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En las duras tierras del Rif

Historia secreta de Annual

JUAN PANDO

Temas de Hoy, Madrid, 1999

423 págs.

2.900 ptas.

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La necesidad de una presencia de España en Marruecos fue ampliamente sentida por la clase política española al comienzo del reinado de Alfonso XIII. Al participar en el reparto del llamado «imperio xerifiano», España no sólo lograba entrar en el juego de alianzas de la política internacional poniendo fin al retraimiento exterior canovista, que para muchos había sido una de las principales causas del desastre de 1898, sino que, además, evitaba quedar «emparedada» por la vecina Francia, que no ocultaba sus ansias expansionistas en Marruecos. Era aquella, no lo olvidemos, la época de apogeo del imperialismo, de desenfrenada carrera entre las potencias por el enriquecimiento territorial.

Como algunos habían vaticinado, Marruecos fue desde el principio una empresa colonial incómoda y costosa. España se adentró en las duras tierras del Rif en un gran embrollo, «el avispero marroquí», en expresión, que hizo fortuna, de un periodista; una pesada carga que obligaba a unos gastos humanos y materiales muy superiores a los beneficios económicos. Los cálculos más pesimistas se quedaron cortos. La «cuestión marroquí», que llegó a ser tema central de la política y la vida españolas en el reinado de Alfonso XIII, se convirtió en un auténtico cáncer nacional.

Esta sombría y frustrante historia, que culmina en la gran catástrofe española en Annual, en el verano de 1921, es el tema del libro que aquí comentamos. Es una reconstrucción extraordinariamente minuciosa, día a día, casi hora a hora, de unos sucesos trágicos, terribles: la situación desesperada de los españoles ante el generalizado ataque rifeño, las angustiosas peticiones de refuerzos urgentes, el ejército en retirada, el denigrante espectáculo de la huida a la desbandada de las tropas despavoridas, los barrancos convertidos en cementerios, el contagio del pánico, la caída de posiciones, una tras otra, como un castillo de naipes; las harkas de Abd el-Krim a las puertas de Melilla, los tormentos de los españoles sitiados; en fin, la muerte de casi 10.000 hombres y la pérdida en pocos días de doce años de esfuerzos.

Juan Pando nos cuenta una historia con rostro humano, una historia de hombres concretos, no sólo con sus nombres y apellidos, sino con nítidos perfiles físicos y humanos en muchos casos, todos aquellos cuya filiación y vicisitudes el autor ha podido rastrear en un trabajo de impresionante meticulosidad. Sabemos qué ocurre en cada posición, en cada campamento, las decisiones que, abandonados a su suerte, toman en esos momentos cruciales todos y cada uno de los oficiales al mando de tropa. Aparecen también retratados soldados rasos, colonos, empleados de las minas, familiares de las víctimas… Pando se permite recursos narrativos que no alteran el rigor histórico del relato pero que, en cambio, hacen que su lectura resulte con frecuencia conmovedora, y en ocasiones estremecedora.

Si Pando puede ser tan minucioso en el relato de los hechos es porque las fuentes en las que bebe lo son también. Están, para empezar, los innumerables testimonios de los testigos y supervivientes y toda la ingente cantidad de datos e informaciones recogidos en el famoso Expediente Picasso por el general designado para investigar las causas del desastre, así como las valiosas declaraciones de múltiples personas ante la Comisión de Responsabilidades del Congreso de los Diputados y la información recogida para el suplicatorio del alto comisario en Marruecos, general Berenguer. Además, al poco tiempo de producirse, el desastre de Annual fue objeto de casi incontables crónicas y relatos de contemporáneos: políticos, militares, periodistas, enviados especiales a Marruecos…, algunos de ellos profundamente conocedores de los entresijos de la cuestión marroquí. Todas estas fuentes son sobradamente conocidas para los historiadores y han permitido un amplio análisis del derrumbamiento de la Comandancia de Melilla por parte de la historiografía. Sorprende la exigua selección bibliográfica del autor, en la que no figuran muchos de los estudios fundamentales. Pando cita las obras de D. S. Woolman y S. G. Payne, pero no, en cambio, las de otros historiadores –Carlos Seco Serrano, Carolyn P. Boyd, Shannon E. Fleming, C. R. Pennell, M. a Rosa de Madariaga…– imprescindibles para cualquier estudioso de este tema, y que han utilizado en gran parte las mismas fuentes archivísticas (Archivo Maura, SHM, etc.) a las que Pando recurre.

