuraba en el lugar decimosegundo (indicador sintético) entre los problemas que tiene la sociedad española con solo el 0,2% de los encuestados situándolo en primer lugar, un 1,3% en segundo lugar y un 2,8% en tercer lugar (http://www.cis.es/cis/export/sites/default/-Archivos/Marginales/3280_3299/3288/es3288mar.pdf, página 7).. Frecuentemente, en los debates y opiniones en medios y redes sociales, se alude a una serie de hechos incontrovertibles como los de que «cada gobierno (o legislatura) aplica una nueva reforma educativa»En los últimos cincuenta años España ha tenido siete reformas educativas (de la LGE a la LOMCE), pasando por una reforma que no llegó a aplicarse (la LOCE) (https://www.lainformacion.com/asuntos-sociales/de-la-lge-a-la-lomce-el-drama-educativo-en-espana_r9FOwgl4C62KIS3Iva8Kg3/#:~:text=Desde%201970%2C%20Espa%C3%B1a%20ha%20sufrido,de%20la%20educaci%C3%B3n%20en%20Espa%C3%B1a.). En la actualidad, rige todavía la reforma del PP (LOMCE, 2013) a la LOE del PSOE de 2006 En estos momentos se encuentra en trámite, como proyecto de Ley aprobado por el gobierno, la LOMLOE (https://elpais.com/sociedad/2020-03-03/el-gobierno-aprueba-por-segunda-vez-el-anteproyecto-de-la-nueva-ley-de-educacion.html). De estas nueve iniciativas, la LGE se promulgó en el tardofranquismo y fue asumida por la UCD. El PSOE promulgó seis reformas, el PP solo promovió una que nunca llego a aplicarse y la vigente LOMCE., «los resultados del Informe PISA son malos y apenas mejoran»En los informes PISA, desde 2000 a 2018, España, en las capacidades de lectura», «matemáticas» y «ciencia», sobre una escala de 0 a 1000 (fuente) alcanza una graduación media (categorías y periodo) de 485. En ninguna categoría ni año particular, la marca de cada cruce (año-categoría, diecisiete en total) supera los 500/1000. En la oleada de 2006, en la categoría de «lectura», se encuentra la marca más baja del conjunto, 460,8 (una desviación de -24,59 respecto a la media), mientras que en la oleada de 2012, para la categoría de «ciencia» se alcanza un máximo de 496,4 (una desviación de +11,02). Estos datos reflejan el estancamiento del desempeño competencial básico de los escolares españoles, que además se sitúa en niveles medios de una amplia lista de países de todo rango económico (https://pisadataexplorer.oecd.org/ide/idepisa/report.aspx). o «tenemos una de las mayores tasas de abandono escolar de nuestro entorno»La tasa de abandono temprano de la educación en España se situaba en 2019 en el 21,4% para los jóvenes de 18 a 24 años (hombres) y en el 13,0% para las mujeres. En 2014, esas mismas tasas eran del 25,6% y el 18,1%, respectivamente. En muchos casos casi el doble que la tasa media en la UE (https://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INESeccion_C&cid=1259925480602&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout¶m1=PYSDetalle¶m3=1259924822888).. También se vuelcan opiniones (más controvertibles) como la de que tenemos «las generaciones mejor preparadas de nuestra historia» o que «la calidad de la educación se mide por el enorme desempleo juvenil que tenemos». La realidad es, sin embargo, variada; en nuestros propios círculos personales o familiares encontramos brillantes casos de éxito (institutos públicos pioneros aquí o allá, centros concertados con pundonor y valores, departamentos universitarios punteros, algunas excelentes escuelas de negocio de nivel internacional) que contrastan con el caso generalizado de fracaso educativo y consiguiente precariedad laboral que constatamos a diario. Enfrentamos la educación pública a la privada como si en cada caso no hubiese ejemplos y contraejemplos para todos los gustos y, en el camino, vamos erosionando la impagable educación concertada tanto con fuego directo como cruzado. Curiosamente, sucede lo mismo con la sanidad concertada. Sin exagerar demasiado, podría decirse que, si la sanidad española fuese tan mala como la educación, estaríamos todos en la UCI… o muertos. Porque, ¿qué son el paro juvenilSegún revela regularmente la EPA (Encuesta de Población Activa) del Instituto Nacional de Estadística, la tasa promedio de desempleo de los jóvenes (de 16 a 29 años) en lo que va de siglo (2000-2020) ha sido del 32,95%, pero se han alcanzado picos del 73,98% para los jóvenes de entre 16 y 19 años en 2013 o del 8,96% para los de 25 a 29 años en 2007, año en el que los de 16 a 19 años todavía mantenían una tasa de paro del 28,72, el mínimo de la serie para estas cohortes. (https://www.ine.es/dyngs/INEbase/es/operacion.htm?c=Estadistica_C&cid=1254736176918&menu=resultados&idp=1254735976595#!tabs-1254736195129). y la precariedad laboralLa tasa promedio de temporalidad (asalariados con contrato temporal en porcentaje de los asalariados) de los trabajadores de entre 16 y 29 años, también según la EPA, en el periodo 2000 – 2020, ha sido del 62,39%, con un máximo del 92,76% para asalariados de entre 16 y 19 años en el tercer trimestre de 2015 y un mínimo del 35,92% en el primer trimestre de 2010 (misma fuente que la de la nota anterior). o el desajuste entre cualificaciones de los trabajadores y los requerimientos del puesto de trabajo que aquellos ocupanSe estima que la mitad de los trabajadores españoles desempeñan tareas para las que están sea sobre cualificados (un 36,3%) o infra cualificados (un 12,1%), de forma que solo un poco más de la mitad de los trabajadores españoles (un 51,7%) estarían cualificados para desempeñarse eficientemente en el puesto de trabajo que ocupan. Dentro de este grupo, sin embargo, solo el 31% de los ocupados totales se encuentran en ocupaciones de calidad medio-alta y un elevado 21,7% lo haría en ocupaciones de bajo requerimiento técnico (https://asempleo.com/wp-content/uploads/2019/10/Bolet%C3%ADn-AML-n%C2%BA-147-Octubre-2019-monografico.pdf) Véase también el análisis contenido en http://www.empresaglobal.es/EGAFI/descargas/1138198/1633772/el-doble-des-bar-ajuste.pdf para una temprana aproximación a esta cara poco conocida sobre la eficiencia de nuestro mercado de trabajo., si no son la expresión del coma educativo que parecemos sufrir en nuestro país?

