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El auge de la historia militar

La guerra en el mundo antiguo

Philip de Souza (coord.)

Akal, Madrid

Trad. de Manuel Villanueva

320 pp.

53 €

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Para los especialistas en historia militar de cualquier período, o para los aficionados «leídos», una visita al Reino Unido o a los Estados Unidos de Norteamérica proporcionaba hasta hace un par de años, ya desde las librerías del aeropuerto de destino, un buen motivo para la envidia. Casi cualquier punto de venta de libros tiene en el mundo anglosajón una sección dedicada a cuestiones militares. Se alinean en estantes bastante repletos estudios sobre la historia de las diferentes armas y uniformes, campañas militares, memorias de generales y soldados rasos, e incluso análisis de la psicología del combatiente o estudios bastante densos de la economía y la sociedad en los conflictos bélicos. Y no en un rincón vergonzante sino, normalmente, en lugares privilegiados desde el punto de vista del márketing.

En conjunto, la historia militar académica ha alcanzado en Gran Bretaña o Estados Unidos un rango de amplia respetabilidad y reconocimiento universitarios, aunque sin alcanzar todavía pleno estatus de especialidad independiente, al mismo nivel que la historia económica o social: las cuestiones militares siempre son minoritaras en el establishment académico, y esos temas nunca se despojan de un cierto halo de sospechosas tendencias freaks, si no de algo peor y políticamente incorrectísimo. Eso sí, siempre y cuando el historiador o arqueólogo mantenga unas distancias adecuadas respecto a los aficionados a las armas y los uniformes, los juegos de guerra y el coleccionismoE incluso eso está cambiando poco a poco. Véase al respecto el peculiar libro de Philip Sabin, quien pese a su respetable posición como profesor de Estudios Estratégicos en el King’s College de Londres, se ha atrevido a publicar Lost Battles. Reconstructing the Great Clashes of the Ancient World (Londres, Hambledon Continuum, 2007) en el que, junto a la parafernalia habitual de notas, bibliografía y citas, emplea modelos de simulación tomados directamente del hobby de los wargames o juegos de guerra..

La historia militar se ha desarrollado en el mundo anglosajón en dos direcciones paralelas, con su reflejo a menor escala en España. Por un lado, el ámbito académico, universitario, con una muy estimable y rigurosa producción que abarca todos los períodos y temas. Por otro, y de manera casi independiente, el mundo aficionado de los wargamers, coleccionistas de figuras de plomo, uniformes y armas. Este último es un mercado más amplio de lo que pudiera parecer, fuente de una floreciente industria editorial, como muestran desde hace muchos años las masivas colecciones editadas por Osprey, Montvert, Arms and Armour Press, Greenhill y otras muchas editoriales. Los autores de estos libros han salido durante mucho tiempo de las filas de los propios aficionados, y la calidad de los mismos oscila entre trabajos excelentes en el conocimiento de los detalles arcanos de armas o uniformes hasta libros claramente prescindibles incluso para el más joven e inexperto de los adolescentes que acaba de comprar su primera figura de plomo y quiere pintarla. Pero, en todo caso, la carencia de las herramientas del oficio suele manifestarse en estos libros en la ausencia de bibliografías –y, por supuesto, de notas–, de citas correctas a las fuentes, de distinción entre datos y opiniones, así como en la carencia de otros rigores que serían requisito mínimo en cualquier trabajo no ya de investigación, sino de divulgación seria.

La historia militar adquirió cierta mala prensa después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, porque había sido tema propio de militares, particularmente del Alto Estado Mayor prusiano, tan odiado. Estos militares se habían centrado desde el siglo XIX en el análisis de las batallas desde un punto de vista muy frío y abstracto. Casi todo era, en estas obras, ordenados rectángulos rojos y azules dispuestos sobre mapas, y limpias flechas de avances y retiradas. Pero el público general y los intelectuales sabían, por dura experiencia personal en la mayoría de los casos, que eso era sólo una pequeña parte de la realidad, y que la falseaba. Nada más lejos de la guerra real –cuya experiencia es, ante todo, la del caos organizado, la confusión y el horror físico y psicológico– que algunos ensayos alemanes anteriores a 1940 sobre la Kriegswesen.