Juan Pando, pues, nos cuenta una historia muy conocida. Aun así, es meritorio su esfuerzo por escudriñar nuevas fuentes, documentales y orales, que, sin embargo, no añaden nada sustancial a lo ya sabido. Así, las cartas que el coronel Paco Manella, ayudante del general Fernández Silvestre, el famoso comandante general de Melilla, envía a su esposa desde Annual, de donde no saldrá con vida, no hacen sino confirmar, como el propio autor reconoce, las mismas impresiones de otros muchos testimonios de oficiales supervivientes que ya conocíamos.

Más que la «historia secreta» de Annual, lo que Pando nos cuenta es la «historia anunciada», la «tragedia prevista» –en palabras de Gómez Hidalgo, uno de los cronistas del desastre–, porque su pormenorizado relato de los avatares del protectorado español nos conduce, de forma casi inexorable, a la hecatombe del año 21. Uno a uno, Pando aborda los errores de la política española en Marruecos que desembocaron en la tragedia: las deficiencias de organización del protectorado, el lamentable estado de un Ejército «en alpargatas, semidesnudos en armas y analfabeto en tácticas», en el que ha cundido la desidia, la falta de disciplina y la corrupción; un Ejército con una desorbitada inflación de oficiales que obligaba a gastar la mayor parte del presupuesto en pagar sueldos y no, en cambio, en modernizar el equipo o mejorar la instrucción. En fin, el precipitado avance de Silvestre, fiado de su «buena estrella», en un territorio en el que la sumisión de las cábilas era sólo aparente, dejando tras de sí un rosario de posiciones o «blocaos» muy difíciles de abastecer e indefendibles en caso de ataque. Por el relato van desfilando todos los protagonistas del bando español en esta trágica historia: jefes de Gobierno, ministros de la Guerra y de Marina, altos comisarios, militares al mando de las operaciones…, cuyas decisiones, muchas de las cuales Pando califica con rotundidad de «necias» o «descabelladas», determinan el fatídico rumbo de esa historia anunciada. En alguna medida, el autor exonera de culpa a Silvestre al hacerle compartir responsabilidad con sus superiores, y por supuesto con Berenguer que, como ya sabíamos –nada nuevo nos descubre– compartió optimismo y confianza con Silvestre más allá de lo que en su día se afirmó en un intento de dejar al alto comisario al margen. Pando adopta una postura muy crítica con respecto a los responsables –sobre todo los políticos– de la acción de España en Marruecos. La idea central del libro es que la política española fue una sucesión de errores, algunos «garrafales», que desbarataron toda posibilidad de éxito de la empresa colonial.

Sin quitar importancia a esos graves e indudables fallos, creo que Pando no insiste suficientemente en las circunstancias objetivas que hacían sumamente difícil la labor de España. La famosa «penetración pacífica», el intento de congraciarse con la población indígena mediante una labor de desarrollo del país, no era desde luego nada fácil en la zona española del norte de Marruecos. Aquellas tierras estaban habitadas por tribus bereberes tradicionalmente guerreras e indómitas, con aspiraciones independentistas y fuerte espíritu de resistencia, no ya frente a cualquier intento de penetración colonial u ocupación extranjera, sino también frente al Majzén o gobierno central marroquí. Los gobernantes se vieron crecientemente involucrados en una guerra librada sobre un intrincado y tortuoso terreno, inmejorable para las tácticas guerrilleras de las que las tribus llegaron a ser expertas conocedoras; con lamentable frecuencia, los españoles cayeron víctimas de emboscadas y ataques por sorpresa.

Sin duda los inestables gobiernos de aquella época de profunda crisis del régimen de la Restauración demostraron una tremenda inconsistencia e irresolución, y desarrollaron una política contradictoria, de continuos cambios de estrategia, ensayando unas veces la vía de la acción bélica y otras la de la llamada «acción política», que en la mayoría de las ocasiones no consistió en otra cosa que en el soborno de los jefes de tribus, a los que se ofrecía dinero, a veces sumas muy considerables, a cambio del cese de hostilidades. Pero más que por flagrante incompetencia o supina ignorancia de la situación marroquí, como afirma Pando, esta política era resultado del dilema que aprisionaba a todos aquellos con competencias en la cuestión de Marruecos: la imposibilidad de eludir sin desdoro la tarea colonizadora a la que España se había comprometido en diversos tratados internacionales y, al mismo tiempo, la evidencia de las tensiones, difícilmente tolerables, que la implacable sangría marroquí generaba en la vida nacional. De esta pesadilla España sólo comenzaría a despertar al producirse, en el año 25, un hecho absolutamente novedoso: la decisión de Abd el-Krim de atacar también a los franceses y el consiguiente giro radical de Francia que, por primera vez desde la constitución del protectorado, iba a proponer a España colaborar para acabar con la rebelión rifeña.

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