El futuro de la educación no es bueno, como no lo es el del trabajo. Pero quizá nos consuele saber que la educación del futuro, al igual que el trabajo del futuro, van a ser muy buenos. Puede parecer un juego de palabras con el lector, pero entiéndase que lo que tenemos hoy en día no va a mejorar y solo si adoptamos otras vías radicalmente nuevas seremos capaces de hacer algo realmente bueno. No lo haremos, pues, si nos empeñamos en reformar la educación o el mercado de trabajo como si estuviésemos en el S. XX, de manera incremental, con un adanismo impropio de una nación avanzada, surfeando penosamente las aguas revueltas de la polarización política y, a causa de tanta distracción como nos ocupa, sin tener en cuenta la revolución digital que está cambiándolo todo.

La educación emergió en Occidente a mediados del pasado siglo como una potente herramienta de ascensión social e igualdad de oportunidades «de masas». Se generalizó la educación pública universal, obligatoria y gratuita, se innovó en muchos frentes con objeto de dotar a las clases medias y trabajadoras de oportunidades de formación y ascenso social de calidad, de manera coherente con la reconstrucción y modernización de las economías devastadas por la segunda guerra mundial en medio de una oleada de industrialización y ascenso de las clases medias a estándares de consumo y bienestar antes nunca vistos.

