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España, absuelta. Libertadores, culpables

Malditos libertadores. Historia del subdesarrollo latinoamericano

Augusto Zamora R.

Siglo XXI, Madrid, 2020

320 p.

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La elección del libro que nos va a ocupar a continuación merece en este caso un pequeño proemio explicativo, aunque solo sea por referirme a él a estas alturas, un par de años después de su aparición en nuestro mercado editorial. No tengo reparo alguno en confesar que, en su momento, me pasó inadvertido. Aunque procuro estar alerta a las novedades, es tanto, tan variado y tan disperso lo que se publica, que soy consciente de que es casi imposible abarcarlo todo. No quiero parapetarme en una mala excusa, pero me atrevería a sostener que en esta oportunidad el volumen en cuestión pasó un poco como de puntillas por el escaparate mediático y el debate político-ideológico, aunque, ahora, al recopilar datos, he podido recuperar una breve nota aparecida en el diario El País, firmada por Lola Galán, con el jugoso epígrafe de «¿Y si el libertador tiene la culpa?». Bueno, sea como fuere, lo cierto, como reconocía antes, es que el libro se me escapó en su momento y no ha sido hasta ahora, al hilo de publicar en estas mismas páginas de Revista de Libros un largo ensayo sobre el siempre polémico asunto del pasado imperial («El espejo del pasado: la Conquista, España y su historia como estigma»), cuando un amigo mío me ha recomendado su lectura, por su manifiesta relación con el artículo antedicho. Aprovecho, pues, la ocasión para que este blog opere como complemento al análisis que acabo de mencionar y, sobre todo, para recuperar en la medida de lo posible una interesante reflexión sobre un tema que nos compete de cerca: nunca es tarde si la obra merece la pena, como es el caso. Y lo digo, como se verá enseguida, a despecho de mis discrepancias con algunas de sus directrices.

            Reconozcamos como punto de partida poco menos que insoslayable que, en un asunto tan controvertido, los prejuicios y las ideas preconcebidas actúan como filtro antes incluso de abrir el volumen por página alguna. La vinculación, ya en el propio título, entre el subdesarrollo latinoamericano y un explícito repudio a los libertadores –que, por tanto, resultan no ser tales- supone para los dispensadores de la ortodoxia no solo una contradicción inasumible, sino una repugnante soflama del pensamiento retrógrado que trata de mancillar el nombre de aquellos. Si el alegato –es decir, el libro que concita nuestra atención- llevara la firma de cualquier representante derechista o cualquier adalid del mal llamado revisionismo historiográfico, poco o nada sería preciso añadir, más allá de arrojar el ejemplar al basurero de la infame bibliografía denigratoria de los procesos de liberación del continente americano. El problema es que ni el texto se puede reducir a la condición de panfleto neoliberal ni su autor es un conspicuo elemento reaccionario ni lo publica una editorial con intereses espurios. Por detenerme ahora tan solo en el aspecto más indiscutible de los que acabo de mencionar, Augusto Zamora Rodríguez es un político nicaragüense comprometido históricamente con la causa sandinista, a la que ha servido desde las más altas responsabilidades, en particular en aspectos diplomáticos y de relaciones internacionales. Embajador durante algunos años cruciales (2007-2014) en España, ha desempeñado también en nuestro país labores docentes, básicamente en la Universidad Autónoma de Madrid, como profesor de Derecho Internacional. Es asimismo autor de diversos ensayos, en su mayor parte de índole geoestratégica y colaborador asiduo como articulista en diversos medios periodísticos.

            No pueden entenderse algunas de las alusiones deslizadas en las líneas precedentes sin esbozar –aunque solo sea eso- el marco en el que se inserta el sedicente pensamiento progresista respecto a la situación política, económica y social del mundo latinoamericano. A nadie se le oculta que, a pesar de las grandes transformaciones acaecidas en el último medio siglo, el criterio analítico de dicho sector político se sigue moviendo en la órbita de una escolástica  marxista que ya era esclerótica en su tiempo, cuando Eduardo Galeano publicaba Las venas abiertas de América Latina (1971), que sigue ejerciendo de biblia incuestionable para la izquierda europea y americana. Todo lo más, el aggiornamento no ha pasado de unos ribetes folclóricos, unas gotas de indigenismo por aquí, unas buenas dosis de populismo por allá, sobre un basamento intocable de demagogia revolucionaria o supuestamente transformadora que se modula según los casos y países, entre los aparatosos espasmos bolivarianos o el más silente cáncer peronista. Y aún podría añadirse que, aunque parezca mentira, ahí sigue estando Cuba, ejerciendo como referencia -o incluso faro o modelo- para líderes y movimientos variopintos de uno a otro confín del continente. Todo ello conduce inevitablemente a unos modelos analíticos o unos esquemas teóricos anquilosados, ayunos de operatividad. Y, lo que es peor, todo cuestionamiento de ellos es anatematizado en nombre de una ortodoxia que rinde culto a unos dogmas que se han revelado falsos y unos profetas o libertadores, de Bolívar al Che, que han llevado a todos esos pueblos a un callejón sin salida.

