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Juncker decide que no se necesita consejero científico jefe

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A principios de julio escribí en Revista de Libros sobre las tensiones entre el asesoramiento científico y el imperativo político, y me referí especialmente a la figura crucial del consejero científico jefe del presidente de la Comisión Europea. Ahora, después de dar pistas en contrario, Jean-Claude Juncker ha decidido eliminar dicho puesto y su oficina. A un político de tan larga experiencia como primer ministro de ese paraíso fiscal que es Luxemburgo, ha debido parecerle urgente eliminar cuanto antes el consejo científico independiente a fin de tener el campo libre para sus posibles veleidades. Los consejeros científicos deben de ser testigos incómodos para los políticos astutos. Decía entonces, y sigo diciendo ahora, que multitud de decisiones políticas han de tener en cuenta los consejos científicos, lo que no quiere decir que los políticos tengan que atenerse a ellos. Basta con que el imperativo político no condicione el informe científico y que los hechos no se distorsionen a favor de una tesis política preestablecida.

Sigilosamente, el despido y el desahucio se han anunciado con nocturnidad, mientras los europeos estaban pendientes del semifracaso o semitriunfo de la sonda Philae, en el marco de la misión Rosetta, cuyo incierto destino, una vez agotadas las pilas, puede tomarse como un buen símbolo de la política científica europea. La profesora Anne Glover, que ocupaba el cargo desde 2012, y el Bureau of European Policy Advisers (BEPA) dejan de desempeñar sus funciones respecto a la presidencia de la Comisión Europea.

Lo preocupante de esta fulminante decisión es que se produce a instancias de grupos medioambientales, incluido Greenpeace, que no quieren saber nada de decisiones políticas basadas en el conocimiento objetivo. Dicha carta, dirigida a Juncker en julio de 2014, fue seguida de otra respaldada por cuarenta organizaciones científicas y varios centenares de investigadores en la que se decía que «no podemos enfatizar lo suficiente nuestra objeción a cualquier intento de degradar la integridad e independencia del consejo científico recibido al más alto nivel de la Comisión Europea».

No cabe duda de que han triunfado la ideología y la irracionalidad sobre las decisiones basadas en datos contrastables. Así nos va a todo un continente que utiliza ya más de cuarenta millones de hectáreas extraeuropeas para producir sus alimentos, importa la mayor parte de su energía de suministradores volubles y poco fiables, y que ha decidido restringir drásticamente su inversión en investigación e innovación.

Desgraciadamente, el señor Juncker ha empezado con mal pie su relación con la política científica y sólo me queda lamentarlo, al tiempo que agradezco a Anne Glover su labor y le deseo la mejor de las suertes. No dudo en envidiar a los británicos, que sí cuentan con un/-a consejero-/a científico/-a jefe/-a.

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Ficha técnica

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