Hoy, en plena disrupción digital, con la que convivimos, en realidad, desde hace unas décadas, con un modelo laboral en el que conviven extremos cada vez más alejados (asalariados híper remunerados frente a working poorsSe denomina working poors (trabajadores pobres) a aquellos salariados cuyos ingresos laborales se asemejan a las líneas de pobreza generalmente admitidas en la literatura sobre desigualdad (la mitad del salario mediano). La gravedad de esta situación es que el trabajo deja de ser para estos asalariados una forma de realización social y una sensiblemente mejor alternativa a la dependencia de los subsidios públicos. pasando por los «gig workers»La gig economy es, en esencia, la «economía del trabajo a demanda» generalmente instrumentado mediante plataformas tecnológicas de entrega (delivery) física de bienes (comida) o servicios (baby-sitting). A menudo se incluye también la prestación de servicios por internet (desarrollo y programación), si bien esta modalidad ha precedido en años a las actividades que han acabado dando lugar a la que hoy ya se conoce como la gig economy. Véase https://www.wiley.com/en-es/The+Gig+Economy:+A+Critical+Introduction-p-9781509536368.), los sistemas educativos deben adaptarse a fondo para cumplir sus tres funciones principales: (i) transmitir a los jóvenes los conocimientos, valores y aspiraciones de las sociedades en las que viven, (ii) prepararles críticamente a encajar (y provocar) los cambios de los que ineludiblemente van a ser testigos (y protagonistas) y (iii) dotarles de un capital humano que, junto a su esfuerzo productivo, sea cual sea el marco laboral/profesional vigente, les permita un desempeño económico que les proteja de la pobreza y la necesidad, condición necesaria para un desempeño personal, familiar y social satisfactorio.

No entraremos muy a fondo en el debate un tanto ridículo hoy de si los jóvenes deben vivir mejor que sus padres. Salvo para decir que si eso es una ley no escrita más valdrá no escribirla jamás. Porque, a estas alturas del siglo, una vez alcanzada la socialización en la prosperidad y el progreso generacional de la Golden AgeThe Golden Age se refiere originalmente en la mitología griega, a un periodo de paz, armonía y prosperidad que ha pervivido hasta hoy en este mismo sentido (https://en.wikipedia.org/wiki/Golden_Age). La Teoría del Crecimiento Económico se ha hecho eco de esta imagen para designar con denominaciones afines diferentes estados de la economía o reglas de política económica deseables. En la historia económica contemporánea se vieron las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial como un periodo de inusitada prosperidad y bienestar en el que se dio, como nunca antes, el que los jóvenes pudieran aspirar en masa a una vida material sensiblemente mejor que la de sus padres., así como sus límites, constatamos que esa frontera se ha cruzado para desmontar el paradigma en algunos de sus elementos más relevantes. Muchos jóvenes ya viven peor que sus padres. Por la sencilla razón de que la educación que han recibido (o aceptado deliberadamente) es la misma que la de estos (y, por lo tanto, está obsoleta). O a veces, es incluso peor: en muchos casos, sus padres estaban, a la misma edad que sus hijos, mejor preparados que ellos.

Pero, quien crea que los jóvenes deben vivir mejor (en el plano material) que sus padres, lo confunde todo y, especialmente, para qué sirve la educación. Los jóvenes (y la sociedad entera) deben aspirar a ser más sabios y mejores personas que sus padres. La mejor vida material la tendrán entonces por añadidura. Este, y no otro, es el papel de la educación. Creemos, y esta es la buena noticia, que hay mucho margen de mejora. Para realizar este deseo, sin duda, se requiere una buena educación. Una educación, en suma, mejor que la que tenemos.

Aterricemos. La «vuelta a las aulas» tras las vacaciones de verano, en medio del recrudecimiento de los contagios, está obligándonos a un gigantesco experimento natural. No lo estamos entendiendo. Perseveramos en la idea de que, sí o sí, hay que volver a la presencialidad previa. Con protocolos de seguridad, claro (aunque los hemos improvisado), pero presencialidad al cien por cien. Entre otras cosas porque creemos que el intercambio personal (un tanto frustrante en las condiciones Covid) es insustituible para el desarrollo integral de los alumnos. Se invoca incluso la autoridad y la coerción correspondientes a la obligatoriedad de la educación para justificar una presencialidad que, admitámoslo, hoy es arriesgada. Casi nadie está cuestionando este principio de presencialidad, se da por supuesto.