            En el mejor de los casos, uno concedería que podríamos estar hablando de finalidades inobjetables –liberación, justicia, desarrollo, igualdad- que se han contaminado en el camino o, por decirlo al modo que han argüido múltiples autores, se han desvirtuado al descender del limbo de las ideas a la mezquina realidad. No otra cosa, en definitiva, es lo que han mantenido siempre los defensores de un marxismo que seguiría alardeando de un horizonte de objetivos impolutos, a despecho de su materialización grosera (en los países en los que imperaba el socialismo real). Esto vendría a ser el equivalente de lo que en términos menos alambicados expresa la conocida sentencia acerca de las buenas intenciones con las que está empedrado el infierno. Constituiría una ingenuidad inaceptable conformarnos con ese nivel de análisis: la historia política de los últimos siglos muestra de modo contumaz que los más puros ideales sirven primero de banderín de enganche, pero inmediatamente después de coartada para las más perversas realizaciones. No hay dictadura ni tiranía contemporánea que no se haya inspirado o incluso pavoneado de los más bellos propósitos. ¡Si hasta algunos genocidios se han promovido o justificado atendiendo a fines exquisitamente humanitarios, desde la preservación de presuntas purezas a la autodefensa de poblaciones amenazadas!

Contra esa ingenuidad se dirige el ensayo de Augusto Zamora, como ya apunta el propio título o como se expresa en la sinopsis con que el lector se topa antes incluso de comenzar la lectura propiamente dicha: contra los «lugares comunes» pero también contra los «relatos interesados», contra los mitos inventados «por las oligarquías para perpetuarse en el poder», lo que se pretende explícitamente es «mirar al pasado para desenmascarar» las versiones oficiales. Ello implica en primer término descubrir la superchería de esos pretendidos libertadores, para mostrar lo que en realidad eran: usurpadores y tiranos que ansiaban el poder y perpetuarse en él. Y, preciso es reconocerlo, tal cosa la hicieron bien -en provecho propio, claro está-, aunque fuera para mal de sus respectivos pueblos. Estructurado en veintiséis capítulos, muy breves por lo general, con un marcado contenido empírico y con una fuerte atención a la vertiente económica, estamos ante un ensayo político no muy extenso –algo más de trescientas páginas- para un empeño tan ambicioso como señala el subtítulo de Historia del subdesarrollo latinoamericano, que no ha de entenderse por tanto en un sentido literal sino más bien como un objetivo que se esboza o perfila con gruesas pinceladas, dicho sea en puridad sin ánimo peyorativo, porque la intención que anima al autor no es tanto demorarse en los asuntos menudos cuanto trazar un cuadro de conjunto.

Es verdad, por ello, que, como suele suceder en obras de estas características, las coordenadas descritas marcan también los límites del horizonte, para bien y para mal. Pero empecemos por el principio, que no es otro que establecer la pregunta a la que se trata de dar respuesta en estas páginas: «¿por qué, después de más de dos siglos de independencia, sigue Latinoamérica atada al subdesarrollo y el atraso?» Pregunta que lleva implícita otra: ¿hasta cuándo se van a seguir cargando todas las culpas al exterior, o sea, al imperialismo, en vez de mirar hacia dentro? Las respuestas se articulan a partir de un recorrido que toma como punto de partida la desmitificación del proceso de emancipación de una potencia imperial (la Corona española) que, ni había sido tan feroz como querían sus enemigos ni estaba a comienzos del siglo XIX en condiciones de responder al desafío americano: «Las guerras de independencia americanas se dieron contra un Imperio quebrantado, en ruinas y sin recursos para responder al desafío de las oligarquías criollas, que aprovecharon la postración del país para desgajarse de España». Desgajarse… ¿para qué? La tesis principal del libro supone un cuestionamiento de esa misma noción, sobre todo si se la quiere hacer pasar como independencia real: «El blando imperialismo ibérico fue sustituido, casi sin transición, por uno más taimado, cruel y rapaz, como fue el imperialismo informal de Gran Bretaña, menos visible pero más incisivo e implacable. La nueva forma de dominio penetrará tan profundamente en la estructura política, económica y social, que los nuevos Estados van a ser conformados para satisfacer las demandas de la nueva metrópolis, con olvido de sus propios intereses».

