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Unamuno, egolatría

ENSAYOS (OBRAS COMPLETAS, VOLS. VIII, IX Y X)

Miguel de Unamuno

Biblioteca Castro. Fundación José Antonio de Castro, Madrid

1.034, 1.140 y 930 pp.

52, 55 y 55 €

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Quizá sea Unamuno uno de los escritores que más ha escrito de sí, desde sí y para sí mismo. Decía Baroja, en su deliciosa Juventud, egolatría, que «con el egotismo sucede un poco como con las bebidas frías en verano, que, cuanto más se bebe, se tiene más sed». Y así ocurrió con la literatura de Unamuno, quien siempre vivió su obra en marcha como agonía sin pausa (sed nunca satisfecha) entre el flujo de su conciencia contemplativa y el volar constante de la pluma. Este culte du moi (título de la influyente trilogía de Maurice Barrés, 1888-1891) no fue inusual en el cambio del siglo XIX al XX, sino que, muy al contrario, constituye una marca de época que en cierto modo se tradujo en España bien en los solaces del yo distinto barojianos, bien en el yo novelesco del Azorín que se superpone y fagocita a Martínez Ruiz, bien en este yoyoísmo de Unamuno proyectado hasta el abismo en su juego de los ocho yoes del ser humano –a propósito de la célebre teoría de Oliver Wendell Holmes– en el prólogo a Tres novelas ejemplares. Vivió nuestro autor treinta y seis años del siglo XIX y treinta y seis del XX, y la simetría cronológica parece dar mayor credibilidad a encuadrarlo entre el culto al hombre representativo (el de su adorado Carlyle), al progreso positivo decimonónico (su Diario íntimo, el afán por recopilar notas, cartas y borradores, lo convierten, entre otras razones de más peso, en un costista) y los inicios de la reflexión acerca del estatuto del yo autorial, del análisis nivolesco acerca de cuál es la auténtica voz que habla en la literatura. Puro modernismo, en efecto, y común reacción generacional ante tiempos en que la expansión del mercado editorial pareció empujar a los escritores a una afanosa búsqueda de un lugar en el campo literario; lugar que debía ser inmediatamente reconocible mediante el logro de una marca de estilo personal que no sólo podía encontrarse en la propia retórica de los textos, sino también en la participación activa en la vida política, en los gestos y tics mostrados en entrevistas, incluso en el atuendo o en las portentosas caricaturas de Bagaría.

En este nuevo mercado literario (el que hace posible nuestra Edad de Plata) hubo al fin un espacio privilegiado para el ensayo. Y en él, la insistencia (grafomanía) y marca unamunianas (logomaquias, contradicciones, proyección de luchas de conciencia existenciales de aquel escritor cuidadoso de una apariencia de cuáquero malhumorado) camparon a sus anchas en una escritura a lo largo, tan en marcha como la poesía de Juan Ramón Jiménez. Precisamente en el primer artículo de la serie Alrededor del estilo, de 1924, Unamuno afirmaba que «soy por definición –esto es, aforísticamente– un ensayista», lo que equivalía a decir que en el ensayo podemos observar a Unamuno al cuadrado o, mirado de otro modo, a Unamuno en estado puro. Por tal razón hemos de agradecer a la Biblioteca Castro y al director de las Obras completas de Unamuno en esta colección, el profesor Ricardo Senabre, la edición de estos tres volúmenes de Ensayos que han venido saliendo de 2008 acá. En los siete anteriores la egolatría unamuniana se escanciaba en narrativa, teatro, poesía (donde «el yo poético y el autor son la misma cosa», según anotaba Senabre en el prólogo al volumen IV) y en ese género hermano del ensayo que en la colección (volúmenes VI y VII) se resuelve bajo el título de Recuerdos y paisajes. Tiempo ha pasado desde que la edición de estas Obras completas echase a andar, y mucho ha cambiado el plan de la edición desde aquel 1994 hasta los días que corren. La publicación de las completas en escritores grafómanos como Unamuno (quien además anotaba y corregía las obras ya publicadas con vistas a una ulterior edición) es tarea difícil. Se ha adoptado el criterio de editar los siete libros de Ensayos recopilados por el propio Unamuno y publicados entre 1916 y 1918 por la Residencia de Estudiantes (más el texto De la Enseñanza Superior en España, 1899) para el volumen VIII; para el IX, los ensayos, artículos y conferencias se han tomado, en esencia (salvo excepciones explicadas pertinentemente), de las Completas de Escelícer; para el X, donde descansan los dioses mayores del ensayo unamuniano, como Del sentimiento trágico de la vida o La agonía del cristianismo (libros, por cierto, en el Índice de los prohibidos durante un buen tiempo), se ha echado mano de las primeras y segundas ediciones, pero también de las Completas de García Blanco (en el caso de los Prólogos, aforismos y definiciones).

Ignoro si saldrán al mercado los dos tomos que en los planes iniciales de estas Obras completas iban a incluir Artículos, y cuántos de ellos; no sé si se reeditará la obra recuperada en 1991, Del resentimiento trágico de la vida, ni si una sumaria antología de cartas daría mediana cuenta del universo epistolar del autor de Niebla. Sí comparto la opinión de Jean-Claude Rabaté (coautor, junto a su esposa Colette, de la voluminosa y reciente biografía de Unamuno para Taurus, recensionada en estas mismas páginas) de que «hace falta un equipo para publicar las obras completas de Unamuno» (El País, 18 de octubre de 2009), y he de suponer que éstas deberían iniciarse a partir de la Guía electrónica de lectura de la obra de Miguel de Unamuno (CD-ROM editado por Roberto Ranz, Gorka Fernández y Javier Teira en 2002) y continuar por los trabajos de los Rabaté, de Senabre, de Pérez de la Dehesa, de Laureano Robles y Stephen Roberts, entre tantos otros. Para según qué textos menores sería una lástima que tuviéramos que seguir acudiendo a las ediciones de Completas a cargo de Manuel García Blanco para Afrodisio Aguado o Escelícer; pero los mayores están aquí, a nuestro alcance y, en todo caso, la satisfacción del lector es enorme ante el resultado del esfuerzo de estas Completas dirigidas pulcramente por Ricardo Senabre. Al cabo, la verdad de Unamuno se encuentra en cualquiera de sus textos: In interiore Unamuno habitat veritas.

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