Por el contrario, la historia militar actual, desarrollada desde los años setenta del siglo XX, presta atención a una montaña ingente de aspectos como la logística, los símbolos y ritos de la guerra, los aspectos sociales, la composición demográfica, étnica, social de los ejércitos, las finanzas, etc. Pero no hay que olvidar que la guerra es finalmente el negocio de enfrentarse al enemigo y matarlo. Las armas y las tácticas son en último extremo el quid de la cuestión. Y, en ese sentido, se ha producido también para el mundo antiguo una gran evolución desde el trabajo pionero de John Keegan The Face of Battle, que optó por una aproximación mucho más realista y próxima al punto de vista de los combatientes, luego adoptada por los estudiosos del mundo grecorromano.

No debemos olvidar tampoco que la guerra fue en la Antigüedad una experiencia central de las sociedades, literalmente vital, y directamente percibida por la mayoría de la población, como agente o paciente. Un porcentaje desproporcionadamente alto de todas las fuentes de cualquier tipo (arqueológico, literario, epigráfico, iconográfico) que nos han llegado son de tema militar. Sólo por eso hay que prestar una adecuada atención a un tema que los propios implicados consideraban claramente decisivo, sin olvidar, claro está, otros aspectos y convertir lo militar en una obsesión.

La producción española queda muy lejos, en cantidad e incluso en calidad, de la anglosajona o la francesa en temas de historia militar. Es cierto que algunos historiadores españoles de prestigio publicaron en su momento trabajos importantes de investigación en este ámbito. Ciñéndonos al mundo preindustrial que nos ocupa, contamos, por ejemplo, en los años sesenta con trabajos interesantes de historia militar romana en España (Antonio García y Bellido) o visigoda (Claudio Sánchez Albornoz), e incluso hubo trabajos pioneros anteriores, como el interesante y casi desconocido de Manuel Marín y Peña titulado Instituciones militares romanas (Madrid, CSIC, 1956). Pero, globalmente, la producción especializada española era casi nula hasta hace quince años.

Las razones de este atraso comparativo son múltiples y psicológicamente complejas. Llamaremos la atención sobre una de ellas. España ha estado desde el franquismo –y en realidad desde mucho antes– divorciada de su ejército y de su tradición militar. Pese a algunos episodios interesantes, llamativos o incluso –¿por qué no decirlo?– heroicos, la historia militar de España desde la Guerra de Independencia es una serie tras otra de sucesos tristes y a menudo lamentables. Un ejército mal armado y organizado, sin recursos, a menudo forzado a actuar como fuerza de represión interna, o metido en guerras impopulares, improductivas o salvajes (Cuba o Marruecos) no inspira en principio demasiado para realizar estudios académicos. Y tampoco es campo atractivo para los maquetistas y colecionistas de militaria. Y desde la Guerra Civil la situación en este sentido empeoró en lugar de mejorar.

Tras la destrucción del nazismo y el aislamiento de los años cuarenta, la intelectualidad española ha sido no sólo por regla general antifranquista y antimilitarista –a menudo de manera inteligente, pero en ocasiones lastrada con una aproximación tosca, dogmática y «retroprogre»–, sino también reacia a abordar estudios militares desde una óptica desapasionada, desde una visión que equilibrara los excesos mitificadores que tanto desprestigiaron la historia militar decimonónica más rancia. Parecía que una historia militar sólo podía realizarse si era laudatoria de un ejército que –al menos por sus resultados– rara vez merecía grandes laureles. Craso error, porque «otra» historia militar no hagiográfica de generales y «espadones» –decimonónicos o numantinos– era y es posible.

Al tiempo que muchos académicos españoles desconocían lo militar, y despreciaban lo que ignoraban, algunos militares profesionales ocuparon plaza de historiadores, realizando trabajos de investigación militar histórica para los que a menudo no estaban preparados, con las excepciones de rigorLa Revista de Historia Militar, decana de las españolas en estos temas (su número 1 data de 1957) viene editándose por el ejército –actualmente por el Ministerio de Defensa– y contiene numerosos ejemplos de ambas orientaciones. Desde hace una década su nivel académico medio ha aumentado considerablemente y, en la actualidad, puede competir perfectamente con cualquier publicación universitaria especializada.. La historia militar de los historiadores era casi testimonial; la de los militares –que a menudo, además, parecían apropiarse del tema–, a veces tosca y científicamente inadmisible por pueril, mitómana y laudatoria.