El confinamiento ha generado una experiencia única que no estamos recopilando ni analizando. Si hubiésemos aplicado más y mejor la tecnología que hemos venido desarrollando estos lustros hoy estaríamos mucho mejor en los frentes de la sanidad, la economía y también la educación. En lo que se refiere a este último frente, hemos constatado luces y sombras y todos damos nuestra opinión en redes sociales, tertulias y otros canales. Hemos visto casos de gran éxito de participación online y claros avances en un nuevo marco relacional sugerente. Así como casos de patente fracaso y nula efectividad, cuando no contraproducentes. O lo que es todavía peor: imposibilidad de acceder a la educación digitalizada por carencia de dispositivos, alfabetización digital básica o, pásmense, conectividad. Y, con motivo de la reapertura de centros, ¿no valdría más dar conectividad y/o dispositivos (y cultura digital) a quienes hoy carecen de ello que obligar a una presencialidad quizá más costosa en todos los sentidos? Los factores que están detrás de los éxitos son el anverso de la misma moneda cuyo reverso son los factores que hay detrás de los fracasos: se podría hacer una amplia lista de ambos tipos de determinantes cuyo resultado neto es, a la postre, una educación mediocre, por decirlo suavemente.

Pero no. De cara a la «vuelta a las clases», lo único que nos preocupa es la presencialidad, que nadie parece cuestionar, cuestionando aún menos si lo que hay al otro lado de la presencialidad merece la pena. Hay que preguntarse si merece la pena empeñarse en volver a las aulas para seguir fracasando en PISA, perseverar en el abandono escolar o dar un barniz superficial a los restantes alumnos para que se estrellen en el mercado de trabajo. Volver a lo de antes para seguir haciendo lo de antes, desaprovechando una gran oportunidad para avanzar en poco tiempo lo que nos costaría lustros en la lógica pre-Covid.

En el plano sanitario, por cierto, la presencialidad solo es posible en medio de medidas muy tasadas, planeadas y probadas previamenteEn el siguiente enlace se muestra el cuidadoso plan de reapertura de las escuelas de Boston realizado por las autoridades. Destacan en dicho plan la contextualización de la presencialidad en el marco de la pandemia (lo importante es la salud pública), la opcionalidad y flexibilidad, el respeto a los derechos de los padres y el foco en la protección a los alumnos más desfavorecidos, amén de la capacidad de comunicación de una administración local. El anuncio se realiza un 28 de agosto, cuando la reapertura está prevista para para el 21 de septiembre: http://jamaicaplaingazette.com/2020/08/28/walsh-cassellius-lay-out-phased-plan-for-school-reopening/., y de una respuesta social impecable. ¿Seremos capaces de hacerlo en las instituciones educativas si somos incapaces de hacerlo en el ocio y las reuniones familiares? ¿La vuelta a las clases en las universidades servirá para que se llenen las aulas o los bares de los barrios urbanos frecuentados por los universitarios (como todo el mundo sabe, las universidades españolas carecen de campus en los que vivan los alumnos)?

La presencialidad, no obstante, siendo importante, no lo es todo en materia de educación, como es obvio. Pero el caso actual de la Covid-19 pone bajo los focos la ausencia de espíritu crítico con el que afrontamos los problemas del sistema educativo actual. Quienes piensan que es necesario un «gran pacto estatal sobre el modelo educativo» creen que la cuestión es, puramente, de polarización política. Que también lo es, pero secundariamente. La cuestión es de calidad y excelencia y, justamente por eso, de verdadera igualdad de oportunidades.

