
Los inmóviles
En el comienzo de La Chunga, una obra ambientada enteramente en un bar de mala muerte, cuatro jugadores de dados interrumpen una partida para entonar, al compás de una guitarra, el «himno» de su amistad: «Somos los inconquistables / que no quieren trabajar; / sólo chupar, sólo vagar, sólo cachar». Alzan la voz como en son de guerra, pero más bien acusan la derrota con que cargan. ¿Qué más pueden hacer esos zánganos si no es chupar, vagar y cachar? La dueña del barcito, una mujer curtida a la que llaman o apodan La Chunga (Aitana Sánchez-Gijón), los mantiene aceitados con una botella de cerveza tras otra y, cuando intentan sobrepasarse, les frena enérgicamente el carro («Alto ahí, concha de su madre»). La escena, en esencia, es siempre la misma. Estamos en los años cuarenta en Piura (Perú), y en una sociedad donde la pobreza es proporcional al paternalismo y ambos a la injusticia; la inmovilidad recuerda casi el infierno sartreano.