Esta percepción no ha existido –o al menos no con tanto peso– en otras sociedades de Europa occidental donde, desde el período napoleónico, muchos de los grandes Estados han tenido una historia bélica de la que vienen sintiéndose en general orgullosos, con razón o sin ella, en la victoria y en la derrota. No es lo mismo beber orines en un blocao cerca de Annual antes de morir a manos de una cabila, agonizar de fiebre en los pantanos de Cuba, o destripar correos franceses en Valdepeñas, o incluso atacar torpemente el Alcázar de Toledo, que escribir sobre las glorias prusianas, napoleónicas o victorianas. Por mucho que detrás de esas glorias foráneas existieran a menudo episodios igualmente sórdidos, como en las campañas británicas en Afganistán o Zululandia, parecía otra cosa. Era y es una cuestión de percepción y de autosugestión. Y en países como Inglaterra o Francia nunca ha habido tantas reticencias por parte del mundo universitario a abordar temas militares; ni tampoco una tendencia tan acusada de los militares profesionales –a menudo muy ocupados en la práctica de su profesión en el extranjero– para escribir ellos «su» historia.

En la producción escrita sobre historia militar en todo el mundo, tanto aficionada como académica, sin duda el tema más popular es la Segunda Guerra Mundial, seguido por el período napoleónico y, a cierta distancia ya, el mundo antiguo. Las modas lo dominan hoy todo. Desde la primera guerra de Irak asistimos a un verdadero boom de publicaciones de historia militar, que en España ha pasado de lento goteo a caudaloso torrente, en forma de traducciones sobre todo, e incluso de algunas producciones propias, aunque la Antigüedad, siguiendo la tónica general, se sitúa en tercer lugar entre los temas favoritos de editores y público. En lo académico, y dentro del mundo antiguo que tomamos como pretexto para el debate, la creación de algunas revistas y series científicas especializadas, de páginas web asociadas a universidades, e incluso de asignaturas específicas de posgrado, muestran un renovado interés por estas cuestiones. En lo divulgativo, y junto a colecciones con criterios bien escogidos –por ejemplo, la serie Grandes Batallas de la editorial Ariel–, hay otras traducciones y publicaciones que sonrojan por pueriles, pero que venden considerablemente más, trabajos muy elementales del tipo «las diez mayores hazañas de…», o «los mejores ejércitos de…». El cine ha hecho un gran favor para focalizar más la atención en temas de la Antigüedad y la Edad Media, y películas como Gladiador, Troya, Alejandro, El reino de los cielos o 300 han animado la producción editorial. Lo malo es que editores y público rara vez discriminan calidades en las publicaciones que se han hecho a remolque de esa verdadera locomotora de intereses populares de nuestro tiempo que es el cine.

Advertimos, sin embargo, de un riesgo creciente, que puede acabar matando a la gallina de los huevos de oro. La evidente reconversión del mundo editorial en un negocio de plazos cortos, donde el libro «de fondo» (y los libros de historia lo son) es un estorbo, y la rápida percepción por editores avispados del filón editorial recién descubierto, ha dado lugar a la aparición de numerosas colecciones e incluso editoriales especializadasSin pretensión de exhaustividad, a las colecciones de editoriales como Ariel o Crítica, cabe añadir sellos especializados como Almena (que edita sobre todo «producto nacional» de calidad muy variable, dirigido al ámbito aficionado entusiasta), Inédita o Tempus, y colecciones como las publicadas por Ediciones del Prado o RBA, Libsa, Salvat, La Esfera de los Libros y otros. que en cuestión de meses han distribuido decenas de títulos, en su mayoría traducidos, o encargados con plazos muy breves a autores españoles.

