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Hojas de Grass

LÍRICO BOTÍN

Günter Grass

Bartleby, Madrid

Trad. de Miguel Sáenz

336 pp.

18 euros

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Corolario lógico de una edad avanzada y de una carrera literaria, aunque desde luego aún no concluida, sí más que culminada, Günter Grass está haciendo en los últimos tiempos inventario y recuento de su trayectoria. Lo empezó hace ya algunos años, en el terreno de la narrativa, con Mi siglo (1999), lo prosiguió con un breve texto memorialístico, Cinco decenios (2004), y lo extiende en esta antología, Lírico botín, que él mismo subtitula Poemas y dibujos de cincuenta años, y en su autobiografía, de inminente publicación, Pelando la cebolla, que viene además envuelta en un halo polémico de corte moral, que ha sido el territorio de este autor durante gran parte de ese medio siglo de literatura.

 Quizá sea bueno empezar hablando de la edición, singular en sí misma, por cuanto reúne en poco más de trescientas páginas ciento cuarenta poemas en edición bilingüe que se entreveran con cien dibujos que no son contrapunto al texto –como dice en la contraportada Miguel Sáenz–, sino que lo pespuntean, reuniendo en este libro vocaciones centrales del autor que el éxito público de su narrativa ha convertido en secundarias. La traducción de Miguel Sáenz, que en algunos poemas ha tenido que revestir carácter de auténtico rompecabezas, revela el grado de identificación con una obra que sale ya por los poros del traductor. No le beneficia la desafortunada fórmula elegida para la edición bilingüe –los textos alemanes aparecen a pie de página, en un tipo de letra menor y separando los versos con barras–, que no permite apreciar a simple vista la correspondencia con el original. El lector interesado en la comparación se ve obligado a un esfuerzo que tal vez podría haberse evitado empleando columnas.

En cuanto al contenido, es verdad que Grass es poco conocido como poeta, pero su obra poética, su lírico botín, irradia la fuerza de su personalidad, en grado similar a como lo hace su también secundaria obra gráfica. El hecho de tratarse de una selección del propio autor no hace más que reforzar esa impresión: el castellano tiende a identificar la palabra «lírico» con una suerte de sublimidad esencialista que rehúye lo que podríamos llamar las tangibilidades de la vida. En Grass, la lírica es tan sólo otra forma literaria de dar luz a sus preocupaciones y demonios de siempre.

Con excepción del primer volumen seleccionado, los demás están llenos de poemas de carácter histórico (desde Cortafuegos, La cigüeña o Normandía (1960) hasta Pronto aprendido (2003)) o explícitamente político (Paisaje político (1967), Soplando plumas (1977)), escritos al hilo de lo que pasa o de la memoria recurrente. Quizá sea notable destacar la existencia de una evolución que va pareja al desarrollo de su gran obra narrativa: si hasta 1967 los poemas aún tienen carácter de escritura autónoma, a partir de ese año son, como los dibujos y las esculturas, piezas de acompañamiento a una obra novelística que ha alcanzado primacía absoluta en la vida del autor y en su proyección pública. Si con Grass el lector siempre tiene la sensación de que es preciso ser un buen conocedor de la historia alemana para extraer todo el jugo posible a sus relatos, el de estos poemas intuirá un tejido de alusiones cruzadas con su propia obra que crea dos niveles de lectura, uno para quienes conocen sus novelas y otro para quien se acerca a los poemas como novicio en su obra.

Ante esta reincidencia en la preocupación por el pasado individual y colectivo que ha hecho del autor un faro moral, habrá quien se pregunte en qué afectan al lector de un libro como éste las revelaciones hechas por Grass en el mes de agosto sobre su pertenencia a las WaffenSS cuando tenía diecisiete años. Es una pregunta delicada, pero pertinente: quizás a los espíritus de singular rigor les corresponda, antes de emitir juicios precipitados, poner en los platillos de la balanza una obra y una vida de gran peso frente a un prolongado silencio. El arañazo en la piel estatuaria del autor no revela más que la condición humana que hay debajo del bronce. No cabe olvidar, en cualquier caso, el voluntario riesgo del escritor y el valor necesario para asumirlo. Como él mismo dice en este libro:

he volcado la tinta.
Que alguien
que venga después de mí llene el tintero
y se manche los dedos.
Escribir destiñe.

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Ficha técnica

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