La educación, sin embargo, va por barrios. Y esto, de ser plenamente conscientes de lo que nos pasa, debería removernos en nuestras poltronas. En los niveles superiores, constatamos el fin del «ascensor social» que creíamos tener en la UniversidadEn los últimos años se ha avivado en los EE. UU. el debate sobre la educación superior y la meritocracia. Pueden consultarse diversas contribuciones de The Economist en lo que va de siglo (https://www.economist.com/special-report/2004/12/29/ever-higher-society-ever-harder-to-ascend y https://www.economist.com/podcasts/2020/05/08/university-challenge-college-education-and-meritocracy-in-america). Para una visión muy crítica de las políticas de admisión en las universidades de la Ivy League véase https://www.wnycstudios.org/podcasts/otm/segments/long-brewing-crisis-higher-education-on-the-media.. Pero en vez de ir a la raíz se nos ha ocurrido inflar la oferta de cursos de posgrado y enredar a nuestros hijos en esa madeja a la espera de un trabajo. Con resultados aún peores. Las mejores universidades del mundo están seleccionando cada vez menos estudiantes para sus grados y posgrados y tratando de formarles mejor a costa de cargarles mayores gastos. Al mismo tiempo han multiplicado la oferta de MOOCEl acrónimo MOOC significa Massive Open Online Course y se acuñó hace apenas una década. Su rasgo más distintivo es que son cursos gratuitos de alta calidad seguidos por docenas de miles de estudiantes y ofertados por muchas grandes universidades en todo el mundo. Pueden ser muy disruptivos (https://es.wikipedia.org/wiki/Massive_Open_Online_Course). Entre los más prestigiosos y/o masivos de la última década se encuentran «Learning How to Learn: Powerful mental tools to help you master tough subjects», ofrecido originalmente por la U. de San Diego en California, o «Machine Learning: Master the Fundamentals» de la U. de Stanford (https://www.onlinecoursereport.com/the-50-most-popular-moocs-of-all-time/). gratuitos, de altísima calidad, que encuadran a docenas de miles de alumnos… por curso! Puede sorprender que estas instituciones sacrifiquen sus gallinas de los huevos de oro (los carísimos y exclusivos posgrados) ofertando formación online de calidad low-cost. Pero saben lo que hacen, lo hacen muy bien y, además de preservar su línea de excelencia dándole más valor, adquieren una reputación cuyo valor no es nada despreciable. Es más, estimulan la orientación de todo el sector convencional, y nuevos operadores emergentes, hacia una educación superior y post superior de mucha mejor calidad, más competitiva y quien sabe si, en definitiva, tan innovadora que acabe desbancando a los grandes establecidos. No sería la primera vez que esto sucede.

Lo de los «Ivy colleagues» es solo un ejemplo. La educación avanzada está innovando y esta innovación va a calar en todos los niveles educativos y en todos los países y, a medida que sus títulos sean aceptados por los empleadores, aunque no sean oficiales ni reglados, los títulos oficiales dejarán de gozar del monopolio (de oferta) y el monopsonio (de demanda) de los que siguen disfrutandoVéase https://www.jaherce.com/monopolios-academicos.. A la educación oficial le puede suceder lo que a la prensa en papel cuando nadie esté obligado, por la ley o la costumbre, a ofertar o demandar un título oficial.

Lo presencial seguirá siendo parte del proceso educativo, especialmente esencial en la educación a edades más tempranas, pero en el futuro, puede que desde los 14 o 15 años, las clases magistrales y la presencialidad convencional intensiva, descorazonadora, inmanejable, habrán pasado a la historia para dejar paso a una presencialidad más emocional y creativa, ocasional, reducida y vocacional, en la que se analice críticamente y se debata sobre lo aprendido en el canal digital. Desde luego en bachillerato y, absolutamente, en la universidad. Una presencialidad descentralizada, a demanda y taylor made. Una presencialidad de tutores y maestros, más que de profesores.

Cada operación quirúrgica es diferente porque cada paciente lo es y debe realizarse concentrada y vocacionalmente, pensando en la supervivencia de aquel. Lo mismo ha requerido siempre la educación, desde sus albores, aunque pocas veces se haya rozado la excelencia. La buena educación es esto, no el establo.

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