Junto con algunos trabajos bien editados, traducidos con calma y revisados (los primeros libros de la serie de Ariel, revisados por Francisco Gracia, vienen a la cabeza de inmediato), están apareciendo títulos no ya mal traducidos, sino inaceptablemente perpetrados por traductores que obviamente carecen del más mínimo conocimiento de historia, de historia militar y que en ocasiones parecen hacer uso de traductores automáticos para verter términos técnicos, con el resultado de proponer traducciones que no es que sean erróneas y cómicas, sino que enfurecen a cualquier lector mínimamente avisado, y engañan al que se inicia en estos temas, si es que puede entender los párrafos, ya que hay incluso frases incomprensibles. No daremos ejemplos concretos, pero los foros especializados de Internet bullen de indignación. Hay que decirlo con claridad: buena parte del público entusiasta de la historia militar es joven y con buena formación, que incluye, por vez primera en la historia de España, un aceptable dominio del inglés. Teniendo en cuenta que es ya posible obtener con rapidez y eficacia libros extranjeros a buen precio –incluso a mejor precio que las traducciones españolas–, si la cuestión de las traducciones y de las publicaciones apresuradas no se enmienda, existe un riesgo claro (para los editores) de que muchos lectores deriven hacia los libros en lengua original.

Los estudios centrados en el mundo antiguo –nomalmente la época clásica de Grecia y Roma, pero también Asiria, la Edad del Bronce, la Prehistoria, etc.– suelen ser libros excelentemente ilustrados: objetos arqueológicos, iconografía, reconstrucciones muy estudiadas. A este grupo pertenece el libro que aquí se recensiona y una de cuyas peculiaridades es que, frente a otras obras similares de autor único, se trata de una obra colectiva que trata de abarcar toda la historia de la guerra en el mundo antiguo, desde la «guerra primitiva» hasta la guerra con armas blancas entre los imperios americanos precolombinos hasta la llegada de los españoles a finales del siglo XV. El coordinador, Philip de Souza, es bien conocido por sus aportaciones a la piratería naval en la Antigüedad (en la investigación) y a la guerra en la antigua Grecia (en la divulgación). Su selección de los autores de cada capítulo es, en general, excelente aunque, como es habitual en el ámbito anglosajón, limitada a autores ingleses o estadounidenses, con la ocasional excepción de un foráneo inserto en el mundo universitario inglés (Hans van Wees, holandés pero profesor en el University College de Londres y plenamente inserto en la tradición investigadora británica). Casi todos son especialistas ampliamente reconocidos en el mundo universitario, con publicaciones importantes, aunque en casos concretos se manifiesta, como se verá, una descompensación en el tratamiento de temas concretos ajenos a la línea central de investigación del mundo británico. En los últimos años las principales editoriales británicas vienen publicando trabajos de gran volumen –superiores a las quinientas e incluso el millar de páginas– sobre la guerra antigua en diversas facetas, con el rasgo común de ser obras colectivas. Casi todas, además, coinciden en un número no despreciable de autores. Es el caso de la masiva Cambridge History of Greek and Roman Warfare en dos volúmenes, editada por Hans van Wees, Philip Sabin y Michael Whitby (se repiten cuatro autores en el libro que comentamos). O el de A Companion to the Roman Army, coordinado por Paul Erdkamp (que comparte tres autores con el primer libro y dos más con el segundo).

Aparte de la cierta homogeneidad de enfoque que proporciona la repetición de determinados autores más mediáticos, y que forman parte del establishment académico anglosajón, es obvio que los libros colectivos de este tipo suelen plantear problemas de falta de homogeneidad de redacción. En el caso que nos ocupa, Philip de Souza ha realizado un buen trabajo de revisión y el conjunto no se resiente de la amplia disparidad de autores. Sin embargo, carece de la unidad de propósito propia de un libro de autor, y de una tesis personal, algo evidente cuando se observa la ausencia de un texto final de recapitulación, que unifique la doctrina, plantee conclusiones y líneas de trabajo generales y que proponga ideas de amplio alcance. De hecho, tal carencia se hace más evidente aún por la presencia vagamente compensatoria, en la introducción, de un apartado algo raquítico de cuarenta y seis líneas titulado «La perspectiva de conjunto» (pp. 12-13). Puede argumentarse, con todo, que el objetivo de un libro como éste no es la tesis, sino la recapitulación, y en eso cubre su cometido con corrección e incluso con brillantez.