La insistencia en la mano negra del imperialismo anglosajón –primero, Inglaterra y luego, Estados Unidos- asemeja la reflexión de Zamora al alegato del politólogo argentino Marcelo Gullo Amodeo Madre patria: desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán, que es posterior (Espasa, Barcelona, 2021), pero que yo leí antes. Sin embargo, el planteamiento de ambos libros es claramente disímil, aunque ambas compartan un carácter vehemente o militante: la defensa de la labor española en el Nuevo Continente que hace el argentino es cerrada y sin fisuras y se plantea desde la atalaya tradicional, bien conocida entre nosotros, que enfatiza las aportaciones positivas –legislación, cultura, lengua, religión, obras públicas, universidades, hospitales, etc.- y minimiza los aspectos negativos que conllevó la Conquista –guerras, destrucción, crueldad o exterminio de poblaciones enteras-. El nicaragüense mantiene una actitud más matizada hacia la labor española y más que defensor del imperialismo ibérico se muestra indulgente con el mismo, sobre todo en comparación con el brutal y claramente depredador de ingleses y estadounidenses. No es menos cierto, por otro lado, que a Gullo le mueve sobre todo la defensa de España –su libro puede leerse en este sentido como una apología clásica- mientras que a Zamora le interesa primaria y casi exclusivamente el subdesarrollo latinoamericano. Pero lo que de verdad diferencia a ambos autores es la perspectiva desde la que examinan la realidad del continente americano, casi diametralmente opuesta, pues mientras que el argentino se sitúa en la órbita del pensamiento conservador, el nicaragüense mantiene posiciones de izquierda, hasta el punto de que podría entenderse su ensayo como una vuelta a los orígenes, un retorno a las fuentes revolucionarias que han traicionado las poderosas oligarquías locales y sus adalides, los supuestos libertadores.

Arribo con esta alusión al aspecto más controvertido de su análisis, por cuanto Zamora intenta conciliar la denuncia de una traición -¡malditos libertadores!- con la defensa de los fundamentos teóricos que inspiraron la rebelión de las naciones americanas. Volvemos así, pues, a ese empecinamiento -al que antes aludía- que caracteriza a tantos revolucionarios de salón. Según ellos, siempre hay que volver a empezar porque en algún momento se torcieron las directrices correctas del proceso de transformación política, económica y social. Si, como antes vimos, combatía el autor la tesis de la culpabilidad exclusivamente externa, del imperialismo, por constituir una excusa para no asumir las responsabilidades propias, ahora podría aplicársele algo parecido: ¿no constituye la culpabilización en exclusiva de los libertadores un ardid para no cuestionar la propia viabilidad de los principios revolucionarios? Lo que late en el fondo, como el lector avisado puede suponer, es la satanización del liberalismo y de todas sus modalidades y variantes –con el frecuente etiquetaje de neoliberales- y la preservación a ultranza de unos planteamientos colectivistas como los únicos posibles a la hora de implementar una política de transformación social en la senda progresista. En más de una ocasión se plantea, por ejemplo, que los «tratados de libre cambio» constituyen una «verdadera tumba de cualquier posibilidad ulterior de desarrollo». De hecho, la crítica al colonialismo inglés, en contraposición al paternal imperialismo español, se basa en esos presupuestos. Da la impresión así de que debemos maldecir a los libertadores sobre todo porque no apostaron por la verdadera libertad.

