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García Pavón casi al completo

Obras completas: vol. I, Narración de carácter autobiográfico; vols. II y III, Historias de Plinio; vol. IV, Temas diversos.

FRANCISCO GARCÍA PAVÓN

Ediciones Soubriet, Tomelloso (Ciudad Real), 1996

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Los relatos memorialísticos de la vida literaria –los celebrados de un Cansinos Assens, por ejemplo– siempre me dejan un amargo sabor al ver en qué vienen a parar tantos vanos afanes de gentes que fueron importantes. La historia de la literatura es un panteón de ilustres olvidados en el que descansan tanto galán y tanta invención. La muerte comete con la inmensa mayoría de los escritores la última injusticia de igualarlos en la desmemoria, en la que caen obras dignas de recuerdo y empeños fracasados. Esas obvias consideraciones me han venido a la cabeza al repasar los cuatro gruesos volúmenes recién aparecidos con las Obras completas de Francisco García Pavón (Tomelloso, 1919-Madrid, 1989). El autor manchego logró altas cimas de popularidad durante varios lustros desde mediados de los años sesenta y un modesto reconocimiento crítico, pero hoy, pocos años después de su desaparición, su nombre apenas es una breve referencia en libros de consulta. Estos cuatro oportunos tomos permiten una visión general de una amplia obra en la que hay valores imaginativos y verbales que reclaman una apreciación y una presencia por encima de la señalada.

Desde 1946, en que apareció su primer libro, Cerca de Oviedo, fue García Pavón dando suelta a una profunda vocación intelectual que se desparramó por el ensayo, el estudio, la crítica y la creación narrativa (no cultivó, en cambio, el teatro, aunque fue profesor de esta disciplina en la Escuela Superior de Arte Dramático). Sus aportaciones analíticas –muy condicionadas por el paso del tiempo– revelan espíritu abierto, talante liberal, documentación, entusiasmo cordial y generosidad en el juicio, y páginas como las reunidas en Teatro social en España (1962) todavía resultan útiles y, desde luego, tienen un incuestionable valor testimonial de una voluntad de atender la urgencia de los tiempos, que suele cambiar cada época.

Su trabajo más importante estuvo centrado en la narración, dentro de la que cultivó sus diversas formas, el cuento, el relato corto y la novela. La popularidad que he recordado le vino gracias a un proyecto muy personal, el gusto por el género negro y su voluntad de fundar la novela policiaca española. A ello se dispuso con una clara noción de lo que pretendía, según él mismo declara en una noticia que encabeza Historias de Plinio (1968): quería hacer unas novelas que conjugaran la suficiente «suspensión» para el lector superficial con la necesaria altura para interesar al lector sensible. Ese deseo de cristalizar una literatura amena y seria a la vez lo cuajó en un buen puñado de narraciones (ocupan los volúmenes II y III de las Obras completas) que giran alrededor de unos mismos personajes: un guardia municipal de Tomelloso, Manuel González, alias Plinio, y el veterinario del lugar, don Lotario.

Más que novela policiaca basada en grandes casos, la serie de Plinio está centrada en la recreación de historias de sabor popular, de las que antaño nutrían los pliegos de cordel, y en la observación incisiva y humorística de un peculiar medio humano y social, el de la Mancha natal del autor. Fue la televisión, que hizo una serie en torno al guardia municipal, la que dio la definitiva publicidad del personaje en los años setenta, pero no se trata de un acierto tardío y ocasional del autor, sino de un proyecto larga y lentamente gestado que estas Obras permiten considerar en su desarrollo. El policía apareció en un cuento de fecha temprana, «El Quaque», y fue a parar a un libro de cuentos, Lascampanas de Tirteafuera (1955). Plinio se perfiló y tuvo como acompañante a don Lotario por primera vez en una novela corta que apareció exenta, Los carros vacíos (1965). Y ya inseparables ambos conocieron los tiempos de su triunfo. A la vez, la cronología de los sucesos varió, pues pasó de referir episodios de la preguerra a contar aventuras contemporáneas. En Elrapto de las Sabinas (1969) y Las hermanas coloradas (1970), que fue premio Nadal, consiguió García Pavón las narraciones más trabadas e interesantes.

Las distintas modalidades del relato ejercitadas por el autor en esta serie permiten comprobar que, sin detrimento de unas historias bien urdidas, su arte narrativo estaba especialmente facultado no para la fabulación amplia y caudalosa –de hecho, ninguna de las suyas tiene estas aspiraciones–, sino para las formas breves, el relato corto y, sobre todo, el cuento. Son los libros que contienen estas clases de formas los que muestran al mejor García Pavón, irónico, observador y realista, pero con una mirada que contempla a través de un punto de deformación, costumbrista a su manera, la de un cierto expresionismo satírico y bondadoso. Este infatigable defensor del cuento ha aportado a nuestra precaria historia del género un par de títulos relevantes, Los liberales (1965) y Cuentos republicanos (1961), por orden de mi particular predilección.

Sólo congratulaciones merece este meritorio empeño de juntar todo García Pavón, presentado, además, con esmero editorial. Debo manifestar, sin embargo, algún leve desacuerdo. Hay en buena parte de la obra del tomellosero un fuerte sustrato autobiográfico, aunque tratado con las reglas de la ficción. Suele juntar las dos maneras que él mismo separaba en el cuento, «a noticia» y «a fantasía», según la terminología de Torres Naharro que recupera en el prólogo a una vasta Antología de cuentistas españoles contemporáneos varias veces reeditada y ampliada. Pero una cosa es la biografía y otra la invención y no me parece razonable segregar e incluir en el tomo IV dos volúmenes de relatos. Hubieran estado mejor, bajo otro título, en el I junto al resto de la narrativa. Al igual que un texto de éste, Ya no es ayer (1976), evocación memorial ficcionalizada, tendría más adecuado espacio en el IV.

El otro reparo lo acompaño de una sugerencia: que estas Obras completas lo sean de verdad. Porque en ellas faltan textos importantes para el perfil cabal del escritor. Falta un prestigioso artículo sobre las pobres gentes en la obra de Clarín, autor en el que era experto; no figura el prólogo a la mencionada antología, que tiene importancia histórica; tampoco están los textos cortos que hilvanan su propia antología Mis páginas preferidas; debieran añadirse sus intervenciones acerca de su propia obra en un ciclo auspiciado por Francisco Ynduráin, perspicaz crítico además del manchego, en la universidad Menéndez Pelayo y en otro celebrado en la de Málaga… y habrá algunos más que tengan interés. Asimismo, creo que ha de existir un curioso epistolario que sería bueno recoger. En fin, la excelente labor realizada tendría que rematarse con un tomo último en el que cabría todo lo dicho. Así el homenaje de los editores y de las instituciones que lo apoyan sería completo y merece la pena hacer ese esfuerzo añadido, cuando ya se ha hecho el mayor.

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