Dentro de la línea de lo políticamente correcto, la obra huye del eurocentrismo, abarcando el globo terráqueo. Sin embargo, es inevitable que, dada la disparidad de los conocimientos actuales y la formación de los autores, haya un claro sesgo hacia el Viejo Mundo y, dentro de él, a la tradición circunmediterránea que, comenzando en la Edad del Bronce con los grandes Estados del Creciente Fértil, lleva al mundo helénico y romano. De los dieciocho capítulos, el primero se dedica a la «guerra primitiva»; cuatro tratan el Creciente Fértil (Egipto antiguo, el Próximo Oriente antes de 612 a. C., el Imperio Persa Aqueménida, Partos y Sasánidas); siete se dedican al mundo grecorromano y su periferia inmediata; cuatro a Asia (Asia Central de los escitas a los hunos, el subcontinente indio, China y el complejo Japón-Corea); y, finalmente, dos a la América Precolombina (Mesoamérica de los Olmecas a los Aztecas y el mundo andino). Con todo, el esfuerzo por proporcionar una visión seria y completa de las culturas extraeuropeas tradicionalmente descuidadas en este tipo de libros es loable, y se consigue en medida mucho mayor que de costumbre. Se trata, sin duda, de uno de los puntos fuertes del libro.

Como el propio De Souza comenta en la introducción (pp. 8-9), las disparidades en el ritmo de cambio en distintas regiones del globo hacen que el ámbito cronológico abarcado varíe mucho. Mientras que en Europa el trabajo se detiene con la caída del Imperio de Occidente a finales del siglo V d. C., en América se tocan temas de finales del siglo XVI. La unidad básica es, pues, la guerra sin armas de pólvora, pero excluyendo en Eurasia los procesos posteriores a la caída del Imperio Romano, el nacimiento del islam y la dinastía Tang en China, esto es, el marco 476-618 d. C.

El principal problema de un libro extremadamente ambicioso en su contenido y pródigo en ilustraciones y encartes, pero que a la vez tiene exactamente sólo trescientas páginas de texto, es que abarca mucho y, por tanto, aprieta lo justo. Sin embargo, la impresión general es correcta: sin hallar demasiados detalles, el lector interesado encontrará una información actualizada, equilibrada y razonablemente completa. Ahora bien, el lector bien informado, y desde luego el especialista, pueden sentir que en los temas que conocen bien el tratamiento es superficial, aunque sea correcto. Pero entonces puede aducirse también que el libro no se ha diseñado pensando en este tipo de lector.

Desde el punto de vista de la versión española no deja, sin embargo, de ser irritante el contenido del capítulo 9, «Las culturas guerreras celtas e íberas» (pp. 157-171). Escrito por Louis Rawlings, es una muestra clara del tradicional desconocimiento de las cosas «de aquí» por parte de la investigación anglosajona, y de su pereza para leer en algo que no sea la lengua de Shakespeare. El desequilibro entre lo celta (europeo) y lo hispano (incluyendo íberos y celtíberos) es palmario en el capítulo, y muy superior a la proporción de la información científica existente para ambos mundos y a su relevancia comparada.