Es indudable, como subraya Zamora, que la convergencia entre los intereses foráneos (primero, como hemos dicho, Inglaterra y más tarde, Estados Unidos) y las oligarquías locales conduce en casi todas las nuevas naciones americanas a una terrible realidad caracterizada por el endeudamiento, el empobrecimiento y una nueva dependencia, pero es mucho más discutible que esa compleja situación se despache atribuyendo al libre comercio la principal responsabilidad de un calamitoso estado de cosas. En esta línea, da la impresión a veces que el autor se deja llevar por un esquematismo que habría que calificar, en el mejor de los casos, como algo ingenuo, pues le lleva al punto de sugerir que una política económica radicalmente opuesta, es decir, fuertemente proteccionista, hubiera librado sin más a Latinoamérica de esa nueva esclavitud económica, más letal en el fondo que la dependencia de la antigua metrópoli. En esta coyuntura Zamora confluye con el criterio de Galeano acerca de «la magnitud del desastre causado por el desamparo aduanero, el libre cambio y el sometimiento de los países a los intereses comerciales británicos». Podríamos estar parcialmente de acuerdo en el diagnóstico pero para argüir en seguida… ¿no hay más? Sí, sí hay más, pero ya en una deriva en la que desaparecen los puntos de entendimiento, como en las páginas en las que se defiende que la «solución a los problemas de Latinoamérica pasa por dar un salto sobre el capitalismo que se le quiere vender y que no es, en sustancia, más que otra forma de mantenerla en el atraso y la dependencia» y, al tiempo, por si cupiera alguna duda de lo que se propugna, se hable de «la batalla que hoy libra Venezuela, que se libra en Bolivia y que sostienen líderes perseguidos como Lula, Rafael Correa o Evo Morales». Ya comprenderán que aquí desaparece toda posibilidad de aquiescencia aunque, por otro lado, ello permita comprender mejor la intención última de Zamora cuando maldice a los libertadores. Podemos estar de acuerdo en el rechazo pero no en la razón o razones del repudio. O, al menos, no en muchas de ellas.

Con todo, no me gustaría terminar dejándoles la impresión de que se trata de un ensayo malogrado. A pesar de mis discrepancias, que he formulado abiertamente y con la mayor contundencia, he leído el libro con agrado e interés. Como ya he señalado, hay dos o tres elementos esenciales que articulan la obra y que están bien expuestos, convincentemente argumentados y con los que coincido plenamente: en especial –me limito ahora a recordar- la refutación de la extendida tesis del dominio español en América como responsable de todos los males que aquejan hoy en día a los países latinoamericanos. Obsérvese que no se trata tan solo de combatir la consabida «leyenda negra», sino de deshacer la premisa que ha operado, bien como coartada o, en el mejor de los casos, como eximente (la herencia recibida) en las proclamas propagandísticas de las nuevas naciones. Según esta doctrina, me parece que aún mayoritaria en muchos ámbitos universitarios, el pasado colonial o imperial sigue operando como lastre o elemento perturbador, ¡más de dos siglos después de la independencia! Con dicho planteamiento se trataría de explicar la suerte diversa y aún contrapuesta entre las naciones hispanas, sumidas o caracterizadas por el subdesarrollo y el cesarismo, y el despegue económico y la estabilidad política de las naciones americanas angloparlantes, Estados Unidos y Canadá.

Zamora no solo deshace la patraña sino que apunta con toda la razón que la supuesta liberación de la metrópoli, lejos de procurar una auténtica independencia, condujo a una dependencia de distinto cuño, solo que mucho más perversa y persistente. El antiespañolismo jugó en ese proceso un papel primordial pues el señalamiento de España y lo español como únicos culpables permitía desviar la mirada de las responsabilidades propias. Los libertadores usaron la libertad como coartada para auparse en el poder y siguieron prostituyendo la libertad cuando se erigieron en miembros y representantes de unas oligarquías tan voraces en el amasamiento de fortunas como tiránicas en el desempeño de una autoridad que devino autoritarismo. Baste decir que, por contraste, hicieron bueno el dominio español. Solo por proponer y desarrollar esta tesis, el libro merecería la pena. En definitiva, Zamora responde de modo impecable a la pregunta clásica, la de «cuándo se jodió Latinoamérica». Sabemos cuándo se jodió y quiénes la jodieron. Lo que todavía tenemos que seguir discutiendo es qué hubiera hecho falta para no joderla en su momento ni, sobre todo, qué haría falta hoy día para sacarla de su postración, de una vez por todas.

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