No olvidemos que, en la guerra antigua, la posición de Hispania en las guerras púnicas y la conquista romana es al menos tan relevante en su conjunto como la del mundo galo y celta europeo considerado globalmente. La guerra de Aníbal se libró en parte, y en buena medida se decidió, en Iberia; el ejército romano adoptó modificaciones sustanciales en su estructura, bajo Escipión, en la Península: adopción de nuevas armas, primeros mercenarios, primera adopción de la cohorte, flexibilización del sistema táctico. Desde 195 a. C. y hasta el cambio de era, Roma libró en Hispania algunas de sus más duras campañas, luchando contra enemigos organizados, decididos y competentes, y lo ocurrido en territorio peninsular ejerció un papel sustancial en el conjunto de la historia militar durante dos siglos completos. El estudio de la organización militar de los pueblos peninsulares, que tanto aportó a Roma, ha sufrido una verdadera revolución en los últimos veinte años, que no es perceptible en el capítulo de Rawlings. De hecho, si comparamos el número de ilustraciones y su peso relativo en la maquetación, el agravio comparativo es palmario: quince dedicadas a los celtas europeos, cuatro a íberos y celtíberos, y además vulgares por archiconocidas. La bibliografía citada para el capítulo, de quince títulos, sólo incluye uno referido a Iberia, y además resulta claro que incluso éste no ha sido aprovechado en absoluto para preparar el texto, donde el contenido sobre íberos y celtíberos es prácticamente nulo, centrándose en dos tópicas referencias a Viriato, y el consabido comentario sobre el papel de Hispania como campo de batalla de la segunda guerra púnica.

Aunque es imposible un examen pormenorizado de cada capítulo, conviene señalar en justicia que mayor y mejor calado tienen algunos otros aparte del comentado. En particular el dedicado por Jon Coulston a la Roma imperial, una síntesis adecuada que renuncia a la historia narrativa de acontecimientos para estudiar los elementos y mecanismos de la guerra, aplicando conceptos interesantes como el de «visibilidad arqueológica» de un ejército (p. 186). Hans van Wees plantea un intento parecido, aunque, al carecer de la completa y «moderna» estructura de un ejército como el romano altoimperial, se centra en el concepto de «milicia ciudadana» común a la Grecia arcaica y clásica (pp. 107 y ss.). En general los capítulos que minimizan la historia de acontecimientos resultan más eficaces que aquellos que siguen más un esquema cronológico descriptivo, como David Potter para el mundo helenístico (pp. 119 y ss.). Debe reconocerse que en casos como el abordado por Nigel Tallis, a quien se responsabiliza de estudiar en apenas veinte páginas la guerra durante tres mil años en todo el Próximo Oriente asiático, incluyendo sumerios, acadios, babilonios, hititas, asirios y otros, se plantea una tarea casi imposible, resuelta con competencia e ingenio, aunque con cierto desequilibrio.

El libro está ampliamente ilustrado con más de trescientas imágenes en color y en blanco y negro. En la mayoría de los casos se han buscado imágenes que se aparten de las obvias (especialmente en el capítulo de Nick Sekunda dedicado a los persas aqueménidas, o en el de Van Wees sobre la Grecia arcaica y clásica), y para los lectores acostumbrados al mundo grecolatino, los capítulos dedicados a Asia serán una bienvenida novedad en este sentido. Debe, eso sí, indicarse que las reconstrucciones en forma de dibujos, sobre todo de Peter Connolly, o los gráficos tácticos de Adrian Goldsworthy, no son originales, sino que se retoman de publicaciones anteriores. Los planos de batallas se apuntan a la moda de las reconstrucciones tridimensionales con cientos de «hormiguitas» dibujadas, y resultan un tanto infantiles en relación con el resto del contenido del libro, además de ser notablemente más imprecisas que los planos topográficos esquemáticos tradicionales. La maquetación e impresión son excelentes, lo mismo que la encuadernación en pasta dura, y la traducción es correcta, lo que a tenor de lo afirmado antes no deja ya de ser casi una novedad. A diferencia de otros libros destinados al gran público, la bibliografía final, agrupada por capítulos, es más que suficiente y, en general, está actualizada.

En conjunto, pues, el libro editado por Akal es una bienvenida adición a la bibliografía en español sobre la guerra antigua. Su principal punto débil es la necesaria superficialidad de cada breve capítulo dedicado a temas a veces muy amplios. Sus puntos fuertes son la amplitud de miras –incluyendo una proporción significativa de contenidos sobre Asia y América–, las abundantes ilustraciones y la corrección y actualización bibliográfica de la gran mayoría de los capítulos, que proporcionan una amena visión general para el lector ocasional, el aficionado que se inicia en estas cuestiones, o incluso para el connoisseur que necesita una primera y urgente inmersión y orientación bibliográfica en un tema que le resulte por completo ajeno, como la guerra en la antigua Corea. Por poner un ejemplo.

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